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Landajo: sangre puma
Se afianza en Los Pumas como medio scrum, al igual que lo hizo su padre en los 70 y 80. Mientras se disputa el Rugby Championship, te presentamos al chef que no siguió ningún mandato familiar y que terminó siendo nueve para evitar los golpes.
Nota publicada en la edición de septiembre de 2013 de El Gráfico
RARO. La casa de su familia no acuña tantos objetos relacionados con el rugby como se podría imaginar. Sólo se advierte un espacio reducido, cerca de la puerta, en el que conviven sobre una pared recuerdos imborrables de Martín Landajo, medio scrum de Los Pumas, y de su padre, Ricardo -ex medio scrum del seleccionado argentino, quien hizo una linda sociedad en la conducción con el fenómeno de Hugo Porta–. Allí se inmortalizan experiencias ya encuadradas. Impactan un triunfo trascendente de los Pampas XV en la tapa del suplemento deportivo de La Nación, una bonita foto de juego del 9 de la Selección en el primer Rugby Championship de la historia, y la postal de Los Pumas de antes, a finales de los 70 o principios de los 80, en la cancha de Ferro, donde Ricardo era protagonista. Después, poco y nada de la ovalada en la recorrida de su hogar. Apenas se descubre una cerámica en la que un rugbier del Club Atlético San Isidro pretende atropellar a un rival, y una pelota chiquita que conmemora el centenario de la Unión Argentina.
En este contexto, ya no parece extraño, entonces, pensar por qué a Martín no lo empujaron hacia el rugby, ni hacia Pueyrredón –donde se lució su padre–, durante su niñez. “De chico no era fanático de este deporte. Mi viejo no iba a ver a ningún club y a mí me gustaba jugar al fútbol. Igual, mi casa no era futbolera, pero tampoco resultaba tan de rugby como podía ser. Mi papá jamás me dijo que vaya a Puey, a jugar al rugby, o mucho menos que llegue a Los Pumas. Nunca me volvió loco con todo eso”, cuenta.
A este muchacho de 25 años le cuesta acordarse de la primera imagen con una guinda. Al ratito, aparecen aquellos lindos momentos en San Andrés. “Ahí empecé. Los fines de semana jugábamos como parte del programa del colegio”, asegura.
La barra tira. Los amigos, sin dudas, son el motor de la mayoría de los actos en la adolescencia. “Algunos de ellos jugaban en el CASI y comencé a los 15 años, más que nada para estar con el grupo, y no pensando a futuro. Lo hacía para divertirme y pasar un rato más entre amigos. La amistad es la que me llevó a enamorarme del rugby. De hecho, mis amigos siguen siendo los mismos que en esa época –afirma–. Mi viejo, incluso, me aconsejaba que jugara donde estuvieran mis amigos. El es de Pueyrredón, yo iba al CASI y no había ningún problema. Al contrario: venía a alentarme porque es hincha mío”.
-¿Ya te perfilabas como medio scrum?
-Era un nivel recreativo, aunque me ponían de apertura o de medio scrum. Pero, como tenía a un amigo que jugaba muy bien de nueve, yo iba casi siempre de diez.
-¿El buen manejo del pie te ayudó para ocupar ese puesto?
-No, no. El fútbol es totalmente diferente. Hasta la pelota es distinta. Quizás me sirvió para tener un mejor panorama de la cancha.
-¿Qué aptitudes te vieron?
-Me ubicaron de apertura o de medio scrum por la condición física (mide 1,75 y pesa 81 kilos) y por las pocas ganas de golpearme.
-¿Cómo? ¿No te gustaba el impacto?
-No, no. Y el rugby es justamente eso, pero trataba de zafar. Como conservaba un lindo grupo de amigos, nunca tuve la necesidad de dejar ni de pensar en otro deporte.
-¿Fantasear con que integrarías el seleccionado representaba una utopía entonces?
-Jamás pensé de chico en jugar en Los Pumas. Mi único sueño era llegar a la Primera de mi club. Ahí se terminaba.
