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Rodrigo Palacio: Fuoriclasse

Después de tres años en el Genoa, llegó a un grande de Italia y se convirtió en figura estelar del calcio. Aunque es casi imposible escucharlo en una nota, se abrió en esta charla con El Gráfico en la que repasa su carrera, cuenta su experencia rodeado de argentinos y cómo esquiva la nostalgia siguiendo a Boca a la distancia.

Por Redacción EG ·

15 de diciembre de 2012
Nota publicada en la edición de diciembre de 2012 de El Gráfico

Imagen POSTAL frecuente la de Rodrigo festejando un gol. Lleva 10 en 13 partidos, en su estreno en el Inter.
POSTAL frecuente la de Rodrigo festejando un gol. Lleva 10 en 13 partidos, en su estreno en el Inter.
Pasó una semana de la entrevista. Mañana, domingo, Rodrigo Palacio marcará de cabeza su décimo gol de la temporada para el Inter, en apenas 13 partidos. Pero ahora, sábado a la nochecita en Milán, lo preocupa otro asunto; activa el manos libres de su teléfono móvil para dejar un mensaje. Detrás de su voz, se percibe el sonido universal del tránsito. Rodrigo está manejando: “Hola, me quedé pensando en la pregunta que me hiciste sobre los jugadores que me sorprendieron al llegar acá. Me di cuenta de que no te nombré a Handanovic, el arquero. Es el mejor que tuve como compañero. Es seguro, tiene una personalidad fuerte y te hace ganar partidos. Sabía que era bueno, pero no pensé que tanto. Bueno, eso”.
Además de su carácter amable, el llamado confirma dos cosas más: a) Palacio es detallista al extremo; y b) Palacio es futbolero al mango.

El inciso b) había quedado claro durante la charla. Rodrigo, instalado hace cinco meses en la meca de la moda italiana, vive atento a aquellas ropas que se puso de pibe: llama a sus amigos que todavía juegan en Bella Vista para saber del club bahiense (ver aparte), bucea en la web para saber qué pasa con Huracán de Tres Arroyos, mira los resúmenes de los partidos de Banfield y, si puede, sigue en vivo a Boca. Entre una cosa y otra, se las arregla para vestirse de figura más destacada del Inter en el tramo inicial de la temporada, su primera en un club acostumbrado al acento argentino. Un club, además, al que el muchacho de colita en el pelo marca registrada le encuentra fácil un parecido. “A Boca, sí”, compara. “En todo: en lo grande que es como club, en la cantidad de gente que está pendiente del jugador, en la fiesta que se arma con la gente en cada lugar de Italia que visitamos. El Inter es un grande en toda Europa”. Su llegada allí, al cabo, fue el final de un anuncio que llevaba más que el transcurso de un mercado de pases: “El año pasado se había dado la posibilidad, pero estaba muy cómodo en el Genoa, no tenía ganas de irme. Pero en la última temporada la pasamos mal, peleamos para no irnos al descenso y cuando volvieron a buscarme, me decidí”, cuenta, natural.

Y ahí está, viviendo cerquita del Giuseppe Meazza con Wendy, su mujer, y Juana (dos años y nueve meses), que entra y sale de la habitación para demandar la atención del padre mientras éste conversa con El Gráfico. “Hacemos vida casera, mirando mucho canal de dibujitos animados, jeje. A veces salimos a cenar, acá el fútbol es una pasión, pero no tanto como en Génova, donde todo está más concentrado, y los hinchas son muy fanáticos. Puede pasar tranquilamente que vaya por la calle y que no me reconozcan”, marca distancias con su experiencia anterior. El ahora, seguro, le gusta más: a Rodrigo nunca lo estimuló la exposición, siempre navegó más cómodo pegado a su perfil bajo.

El contexto dio un giro grande: en el Genoa tenía que tirar el centro e ir a cabecearlo; le alcanzaron tres años en ese club para convertirse en símbolo del equipo. A tal punto que cuando aparecieron los primeros comentarios sobre su posible venta, un grupo de hinchas genoveses abrió un perfil en Facebook llamado “Palacio non si tocca”. En el Inter, aunque parezca raro, el impacto se redujo: a pesar de que la repercusión es mayor, la marquesina está repleta de apellidos que podrían ser cabeza de compañía en cualquier otro club del calcio. “El plantel está lleno de monstruos”, ratifica, “pero el que más me sorprendió fue Cassano. Tiene una visión de juego impresionante. Además, es un personaje fuera de la cancha, se la pasa haciendo chistes”.

—¿Y de los argentinos quién te llamó la atención?
—Ricky Álvarez. Tiene un físico grandote y la habilidad de un chiquito. Es al que menos conocía, por la edad. Sólo lo tenía visto por televisión.

