Las Entrevistas de El Gráfico

2001. Lomu en Argentina

Mucho antes de que una enfermedad acabara con su vida a los 40 años, El Gráfico entrevista en Mar del Plata a Jonah Lomu, el mítico wing que marcó un antes y un después en la historia del rugby.

Por Redacción EG ·

19 de junio de 2019

MISTER MÚSCULO

Start a new ga­me (co­men­zar un nue­vo jue­go). Con só­lo cliquear en la pan­ta­lla apa­re­ce la ima­gen de un es­ta­dio de rugby y los quin­ce ju­ga­do­res por ban­do en­fren­ta­dos y ali­nea­dos. To­dos los par­ti­ci­pan­tes son igua­les, sal­vo uno. El que es­tá ubi­ca­do so­bre la lí­nea, gi­gan­te, con im­pre­sio­nan­tes mús­cu­los pre­pa­ra­do pa­ra el kick- off ini­cial. Se po­ne en jue­go la pe­lo­ta y, en ape­nas tres pa­ses, el wing to­ma pro­ta­go­nis­mo. Con el joys­tick se lo pue­de guiar en la ca­rre­ra. Se le da ve­lo­ci­dad y con el bo­tón al al­can­ce del de­do gor­do se de­rri­ban los ri­va­les. El pro­ta­go­nis­ta del jue­go co­rre en dia­go­nal, con la ha­che ri­val co­mo úni­co ob­je­ti­vo. Abra­za­do a la pe­lo­ta, vol­tea a un ri­val... Otro. Un ter­ce­ro. Un úl­ti­mo mo­vi­mien­to de la ma­ni­ja del pe­ri­fé­ri­co y el pla­no de la ima­gen se mo­di­fi­ca. Apa­re­ce el pri­mer pla­no del ju­ga­dor, con ex­pre­sión de po­cos ami­gos. Una vez más, al apre­tar el bo­tón, se arro­ja al ju­ga­dor en el in­-goal. “Try”, apa­re­ce en la pan­ta­lla, más el eslo­gan: “You win again, Lo­mu” (Ga­nas­te otra vez, Lo­mu). Mú­si­ca y la pre­gun­ta: “Do you want to play as Lo­mu or against him?” (¿De­sea ju­gar en el lu­gar de Lo­mu o pre­fie­re en­fren­tar­lo?)… La pri­me­ra op­ción es la más ele­gi­da por­que es di­fí­cil en­con­trar a un fa­ná­ti­co del rugby que no quie­ra ju­gar por unos mi­nu­tos a ser uno de los me­jo­res ju­ga­do­res de rugby de la ac­tua­li­dad en el mun­do. Y sen­tirse co­mo al­guien que pue­de vol­tear a ri­va­les con tan­ta fa­ci­li­dad cuan­do es­tá en ca­rre­ra es re­sis­ti­do por po­cos. Es­ta pe­que­ña si­mu­la­ción só­lo se tra­ta de un jue­go de com­pu­ta­do­ra (un vi­deo­ga­me que se co­mer­cia­li­za en Nue­va Ze­lan­da y en to­do el Pa­cí­fi­co Sur por el que Jo­nah Lo­mu re­ci­be por­cen­ta­je de ven­tas, ya que lle­va su nom­bre), pe­ro el pro­ta­go­nis­ta es de car­ne y hue­so, aun­que mu­chos de sus ri­va­les lo du­den cuan­do se les ha­ce im­po­si­ble ba­jar­lo en un cam­po de jue­go.

Imagen La sonrisa de un referente del rugby de todos los tiempos. Lomu nació en 1975.
La sonrisa de un referente del rugby de todos los tiempos. Lomu nació en 1975.

