Start a new game (comenzar un nuevo juego). Con sólo cliquear en la pantalla aparece la imagen de un estadio de rugby y los quince jugadores por bando enfrentados y alineados. Todos los participantes son iguales, salvo uno. El que está ubicado sobre la línea, gigante, con impresionantes músculos preparado para el kick- off inicial. Se pone en juego la pelota y, en apenas tres pases, el wing toma protagonismo. Con el joystick se lo puede guiar en la carrera. Se le da velocidad y con el botón al alcance del dedo gordo se derriban los rivales. El protagonista del juego corre en diagonal, con la hache rival como único objetivo. Abrazado a la pelota, voltea a un rival... Otro. Un tercero. Un último movimiento de la manija del periférico y el plano de la imagen se modifica. Aparece el primer plano del jugador, con expresión de pocos amigos. Una vez más, al apretar el botón, se arroja al jugador en el in-goal. “Try”, aparece en la pantalla, más el eslogan: “You win again, Lomu” (Ganaste otra vez, Lomu). Música y la pregunta: “Do you want to play as Lomu or against him?” (¿Desea jugar en el lugar de Lomu o prefiere enfrentarlo?)… La primera opción es la más elegida porque es difícil encontrar a un fanático del rugby que no quiera jugar por unos minutos a ser uno de los mejores jugadores de rugby de la actualidad en el mundo. Y sentirse como alguien que puede voltear a rivales con tanta facilidad cuando está en carrera es resistido por pocos. Esta pequeña simulación sólo se trata de un juego de computadora (un videogame que se comercializa en Nueva Zelanda y en todo el Pacífico Sur por el que Jonah Lomu recibe porcentaje de ventas, ya que lleva su nombre), pero el protagonista es de carne y hueso, aunque muchos de sus rivales lo duden cuando se les hace imposible bajarlo en un campo de juego.
Jonah Lomu impresiona cuando está parado enfrente. Sus medidas asustan. Un metro noventa y seis de altura, 118 kilos, 47 el talle del calzado (Adidas se lo fabrica especialmente), 53 centímetros el diámetro del cuello y 56 el cuádriceps cuando está en tensión. De su cabeza no se saben las medidas, pero lo cierto es que cuando quiso ir a correr en kártings junto a sus compañeros de equipo durante un recreo de la concentración marplatense casi se queda sin casco, ya que sólo uno le calzó bien, y lo utilizó sin poder abrocharlo. Sus rasgos característicos son dos: el pequeño mechón de pelo que se deja en el frente de la pelada y un estéreo JVC redondo que por llevarlo a todas partes ya se lo puede considerar como la lógica continuación de su brazo. Sólo lo abandona para meterse en la cancha porque hasta para la entrada en calor está encendido, y enchufado a una computadora personal, a través de la cual elige los temas y los baja por MP3. A Lomu siempre le gustó la música, el rap, especialmente. Aunque en esta temporada, lo alterna bastante con soul y con reggae.
El wing titular del seleccionado neocelandés (no sólo en seven, también cuando juegan de 15) es la estrella del equipo, y fue una de las caras del Mundial. Sin él, la tercera Copa del Mundo de siete jugadores no hubiera tenido la misma trascendencia. Fueron cientos los autógrafos que el gigante firmó durante los ocho días de estadía en Mar del Plata y compitió mano a mano con Agustín Pichot en los pedidos para fotografiarse junto a los chicos. Siempre respondió con amabilidad, aunque no siempre con sonrisa. Se nota que la estrella ya está un poco harta de ser el centro de atención. “Entiendo que a los chicos o a la gente les desespere tocarme. Comprendo que quieran tener una foto conmigo, porque yo de chico solicité varias veces una firma –dice Lomu–. Simplemente hay momentos en que debo estar concentrado; por ejemplo en las prácticas, cuando habla nuestro coach. Y tal vez en ese momento no puedo responderle a la gente como debiera. Pero está bien, ya me acostumbré a firmar. Está bien.”
–¿Cómo fue acomodarte a la idea de que ahora sos la estrella, el centro de cualquier evento en donde esté el seleccionado neocelandés?