Imagen BALANCEO perfecto para mandarla a guardar. Velocidad y simpleza.
BALANCEO perfecto para mandarla a guardar. Velocidad y simpleza.
La respuesta da pie para entrar a ese vestuario al que definirá como “uno de la ONU”. “Hay muchos sudamericanos (además de los argentinos, están el colombiano Freddy Guarín y los uruguayos Álvaro Pereira y Walter Gargano), un japonés (Nagatomo), muchachos de otros países de Europa… Me encontré con un grupo con hambre de ganar, eso me gustó de entrada. Se escucha música, pero yo aporto el oído nomás, no soy de proponer. Y corre el mate, en especial por Walter (Samuel)”, describe. Allí, en La Pinetina, donde se entrena el Inter, su período de adaptación se acortó gracias a tantos DNI iguales al suyo. “Nunca compartí plantel con tantos argentinos, acá somos siete. En Genoa nunca fuimos más de tres. Y últimamente sólo dos, y al otro me lo cambiaban cada seis meses. Estuvieron Franco Zuculini, Lucas Pratto, Belluschi, Boselli…”, enumera.

Llegar fue hacer piña enseguida con Matías Silvestre, otro recién arribado, y amigo desde la época en que coincidieron en Boca. Con él comparte la habitación las noches previas a los partidos. Con Diego Milito, su vecino en la ciudad, viaja en el mismo auto a las prácticas. Pero el que más lo asombra es Il Capitano, como la prensa italiana llama a Javier Zanetti. “Es un fenómeno. Yo sabía cómo se manejaba con los que llegan, pero lo que hace supera todo, se preocupa por todos los detalles. Es una gloria del Inter, te das cuenta cuando viajamos y ves cómo lo reciben. Y tiene una humildad enorme, si lo ves cómo se entrena, cuánta garra le pone, no te podés quedar atrás. Eso lo hace más grande”, elogia a quien, a esta altura, tiene más partidos jugados en el Inter que el Inter mismo.

Los escalones, de a uno
Rodrigo mastica las ideas pausadamente. Llegó a la élite de un club europeo recién a los 30 (el 5 de febrero cumplirá 31), después de subir los peldaños de su carrera con mucha paciencia. Siempre de a uno por vez. Cuando revisa la película de su vida, va de secuencia en secuencia. No hay saltos temporales en su relato. Los golpes de efecto no son lo suyo. “Si me lo preguntaban cuando jugaba en Bella Vista, jamás hubiese imaginado llegar tan lejos en el fútbol. Arranqué muy de abajo, jugué en la liga local y en el Argentino B en mi club y en la B Nacional con Huracán de Tres Arroyos. La tuve que pelear, no es que hice las inferiores en un equipo grande y después debuté en Primera. Fui paso a paso, de categoría en categoría. Ninguno de los que me conocían hubiese pensado que podía jugar en Europa. Y yo tampoco”, concede.

—¿Por qué creés que lo lograste, entonces?
—Porque nunca me conformé con lo que tenía, siempre fui a más, me entrené al máximo, no me dejé estar. Ahora me pasó igual: llegué al Inter y sabía que iba a ser difícil tener un lugar por la gran cantidad de buenos jugadores que hay, pero trabajé a full para tener una posibilidad. Dejando todo, no hay nada para reprocharse. Gracias a Dios, ahora estoy jugando.

Traducción: su “ahora estoy jugando” significa que se apoderó de uno de los dos puestos de ataque que habitualmente dispone Andrea Stramaccioni, el entrenador de 36 años que debutó este año en el fútbol profesional, directo desde el equipo filial del Inter. Tan importante resulta Palacio que lleva cinco goles en ocho partidos en el campeonato local y cinco tantos más en otros cinco juegos en la Europa League (hasta el 20 de noviembre, fecha de cierre de esta nota). Uno de esos goles, por ejemplo, fue la tumba del invicto de la Juventus, al que el Inter le cortó, en Turín, una racha de 49 partidos sin perder. Más: otros dos los hizo en un sólo tiempo al Partizán, en Belgrado, que sirvieron para clasificar al equipo a la siguiente ronda de la competición europea.

Imagen CONTRA Paraguay por las eliminatorias. Sabella lo tiene en cuenta.
CONTRA Paraguay por las eliminatorias. Sabella lo tiene en cuenta.
El chico al que se le objetaba que en Boca hacía sapo frente al arco rival es ahora un definidor con clase. Sin embargo, si se le pregunta por las diferencias en su juego respecto de sus comienzos, arrancará por señalar un punto negativo: “Estoy un poco más lento que antes”. Bien. ¿Y lo bueno? ¿Lo que lo trajo hasta acá, además de su afán de superación? “Mantengo la simpleza. Siempre traté de hacer lo más sencillo, lo justo: tocar e ir a buscar, hacer la más fácil. Si vos me preguntás: ‘¿metiste un caño alguna vez?’ No. ‘¿Un sombrerito?’ Tampoco. Si tenía que gambetear, no buscaba nada raro, ningún lujo, la tiraba adelante y pasaba. Ahora soy igual”, se retrata. He allí una virtud salida de su propia voz. Por fin.