TIPICO DE RUGBIER. A Martín lo reconocen mucho más por su apodo que por su nombre. “Me dicen Marta desde pibe. Un amigo del CASI lo copió de otro amigo suyo y quedó. Si me llaman Martín, me cuesta darme vuelta. Si me gritan Marta, giro seguro”, avisa.
Marta, en consecuencia, le escapa a los bifes adentro de la cancha. Su cometido, al margen de las ganas de ganar, consiste en fajarse lo mínimo e indispensable. Ese fue el detonante para terminar de definirse como nueve.
“Jugué de apertura hasta los 20 o 21 años en el CASI. Pero cuando comenzaron a citarme para los seleccionados, sabía que me sería difícil ocupar esa posición por el rigor físico. Era otro deporte, porque el diez se golpea más y tiene más responsabilidades que el nueve. Entonces, prefería jugar de medio scrum, pasársela al apertura y divertirme al ver cómo se golpean los demás –argumenta–. De todas maneras, el nueve está cada vez más involucrado en la defensa y un poco debe chocar. A mí me gusta tener la pelota, organizar al equipo, ser ofensivo y dinámico”.
Pese al crecimiento en el juego y a la consolidación como medio scrum, mantuvo la misma relación con su padre. Ricardo jamás lo atosigó ni lo hostigó. “Cuando empecé a participar en los seleccionados, a los 20 o 21 años, intentaba no hablar tanto de rugby en familia. Como estaba todo el día con eso, quería charlar sobre otra cosa. Y se me respetó”, confiesa.
-¿Nunca te explicó tu papá los secretos del puesto?
-Me aconsejó, pero poco. No me quemaba la cabeza. El sabe lo que es y por eso se maneja de manera tranquila en ese sentido. Tanto él como yo sabíamos que mi puesto era de medio scrum en un nivel de elite. Sólo que me divertía jugar de apertura.
Mientras daba sus primeros pasos firmes con los seleccionados juveniles, se capacitaba dentro de otra estructura: la gastronómica. “Terminé el secundario, estudié para chef y me recibí en tres años. Tuve un catering con un amigo del CASI hace unos años, aunque lo corté porque no me daban los tiempos entre el negocio y el rugby de alto rendimiento. Como sé que el deporte no es para toda la vida, me dedicaré a la gastronomía el día de mañana”, anticipa.
Si bien les vendía unas ricas pizzas, listas para calentar, a todos aquellos involucrados con el mundo de la UAR –entrenadores, preparadores físicos, asistentes y jugadores–, su sapiencia lo conducía a elevar la vara. Como en la cancha, sus manos estaban diseñadas para contribuir en la elaboración. Por eso, su comida fetiche es otra: el risotto de langostinos. “Es mi preferida, la que mejor me sale. No te puedo dar la receta. El risotto hay que saberlo cocinar justo. Si lo sacás antes, está duro; si se te pasa, es un puré”, asevera.
Fuera de las ollas y los condimentos, su carrera como rugbier avanzaba. Su período en juveniles activó el gen Puma. A partir de ahí, la fantasía de defender la camiseta del seleccionado mayor ya se tornaba cada vez más real. “Obviamente que quería jugar en Los Pumas y pensaba que lo podía hacer. Entonces, empecé a entrenarme más en serio para prepararme de cara a la exigencia profesional”, admite.
Su estreno en la Selección se concretó el 8 de noviembre de 2008 ante Chile, en el Sudamericano, y se consagró con los Pampas XV en 2011 al conquistar la Copa Vodacom. Al margen de que Marta reconocería luego que su debut no fue su debut, habitaba un no sé qué divino en su interior. Ser Puma ya significaba una responsabilidad.
LA VENTANA de junio del año pasado representó su ventana hacia Los Pumas. “Siento que mi debut fue ahí, ante Italia en San Juan. Como no estaban los chicos que jugaban en Europa, había lugar para varios. Ganamos en un buen nivel y encima me di el lujo de compartir el equipo con Felipe (Contepomi) y Rorro (Rodrigo Roncero)”, enfatiza.