–Bueno, es cierto, diría que mi trascendencia es la que aumentó en los últimos años. Me doy cuenta de eso, porque me lo hacen notar la prensa y el público. Pero yo me siento cerca de la gente, no considero que sea una estrella. Y vivo como antes, soy muy tranquilo, y no me gusta exponerme demasiado. Prefiero mantenerme calmo. Pero es todo diferente desde el momento en que me convertí en jugador del equipo nacional.
–En la Argentina a todo crack de algún deporte se lo llama Maradona. Por ejemplo, a Tiger Woods le dicen el Maradona del golf. Y a vos se te considera el del rugby. ¿Pensás que sos el mejor del momento?
–No creo que sea así. Ojalá. Sé que Maradona fue un extraordinario jugador de fútbol, me gusta que se me compare con él. Pero creo que hay otros jugadores con mayor experiencia o explosión que yo.
–¿Quién? ¿A quién le pedirías un autógrafo?
–A Eric Rush (compañero suyo en el plantel) le pedí un autógrafo unos años atrás, cuando yo todavía no había debutado en el seleccionado. A David Campese tal vez se lo hubiera pedido. Son varios, pero no quiero nombrarte jugadores por respeto a los demás.
El contrato que une actualmente a Jonah Lomu con la Unión de Rugby de Nueva Zelanda ronda los cuatro millones de dólares por cuatro años. A eso hay que sumarles los ingresos por premios, imagen (Adidas y McDonald’s son sus principales sponsors personales) y las jugosas comisiones del merchandising (incluye, además del videojuego, un muñeco que es su réplica, que compite en las jugueterías con el compañero de Barbie, Kent) que permiten a este gigante de 25 años pasarla más que bien en la vida. “No aspiro a otra cosa –confiesa–. Sólo a ser feliz, a sonreír, a disfrutar de las cosas que me gustan… El dinero permite que pueda hacer eso, es una tranquilidad. No más.”
Dentro del equipo, tanto nacional como provincial (es jugador del Wellington Hurricanes de Nueva Zelanda que juega en el torneo Super 12), Lomu no tiene la coronita que tiene afuera, donde la gente lo adoptó como ídolo. Se entrena a la par de sus compañeros y recibe igual cantidad de críticas del exigente entrenador, Gordon Tietjens. “Más presión, Jonah. Tú puedes ejercer mucha más presión. De a ratos pareces de cartón. Decisión, más decisión Jonah”, le dijo en más de una ocasión. Y el gigante no defraudó tras las órdenes. Casi como un actor que se transforma ante las cámaras, Lomu modifica su rostro y su cuerpo cuando decide encarar la defensa rival. Sus pómulos se hinchan, sus músculos se exaltan. En otras palabras, da miedo. Y, francamente, los rivales prefieren cerrarle el camino y sacarlo de la cancha a intentar bajarlo con un tackle.
Cuando los micrófonos lo rodean, Lomu contesta sin dramas (sin dudas en este aspecto, la superprofesionalización del rugby neocelandés entrega precisas instrucciones a los jugadores para el trato con la prensa, ya que se cuidan en cada detalle). Sólo con los temas personales se muestra cerrado. Por ejemplo, cuándo se le preguntó sobre cómo era la hamburguesa que McDonald’s promociona con su nombre en su país, explica con gusto que tiene tres capas de carne, dos de panceta frita, y otras dos de queso. Sustancioso, por cierto. Pero apenas responde estar “separado, sin hijos” cuando se le pregunta por su actual familia. Lomu asegura sentir pasión por el rugby a pesar de la cantidad de billetes que ronda a su alrededor en el mundo en el que está inmerso (hubo versiones de que Nueva Zelanda esperó hasta último momento la confirmación de su presencia en el seven, y que, para conseguirla, tuvo que desprenderse de un cheque con cuatro ceros). Él dice: “De otra manera, no jugaría. Siempre quise jugar al rugby y llegar a ser un All Black. En nuestro país es conseguir el máximo sueño: ser parte del primer equipo”. Y además cuenta: “Cuando tuve una enfermedad renal (fue en 1997 y estuvo inactivo por casi un año) los médicos me decían que iba a ser imposible que continuara jugando. Pero no les hice caso. Me recuperé con esfuerzo, y volví. Hoy me siento lleno de vida (todavía se medica, y las drogas que necesita para su afección les son permitidas durante los torneos) y con muchos años de rugby por delante”, cuenta. La enfermedad sensibilizó a Lomu. Y desde esa época gran parte del dinero que gana mensualmente va a parar a caridad, principalmente a los chicos pobres. “Hay muchos niños que sufren en Nueva Zelanda y en todo el mundo. A mí me alcanza con menos de lo que gano, por eso ayudo. Me siento bien, y los chicos lo necesitan. Ellos me dan mucho cariño y yo trato de agradecerles con lo que puedo”, explica.
