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Metalist: banda ancha

Seis jugadores argentinos comparten cada día en el Metalist ucraniano. Aunque el clima es riguroso y el idioma resulta indomable, los rodea el afecto de un gran club. Así la pasan...

Por Redacción EG ·

10 de noviembre de 2012
 Nota publicada en la edición de noviembre de 2012 de El Gráfico

Imagen CINCO DE LOS SEIS argentinos en la formación titular del Metalist. Sosa es el segundo de arriba. Abajo aparecen Blanco, Torres, Cristaldo y Villagra. En el banco esperaba Torsiglieri.
CINCO DE LOS SEIS argentinos en la formación titular del Metalist. Sosa es el segundo de arriba. Abajo aparecen Blanco, Torres, Cristaldo y Villagra. En el banco esperaba Torsiglieri.
Decirlo es fácil. Cualquier futbolero fantasea con lo lindo que sería irse a jugar a Europa; en un sencillo ejercicio, incluso, puede armar una lista de todo lo que ganaría: buen dinero, hacer lo que le gusta, conocer culturas diferentes, ser popular. En los apuntes mentales se anota sólo lo positivo. Imposible negarlo. “Te salvás”, podría cerrar esta línea de pensamiento ese mismo prototipo de joven-fanático del fútbol-y jugador sólo en sueños.

“Lo primero que pensé fue: ¿adónde vine?”, se sincera Sebastián Blanco, eje de esta nota que se apoya en la vida de seis argentinos (seis, sí) que comparten una camiseta desconocida hasta para los especialistas en la bolilla “Fútbol/Europa del Este”: el FC Metalist Kharkiv. ¿Y adónde fue, específicamente, Sebastián, el chico habilidoso y rápido que apareció en Lanús a los 18 años y que integró el equipo que dirigía Ramón Cabrero y fue campeón por primera vez en 2007? A una ciudad (Kharkiv o Járkov, si se atiende la traducción de su nombre) de 1.500.000 habitantes, la segunda más importante de Ucrania, en la que sus pobladores sacan pecho por ser un centro mundial de construcción de tanques y armas, y que se repuso de la destrucción que sufrió durante la Segunda Guerra.

Allí, con sus valijas y nadie más, llegó en diciembre de 2010. Llevaba el antecedente de haber estado en la lista preliminar de 30 jugadores que presentó Maradona antes del Mundial de Sudáfrica. Se sumaba, entonces, al único argentino que ya jugaba en el club: Cristian Villagra, el exlateral de Rosario Central y River. El cordobés fue su único contacto argentino en esos meses de adaptación, siempre complicados.
“Firmé el contrato en enero, cuando el campeonato está parado por el frío. El clima en esa época es inhumano: un día cualquiera puede haber 26 grados bajo cero”, detalla Sebastián. Ilustra con una anécdota: “Una vez probé jugar un partido sin gorro, pero a los veinte minutos me ardían tanto las orejas que me las cubrí. Era tarde: tuve quemaduras de grado y el médico del plantel me prohibió salir a la calle por tres días”. No podía contarle la historia ni al vecino: aprender a hablar en ucraniano será siempre una cuenta pendiente y, encima, son pocos los que se comunican en inglés, un idioma que Sebas sí domina.

Churry para todos
Casi al mismo tiempo que Blanco llegó un pibe de Ingeniero Budge que ya había sido campeón con Vélez. Se llama Jonathan Cristaldo, pero el lector experto en apodos lo reconocerá más fácil como Churry. Es él, teléfono mediante, quien oficia de chimentero: cuenta que la cresta de colores que se hizo Villagra es de película y, a lo Jorge Rial, agrega que Kity (nadie le dice Cristian a Villagra) tiene una novia ucraniana. Ella habla español, aclara, para que se entienda cómo fue posible semejante cruce.

