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Talento argentino (I): Diego Simeone

Tomó a un Atlético de Madrid desahuciado, cerca del descenso, y lo terminó consagrando en la Europa League. El ídolo al que aún se venera por su entrega y éxitos como futbolista revalidó credenciales con un estilo agresivo y audaz.

Por Redacción EG ·

03 de julio de 2012
         Nota publicada en la edición de junio de 2012 de El Gráfico  

Imagen Diego Simeone en el Atletico de Madrid
Diego Simeone en el Atletico de Madrid
 Es curioso. Aunque gesticule, grite y haga aspaviento como un histrión, Diego Simeone cultiva una filosofía budista: es un técnico que se lleva mejor con el presente que con el pasado y el futuro. Como un monje tibetano, prescinde de todo lo que no sea ya, ahora o en este momento. Disfrutado en tiempo real, su rating minuto a minuto es extraordinario: campeón con Estudiantes y con River, y segundo en Racing (y salir segundo en el Racing 2011 era escalar el Aconcagua en ojotas), este año reivindicó su facilidad para coleccionar títulos. Haber ganado la Europa League con el Atlético de Madrid, un club perseguido por una desgracia bíblica, ratifica que los triunfos y Simeone tienen química. Salvo cuestiones de estilos, el Cholo no suele darles motivos a los hinchas, siempre tan rigurosos, para que acudan al libro de quejas. Eso mientras dirige. El después es otra historia.

Simeone debutó en el Atlético el 7 de enero dispuesto a ejercer una liberación emotiva a un plantel desvanecido, que en 16 fechas de Liga acumulaba cinco victorias, cuatro empates y siete derrotas, además de una penosa eliminación en 16avos, de final de la Copa del Rey ante el Albacete, de la Segunda B, equipo que le ganó los dos partidos. El Atlético reptaba en el undécimo puesto, cuatro puntos por encima de la frontera del descenso, y el Cholo no asumió sólo como entrenador en reemplazo del despedido Gregorio Manzano, sino también como inyector espiritual. Simeone es un prócer del club desde que sus piernas con forma de cuchillos participaron en los títulos simultáneos de Liga y Copa del Rey en 1996, única Liga del Atlético en los últimos 35 años. El fútbol suele apelar a este tipo de rescates amparados al calor de un pasado épico, y el Cholo es un especialista en el corto plazo: un curador de casos urgentes. Un San Expedito del fútbol.

La sanación fue inmediata y el equipo ganó diez juegos, empató siete y perdió cinco. De aquel 39% de puntos obtenidos, el Atlético escaló al 56% y terminó la Liga en el quinto puesto, solo dos puntos por debajo de la clasificación a la Champions League, que era el encargo que le habían transmitido los directivos cuando lo contrataron. Las cosas del fútbol: cuando asumió, Simeone miraba la participación del Atlético en la Europa League con cierto recelo, como si fuera una piedra en el camino de lo que realmente desesperaba al club. Entrar a la Champions significa una liquidez de 25 millones de dólares y, al comienzo de su aventura en Madrid, el argentino dudaba si un avance en simultáneo en ambos torneos le desgastaría al equipo el filo de sus colmillos.

“No sé qué hacer. Si después perdemos en semifinales de la Europa League nadie lo va a valorar, y el club necesita la Champions”, era el dilema que desvelaba a Simeone antes del cruce de vuelta ante el Besiktas, en Estambul, por los octavos de final. Ni siquiera el 3-1 en la ida ante los turcos, en Madrid, lo enfervorizaba. Finalmente no tiró la toalla antes de tiempo pero sí salió a pelear con un solo guante: decidió no forzar a Diego ni a Tiago Mendes, a quienes ni siquiera llevó a Turquía. Sin embargo, casi sin proponérselo, ese Atlético rengo goleó 3-0.

El equipo sobrevivía en la Europa League gracias a lo que fue el testamento positivo de la era Manzano: clasificación en la serie preliminar y primer puesto en la fase de grupos, con cuatro victorias, un empate y una derrota en partidos de ida y vuelta ante Udinese, Celtic y Rennes. Ese buen comienzo se multiplicó con la llegada de Simeone y el Atlético rompió todos los récords: nueve triunfos seguidos y vuelta olímpica.

En los 16vos. de final venció 3-1 y 1-0 a Lazio, en los octavos pasó al Besiktas, en los cuartos sumó un doble 2-1 ante el Hanover 96, en las semifinales eliminó 4-2 y 1-0 a Valencia, y en la final atropelló 3-0 al Athletic de Bilbao. Radamel Falcao fue el héroe de Bucarest, pero a Simeone le corresponde la gestión del triunfo: el Atlético salió a barrer al equipo de Marcelo Bielsa desde el primer minuto. Si todos esperaban una partida de ajedrez en la que los madrileños eligieran las piezas negras y apostaran a las tablas, Simeone pidió las blancas, movió peón cuatro rey y un rato después gritó jaque mate: a los 34 minutos el Atlético ya ganaba 2-0.

Pero el futuro, a partir de la pretemporada que comenzará el 4 de julio (jugará la Supercopa de Europa contra el Chelsea el 31 de agosto), es un incógnita. Aventurar cómo terminará la relación entre el Atlético y el Cholo sería caminar sobre un campo minado. El técnico y lo que viene no suelen armonizar porque pocas veces concilia con lo que dejó atrás. Tal vez Simeone se lleve bien con su pasado, pero el pasado no dice lo mismo. Tan difícil como ser un entrenador especialista en títulos es dejar en puntas de pie y en noches sin luna llena los clubes en los que triunfó. Y sin embargo, el Cholo cultiva una extraña debilidad para ese tipo de fugas.

Simeone puede ser un técnico perfecto para disfrutarlo en el día a día, pero no conviene jurarle amor eterno: salió campeón con Estudiantes y dejó el club entre tambores de guerra, salió campeón con River y se fue pese al pedido popular para que siguiera, y salió subcampeón con Racing, equipo en el que además debería protegerlo su condición de hincha, y también se fue entre acusaciones cruzadas con los dirigentes.

Su prolijidad para vestirse no la traslada al momento de desvincularse de sus trabajos, aunque el caso de River merece una actualización: los hinchas que cantaban por su continuidad, pese a que el equipo estaba en el último puesto en la fecha 14 del Apertura 2008, cuando renunció, tres años después empezaron a cuestionarle su porcentaje de culpa por el posterior descenso. En 2011, River se fue a la Promoción con un promedio de 1,23 en las 114 fechas de las tres temporadas y, de los seis técnicos empleados, Simeone fue el de peor registro: en 14 fechas tuvo un promedio de 0,71.

Visto desde afuera, su nuevo desafío será extender más allá de los seis meses iniciales su capacidad de gestar títulos: sus vueltas olímpicas en Estudiantes, River y Atlético fueron en el primer semestre de su trabajo. Ahora Simeone quiere ganarle al futuro.

Por Andrés Burgo. Foto: AFP