Las Entrevistas de El Gráfico

1970. La estatua que habla

EL GRAFICO consigue una entrevista con uno de los mejores boxeadores de la historia, Jack Dempsey, mejor conocido como ¨El matador de Manassa¨, que peleó en 1923 con el boxeador argentino, Luis Firpo.

Por Redacción EG ·

16 de enero de 2019
Imagen El campeón arrollador. El ¨matador de Manassa¨, que llegó a la cumbre. El arquetipo que se prendió al gran recuerdo. Aquí está Dempsey de la historia grande, aquel de Firpo.
El campeón arrollador. El ¨matador de Manassa¨, que llegó a la cumbre. El arquetipo que se prendió al gran recuerdo. Aquí está Dempsey de la historia grande, aquel de Firpo.

 


¨Si, venga que lo está esperando¨. Cargué el tubo, salí a la calle, me resbalé sobre la nieve, me volví a incorporar y seguí, caminando, sin mirar a nadie, sin reparar en el frío, sin detenerme frente a las luces rojas que me querían frenar mientras avanzaba por Broadway. Es bocina aturde. Ese pitazo del policía no indica nada. Ese pechazo accidental no se puede prolongar en el disculpe. No. No era yo el que caminaba. No. Eran muchas cosas. Era la historia con olor a naftalina, pero con sonoridad de bronca. Era la leyenda que se metía en mis zapatos. Era la sombra de mi padre y yo sentado otra vez en sus rodillas para que me apabullara con la grandeza de Dempsey mientras me achicaba la figura de Joe Louis, pegada a todas las horas de mi infancia, en las tapas de los cuadernos, en todos los vericuetos de mi admiración ingenua. "Dempsey. Dempsey, Dempsey…¨

Otra bocina que se estira como una alarma de incendio. Otro pitazo policial que se pierde, tal vez amortiguándose en las maxífaldas gruesas del invierno neoyorkino. Ya llego. Esa es la puerta...

Y está ahí. Se incorpora, me da la mano, y pide café. Se deja caer en el sillón, mientras lanza una bocanada de reconocimiento, a través de las volutas de su grueso cigarro. No tiene edad, aunque en junio cumplirá 75 años. No tiene pasado. No es ayer, ni hoy ni mañana, Es Dempsey, un hombre, quizá un cuadro que tiene vida, quizá una estatua que hace el milagro de decir. Lanzo otra bocanada mientras me obsequiaba un aprietabilletes de metal, con su firma grabada. Yo me refugié en el sorbo de café para recorrer el cuadro, para examinar el estado de la estatua. El cabello casi blanco, tirado hacia atrás, firme, como las sogas de un ring puesto a punto, Las orejas, grandes, están sanas, como si nunca hubiera sabido de peleas. Se levantó un instante y toda su figura pareció movida por un toque fresco de agilidad. Lo que más resalta es la vivacidad de la mirada, el vaivén de los ojos inquietos, suaves, hartos de contemplar todos los vaivenes de la vida, definitivamente buenos a fuerza de comprender a los humanos en el largo ejercicio de sus quince lustros.

¿Por dónde empezar?... ¡Pobre de mí en esta apertura del reportaje 5.000 que le habrán hecho en su vida!... , ¿Qué puedo decirle? ¡Que poco me siento ante este ilustre abuelo juvenil que tengo a mi derecha!

La voz de Dempsey articula una frase. No sabe de énfasis. No sabe de actitudes graves. Nunca dice sí o no de un modo terminante. No entiende de enojos. Eso lo sabría después, cuando nos despedimos. En aquel instante de la primera pregunta sólo me quedé con la tranquilidad de su ofrecimiento: "Pregunte lo que quiera, Tengo una hora para usted..."

Es la antesala del choque Frazier-Ellis, y me permito llevarlo en el primer instante del diálogo a su gran noche consagratoria, a aquel 4 de julio de 1919 —cuando EL GRAFICO apenas tema un mes de vida—, en que noqueo en tres rounds a Jess Williard, en Toledo, y logró la corona mundial de los pesados.

El cigarro juega entre los dedos. La respuesta sale empapada de melancolía: "Pensé en mi casa, en Utah: en mi madre, irlandesa, que seguramente estaba rezando. La llamé por teléfono para darle el resultado. Mi hermana estaba tocando en el violín una melodía preferida por mí: «Beatiful Ohio», y me confesó que lo hizo ininterrumpidamente, para darme suerte, Después fui a ver a Williard. Tenía los ojos cerrados y el rostro hinchado. Me contaron que al llegar al camarín cayó al suelo murmurando: «Dios mío, Dios mío». La visera de la gorra le cubría casi los ojos. «Olvide esto. Jess. Es cosa del juego. No podíamos vencer los dos. A usted le queda mucho por delante». Me metí en el boxeo por mi abuelo, «el gigante Dempsey», que era conocido como el Goliath de Tennessee. Empecé a trabajar en una granja, y más tarde en las minas de carbón. Me hice boxeador también por necesidad. En un café del pueblo se hacían peleas especiales, mientras la concurrencia aplaudía y tomaba copas. El que ganaba tenía derecho a pasar el sombrero..., y había que ganar".