Cristaldo usa la camiseta 21, la misma con la que apareció en Vélez a los 18 años. Y se asombra de los beneficios: dice que pudo elegir hasta el número de la patente del auto y de su teléfono móvil. Sobre todo está maravillado con algunas cuestiones que ahora pueden ser triviales pero que, cuando miraba la vida con ojos de ilusión allá en la humildad de Budge, sonaban imposibles: “Viajar en avión y conocer tantas ciudades”. Pícaro, extravertido, ambicioso. Así es Churry. “Al principio lloraba todos los días. A las 4 de la tarde se hacía de noche, no lo podía creer. En el primer semestre jugué cinco partidos nada más, pero pude hacer goles recién cuando empezó a salir el sol”, suelta, fresco. Toma mate amargo casi como si fuese un ritual, y vive con Morella, su novia. Aunque no están demasiado tiempo solos: “Siempre hay alguien visitándonos. Para ella es más duro; a veces espera a que llegue yo del entrenamiento para poder hablar con alguien”. Matan el tiempo estudiando idiomas: día por medio, aunque nieve a granel, él toma clases de ruso (el segundo idioma del país) y ella de inglés. Y disfrutan mucho de las benditas fechas FIFA, cuando el campeonato se interrumpe por dos semanas y el club les regala días libres. La última vez estuvieron en Roma. Mapita en mano, mucha caminata por las típicas postales y hasta algún argentino que lo reconoció. “Me gustó mucho Lisboa. Y en la próxima nos toca París”, cierra el combo.

Tiene contrato por tres años más, aunque ya hubo sondeos por él de clubes de ligas más importantes de Europa. Mientras, la va llevando con lo que le gritan los hinchas. “No entiendo nada, pero el otro día la profesora me contó que cantan algo así como ‘Cristaldo está adelanteeee’. Yo, por las dudas, siempre levanto la mano para saludar”, se ríe.

Imagen DESAYUNO en la impecable concentración del Metalist, con mateada y todo: Blanco, Sosa, Torres, Cristaldo y Torsiglieri. Solo falta Villagra.
DESAYUNO en la impecable concentración del Metalist, con mateada y todo: Blanco, Sosa, Torres, Cristaldo y Torsiglieri. Solo falta Villagra.
La banda sudamericana
El desembarco fue masivo. Los argentinos ya eran tres, pero en lo que lleva dar vuelta la página de un diario pasaron a ser seis. Ocurrió a mediados de 2011, antes de que empezara la nueva temporada. El objetivo era dejar de ser el eterno tercero, el que siempre es mejor que trece equipos de la Premier League ucraniana pero peor que el Dínamo de Kiev y el Shakhtar Donetsk (donde desde esta temporada juega Marco Ruben, el exdelantero de River). La apuesta incluyó, en una barrida veloz, a Juan Manuel Torres (Chaco, que venía de San Lorenzo), Marco Torsiglieri (llegó desde el Sporting Lisboa) y a la gran estrella: José Sosa, que sabía bien de qué se trataba jugar la Champions League (con el Bayern Munich) o pisar el competitivo calcio (con el Napoli).

Pero hablar de un equipo con perfil argentino es decir una media verdad. Porque a estos seis hay que agregarles seis brasileños, suficientes para armar lo que en Ucrania denominan “banda sudamericana”. Los encuentros entre unos y otros surgen con la misma naturalidad con la que un nativo se baja una copa de vodka para calentar las tripas. Hasta hacen asados, “pero con otro corte”, diferencia Cristaldo. “Taison es el que más habla español, parece cordobés”, retrata Blanco al delantero. Los otros cinco brasileños son Fininho, Cleiton Xavier, Marlos, Willian y Edmar. Este último lleva cuatro años en el club, es el pionero de los sudamericanos, y está nacionalizado ucraniano. A la lista hay que sumar a otro brasileño, pero que no entra a la cancha: Michel, el preparador físico, clave en el armado grupal.

“Cuando juegan Argentina-Brasil armamos algunas apuestas”, concede Sebastián, de nuevo hilo conductor de la nota. Otro de los temas de disputa es la música. Si lo dejan meter mano a Cristaldo, habrá cumbia; si el DJ es Sosa, se escuchará cuarteto. “Uno de los brasileños me decía una vez que estar siempre juntos es un problema, porque te aislás de los demás compañeros. Pero no es fácil”, razona quien lleva la camiseta 23.

Verlos juntos a los doce adentro de la cancha es imposible en el torneo local: la reglamentación exige que haya al menos cuatro ucranianos. Sí puede ocurrir que jueguen los seis argentinos a la vez: “Una vez pasó en Rumania, por la Europa League. Arrancamos todos como titulares”, recuerda Sosa.

Ese torneo, justamente, es la otra gran apuesta de la temporada actual; en la pasada llegaron hasta cuartos de final, y en esta arrancaron bien en el Grupo K, que comparten con Bayer Leverkusen (Alemania), Rosenborg (Noruega) y Rapid Viena (Austria).