Jo­nah Lo­mu im­pre­sio­na cuan­do es­tá pa­ra­do en­fren­te. Sus me­di­das asus­tan. Un me­tro no­ven­ta y seis de al­tu­ra, 118 ki­los, 47 el ta­lle del cal­za­do (Adi­das se lo fa­bri­ca es­pe­cial­men­te), 53 cen­tí­me­tros el diá­me­tro del cue­llo y 56 el cuá­dri­ceps cuan­do es­tá en ten­sión. De su ca­be­za no se sa­ben las me­di­das, pe­ro lo cier­to es que cuan­do qui­so ir a co­rrer en kár­tings jun­to a sus com­pa­ñe­ros de equi­po du­ran­te un re­creo de la con­cen­tra­ción mar­pla­ten­se ca­si se que­da sin cas­co, ya que só­lo uno le cal­zó bien, y lo uti­li­zó sin po­der abro­char­lo. Sus ras­gos ca­rac­te­rís­ti­cos son dos: el pe­que­ño me­chón de pe­lo que se de­ja en el fren­te de la pe­la­da y un es­té­reo JVC re­don­do que por lle­var­lo a to­das par­tes ya se lo pue­de con­si­de­rar co­mo la ló­gi­ca con­ti­nua­ción de su bra­zo. Só­lo lo aban­do­na pa­ra me­ter­se en la can­cha por­que has­ta pa­ra la en­tra­da en ca­lor es­tá en­cen­di­do, y en­chu­fa­do a una com­pu­ta­do­ra per­so­nal, a tra­vés de la cual eli­ge los te­mas y los ba­ja por MP3. A Lo­mu siem­pre le gus­tó la mú­si­ca, el rap, es­pe­cial­men­te. Aun­que en es­ta tem­po­ra­da, lo al­ter­na bas­tan­te con soul y con reg­gae.

El wing ti­tu­lar del se­lec­cio­na­do neo­ce­lan­dés (no só­lo en se­ven, tam­bién cuan­do jue­gan de 15) es la es­tre­lla del equi­po, y fue una de las ca­ras del Mun­dial. Sin él, la ter­ce­ra Co­pa del Mun­do de sie­te ju­ga­do­res no hu­bie­ra te­ni­do la mis­ma tras­cen­den­cia. Fue­ron cien­tos los au­tó­gra­fos que el gi­gan­te fir­mó du­ran­te los ocho días de es­ta­día en Mar del Pla­ta y com­pi­tió ma­no a ma­no con Agus­tín Pi­chot en los pe­di­dos pa­ra fo­to­gra­fiar­se jun­to a los chi­cos. Siem­pre res­pon­dió con ama­bi­li­dad, aun­que no siem­pre con son­ri­sa. Se no­ta que la es­tre­lla ya es­tá un po­co har­ta de ser el cen­tro de aten­ción. “En­tien­do que a los chi­cos o a la gen­te les de­ses­pe­re to­car­me. Com­pren­do que quie­ran te­ner una fo­to con­mi­go, por­que yo de chi­co so­li­ci­té va­rias ve­ces una fir­ma –di­ce Lo­mu–. Sim­ple­men­te hay mo­men­tos en que de­bo es­tar con­cen­tra­do; por ejem­plo en las prác­ti­cas, cuan­do ha­bla nues­tro coach. Y tal vez en ese mo­men­to no pue­do res­pon­der­le a la gen­te co­mo de­bie­ra. Pe­ro es­tá bien, ya me acos­tum­bré a fir­mar. Es­tá bien.”

–¿Có­mo fue aco­mo­dar­te a la idea de que aho­ra sos la es­tre­lla, el cen­tro de cual­quier even­to en don­de es­té el se­lec­cio­na­do neo­ce­lan­dés?

–Bue­no, es cier­to, di­ría que mi tras­cen­den­cia es la que au­men­tó en los úl­ti­mos años. Me doy cuen­ta de eso, por­que me lo ha­cen no­tar la pren­sa y el pú­bli­co. Pe­ro yo me sien­to cer­ca de la gen­te, no con­si­de­ro que sea una es­tre­lla. Y vi­vo co­mo an­tes, soy muy tran­qui­lo, y no me gus­ta ex­po­ner­me de­ma­sia­do. Pre­fie­ro man­te­ner­me cal­mo. Pe­ro es to­do di­fe­ren­te des­de el mo­men­to en que me con­ver­tí en ju­ga­dor del equi­po na­cio­nal.

