LAS ENTREVISTAS DE EL GRÁFICO

2004. Palermo volvió a vivir

Por Redacción EG · 29 de abril de 2019

Después de su experiencia en España, Martín Palermo regresa a Boca, y le cuenta a El Gráfico sus sensaciones. En el club xeneize jugaría 7 años más para seguir escribiendo su leyenda.


Es­ta más fla­co que cuan­do se fue. Se le no­ta en la ca­de­ra abre­via­da y mien­tras ca­mi­na con las pier­nas en­va­sa­das en esos jeans ma­rro­nes que las tor­nan de­ci­di­da­men­te zan­cu­das, con­va­li­dan­do aquel bau­tis­mo de “Gar­za” en sus días de ado­les­cen­cia y ac­né.

Es­tá más se­re­no que cuan­do se fue. Se le no­ta en el aplo­mo con que re­la­ti­vi­za las com­pli­ca­cio­nes de su Ope­ra­ción Re­tor­no y en la pla­ci­dez que irra­dia al re­co­rrer el club, in­mu­ne a fas­ti­dios de cual­quier ín­do­le cuan­do se le ad­hie­ren a la es­pal­da hin­chas, so­cios, alle­ga­dos y afi­nes pa­ra pre­gun­tar­le có­mo es­tá, qué pien­sa, cuán­tos go­les le ha­rá a Ri­ver, qué on­da con Brin­di­si.

La sonrisa compañera permanente de Martín desde que regresó a Boca.

Es­tá más con­ten­to que cuan­do se fue. Se le no­ta en la son­ri­sa en­cen­di­da y en esa ex­ci­ta­ción des­bo­ca­da al va­lo­rar ca­da ra­mi­fi­ca­ción co­ti­dia­na de su ofi­cio de fut­bo­lis­ta, co­mo un ma­te en la uti­le­ría, una char­la al pa­so con un pe­rio­dis­ta de los bue­nos vie­jos tiem­pos o un sal­to acro­bá­ti­co pa­ra aca­ri­ciar­le la ma­no a un hin­cha que tre­pó un mu­ro de Ca­sa Ama­ri­lla só­lo pa­ra sa­lu­dar­lo.

Es­tá más fla­co, más se­re­no y más con­ten­to, pe­ro Mar­tín sa­be que lo tra­je­ron a Bo­ca pa­ra que sea el mis­mo Pa­ler­mo. “El op­ti­mis­ta del gol”, se­gún el bau­tis­mo de Bian­chi. “La fie­ra del gol”, se­gún el ag­gior­na­mien­to de Brin­di­si pa­ra el lar­gui­ru­cho de go­les épi­cos, looks oxi­ge­na­dos y fes­te­jos lo­cos.

–¿Qué sen­sa­ción tu­vis­te en es­tos pri­me­ros días de reen­cuen­tro con el Mun­do Bo­ca?

–Sien­to que vol­ví a vi­vir. Que re­gre­sé a mi ca­sa. Ha­cía tiem­po que que­ría reen­con­trar­me con es­ta fe­li­ci­dad que só­lo te da Bo­ca. Des­de el pri­mer en­tre­na­mien­to, cuan­do en­tré en el ves­tua­rio y em­pe­cé a bro­mear con los mu­cha­chos, sen­tí que el al­ma me vol­vía al cuer­po. Es­toy es­pe­ran­do con an­sie­dad el día de pi­sar la Bom­bo­ne­ra, por­que sé que me voy a emo­cio­nar de lo lin­do.

–¿Ne­ce­si­ta­bas reen­con­trar­te con esa adre­na­li­na?

–Mu­chí­si­mo. Uno no se da cuen­ta lo que es Bo­ca has­ta que se va. Es al­go in­com­pa­ra­ble, úni­co. Por el ca­ri­ño de la gen­te, por la re­per­cu­sión, por los ob­je­ti­vos, por la pren­sa. Es una su­ma de co­sas que lo con­vier­ten en al­go ma­ra­vi­llo­so. Po­drá exis­tir al­gún club del mun­do con más hin­chas, pe­ro la pa­sión que ge­ne­ra Bo­ca es ini­gua­la­ble.

Feliz de la vida, a caballito de Traverso. Palermo recuperó la alegría y sueña con más goles.

–Te fuis­te ga­na­dor de to­do, pe­ro du­ran­te tus cua­tro años de au­sen­cia Bo­ca vol­vió a re­co­rrer ese ca­mi­no. ¿Eso au­men­ta el com­pro­mi­so de es­ta vuel­ta?

–No. Aun­que yo no es­tu­vie­ra, Bo­ca igual apun­ta­ría a lo má­xi­mo. En es­tos días no­té al gru­po muy mo­ti­va­do. Aun­que cam­bió el cuer­po téc­ni­co y lle­ga­ron va­rios ju­ga­do­res, la esen­cia es la mis­ma. Pa­re­ce que Bo­ca no hu­bie­ra ga­na­do na­da en los úl­ti­mos tiem­pos. Hay una ex­pec­ta­ti­va re­no­va­da, ham­bre de glo­ria, ga­nas de con­se­guir co­sas im­por­tan­tes.