Imagen El nacido en el Estado de Colorado tiene un récord de 83 peleas con 65 victorias, 6 derrotas y 11 empates.
El nacido en el Estado de Colorado tiene un récord de 83 peleas con 65 victorias, 6 derrotas y 11 empates.


En la pared del restaurante de Broadway 1619 está el gran cuadro de su pelea con Williard, enorme, dominando la sala desde su brillante colorido. Dempsey en posición de ataque. Williard, vencido.

Sigue hablando. Para qué detenerlo, para qué reclamarle una hilación formal que le puede quitar sabor a la nota. Siga, siga, "matador de Manassa" (allí nació, en ese pueblo de Colorado). Siga con la cordialidad y con la buena memoria de su confesión mansa: "Hay muchos que se quejan del boxeo. Yo le tengo una gratitud enorme. Gané millones de dólares; tal vez cinco en la década del 20, pero nunca me preocuparon las cuentas. Me importó el público, ese coro de 80.0000 personas que me alentó tantas veces. Allí me sentía mejor que cobrando. Mucha gente se pregunta qué se necesita para ser campeón del mundo, y entiendo que hacen falta tres cosas: 1) saber recibir; 2) saber pegar; 3) tener ganas de llegar y demostrarlo. Hay algo que me enseñó el ring: NO SE VUELVE NUNCA."

 

Allí estaba él. La noche anterior nos aturdimos de copas esperándolo en ese mismo mostrador, pero la comodidad de la estufa y los cinco grados bajo cero lo refugiaron en su casa. Ahora es el gran anfitrión, generoso, llamando a la camarera para que vuelva a llenar las tazas, ofreciendo su famosa torta de queso para que la probemos. "¿No la conocen? Es la especialidad de mi casa. Nadie llega a Dempsey's sin llevar una torta de queso. Ven, Mary, acércate, por favor..."

— ¿Qué opina del combate de la computadora entre Clay y Marciano?

(La carcajada, la mano derecha golpeando sobre el muslo, como si le hubiera hecho la mejor broma del día.)

—Eso es una burla. La computadora da el resultado de acuerdo con las tarjetas que le suministran. Una máquina sólo dice lo que quieren decir los humanos que la manejan. Y si en alguna otra actividad puede dar algún resultado, en boxeo no sirve para nada. ¿Qué máquina puede marcar el temor de un boxeador?... ¿Qué máquina puede medir lo que realmente siente cada uno en el fondo de su espíritu cuando suena la primera campana y se cierran los labios para que hablen los puños? No vi la película ni me interesa.

Imagen En julio de 1919 se consagró campeón del mundo de los pesos pesados al derrotar a su compatriota Jess Williard.
En julio de 1919 se consagró campeón del mundo de los pesos pesados al derrotar a su compatriota Jess Williard.


— ¿Sintió temor por alguno?

—Los respeté a todos. Había uno que no quería enfrentar; la verdad es que lo evité en todo momento: San Langford. Era más chico que yo, pero se me metió en la cabeza que podía noquearme. Con Harry Wills no ocurría lo mismo. Se habló mucho de que le rehuía a "La Pantera Negra", pero no era verdad. Al que miraba con reserva era a Langford.

— ¿Qué recuerdos tiene de Joe Louis?

—Pegaba fuerte, pero no aguantaba. Buen campeón y un buen muchacho.

— ¿Y Cassius Clay?

—Un buen boxeador. Pero ya ha dejado los rings por demasiado tiempo. Pienso que fue un buen boxeador...

— ¿El más duro que usted enfrentó?

—Jack Sharkey, era una mula cuando pegaba.

— ¿Qué opina de esos 14 segundos que Tunney estuvo en el suelo, según muchos, y que le hubieran permitido a usted seguir reinando?

—Esa es una buena anécdota para mis amigos. Yo sé que lo tiré en el séptimo round, pero que la cuenta oficial no llegó a diez. Supe ganar el título y también supe perderlo... ¿Verdad que es muy buena la torta de queso?..."

Imagen El abuelo juvenil de 74 años. El de los cinco habanos diarios. El que muestra los ojos húmedos cuando nombre a los cinco nietos. El personaje de la voz mansa, el sabio.
El abuelo juvenil de 74 años. El de los cinco habanos diarios. El que muestra los ojos húmedos cuando nombre a los cinco nietos. El personaje de la voz mansa, el sabio.