Imagen Imparable. El All Black tenía una potencia difícil de igualar. Superaba a sus rivales con facilidad.
Imparable. El All Black tenía una potencia difícil de igualar. Superaba a sus rivales con facilidad.

–En la Ar­gen­ti­na a to­do crack de al­gún de­por­te se lo lla­ma Ma­ra­do­na. Por ejem­plo, a Ti­ger Woods le di­cen el Ma­ra­do­na del golf. Y a vos se te con­si­de­ra el del rugby. ¿Pen­sás que sos el me­jor del mo­men­to?

–No creo que sea así. Oja­lá. Sé que Ma­ra­do­na fue un ex­traor­di­na­rio ju­ga­dor de fút­bol, me gus­ta que se me com­pa­re con él. Pe­ro creo que hay otros ju­ga­do­res con ma­yor ex­pe­rien­cia o ex­plo­sión que yo.

–¿Quién? ¿A quién le pe­di­rías un au­tó­gra­fo?

–A Eric Rush (com­pa­ñe­ro su­yo en el plan­tel) le pe­dí un au­tó­gra­fo unos años atrás, cuan­do yo to­da­vía no ha­bía de­bu­ta­do en el se­lec­cio­na­do. A Da­vid Cam­pe­se tal vez se lo hu­bie­ra pe­di­do. Son va­rios, pe­ro no quie­ro nom­brar­te ju­ga­do­res por res­pe­to a los de­más.

El con­tra­to que une ac­tual­men­te a Jo­nah Lo­mu con la Unión de Rugby de Nue­va Ze­lan­da ron­da los cua­tro mi­llo­nes de dó­la­res por cua­tro años. A eso hay que su­mar­les los in­gre­sos por pre­mios, ima­gen (Adi­das y Mc­Do­nald’s son sus prin­ci­pa­les spon­sors per­so­na­les) y las ju­go­sas co­mi­sio­nes del mer­chan­di­sing (in­clu­ye, ade­más del vi­deo­jue­go, un mu­ñe­co que es su ré­pli­ca, que com­pi­te en las ju­gue­te­rías con el com­pa­ñe­ro de Bar­bie, Kent) que per­mi­ten a es­te gi­gan­te de 25 años pa­sar­la más que bien en la vi­da. “No as­pi­ro a otra co­sa –con­fie­sa–. Só­lo a ser fe­liz, a son­reír, a dis­fru­tar de las co­sas que me gus­tan… El di­ne­ro per­mi­te que pue­da ha­cer eso, es una tran­qui­li­dad. No más.”

No tiene coronita

Den­tro del equi­po, tan­to na­cio­nal co­mo pro­vin­cial (es ju­ga­dor del We­lling­ton Hu­rri­ca­nes de Nue­va Ze­lan­da que jue­ga en el tor­neo Su­per 12), Lo­mu no tie­ne la co­ro­ni­ta que tie­ne afue­ra, don­de la gen­te lo adop­tó co­mo ído­lo. Se en­tre­na a la par de sus com­pa­ñe­ros y re­ci­be igual can­ti­dad de crí­ti­cas del exi­gen­te en­tre­na­dor, Gor­don Tiet­jens.  “Más pre­sión, Jo­nah. Tú pue­des ejer­cer mu­cha más pre­sión. De a ra­tos pa­re­ces de car­tón. De­ci­sión, más de­ci­sión Jo­nah”, le di­jo en más de una oca­sión. Y el gi­gan­te no de­frau­dó tras las ór­de­nes. Ca­si co­mo un ac­tor que se trans­for­ma an­te las cá­ma­ras, Lo­mu mo­di­fi­ca su ros­tro y su cuer­po cuan­do de­ci­de en­ca­rar la de­fen­sa ri­val. Sus pó­mu­los se hin­chan, sus mús­cu­los se exal­tan. En otras pa­la­bras, da mie­do. Y, fran­ca­men­te, los ri­va­les pre­fie­ren ce­rrar­le el ca­mi­no y sa­car­lo de la can­cha a in­ten­tar ba­jar­lo con un tac­kle.