–¿No arries­gás de­ma­sia­do pres­ti­gio con es­te re­gre­so? Di­go por la com­pa­ra­ción con la eta­pa an­te­rior.

–Eso no me preo­cu­pa. To­do lo que le dí a Bo­ca ya es­tá, que­dó en la his­to­ria y no lo bo­rra na­die. Aho­ra vi­ne pa­ra se­guir su­man­do co­sas. Quie­ro dar­le más ale­grías a la gen­te de Bo­ca. To­das las que pue­da. Pe­ro sin mi­rar pa­ra atrás. Yo vi­vo el pre­sen­te. No me gus­ta dor­mir­me en los lau­re­les de los go­les que le pu­de ha­ber he­cho a Ri­ver, al Real Ma­drid o a San Lo­ren­zo. Mi­ro pa­ra ade­lan­te y veo ob­je­ti­vos por al­can­zar, go­les por ha­cer, par­ti­dos por ga­nar. Y creo que aho­ra voy a dis­fru­tar más que an­tes.

–¿Por qué?

–Por­que es­toy más ma­du­ro. En la eta­pa an­te­rior pa­só to­do muy rá­pi­do y no su­pe en­con­trar el tiem­po pa­ra sa­bo­rear­lo. Me ex­plo­tó to­do de re­pen­te: los go­les, los cam­peo­na­tos lo­ca­les, la Li­ber­ta­do­res, la In­ter­con­ti­nen­tal… Co­sas muy fuer­tes que ve­nían una de­trás de la otra, sin res­pi­ro. Y yo no te­nía la ca­pa­ci­dad o el en­tre­na­mien­to pa­ra ma­ne­jar esas si­tua­cio­nes. Es­toy se­gu­ro de que voy a dis­fru­tar mu­chí­si­mo ca­da mi­nu­to de es­ta eta­pa, sin apar­tar­me del com­pro­mi­so que sig­ni­fi­ca ga­nar un tí­tu­lo.

–Co­mo si hu­bie­ra otro Pa­ler­mo.

–No sé si otro Pa­ler­mo. Yo di­ría que es el mis­mo, pe­ro más ma­du­ro. Por una cues­tión de años y de vi­ven­cias.

Autógrafo al paso. Mientras Martín trotaba, una jugadora corrió con él hasta que le firmó.

El si­nuo­so pe­ri­plo eu­ro­peo apor­tó esas vi­ven­cias que gal­va­ni­za­ron el es­pí­ri­tu del nue­vo Mar­tín. Par­tió ha­cia Es­pa­ña con el aval de aque­llos go­les al Real Ma­drid, pe­ro sus días trans­cu­rrie­ron en un con­tex­to me­nos gla­mo­ro­so que la fi­na­lí­si­ma de To­kio 2000.

Irre­gu­la­ri­dad. Esa es la pa­la­bra que me­jor se en­ta­lla a su ren­di­mien­to en tie­rra his­pa­na. Por va­ria­bles fut­bo­lís­ti­cas o cir­cuns­tan­cias tan in­só­li­tas co­mo la do­ble frac­tu­ra mien­tras ce­le­bra­ba un gol del Vi­lla­rreal, a Pa­ler­mo le cos­tó sos­te­ner el ni­vel ex­plo­si­vo del pri­mer vi­rrei­na­to de Bian­chi.

–¿Qué les res­pon­dés a quie­nes sos­tie­nen que Pa­ler­mo fra­ca­só en el fút­bol es­pa­ñol?

–No creo ha­ber fra­ca­sa­do. Pe­ro re­co­noz­co que no me fue to­do lo bien que de­sea­ba. Ca­si nun­ca pu­de ser fe­liz. Des­gra­cia­da­men­te, no tu­ve la for­tu­na de ju­gar en un equi­po con as­pi­ra­cio­nes gran­des co­mo las que tie­ne Bo­ca. Ju­gué en clu­bes sin esa au­toe­xi­gen­cia. Y eso in­flu­yó en mi ren­di­mien­to. Mi idea era em­pe­zar de aba­jo y cre­cer pau­la­ti­na­men­te, pe­ro se me com­pli­có to­do a par­tir de aque­lla fa­mo­sa le­sión por el mu­ro que se me ca­yó en­ci­ma. Res­ca­to que en Es­pa­ña me ha­yan tra­ta­do muy bien a ni­vel per­so­nal. Y tam­bién las ex­pe­rien­cias que vi­ví den­tro y fue­ra de la can­cha. Me sir­vie­ron pa­ra cre­cer a to­do ni­vel.

En Villarreal jugó entre 2001 y 2003. Disputó 81 partidos y marcó 20 goles.

–¿Te arre­pen­tís de ha­ber­te ido?

–No. En su mo­men­to to­mé la de­ci­sión co­rrec­ta. Ha­bía un de­sa­fío por de­lan­te y que­ría ase­gu­rar el fu­tu­ro de mi fa­mi­lia.