En una de las prácticas que el equipo realizó en la Villa Marista unos chicos pertenecientes a un jardín de infantes municipal de la zona de Camet se acercaron a observar la práctica. Los chicos no sabían ni a qué se dedicaban esos hombres grandotes que veían. Instintivamente, les arrojaron una pelota de fútbol para jugar. Los neocelandeses accedieron e hicieron jueguito (algunos sabían haberlo bien), pero Lomu sólo miró.
–¿No te gusta el fútbol?
–Claro que me gusta, veo bastante fútbol por televisión. Pero no soy bueno para jugar. De chico lo hacía en la escuela, pero me mandaban al arco. Me doy cuenta de la importancia que tiene el fútbol en este país. Para que se den una idea así pasa con el rugby en mi país.
–¿El rugby también se practica en las escuelas?
–Sí, claro. En las estatales sobre todo. En Nueva Zelanda el rugby es el deporte de la gente, el que juegan los chicos en las calles. No es para las clases altas como en otros lugares. Como en Inglaterra, por ejemplo.
Lomu nació en Tonga el 12 de mayo de 1975. De chico, se mudó a Auckland, donde cursó solamente la escuela primaria, porque cuando iba a comenzar la escuela superior (así llaman en su país a la secundaria) necesitó trabajar para ayudar a su familia. Hizo muchas changas, y también fue empleado público. A pesar del poco tiempo que le quedaba libre nunca abandonó los deportes. En la escuela, además de fútbol y rugby, también practicaba atletismo, e incluso hoy lo sigue haciendo. Y tal vez ésa sea la clave de ser tan veloz, a pesar del tamaño del cuerpo.
Al igual que sus compañeros de equipo, Lomu tuvo siempre bien en claro que habían realizado un viaje tan largo hasta nuestro país sólo porque el título en un Mundial de Seven es el único que les falta. Su obligación, entonces, no pasaba sólo por cumplir con un buen papel. Debían volver con la gloria.
–¿Un jugador neocelandés vive muy presionado con respecto a tener que ganar siempre, vaya a donde vaya y juegue lo que juegue?
–Sí. La verdad que sí. Nosotros somos una potencia mundial, y eso no lo digo yo. Está visto en los historiales, está escrito en todos lados. Perder un título mundial es un fracaso. Así fue, al menos para los que fuimos parte del equipo, haber perdido en la Copa Mundial del 99. Nueva Zelanda fue a ganar el torneo, y volvió con las manos vacías. Lo mismo ocurrió en el Tres Naciones, donde Australia una vez más estuvo por encima nuestro. No sé si lo está, pero en la cancha el resultado marcó que fue superior. Y eso se sintió.
–¿Y en el rugby de siete la responsabilidad es la misma o menor?
–Cuando un All Black tiene colocada la camiseta negra la responsabilidad es la misma.
–Hace dos años atrás, cuando estuviste en Punta del Este jugando el seven de esa ciudad, dijiste que del rugby de la Argentina sólo conocías a Hugo Porta. ¿Hoy dirías lo mismo?
–Hummm, no. Después del Mundial pasado, en donde se conoció a los jugadores argentinos, Argentina comenzó a ser considerada. Es verdad, yo no conocía mucho del rugby de tu país, pero ahora los jugadores han salido a jugar al mundo, si no es que estoy mal informado. Conozco a Pichot, ya que jugué con él en los Barbarians.
–Incluso estuviste cerca de jugar en el Bristol, el equipo de Pichot; al menos eso fue lo que se rumoreó aquí, en la Argentina. Para la próxima temporada, ¿vas a abandonar el rugby neocelandés?
