Anónimos reconocidos

Paco Cabasés, cien años de compañía

No es una novela ni la escribió García Márquez. Es una hermosa historia de amor protagonizada por el histórico intendente de Talleres de Córdoba y su club, una vida centenaria caminando juntos. Además de darle nombre a su estadio, fue jugador, dirigente, cuidador en la pensión y hasta robó gas por su club.

Por Diego Borinsky ·

26 de mayo de 2017
Imagen Vestido de gala, frente al mural de su hogar, tapizado de Talleres.
Vestido de gala, frente al mural de su hogar, tapizado de Talleres.
Lo de Mirtha, un poroto.
O mejor dicho: los 90 años de la señora Mirtha Legrand celebrados con tanta pomposidad mediática, a los 100 que pronto serán 101 de Francisco Cabasés Prats, no le hacen ni cosquillas.

Paco Cabasés es ciudadano ilustre de la ciudad de Córdoba y una institución de Talleres de dicha ciudad. Es su historia viva, y pocas veces una frase tan trillada cobra valor en el sentido estricto de la palabra: si la T nació en 1913 y Paco en 1916, técnicamente podemos afirmar que han recorrido toda una vida juntos.

Jugador, utilero, intendente, cortador de pasto, integrante del Consejo de Fútbol, encargado de la pensión, anfitrión, cazatalentos, robador de gas, director de la hinchada, presidente honorario, socio N° 1. Paco llena el formulario completo. Y también con un par de anexos inéditos. Hizo de todo en su amado club, difícil encontrar un caso similar. Ni hablar de que tenga sobre el lomo 100 pirulines.

“Tenés sangre azul de verdad”, lo saludó en ocasión de su centenario Roberto Marcos Saporiti, DT histórico de Tallares, en Viva la Radio, el popular programa de Rony Vargas de Cadena 3. “Recuerdo que nos cuidabas en la pensión del club, te quiero mucho viejito”, se sumó La Chanchita Daniel Albornos. “Sos una eminencia para todo el mundo Talleres, qué alegría tenerte, un orgullo haberte conocido”, no se la quiso perder el Cholo Guiñazú. “Lo vi por primera vez cuando vine al club en el 81 –recordó el Negro Baley, campeón mundial con la Selección–, participé de varios de sus cumpleaños, toda la gente albiazul lo aprecia y quiere”. En los saludos no podía faltar “el” Daniel, claro, Daniel Willington: “Fue a buscar a mi viejo con tanta fe cuando yo apenas tenía 4 años... Mi viejo no me quería poner en el equipo y él le dijo que me pusiera”. El otro Daniel, su discípulo, el Rana José Daniel Valencia, otro campeón mundial del 78, no podía faltar: “Un gusto poder felicitar a Paquito, las palabras están de más, ojalá lo tengamos muchos años más”. El Flaco Gareca, DT que sacó campeón de la Conmebol a la T, se prendió desde Perú: “Es un orgullo haberte conocido en todo aspecto, Paco, siempre nos facilitaste las cosas, quiero sumarme a este homenaje, sos de las personas más importantes que he conocido en el fútbol”. Y Andrés Fassi, el presidente de la refundación de Talleres, lo ensalzó con énfasis: “Usted representa toda esa fuerza moral, esa vitalidad institucional que tiene Talleres, quiero agradecerle mucho todo lo que ha hecho en estos años, con esa enorme pasión que lo caracteriza y pedirle una gran bendición a Dios que en estos próximos 100 años le dé mucha salud y alegría”.

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Semejantes palabras del universo tallarín nos sirven como antesala para ir conociendo al personaje que en breve nos recibirá en su hogar de Barrio Jardín, como no podía ser de otra manera, a dos cuadras de La Boutique, el estadio de la T: bajando por Avenida Talleres y doblando media cuadra a la derecha en la calle Bruno Tapia. No sabremos si La Boutique es el patio trasero de su hogar, o su hogar es un anexo más del estadio. ¿Se puede saber, acaso?

La dimensión final la retrata un símbolo de la vereda opuesta, Juan Carlos Olave, quien en febrero del año pasado, cuando el hombre sufrió una isquemia que lo mandó a boxes (terapia intensiva) lo saludó con emotivas palabras: “Que Dios lo bendiga, Don Paco, y que tenga una pronta recuperación. Su humildad, su sencillez y su honestidad le hacen muy bien a un mundo que necesita más ejemplos como el suyo”.

Ejemplos como el suyo. Bien, ya podemos entrar a su santuario.