Imagen EN LA nieve y bajo cero. Blanco, Torres, Torsiglieri, Cristaldo y el brasileño Taison.
EN LA nieve y bajo cero. Blanco, Torres, Torsiglieri, Cristaldo y el brasileño Taison.
Adaptarse es triunfar
La relación de los argentinos fuera de la cancha no es sólo entre ellos. Los que tienen pareja generan otro apartado: el de las novias que se hacen amigas a la fuerza. Por necesidad o afinidad, como sea, ellas hacen que a veces las comidas grupales se tornen multitudinarias. Y quien saca pecho de sus habilidades extrafutbolísticas es justamente Sebastián, uno de los solteros: “A veces invito a comer a casa, porque de chico quería ser chef y aprendí a cocinar. También limpio, lavo y plancho”, se vende. “Cocina bárbaro, te dan ganas de casarte con él”, acota Cristaldo.

Blanco vive solo, aunque a veces lo visitan sus padres y sus amigos. Y resulta paradójico que en ningún caso los argentinos compartan el edificio. La idea del club es que, más allá de todo, puedan interactuar con los demás. Tecnología mediante, todos viven conectados a lo que pasa en Argentina. Sebastián, por ejemplo, suele mirar los partidos del Torneo Inicial en vivo, aunque para él signifique despertarse a las cuatro de la mañana.

El Metalist les ofrece instalaciones deportivas de primer nivel, en las que se entrenan a la tarde para evitar las bajísimas temperaturas de la mañana. Eso en invierno, claro: en verano el termómetro puede subir hasta los 40 grados. El entrenador, Myron Markevich, dirige al equipo desde hace siete años. Su filosofía es confiar en el profesionalismo del jugador; por eso, algunos días a la semana los jugadores se entrenan de manera individual: llegan y eligen ir al gimnasio o practicar tiros libres, por ejemplo. Y después se van.
A la noche, la oferta se reduce bastante, si se compara con lo que les ponían delante las luces de Buenos Aires. Tanto que a la una de la madrugada los focos de las calles se apagan, para ahorrar energía. Y cruzar un parque es hacerlo literalmente a oscuras. Aunque, pensándolo bien, ¿quién querría pisar las veredas con un frío tal? Será como dice el Churry Cristaldo: “Yo lo tengo claro: si me adapté acá, puedo jugar en cualquier lado”.

CAPITAN JOSE
“Nunca me habia pasado”, cuenta el muchacho de Carcarañá. El que surgió en Estudiantes de la mano de Bilardo, el que fue vendido al Bayern Munich después de ser campeón con el Pincha en 2006 (en aquella final contra Boca). El que volvió un tiempo para tener chances de ir al Mundial de Sudáfrica, aunque no se le dio. El que pasó por el Napoli. Pero en ninguno de esos clubes, José Ernesto Sosa había sido capitán. Ahora sí.

Le toca a los 27 años, justo cuando Alejandro Sabella lo incluye seguido en las convocatorias para las Eliminatorias. “Creo que me eligieron capitán un poco por la imagen del club. Para ellos es muy importante que esté en la Selección, me lo hacen saber. Me pasa al revés que en otros clubes, acá me dan facilidades. Incluso una vez adelantaron un partido para que pudiera llegar sin problemas a una convocatoria”, detalla José, que vive en Járkov con su novia.

Cuenta que la capitanía tiene en Ucrania un valor diferente al que representa en Argentina. Allá no hay premios que ir a pelear con el presidente, por ejemplo: todo está arreglado de antemano. Sí le corresponde hablar con los compañeros antes de cada partido. “Me apoyo en Edmar, el brasileño que habla perfecto el ucraniano. Un día él no jugaba y yo no sabía qué hacer; al final hablé sólo en español, los otros no entendían nada”, se sonríe.

Ser parte de la Selección, además, lo convierte en fuente de consulta. Todos quieren saber de Messi, claro. “Me preguntan cómo es fuera de la cancha, esas cosas. Y más de una vez me dan camisetas para que se las haga firmar. Me pasó hasta con el director deportivo del club”, detalla.

La adaptación fue casi un chiste para el capitán José, de tanto argentino que anda dando vueltas en el Metalist. Entre todos, incluso, se las ingenian para mantener vivas las costumbres. “Una vez hicimos viajar a un tipo que vende yerba, dulces y cosas bien nuestras desde España a Portugal, cuando fuimos a jugar un partido. Se apareció en Lisboa con su camioncito cargado de productos. No le fallamos: se hizo un negoción”, apunta.

Por Andrés Eliceche. Fotos: AFP y álbum privado de Sebastián Blanco