“¡Marta, adentro: jugá!”. El medio scrum repite la indicación que le dio Mauricio Reggiardo, parte importante del staff técnico del seleccionado, como si hubiese pasado ayer. “Ese momento es mi mejor recuerdo. Fue increíble haber jugado por primera vez el Rugby Championship, además de haber representado al país contra esos monstruos. No me lo olvidaré nunca. Cuando tuve que entrar frente a Sudáfrica después del grito de Reggiardo, no entendía nada. Fueron los 15 minutos más raros de mi vida”, asume.
-¿Por qué?
-Si bien había jugado contra Italia y Francia, esto me pareció diferente. Los tipos eran aviones, no entendía dónde estaba parado. Después, me fui acostumbrando. Cuando jugué a la semana siguiente en Mendoza, me sentía mucho más cómodo. Pero, insisto, me resultó muy raro aquel primer partido. Ellos no paraban, venían rápido y fuerte.
Jodón y manso, revela que nunca fue de mirar mucho rugby, aunque ahora la exigencia del Championship se lo impone para “estar a la altura” de los oponentes. Ahí focaliza a los medios con el objetivo de analizar cómo juegan y deciden. Quizás surge un detalle útil para aplicar a su repertorio.
-¿Disfrutás al ver tus partidos en Los Pumas?
-No, no. La mayoría de mis partidos no los quiero ver (risas), porque a este nivel es más fácil equivocarte. A mayor exigencia, mayores también pueden ser las fallas. Lo importante es reducir el margen de error.
La segunda edición del Championship ya largó. Los Pumas cayeron de manera categórica ante Sudáfrica por 73 a 13, como visitantes, y tenían revancha ante el mismo rival en Mendoza al cierre de esta edición. Al margen de la autocrítica a causa de una bofetada histórica, Marta desarrolla cuál es la búsqueda que se intenta adentro de la cancha: “La premisa es atacar y hacer tries sin descuidar la defensa, que representa nuestra bandera. Debemos tener la pelota, ser agresivos en ataque, como lo fuimos el año pasado. Hay que tratar de ganar no sólo con el corazón y la garra, sino también con un poco más de juego”.
Parte estable del Pladar (plan de la UAR que profesionalizó a ciertos rugbiers, el cual no les permite jugar en ningún club mientras estén contratados), considera qué aspectos debe mejorar aún más para continuar consolidándose: “El pase, la patada y la defensa. Si cada uno sube el nivel individualmente, el equipo también lo hará”.
-¿Sos de llegar mucho al try?
-No, no, hice pocos tries (risas).
-Igual, los All Blacks ya te conocen.
-Y…
-Tal vez digan: “Cuidado con Landajo”. Porque ya los clavaste.
-No, no, que después me matan.
Y mirá si lo golpean. No vaya a ser cosa que pierda el cariño por el rugby…
Por Darío Gurevich. Fotos: Emiliano Lasalvia
TENENCIA. Se aferra a los más preciado, por más que sea de regalería. Organizar el equipo y hacerlo jugar son algunas de sus cualidades.
En este contexto, ya no parece extraño, entonces, pensar por qué a Martín no lo empujaron hacia el rugby, ni hacia Pueyrredón –donde se lució su padre–, durante su niñez. “De chico no era fanático de este deporte. Mi viejo no iba a ver a ningún club y a mí me gustaba jugar al fútbol. Igual, mi casa no era futbolera, pero tampoco resultaba tan de rugby como podía ser. Mi papá jamás me dijo que vaya a Puey, a jugar al rugby, o mucho menos que llegue a Los Pumas. Nunca me volvió loco con todo eso”, cuenta.
A este muchacho de 25 años le cuesta acordarse de la primera imagen con una guinda. Al ratito, aparecen aquellos lindos momentos en San Andrés. “Ahí empecé. Los fines de semana jugábamos como parte del programa del colegio”, asegura.