Estamos al lado de la puerta. Los que entran y los que se van, todos el saludo, y todos reciben el "gracias" de Dempsey. Tiene a mano cien tarjetas para autografiar. Ese es el negocio... y al negocio hay que atenderlo. Pasa Foreman, el rival de Peralta, y lo saluda tímidamente. Se va al fondo, a comer solo, tal vez buscando en ese templo de un grande las fuerzas necesarias para alimentar un sueño de campeón que por ahora apunta débil.

—Señor Dempsey, ¿hay una decadencia en el boxeo?

—Creo que los campeones de antes tenían mayor experiencia. Pienso que ahora se llega más rápido a la consagración. Antes sobraban sparrings fuertes, potentes. Uno les daba y ellos respondían. Si el sparring no da trabajo no sirve, es tiempo perdido. Y pienso que en este aspecto hay una diferencia en favor del tiempo viejo...

— ¿Cómo ve a Frazier? (Descartaba su triunfo).

—Es joven, fuerte, y tiene la llama prendida. Es el mejor pesado de este momento. Los dedos largos buscan algo en la billetera. El habano ("fumo cinco o seis por día, demasiado para mi edad") queda en el cenicero. Los ojos se encienden. "Esto también es mi vida, aquí están los cinco nietos". Habla de los cinco nietos, de sus dos hijas, de su hermana de 90 años. Y punto. En el pasado queda, según el testimonio de otros amigos que conocimos en el bar del restaurante, una vida sentimental que algunos compararon con la de Chaplin en su arranque. El primer casamiento con Maxirne Cates, una mucama de Utah, cuyo ropaje humilde estaba a tono con el overol gastado del minero. La segunda se acercó al campeón en la época esplendente, cuando iba a Hollywood y se sentaba a la misma mesa con Glcria Swanson, Ramón Novarro, Norma Talmadge, y entre otras más: Estelle Taylor. Cuando salieron de la iglesia, en 1925, alguien comentó: "Ahí va el gigante encadenado a un lirio". La tercera señora fue una bailarina, Hannah Williams. Se casaron en 1933 y le dio dos hijas... Tal vez una cuarta. Pero no me interesa. Sólo recorro la versión de aquel amigo de Dempsey que la noche anterior entre whisky y whisky quiso abordar ese tema. ¡Cómo tocarlo en esta charla!... ¿Para qué traer un motivo que pueda ensombrecer el blanco límpido de la estatua que tengo a mi lado?

¡Que siga hablando de sus cinco nietos con ese orgullo lacrimal con que hablan siempre los abuelos!... ¡Quesiga hablando de sus vacaciones en Los Angeles, al lado de sus hijas!... ¡Que siga mencionando su afición por el béisbol, el rugby americano y las carreras de caballos que llenan las horas de ocio del glorioso retirado!... ¡Que se emocione a gusto cuando le pregunto por su padre y me dice que se llamaba Hyrun, que era maestro de escuela, "el más bueno de Ios hombres", y se queda mirando el gran cuadro de su pelea con Williard como si en ese instante lo descubriera!

Imagen Una hora para EL GRAFICO. Una hora donde las preguntas tuvieron respuesta. Una hora con la presencia de dos amigos, Jorge Villarino y Antonio Marcilla, en una tibia mesa del restaurante de Broadway 1619.
Una hora para EL GRAFICO. Una hora donde las preguntas tuvieron respuesta. Una hora con la presencia de dos amigos, Jorge Villarino y Antonio Marcilla, en una tibia mesa del restaurante de Broadway 1619.


Hola, Jack!... ¡Suerte, Jack!.. . ¿Qué tal, Jack?..." El desfile de los que llegan y los que se van secentraliza en él, como si nadie pudiera sentarse a la mesa ni ganar la calle sin detenerse frente a Dempsey, come si pasaran frente a un altar. Y llegamos al gran tema. Vamos a la pregunta que él sabe que llegará inexorable porque venimos de la Argentina, y que dejé para la parte final porque era la más importante que traía. Si, vamos a la noche del Polo Grounds, a aquel 14 de septiembre die 1923, cuando no había nacido, pero que llegó a ser cosa vívida en mí con el machacar de los re-latos, con la discusión eterna, con aquellas ediciones falsas anunciando el triunfo de Firpo que se amasaron con la ilusión y con las informaciones contradictorias del primer momento. Vamos los dos hacia aquella jornada clave que agitó por primera vez a Buenos Aires, adormecida entre tangos y gambetas, para que el país entero le tirara un pial a la estrella distante de una corona mundial y durante tres minutos sintiera el lazo firme, como si la estrella buscara el colchón de la pampa para hacerse criolla.