En el abecé del Calcio, se sabe, figura de entrada la obsesión por los aspectos tácticos del juego. Y sobre todo, los referidos a la marca. Ese concepto es tan italiano como el Coliseo romano. A Palacio no le resultó gracioso: “Al principio me costó. Me hacían jugar de extremo, no me gustaba. En el Genoa tuve a Gasperini de técnico, que ahora está en el Palermo, y me hacía bajar y marcar. Con él aprendí mucho, me hizo dar cuenta de que podía correr para atrás y después atacar. Eso no lo tenía en la Argentina. Eso sí, allá estaba más fresco porque descansaba cuando la tenían los contrarios y eso me daba más piernas para encarar. El cansancio de ir y venir a veces te quita lucidez. Pero estoy contento por haberle sumado eso a mi juego. Hoy, si no corrés, no jugás, salvo que seas un crack”, argumenta, colocándose del otro lado de esa línea.

Ese bichito llamado Boca
Como toda historia, la suya es circular. No asoma descabellado, entonces, imaginarlo otra vez con la camiseta de Boca, una vez que a su formulario europeo no le queden casilleros por completar. De todos modos, conociendo al hombre, nadie podría especular con una frase vendedora, bien para título, esas repletas de demagogia como “me muero por volver”. Rodrigo no opina para quedar bien con la tribuna boquense: “No me pongo plazos, acabo de llegar al Inter y quiero aprovecharlo, quedarme un tiempo. Seguro que en algún momento volveré a jugar a la Argentina, pero no sé cuándo”. Del plantel actual, dice que suele tener contacto con Pablo Ledesma y con Seba Battaglia, dos de los de su tiempo en el club. Los únicos, casi, porque con Clemente Rodríguez y Viatri, los otros con los que pateó a la par, apenas convivió.
Eso sí, una cosa son las posibilidades profesionales y otra el sentimiento de pertenencia. “Cuando no jugamos a la misma hora, lo veo”, explica. Y se va derechito para el lugar de un recuerdo reciente: “El clásico lo miré porque estaba en casa. Grité el gol de Erviti, estaba difícil para empatarlo. Terminé contento, sí”, asume, ya vestido de hincha. Uno de esos, por supuesto, que palpita los 90 minutos más concentrado en el juego que en la propia tribuna.

Si Rodrigo Palacio tuviese la chance de ir los domingos a la Bombonera, se sentaría en un costadito. Seguro.

Imagen CON EL Gula Aguirre, amigo de Bella Vista, hace unos años.
CON EL Gula Aguirre, amigo de Bella Vista, hace unos años.
Con el Google Maps apuntando a Bahía
“Alguien dijo una vez / que yo me fui de mi barrio / ¿Cuándo? ¡¿Pero cuándo?! / Si siempre estoy llegando…” La letra del tango “Nocturno a mi barrio”, de Aníbal Troilo, encaja en el modo de ser de Rodrigo Palacio. En su discurso, las referencias a Bahía Blanca son continuas. Y recurrentes; si se le pregunta por el invierno de Milán, dirá: “¿Frío? Acá hace más que en Génova, donde el verano se alarga y el clima es mejor. Pero no me voy a asustar, estoy acostumbrado al viento de Bahía”. Si el tema es la marcación pegajosa y a veces por el costado del reglamento de los defensores italianos, aflorará una anécdota casera: “Yo me curtí en Bella Vista; es difícil que jugando en esta liga algo te paralice si ya pasaste por el Argentino B. Me acuerdo que una vez, en una final para subir al A, tuvimos que ir a definir a Cipolletti. Llegamos a los penales y los hinchas de ellos se pusieron atrás del arco. Pero no en la tribuna, ¿eh? Se metieron en la cancha y se pararon detrás de la red y a los costados. Eso es presión, jeje. Perdimos, claro”, remata.

Si se sigue agudizando la mirada, dentro de Bahía Blanca habrá que ubicar el mundo particular de Palacio en el barrio La Falda. Allí viven sus padres y sus tres hermanos: Rodrigo es el único que se fue, atraído por su convicción de progresar en el fútbol. Pero en Bahía, además del barrio, su punto de referencia es Bella Vista, su club, al que nombra a cada rato. En octubre, incluso, estuvo muy atento a un partido contra Mercedes, por el Argentino B. “Es el equipo de Mati Silvestre, así que hicimos una apuesta. Eramos locales, pero perdimos 2-1. Y no había manera de verlo, nos enteramos después por Internet. Tuve que pagar”, detalla. En Bella Vista aprendió de Ernesto Ancart, “un formador más que un entrenador”, y vivió bajo la mirada detrás del alambrado de José Ramón Palacio. El Gallego Palacio, como le dicen en Bahía, además de ser su papá fue un delantero de Olimpo en los ochenta. “Era tener un técnico en casa, a pesar de que no me hablaba mucho. Pero si veía algo que no estaba bien, me lo marcaba. Tenía pocas palabras, pero justas. Siempre me habló de la conducta que debía tener. Jugó en mi misma posición, eso fue una ayuda.

Cuando el fútbol quede atrás, Rodrigo respetará la letra del tango. Las luces de Milán y Buenos Aires no duran toda la vida: “Lo que es seguro es que voy a volver a vivir en Bahía Blanca”, recontraconfirma.

Por Andrés Eliceche. Fotos: AFP