Honrar la vida
“Estamos dados a Dios y cuando nos llame, hacia allí iremos, pero mientras tanto haremos fuerza para seguir prestándole servicios”. Paco da la bienvenida con una de sus frases de cabecera. Nos recibe apoyado en un andador que usa desde hace un año (¿dónde hay que firmar para estrenar andador a los 99?), y que no le impide ir a la cancha a ver a Talleres, así juegue a dos cuadras de su casa o en el Kempes, después de que su hija nos hace ingresar por una especie de garaje que no tiene autos. De entrada, impacta el mural que envidiaría el museo del mismísimo Santiago Bernabéu. Una pared de unos 10 metros, bien alta, tapizada de cuadros con camisetas, fotos y recortes de diarios que incluyen hasta la travesía de Talleres al cruzar los Andes en 1923, en su primera gira al exterior. Paco se sienta en una silla de plástico azul, que fue butaca de La Boutique antes de la remodelación; una chapita de bronce así lo corrobora. Se siena y habla Paco. Y lo hace con fluidez, aunque uno deba prestar suma atención para luego no tener ganas de estrellar el grabador contra el piso. Está muy lúcido Paco, el hombre que lo vio y lo vivió todo de un club centenario.

“Nací un 24 de junio de 1916 en Chabás, al sur de la provincia de Santa Fe. Soy hijo de padres catalanes; Dolores Prats Cabasés, mi madre, tuvo 11 partos, los 11 asistidos por ella misma. Era de Menarguens, sobre el río Segre, yo he vivido en Lérida, y todavía sé hablar catalán”, anuncia orgulloso, y enseguida pasa a encadenar frases en la lengua que aprendió de pequeño, para no pasar por cuentero. “Mi papá era un aventurero tremendo, muy andariego. Vino a la Argentina buscando a un hermano de mi abuelo, Jaime Prats, que fue el primer presidente de la comisión de fomento de Chabás. Hay un pueblo en Mendoza que hoy lleva su nombre. También se escapaba de España, porque había un descontento terrible con él cuando se casó con mi mamá, era medio calavera, le gustaba tirar las cartas. Ya en la Argentina se consiguió un campito en Chabás, y allí nací yo”, repasa de corrido.

Imagen Matías Bustos, el hincha que se tatuó a Paco.
Matías Bustos, el hincha que se tatuó a Paco.
Con solo 3 años, la familia Cabasés Prats decidió pegar la vuelta a España, con la ilusión de comprar una fábrica de azúcar. Iban con monedas de oro, pero las cosas no funcionaron y volvieron para tratar de hacer nuevamente “la América”. Aquí, su padre encontró la oportunidad de ejercer como transportista. Entre carga y pasajeros, eligió carga y arrancaron con unos camioncitos chicos haciendo la ruta Rosario-Córdoba, el calvario de explorar senderos polvorientos, vírgenes en su mayoría. En 1932, con apenas 16 años y permiso de la Municipalidad, Paco ya se le animaba a semejantes volantes. Escucharlo es como presenciar una clase magistral de historia ciudadana, de usos y costumbres que se han perdido y que exceden largamente al fútbol. “No se imagina lo que era el mundo, lo que ha cambiado, esos viajes eran como una expedición al desierto, pero aggionarse es muy importante”, razona, con una terminología que llama la atención. “Estaban los prostíbulos, cosas necesarias para todo el mundo -admite, sonriente-, íbamos a los bailongos, hemos estado varias veces guitarreando en Cabeza Colorado, donde sonaba el bandoneón de Ciriaco, todo esto fue lo primero que conocimos, pura milonga. Después me casé con una hermosa chica de Córdoba, su padre era muy radical y me hizo radical a mí. Todavía tengo guardada la primera libreta de enrolamiento, una joya es, está la escarapela nacional, el escudo, y todos los derechos del ciudadano y mis votos desde 1935, una libreta con todos los votos, que son radicales. Todos”.

En sus comienzos, Paco dormía en el camión, y también jugaba a la pelota. Lo hizo en el Club Atlético Pascanas, en Corralense y en Chañarense. Un domingo fue a ver a Tallares a una cancha de la liga frente al Hospital Español y luego lo invitaron a un bar donde se reunían sus hinchas. Fue amor a primera vista. Y para siempre. En 1944 empezó como canchero de La Boutique; hoy, el estadio lleva su nombre. En el medio, hizo de todo: hasta conexiones clandestinas de gas. “Fue en los años sesenta –sitúa–, los jugadores se bañaban con agua helada y en un momento dijeron que si no había agua caliente, no se entrenaban más. Nos habían cortado el gas por falta de pago, así que un día fui a la entrada y armé una conexión del vecino. Me vio un señor de la empresa y me preguntó qué estaba haciendo. ‘Robando gas’, le contesté, y lo invité a tomar un café y le lloré tanto la carta que al final me dejó el gas gratis”. Y nos parece ver un brillo especial en los ojos de Don Paco.