La barra tira. Los amigos, sin dudas, son el motor de la mayoría de los actos en la adolescencia. “Algunos de ellos jugaban en el CASI y comencé a los 15 años, más que nada para estar con el grupo, y no pensando a futuro. Lo hacía para divertirme y pasar un rato más entre amigos. La amistad es la que me llevó a enamorarme del rugby. De hecho, mis amigos siguen siendo los mismos que en esa época –afirma–. Mi viejo, incluso, me aconsejaba que jugara donde estuvieran mis amigos. El es de Pueyrredón, yo iba al CASI y no había ningún problema. Al contrario: venía a alentarme porque es hincha mío”.
-¿Ya te perfilabas como medio scrum?
-Era un nivel recreativo, aunque me ponían de apertura o de medio scrum. Pero, como tenía a un amigo que jugaba muy bien de nueve, yo iba casi siempre de diez.
-¿El buen manejo del pie te ayudó para ocupar ese puesto?
-No, no. El fútbol es totalmente diferente. Hasta la pelota es distinta. Quizás me sirvió para tener un mejor panorama de la cancha.
-¿Qué aptitudes te vieron?
-Me ubicaron de apertura o de medio scrum por la condición física (mide 1,75 y pesa 81 kilos) y por las pocas ganas de golpearme.
-¿Cómo? ¿No te gustaba el impacto?
-No, no. Y el rugby es justamente eso, pero trataba de zafar. Como conservaba un lindo grupo de amigos, nunca tuve la necesidad de dejar ni de pensar en otro deporte.
-¿Fantasear con que integrarías el seleccionado representaba una utopía entonces?
-Jamás pensé de chico en jugar en Los Pumas. Mi único sueño era llegar a la Primera de mi club. Ahí se terminaba.
FRENTE a los All Blacks. Una experiencia de crecimiento.
Marta, en consecuencia, le escapa a los bifes adentro de la cancha. Su cometido, al margen de las ganas de ganar, consiste en fajarse lo mínimo e indispensable. Ese fue el detonante para terminar de definirse como nueve.
“Jugué de apertura hasta los 20 o 21 años en el CASI. Pero cuando comenzaron a citarme para los seleccionados, sabía que me sería difícil ocupar esa posición por el rigor físico. Era otro deporte, porque el diez se golpea más y tiene más responsabilidades que el nueve. Entonces, prefería jugar de medio scrum, pasársela al apertura y divertirme al ver cómo se golpean los demás –argumenta–. De todas maneras, el nueve está cada vez más involucrado en la defensa y un poco debe chocar. A mí me gusta tener la pelota, organizar al equipo, ser ofensivo y dinámico”.
Pese al crecimiento en el juego y a la consolidación como medio scrum, mantuvo la misma relación con su padre. Ricardo jamás lo atosigó ni lo hostigó. “Cuando empecé a participar en los seleccionados, a los 20 o 21 años, intentaba no hablar tanto de rugby en familia. Como estaba todo el día con eso, quería charlar sobre otra cosa. Y se me respetó”, confiesa.
-¿Nunca te explicó tu papá los secretos del puesto?
-Me aconsejó, pero poco. No me quemaba la cabeza. El sabe lo que es y por eso se maneja de manera tranquila en ese sentido. Tanto él como yo sabíamos que mi puesto era de medio scrum en un nivel de elite. Sólo que me divertía jugar de apertura.
Mientras daba sus primeros pasos firmes con los seleccionados juveniles, se capacitaba dentro de otra estructura: la gastronómica. “Terminé el secundario, estudié para chef y me recibí en tres años. Tuve un catering con un amigo del CASI hace unos años, aunque lo corté porque no me daban los tiempos entre el negocio y el rugby de alto rendimiento. Como sé que el deporte no es para toda la vida, me dedicaré a la gastronomía el día de mañana”, anticipa.
Si bien les vendía unas ricas pizzas, listas para calentar, a todos aquellos involucrados con el mundo de la UAR –entrenadores, preparadores físicos, asistentes y jugadores–, su sapiencia lo conducía a elevar la vara. Como en la cancha, sus manos estaban diseñadas para contribuir en la elaboración. Por eso, su comida fetiche es otra: el risotto de langostinos. “Es mi preferida, la que mejor me sale. No te puedo dar la receta. El risotto hay que saberlo cocinar justo. Si lo sacás antes, está duro; si se te pasa, es un puré”, asevera.