"Yo no creía en Firpo. Lo consideraba un fortachón, un muchacho animoso, pero nada más. Y es bueno recordar una anécdota: cuando era casi un desconocido vino a verme y me confesó que alguna vez me enfrentaría por el título mundial. Me resultó simpático, decidido, pero en mi interior no le di ninguna trascendencia a su afirmación. Tex Richard hizo el combate tiempo más tarde. Firpo le había ganado a Williard y todo quedó listo para el choque. Pensaba que no me podía durar más de un round. Y con esa idea salí a combatir. No sé cuántas caídas tuvo Firpo, algunos hablan de cuatro y otros llegan a nueve. Lo que sí recuerdo es que cuando quise sacar un hook de izquierda me sacudió con una derecha que me aturdió. Vi muchos Firpo a partir de entonces y mi problema era elegir al verdadero. Seguí así ese primer round, sin saber dónde estaba, pero tirando golpes por instinto y acertando varias veces. En una de las caídas pasé por sobre su cuerpo. En Otro momento —el que a usted le interesa, me dice con una sonrisa— fui llevado contra las cuerdas, me rozó con una mano, creo que la izquierda, y con el impulso de su torso terminó por arrojarme fuera del ring. Caí sobre los periodistas, quise tomar la primera cuerda, pero se me escapaba. "Echenme al ring, échenme al ring", grité. Y me empujaron. En el rincón, una vez terminado el asalto, le pregunté a Doc Kearns, mi manager, en qué round estaba: "Viene el segundo", gritó. Jerry, El Griego, otro de los ayudantes, me animó con las sales y salí más entero. Ya estaba convencido de que la pelea era mía. Ataqué, ataqué... y saben el resultado. Siempre respeté a Firpo y tuve el gusto de volverlo a encontrar en mis visitas a la Argentina. Fue un gran campeón y me dio una lección importante: yo no era invencible y también podía perder. De los 400 mil dólares que cobré esa noche —Frazier y Ellis cobraron 150.000 dólares cada uno en 1970— aparté 200.000 y los distribuí en distintas inversiones. Esa pelea tiene para mí el mismo gran recuerdo que para ustedes... Firpo era un verdadero toro..."

Imagen No es una irreverencia nuestra. Fue simple ocurrencia de Dempsey. Y que se tome como tal. Es el testimonio del reportaje para ustedes y una foto para nuestro álbum.
No es una irreverencia nuestra. Fue simple ocurrencia de Dempsey. Y que se tome como tal. Es el testimonio del reportaje para ustedes y una foto para nuestro álbum.


Otro café. Café y habanos buenos. Café, la sonrisa, los ojos viboreantes. Café, la calma sabia, la entrega al reportaje.

Los nietos. Las dos hijas. El afán de no hacer comparaciones que aclara una vez más: "Cada uno debe haber sido bueno en su tiempo; yo pienso que fui un campeón como tantos, aunque quizás el público me quiso como a pocos y a su apoyo le debo todo lo que fui..."

Son las dos de la tarde y el auto espera a Dempsey para llevarlo a su casa. Volverá sobre las ocho de la noche para estar dos horas en su negocio, para consumir los tres puros que le faltan en su cuota diaria, para seguir firmando autógrafos, para seguir su sonriente ejercicio de la vida.

Salimos a Broadway. Le decimos que tal vez sea el más importante momento que nos ha tocado vivir en el periodismo, por ser quien es, por estar tan ligado a recuerdos íntimos de la infancia, y que ha sido el más humilde de todos, el más sencillo de todos los entrevistados que nos han soportado. Y sonríe, con los labios y con los ojos, como si yo fuera otro nieto. Nos pide que armemos la guardia. Nos levanta un brazo en otra. Nos pasa una mano alrededor del cuello para una tercera foto de Marcilla.

El auto arranca. La mano pecosa, anillada, emerge a través del cristal: "Vuelvan pronto".

Marcilla apura: "Nos espera Joe Giardello, y después tenemos que ver a José Torres, tenemos que apurarnos..."

Sí, ya vamos. Sí, hay que seguir la tarea. Es otra Broadway la de este instante. El arquetipo del boxeo estuvo con nosotros. El "matador de Manassa" nos obsequió su café, su casa, pero más allá de todo, su enorme grandeza humana.

¿Qué les puedo decir a ustedes? Apenas que contemplé un cuadro y la figura salió de la tela, sonrió y se sentó a mi derecha. Apenas que me acerqué a una estatua y la estatua me habló y entonces me brotó una lágrima.

¿Quién es este tipo?

Nadie. No existe. No es ayer ni hoy, ni mañana. Dempsey, nada más que un tal Dempsey.

 

Por EL VECO (Enviado a Nueva York).

Fotos: Antonio Marcilla