–No es mi intención. Me quedaré a jugar una nueva temporada de Super 12. Y también seguiré en los All Blacks. Al menos ésa es mi intención.
–¿Qué otras cosas querés hacer, además de seguir jugando?
–Bueno… no mucho más. El rugby me quita todo el tiempo. Espero seguir así, disfrutando, estando bien, y jugando, claro.
–¿En qué quedó la idea de hacer una película?
–Nunca dejó de ser una idea. No más que eso.
–¿Cuántas horas le dedicás al gimnasio?
–Tres por día.
–¿En cuánto influyó esa gimnasia para que sacaras tantos músculos en la espalda y en el cuello?
–Seguramente en mucho. Aunque fui alto desde chiquito. Al nacer pesé cinco kilos
Gonzalo Longo
El tercera línea del SIC y de Los Pumas nunca enfrentó a Lomu dentro de la cancha, aunque reconoce que le gustaría hacerlo para comprobar qué tan potente es. En Mar del Plata lo admiró desde la platea.
Cuando arremete con la corrida infernal y va tirando rivales en el camino el tipo te impresiona, pero habría que ver si viéndolo desde adentro de la cancha es igual. Supongo que sí, porque es macizo. No tiene un solo gramo de grasa en todo el cuerpo, y su espalda y sus piernas están súper desarrolladas.
Lo mejor que tiene es la potencia. El momento preciso en que encara y mira fijo el in-goal. Lomu no es de variar en su estrategia ni te va a sorprender con un repentino cambio de frente. No lo necesita. El tipo va para adelante, se saca los rivales de encima y, lo que es peor, acumula marcas, por eso siempre deja a su línea de tres cuartos limpia para jugar. No sé si es el método de los libros de rugby, pero de lo que estoy seguro es de que a Nueva Zelanda le es efectivo.
Lo que me parece es que no es bueno en la marca. Jamás, o muy rara vez, va al piso a marcar, sólo atina a camisetear a los rivales, a empujarlos y sacarlos lejos de la cancha, pero no va abajo.
De todas maneras, los All Blacks con Lomu en la cancha tienen mucho más presencia. Se hacen respetar mucho más.
La Unión de Rugby de Nueva Zelanda se maneja como una empresa y por eso les exige a los jugadores el mayor profesionalismo cuando están representando al seleccionado nacional.
El profesionalismo puede ser entendido de diferentes maneras. En el caso de Nueva Zelanda el dinero es el que lo rige. Por ejemplo: los jugadores utilizan cuatro mudas de ropa diferentes de la marca Adidas sólo para entrenarse, ya que la empresa multinacional los obliga a promocionar todos los modelos de la línea All Blacks. Los jugadores aceptan con gusto firmar setecientos autógrafos diarios a personas que poco conocen su historia sólo porque el contrato con la unión de su país así lo ordena. La puntualidad para las comidas, salidas o entrenamientos se cumple a rajatablas por la simple razón de que, en caso contrario, las multas son bien saladitas. Y la presión, al cabo, para ganar todo lo que se proponen jugar se agiganta en cada compromiso porque así la bolsa de valores será mayor para la próxima ocasión.
En Nueva Zelanda pasa como en Fiji: todo los chicos nacen con una pelota de rugby debajo del brazo. Sin embargo, no pueden compararse las dos naciones en cuanto al nivel sociocultural de su gente. Los neocelandeses están un paso más adelante. Y el rugby, en una estructura de país en vías de desarrollo, es la materia más avanzada que tienen. La Unión de Rugby de Nueva Zelanda es una verdadera empresa. Y los más de 400 jugadores del plantel superior, el verdadero capital. Lomu, principalmente, el jugador que más dinero les hace recaudar en la actualidad y también el que más dinero pide a cambio por estar en el equipo.
Se manejan así: el manager de la delegación, Tony Ward, recorre las habitaciones por las noches antes de que cada jugador se duerma. En ese momento les da la rutina del día siguiente: horario de desayuno, de entrenamiento, de almuerzo, de sesión de masajes, de hidromasaje, de gimnasio, de la charla técnica y hasta les informa lo que harán en la hora de recreación que se repartieron entre playa, carreras de kártings, pool y caminatas por Alem.
Textos de María Ordás Carboni (2001). Fotos: Hernán Pepe