Fuera de las ollas y los condimentos, su carrera como rugbier avanzaba. Su período en juveniles activó el gen Puma. A partir de ahí, la fantasía de defender la camiseta del seleccionado mayor ya se tornaba cada vez más real. “Obviamente que quería jugar en Los Pumas y pensaba que lo podía hacer. Entonces, empecé a entrenarme más en serio para prepararme de cara a la exigencia profesional”, admite.
Su estreno en la Selección se concretó el 8 de noviembre de 2008 ante Chile, en el Sudamericano, y se consagró con los Pampas XV en 2011 al conquistar la Copa Vodacom. Al margen de que Marta reconocería luego que su debut no fue su debut, habitaba un no sé qué divino en su interior. Ser Puma ya significaba una responsabilidad.
EN ACCION durante el 16-16 contra Sudáfrica, en la edición pasada.
“¡Marta, adentro: jugá!”. El medio scrum repite la indicación que le dio Mauricio Reggiardo, parte importante del staff técnico del seleccionado, como si hubiese pasado ayer. “Ese momento es mi mejor recuerdo. Fue increíble haber jugado por primera vez el Rugby Championship, además de haber representado al país contra esos monstruos. No me lo olvidaré nunca. Cuando tuve que entrar frente a Sudáfrica después del grito de Reggiardo, no entendía nada. Fueron los 15 minutos más raros de mi vida”, asume.
-¿Por qué?
-Si bien había jugado contra Italia y Francia, esto me pareció diferente. Los tipos eran aviones, no entendía dónde estaba parado. Después, me fui acostumbrando. Cuando jugué a la semana siguiente en Mendoza, me sentía mucho más cómodo. Pero, insisto, me resultó muy raro aquel primer partido. Ellos no paraban, venían rápido y fuerte.
Jodón y manso, revela que nunca fue de mirar mucho rugby, aunque ahora la exigencia del Championship se lo impone para “estar a la altura” de los oponentes. Ahí focaliza a los medios con el objetivo de analizar cómo juegan y deciden. Quizás surge un detalle útil para aplicar a su repertorio.
-¿Disfrutás al ver tus partidos en Los Pumas?
-No, no. La mayoría de mis partidos no los quiero ver (risas), porque a este nivel es más fácil equivocarte. A mayor exigencia, mayores también pueden ser las fallas. Lo importante es reducir el margen de error.
La segunda edición del Championship ya largó. Los Pumas cayeron de manera categórica ante Sudáfrica por 73 a 13, como visitantes, y tenían revancha ante el mismo rival en Mendoza al cierre de esta edición. Al margen de la autocrítica a causa de una bofetada histórica, Marta desarrolla cuál es la búsqueda que se intenta adentro de la cancha: “La premisa es atacar y hacer tries sin descuidar la defensa, que representa nuestra bandera. Debemos tener la pelota, ser agresivos en ataque, como lo fuimos el año pasado. Hay que tratar de ganar no sólo con el corazón y la garra, sino también con un poco más de juego”.
Parte estable del Pladar (plan de la UAR que profesionalizó a ciertos rugbiers, el cual no les permite jugar en ningún club mientras estén contratados), considera qué aspectos debe mejorar aún más para continuar consolidándose: “El pase, la patada y la defensa. Si cada uno sube el nivel individualmente, el equipo también lo hará”.
-¿Sos de llegar mucho al try?
-No, no, hice pocos tries (risas).
-Igual, los All Blacks ya te conocen.
-Y…
-Tal vez digan: “Cuidado con Landajo”. Porque ya los clavaste.
-No, no, que después me matan.
Y mirá si lo golpean. No vaya a ser cosa que pierda el cariño por el rugby…
Por Darío Gurevich. Fotos: Emiliano Lasalvia