Imagen Comenzó su carrera en Counties Manuaku, de Nueva Zelanda, se retiró en 2010 jugando para Marseille Vitrolles de la tercera división de Francia.
Comenzó su carrera en Counties Manuaku, de Nueva Zelanda, se retiró en 2010 jugando para Marseille Vitrolles de la tercera división de Francia.

Cuan­do los mi­cró­fo­nos lo ro­dean, Lo­mu con­tes­ta sin dra­mas (sin du­das en es­te as­pec­to, la su­per­pro­fe­sio­na­li­za­ción del rugby neo­ce­lan­dés en­tre­ga pre­ci­sas ins­truc­cio­nes a los ju­ga­do­res pa­ra el tra­to con la pren­sa, ya que se cui­dan en ca­da de­ta­lle). Só­lo con los te­mas per­so­na­les se mues­tra ce­rra­do. Por ejem­plo, cuán­do se le pre­gun­tó so­bre có­mo era la ham­bur­gue­sa que Mc­Do­nald’s pro­mo­cio­na con su nom­bre en su país, ex­pli­ca con gus­to que tie­ne tres ca­pas de car­ne, dos de pan­ce­ta fri­ta, y otras dos de que­so. Sus­tan­cio­so, por cier­to. Pe­ro ape­nas res­pon­de es­tar “se­pa­ra­do, sin hi­jos” cuan­do se le pre­gun­ta por su ac­tual fa­mi­lia. Lo­mu ase­gu­ra sen­tir pa­sión por el rugby a pe­sar de la can­ti­dad de bi­lle­tes que ron­da a su al­re­de­dor en el mun­do en el que es­tá in­mer­so (hu­bo ver­sio­nes de que Nue­va Ze­lan­da es­pe­ró has­ta úl­ti­mo mo­men­to la con­fir­ma­ción de su pre­sen­cia en el se­ven, y que, pa­ra con­se­guir­la, tu­vo que des­pren­der­se de un che­que con cua­tro ce­ros). Él di­ce: “De otra ma­ne­ra, no ju­ga­ría. Siem­pre qui­se ju­gar al rugby y lle­gar a ser un All Black. En nues­tro país es con­se­guir el má­xi­mo sue­ño: ser par­te del pri­mer equi­po”. Y ade­más cuen­ta: “Cuan­do tu­ve una en­fer­me­dad re­nal (fue en 1997 y es­tu­vo inac­ti­vo por ca­si un año) los mé­di­cos me de­cían que iba a ser im­po­si­ble que con­ti­nua­ra ju­gan­do. Pe­ro no les hi­ce ca­so. Me re­cu­pe­ré con es­fuer­zo, y vol­ví. Hoy me sien­to lle­no de vi­da (to­da­vía se me­di­ca, y las dro­gas que ne­ce­si­ta pa­ra su afec­ción les son per­mi­ti­das du­ran­te los tor­neos) y con mu­chos años de rugby por de­lan­te”, cuen­ta. La en­fer­me­dad sen­si­bi­li­zó a Lo­mu. Y des­de esa épo­ca gran par­te del di­ne­ro que ga­na men­sual­men­te va a pa­rar a ca­ri­dad, prin­ci­pal­men­te a los chi­cos po­bres. “Hay mu­chos ni­ños que su­fren en Nue­va Ze­lan­da y en to­do el mun­do. A mí me al­can­za con me­nos de lo que ga­no, por eso ayu­do. Me sien­to bien, y los chi­cos lo ne­ce­si­tan. Ellos me dan mu­cho ca­ri­ño y yo tra­to de agra­de­cer­les con lo que pue­do”, ex­pli­ca.

En una de las prác­ti­cas que el equi­po rea­li­zó en la Vi­lla Ma­ris­ta unos chi­cos per­te­ne­cien­tes a un jar­dín de in­fan­tes mu­ni­ci­pal de la zo­na de Ca­met se acer­caron a ob­ser­var la prác­ti­ca. Los chi­cos no sa­bían ni a qué se de­di­ca­ban esos hom­bres gran­do­tes que veían. Ins­tin­ti­va­men­te, les arro­ja­ron una pe­lo­ta de fút­bol pa­ra ju­gar. Los neo­ce­lan­de­ses ac­ce­die­ron e hi­cie­ron jue­gui­to (al­gu­nos sa­bían ha­ber­lo bien), pe­ro Lo­mu só­lo mi­ró.

