Diego Eterno

Berlusconi, el cheque en blanco y el Maradona que no fue

El magnate italiano quiso llevarlo a su poderoso Milan a fines de los años '80, cuando Diego brillaba en Napoli y era un emblema del sur.

Por Pablo Amalfitano ·

12 de junio de 2023

DIEGO MARADONA provocó el deseo de todos. El mundo quería tenerlo. Cuesta dimensionarlo con el paso del tiempo, pero Maradona fue, en términos objetivos, el ser humano más conocido del mundo a partir de los años '80. Sobre todo, sin dudas, luego de su consagración en el Mundial de México 1986 y de las gestas que lograra con la camiseta de Napoli durante la segunda mitad de la década.

Antes de la conquista en el estadio Azteca con la Selección el histórico capitán argentino se había convertido en una obsesión para uno de los hombres más poderosos del mundo: Silvio Berlusconi. El empresario, tres veces primer ministro de Italia, era el mandamás del recordado Milan de los holandeses, bicampeón de Europa y gran exponente del fútbol italiano.

"Es un arrepentimiento muy profundo. No sólo porque Maradona fue el mejor jugador de su generación. Era una persona frágil; tal vez la disciplina y la atención de las personas que había en mi Milan lo hubieran ayudado a evitar algunos errores. Pero al hablar con él me di cuenta de una cosa: Maradona era Napoli, era el símbolo del mayor equipo de la historia de Nápoles. Y los íconos como él no se compran ni se mueven. Habría sido como quitarle el corazón a toda un ciudad y traspasarlo a Milan. El mismo Diego, que tenía una gran sensibilidad, compartía esta apreciación", contó, meses atrás, el propio Berlusconi, fallecido este lunes a los 86 años.

Maradona había sido muy claro: "Berlusconi, si se da lo de Milan nos tenemos que ir los dos de Italia. Usted va a perder los negocios por los napolitanos y yo no voy a poder vivir".

El magnate había hecho varios intentos por sumarlo a sus filas pero en 1987 fue a la carga. La respuesta de Maradona, según recordó su biógrafo Ernesto Cherquis Bialo, fue de una gran elocuencia: “A principios de noviembre del ‘87 estábamos concentrados en el Hotel Brun, de Milán, para jugar contra el Como, y apareció un Mercedes Benz impresionante a buscar a Coppola (NdR: su representante). Se lo llevaron a Via Milano 5, donde tenía su ranchito el propio Berlusconi. Una mansión como esas de las películas".

 

Imagen Maradona, un símbolo inamovible de Napoli.
Maradona, un símbolo inamovible de Napoli.
 

El ofrecimiento no tenía vueltas. Además de haberle puesto un avión privado para ir a negociar a Milán, Berlusconi había disparado: "Pongan la cifra, del doble en adelante de lo que paga Napoli". En pocas palabras: un cheque en blanco.

Y su palabra prosiguió: "Le dijo a Guillermo que me quería a mí, a toda costa, cuando terminara mi contrato. Berlusconi había gastado casi cincuenta millones de dólares y todavía no había podido conseguir un puto título. Ni le preguntó cuánto ganaba en Napoli. Le dijo que me ofrecía el doble; un departamento en Piazza San Babila, la zona más cara en las afueras de Milán; el auto que quisiera, pero no un Fiat 600, sino un Lamborghini, una Ferrari, un Rolls Royce; cinco años de contrato dentro de la organización de ellos; y un lazo con la Fininvest, su empresa de comunicación”.

Entonces Maradona y Coppola regresaron a Nápoles con el secreto en sus manos, pero un periodista disparó: "Maradona al Milan: los detalles del acuerdo con Berlusconi”. Y Diego lo recordó: “Al otro día todos sabían que el Milan me quería y ofrecía lo que a mí se me ocurriera. Y ese mismo día a la noche Ferlaino (NdR: por entonces presidente de Napoli) aceptó todas las condiciones que le pusimos nosotros y firmamos un nuevo contrato, con el triple de beneficios: eran 5 millones de dólares por año, hasta 1993".

El revuelo fue gigantesco. Maradona, fiel a su estilo y enojado con los periodistas, decidió desactivar la bomba. Convocó a una conferencia de prensa y soltó una de sus genialidades: "Mi amigo y representante Coppola viajó a Milano para juntarse con el señor Berlusconi porque tiene la editorial más grande de Italia y quiere hacer un libro sobre mi vida". Berlusconi no editaría el libro de Maradona ni tampoco lograría llevárselo para el norte.

Ferlaino hizo todo para que Diego no se fuera, hasta le dio los autos que quería. Los napolitanos lo amaban. Sin eufemismos, era Dios. El presidente del club no podía dejarlo ir. Mucho menos a Milan, el poderoso equipo del norte italiano, dueño de una abundancia monetaria que contrastaba al extremo con el sur. Diego era el sur.

 

Imagen Maradona y Ferlaino, el presidente de Napoli.
Maradona y Ferlaino, el presidente de Napoli.
 

Incluso la propia Claudia Villafañe, la mujer de Diego, le había dicho que no podría salir nunca de Nápoles. Imaginar a aquel Diego que no fue resulta extravagante. El mismísimo Maradona de Napoli, acaso el mejor de todos los Maradona, como eje de un equipo que tenía la base de la Selección de Italia: Baressi, Maldini, Tassotti, Donadoni, Evani y Massaro, entre otros.

Con el vínculo entre Diego y Napoli ya renovado Berlusconi festejaría el título en la Serie A de la temporada 1987/1988 y, seguramente, soltaría una dedicatoria silenciosa al diez de Napoli, que terminó segundo y se perdió la chance de haber integrado aquel equipo. Pero el magnate no se rendiría: en 1992 volvería a la carga por Maradona.

El diario La Gazzetta dello Sport saldría con una llamativa tapa: "Una sensacional propuesta sacude el Calcio, el Milan llama: Maradona, ven". Con ese fuerte título afirmaba que el club de Lombardía había vuelto a hacer una oferta formal para sumar a Diego. La repercusión fue tan grande que Berlusconi tuvo que frenar la bola de nieve: "Empezó como una broma en la boda de Van Basten; el secreto fue revelado sin mi autorización".

Milan tenía un impedimento: no podía desbordar el número de jugadores extranjeros en el plantel. Eran los tiempos previos a la Ley Bosman, promulgada en 1995, que permitió la libre circulación de los futbolistas de la Unión Europea -ya no había cupos- y la abolición de la indemnización en los traspasos para que los jugadores negociaran libremente cuando terminaban su vínculos.

Berlusconi, sin embargo, tenía un as en la manga: la ayuda de la FIFA. El empresario de Milan pretendía que el órgano madre del fútbol mundial considerara a Maradona como un jugador comunitario, a través de gestiones con la Federación Italiana. Estaba todo dado pero las palabras de Berlusconi, años después, no admitían grises: "Los íconos como Maradona no se compran y no se mueven".