-¿Talleres le pagaba por sus servicios?
-No, nunca me han pagado, hasta ahora, que me dan una beca. Yo fui presidente de la Subcomisión de fútbol profesional muchos años, tenía relaciones con todos los jugadores. En esta casa donde estamos se compraron y vendieron jugadores, la Comisión Directiva se reunía acá. Se han hecho peñas, asados, mi señora zurcía las medias de los jugadores. Yo traje a Atilio Willington, el padre de Daniel, desde Santa Fe. Después, le jugaba penales al Daniel, le apuntábamos al travesaño. Luis Galván vino de Santiago del Estero y lo compramos en esta casa. El Hacha pasaba por aquí. “Esta casa” a la que se refiere Don Paco es la que construyó en el terreno que compró en 1940. Imaginemos…

¿Historias? Muchísimas. Recordamos un par. Algunos jugadores de aquel equipazo de los 70, como Angel Bocanelli, aún le reprochan por qué no cortó la luz en la final del Nacional 77 que le ganaban 2-1 a Independiente con tres hombres más. Como todo intendente, Don Paco tenía la llave maestra para dejar La Boutique en la oscuridad absoluta, aunque nunca se hubiera permitido utilizarla. Por más amor a Talleres que profesara. Otra: en 2012, cuando la T chapaleaba en el barro del Argentino A, una tarde en un Kempes a reventar, su equipo perdía 2-1 con Ramón Santamarina y los hinchas silbaban a sus propios jugadores. Don Paco entró, vestido de gala como para esta producción de El Gráfico, camisa blanca, corbatín azul, prendedor a la altura del corazón, con el bastón de apoyo que usaba antes de pasar al andador, y le pidió aliento a la hinchada. Con una mano revoleaba el saco a lo Sole y con la otra el bastón, haciendo de director de orquesta. “Ponelo a Paco la puta que te parió”, se pone a canturrear hoy, con sonrisa pícara, recordando lo que entonaba entonces la gente.

Imagen Apoyado en su andador, frente a La Boutique, el estadio de la T.
Apoyado en su andador, frente a La Boutique, el estadio de la T.
A comienzos de 2016, como contábamos, la pasó mal. Luego admitió en el diario Día a Día, remarcando su filosofía de vida: “Pensé que se me había acabado la nafta, que llegábamos al final, pero acá estamos. Uno siempre tiene que pensar en el bien, y alejar los pensamientos de que algo malo le va a pasar, hay que vivir la vida. Creo en Dios y en que las buenas acciones siempre vuelven”. Hasta ese momento, era común que se lo viera en el gimnasio del club acompañando a los futbolistas con su rutina de cinta y bicicleta. Unos meses más tarde, cuando Talleres preparaba su histórico retorno a la Primera División, Paco hacía fuerza desde su modesto lugar: se lo observaba con una particular combinación de barba y bigote, que no eran un canto a la elegancia. “Y bueno, todos tienen una cabulita”, aceptaba, y aseguraba que tenía que apagar la radio cada diez minutos. “No lo resisto, me empiezan a doler la cabeza y las piernas si no lo hago”, detallaba este hombre que, sin dudas, lleva a Talleres bien adentro.

Paco confiesa que nunca ha fumado, que cena diversas frutas bien revueltas con sal, vinagre y aceite, que al mediodía se puede mandar una costillita de cerdo y si tiene antojo, tampoco hay problemas con entrarles a unas papas fritas, y que todos los días se toma un vasito de vino rebajado con soda. Antes de la despedida, llama a su nieta Jimena, de 15 años e hincha ¡de Belgrano! para que le acerque unos recortes. Y luego nos pide que lo acompañemos a su habitación, síntesis de la modestia –acorde a su modo de andar por la vida–, decorada con testimonios prediluvianos. Y nos regala una especie de señalador-estampita con su foto y la del Papa Francisco. Y la frase de un poeta que adoptó como propia: “Este mundo es un rodar donde rueda nuestra suerte. Vamos arriando la vida hasta topar con la muerte. Honrar la vida”.

Honrar la vida, como dice la canción. Gracias, Paco.

Por Diego Borinsky / Fotos: Nicolás Aguilera y Familia Cabasés

Nota publicada en la edición de abril de 2017 de El Gráfico