–¿No te gus­ta el fút­bol?

–Cla­ro que me gus­ta, veo bas­tan­te fút­bol por te­le­vi­sión. Pe­ro no soy bue­no pa­ra ju­gar. De chi­co lo ha­cía en la es­cue­la, pe­ro me man­da­ban al ar­co. Me doy cuen­ta de la im­por­tan­cia que tie­ne el fút­bol en es­te país. Pa­ra que se den una idea así pa­sa con el rugby en mi país.

–¿El rugby tam­bién se prac­ti­ca en las es­cue­las?

–Sí, cla­ro. En las es­ta­ta­les so­bre to­do. En Nue­va Ze­lan­da el rugby es el de­por­te de la gen­te, el que jue­gan los chi­cos en las ca­lles. No es pa­ra las cla­ses al­tas co­mo en otros lu­ga­res. Co­mo en In­gla­te­rra, por ejem­plo.

Lo­mu na­ció en Ton­ga el 12 de ma­yo de 1975. De chi­co, se mu­dó a Auc­kland, don­de cur­só so­la­men­te la es­cue­la pri­ma­ria, por­que cuan­do iba a co­men­zar la es­cue­la su­pe­rior (así lla­man en su país a la se­cun­da­ria) ne­ce­si­tó tra­ba­jar pa­ra ayu­dar a su fa­mi­lia. Hi­zo mu­chas chan­gas, y tam­bién fue em­plea­do pú­bli­co. A pe­sar del po­co tiem­po que le que­da­ba li­bre nun­ca aban­do­nó los de­por­tes. En la es­cue­la, ade­más de fút­bol y rugby, tam­bién prac­ti­ca­ba atle­tis­mo, e in­clu­so hoy lo si­gue ha­cien­do. Y tal vez ésa sea la cla­ve de ser tan ve­loz, a pe­sar del ta­ma­ño del cuer­po.

 

Imagen Jonah Lomu casi ni entra en el karting.
Jonah Lomu casi ni entra en el karting.
 

La gloria o Devoto

Al igual que sus com­pa­ñe­ros de equi­po, Lo­mu tu­vo siem­pre bien en cla­ro que ha­bían rea­li­za­do un via­je tan lar­go has­ta nues­tro país só­lo por­que el tí­tu­lo en un Mun­dial de Se­ven es el úni­co que les fal­ta. Su obli­ga­ción, en­ton­ces, no pa­sa­ba só­lo por cum­plir con un buen pa­pel. De­bían vol­ver con la glo­ria.

 

–¿Un ju­ga­dor neo­ce­lan­dés vi­ve muy pre­sio­na­do con res­pec­to a te­ner que ga­nar siem­pre, va­ya a don­de va­ya y jue­gue lo que jue­gue?

–Sí. La ver­dad que sí. No­so­tros so­mos una po­ten­cia mun­dial, y eso no lo di­go yo. Es­tá vis­to en los his­to­ria­les, es­tá es­cri­to en to­dos la­dos. Per­der un tí­tu­lo mun­dial  es un fra­ca­so. Así fue, al me­nos pa­ra los que fui­mos par­te del equi­po, ha­ber per­di­do en la Co­pa Mun­dial del 99. Nue­va Ze­lan­da fue a ga­nar el tor­neo, y vol­vió con las ma­nos va­cías. Lo mis­mo ocu­rrió en el Tres Na­cio­nes, don­de Aus­tra­lia una vez más es­tu­vo por en­ci­ma nues­tro. No sé si  lo es­tá, pe­ro en la can­cha el re­sul­ta­do mar­có que fue su­pe­rior. Y eso se sin­tió.

–¿Y en el rugby de sie­te la res­pon­sa­bi­li­dad es la mis­ma o me­nor?

–Cuan­do un All Black tie­ne co­lo­ca­da la ca­mi­se­ta ne­gra la res­pon­sa­bi­li­dad es la mis­ma.

–Hace dos años atrás, cuan­do es­tu­vis­te en Pun­ta del Es­te ju­gan­do el se­ven de esa ciu­dad, di­jis­te que del rugby de la Ar­gen­ti­na só­lo co­no­cías a Hu­go Por­ta. ¿Hoy di­rías lo mis­mo?

–Hummm, no. Des­pués del Mun­dial pa­sa­do, en don­de se co­no­ció a los ju­ga­do­res ar­gen­ti­nos, Ar­gen­ti­na co­men­zó a ser con­si­de­ra­da. Es ver­dad, yo no co­no­cía mu­cho del rugby de tu país, pe­ro aho­ra los ju­ga­do­res han sa­li­do a ju­gar al mun­do, si no es que es­toy mal in­for­ma­do. Co­noz­co a Pi­chot, ya que ju­gué con él en los Bar­ba­rians.

–In­clu­so es­tu­vis­te cer­ca de ju­gar en el Bris­tol, el equi­po de Pi­chot; al me­nos eso fue lo que se ru­mo­reó aquí, en la Ar­gen­ti­na. Pa­ra la pró­xi­ma tem­po­ra­da, ¿vas a aban­do­nar el rugby neo­ce­lan­dés?

–No es mi in­ten­ción. Me que­da­ré a ju­gar una nue­va tem­po­ra­da de Su­per 12. Y tam­bién se­gui­ré en los All Blacks. Al me­nos ésa es mi in­ten­ción.

–¿Qué otras co­sas que­rés ha­cer, ade­más de se­guir ju­gan­do?

–Bue­no… no mu­cho más. El rugby me qui­ta to­do el tiem­po. Es­pe­ro se­guir así, dis­fru­tan­do, es­tan­do bien, y ju­gan­do, cla­ro.

–¿En qué que­dó la idea de ha­cer una pe­lí­cu­la?

–Nun­ca de­jó de ser una idea. No más que eso.

–¿Cuán­tas ho­ras le de­di­cás al gim­na­sio?

–Tres por día.

–¿En cuán­to in­flu­yó esa gim­na­sia pa­ra que sa­ca­ras tan­tos mús­cu­los en la es­pal­da y en el cue­llo?

–Se­gu­ra­men­te en mu­cho. Aun­que fui al­to des­de chi­qui­to. Al na­cer pe­sé cin­co ki­los

 

Potente y efectivo

Gonzalo Longo 

El tercera línea del SIC y de Los Pumas nunca enfrentó a Lomu dentro de la cancha, aunque reconoce que le gustaría hacerlo para comprobar qué tan potente es. En Mar del Plata lo admiró desde la platea.

 

Imagen Gonzalo Longo.
Gonzalo Longo.
 

Cuan­do arre­me­te con la co­rri­da in­fer­nal y va ti­ran­do ri­va­les en el ca­mi­no el ti­po te im­pre­sio­na, pe­ro ha­bría que ver si viéndolo desde adentro de la can­cha es igual. Su­pon­go que sí, por­que es ma­ci­zo. No tie­ne un so­lo gra­mo de gra­sa en to­do el cuer­po, y su es­pal­da y sus pier­nas es­tán sú­per de­sa­rro­lla­das.

Lo me­jor que tie­ne es la po­ten­cia. El mo­men­to pre­ci­so en que en­ca­ra y mi­ra fi­jo el in­-­goal. Lo­mu no es de va­riar en su es­tra­te­gia ni te va a sor­pren­der con un re­pen­ti­no cam­bio de fren­te. No lo ne­ce­si­ta. El ti­po va pa­ra ade­lan­te, se sa­ca los ri­va­les de en­ci­ma y, lo que es peor, acu­mu­la mar­cas, por eso siem­pre de­ja a su lí­nea de tres cuar­tos lim­pia pa­ra ju­gar. No sé si es el mé­to­do de los li­bros de rugby, pe­ro de lo que es­toy se­gu­ro es de que a Nue­va Ze­lan­da le es efec­ti­vo.

Lo que me pa­re­ce es que no es bue­no en la mar­ca. Ja­más, o muy ra­ra vez, va al pi­so a mar­car, só­lo ati­na a ca­mi­se­tear a los ri­va­les, a em­pu­jar­los y sa­car­los le­jos de la can­cha, pe­ro no va aba­jo.

De to­das ma­ne­ras, los All Blacks con Lo­mu en la can­cha tie­nen mu­cho más pre­sen­cia. Se ha­cen res­pe­tar mu­cho más.

 

 

Estilo All Black

La Unión de Rugby de Nueva Zelanda se maneja como una empresa y por eso les exige a los jugadores el mayor profesionalismo cuando están representando al seleccionado nacional.

 

El pro­fe­sio­na­lis­mo pue­de ser en­ten­di­do de di­fe­ren­tes ma­ne­ras. En el ca­so de Nue­va Ze­lan­da el di­ne­ro es el que lo ri­ge. Por ejem­plo: los ju­ga­do­res uti­li­zan cua­tro mu­das de ro­pa di­fe­ren­tes de la mar­ca Adi­das só­lo pa­ra en­tre­narse, ya que la em­pre­sa mul­ti­na­cio­nal los obli­ga a pro­mo­cio­nar to­dos los mo­de­los de la lí­nea All Blacks. Los ju­ga­do­res acep­tan con gus­to fir­mar se­te­cien­tos au­tó­gra­fos dia­rios a per­so­nas que po­co co­no­cen su his­to­ria só­lo por­que el con­tra­to con la unión de su país así lo or­de­na. La pun­tua­li­dad pa­ra las co­mi­das, sa­li­das o en­tre­na­mien­tos se cum­ple a ra­ja­ta­blas por la sim­ple ra­zón de que, en ca­so con­tra­rio, las mul­tas son bien sa­la­di­tas. Y la pre­sión, al ca­bo, pa­ra ga­nar to­do lo que se pro­po­nen ju­gar se agi­gan­ta en ca­da com­pro­mi­so por­que así la bol­sa de va­lo­res se­rá ma­yor pa­ra la pró­xi­ma oca­sión.

 

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En Nue­va Ze­lan­da pa­sa co­mo en Fi­ji: to­do los chi­cos na­cen con una pe­lo­ta de rugby de­ba­jo del bra­zo. Sin em­bar­go, no pue­den com­pa­rar­se las dos na­cio­nes en cuan­to al ni­vel so­ciocul­tu­ral de su gen­te. Los neo­ce­lan­de­ses es­tán un pa­so más ade­lan­te. Y el rugby, en una es­truc­tu­ra de país en vías de de­sa­rro­llo, es la ma­te­ria más avan­za­da que tie­nen. La Unión de Rugby de Nue­va Ze­lan­da es una ver­da­de­ra em­pre­sa. Y los más de 400 ju­ga­do­res del plan­tel su­pe­rior, el ver­da­de­ro ca­pi­tal. Lo­mu, prin­ci­pa­l­men­te, el ju­ga­dor que más di­ne­ro les ha­ce re­cau­dar en la ac­tua­li­dad y tam­bién el que más di­ne­ro pi­de a cam­bio por es­tar en el equi­po.

Se ma­ne­jan así: el ma­na­ger de la de­le­ga­ción, Tony Ward, re­co­rre las ha­bi­ta­cio­nes por las no­ches an­tes de que ca­da ju­ga­dor se duer­ma. En ese mo­men­to les da la ru­ti­na del día si­guien­te: ho­ra­rio de de­sa­yu­no, de en­tre­na­mien­to, de al­muer­zo, de se­sión de ma­sa­jes, de hi­dro­ma­sa­je, de gim­na­sio, de la char­la téc­ni­ca y has­ta les in­for­ma lo que ha­rán en la ho­ra de re­crea­ción que se re­par­tie­ron en­tre pla­ya, ca­rre­ras de kár­tings, pool y ca­mi­na­tas por Alem.

 

Textos de María Ordás Carboni (2001). Fotos: Hernán Pepe

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