–¿No te ba­jo­neó ha­ber ter­mi­na­do en un equi­po de Se­gun­da Di­vi­sión?

–No, pa­ra na­da. No só­lo no me aver­güen­za, si­no que los me­ses que pa­sé en el Ala­vés fue­ron fun­da­men­ta­les pa­ra mi re­cu­pe­ra­ción. Des­pués de tan­tas pá­li­das, ha­bía per­di­do el en­tu­sias­mo, las ga­nas de ju­gar. Y las re­cu­pe­ré en Ala­vés. Tu­ve con­ti­nui­dad y pe­lea­mos el as­cen­so has­ta el fi­nal. Nos que­da­mos en la puer­ta, pe­ro siem­pre fui­mos pro­ta­go­nis­tas.

–¿Y qué te fal­ta pa­ra ser el Pa­ler­mo que fuis­te?

–Lo que es­toy vi­vien­do aho­ra: la ilu­sión de pe­lear co­sas im­por­tan­tes, una pre­tem­po­ra­da in­ten­sa pa­ra po­ner­me a pun­to y un gru­po que con­ta­gia op­ti­mis­mo.

–Que con­ta­gia op­ti­mis­mo y que es­tá lle­no de “vie­ji­tos”.

–Nooo… Te­ne­mos ex­pe­rien­cia, que no es lo mis­mo. Pe­ro los “vie­ji­tos”, co­mo di­ce la gen­te, no es­ta­mos so­los. Nos ro­dean un mon­tón de chi­cos que jue­gan muy bien y em­pu­jan con una fuer­za bár­ba­ra. Hay una bue­na mez­cla. Y a to­dos nos igua­la una co­sa: la men­ta­li­dad ga­na­do­ra.

Zurdazo típico de Palermo, en este caso en un partido muy especial para él, enfrentando a Gimnasia en el Bosque.

–Se reen­con­tra­ron va­rios mu­cha­chos de la pri­me­ra eta­pa, pe­ro se fue Bian­chi…

–Lo de Car­los me sor­pren­dió, co­mo a to­dos. Pe­ro si to­mó esa de­ci­sión, ten­drá sus ra­zo­nes y hay que res­pe­tar­las. Yo le ten­go un agra­de­ci­mien­to eter­no y le de­seo lo me­jor. Aho­ra el gru­po tra­ta­rá de res­pon­der­le a Mi­guel, que me pa­re­ce una gran per­so­na…

 Mi­guel su­po lle­gar­le al co­ra­zón en un ins­tan­te cru­cial. La Ope­ra­ción Re­tor­no pa­re­cía nau­fra­gar por una cláu­su­la te­ñi­da de des­con­fian­za, que lo obli­ga­ba a ju­gar una de­ter­mi­na­da can­ti­dad de par­ti­dos pa­ra ga­ran­ti­zar­se la ple­na vi­gen­cia de un con­tra­to trie­nal. Pa­ra col­mo, las no­ti­cias que ve­nían de Mé­xi­co ubi­ca­ban a su com­pe­ti­dor di­rec­to por la va­can­te de cen­tro­de­lan­te­ro, Jo­sé Sa­tur­ni­no Car­do­zo, ca­da vez más cer­ca en las ci­fras. Y esa ilu­sión cons­trui­da día tras día, la­dri­llo a la­dri­llo, pa­re­cía de­rrum­bar­se ine­xo­ra­ble­men­te.

En Boca tuvo dos ciclos, en total jugó 404 partidos y convirtió 236 goles.

En el her­vor de la amar­gu­ra le so­nó el ce­lu­lar. Y la voz de Brin­di­si le re­vi­ta­li­zó la es­pe­ran­za: “Tran­qui­lo, Mar­tín, que vos sos el nue­ve que yo quie­ro. Se va a ha­cer lo im­po­si­ble pa­ra que ven­gas.”

Me­nos de 24 ho­ras des­pués, Pa­ler­mo es­ta­ba en el com­ple­jo de Ca­sa Ama­ri­lla pa­ra ser pre­sen­ta­do co­mo nue­vo ju­ga­dor de Bo­ca. Aque­lla des­con­fian­za in­com­pren­si­ble mu­tó a un res­pal­do in­con­di­cio­nal. Tan­to que lo pre­sen­ta­ron a la pren­sa an­tes de pa­sar la re­vi­sión mé­di­ca y fir­mar con­tra­to…

–Ese lla­ma­do de Mi­guel fue im­por­tan­te. Pa­ra un ju­ga­dor es fun­da­men­tal que el téc­ni­co lo quie­ra y con­fíe en él.

–¿Tu­vis­te mie­do de que se ca­ye­ra to­do?

–No, es­tu­ve muy tran­qui­lo. Las ne­go­cia­cio­nes siem­pre tie­nen sus idas y vuel­tas. Lo im­por­tan­te fue que de am­bos la­dos ha­bía pre­dis­po­si­ción pa­ra lle­gar a un acuer­do.

–¿Qué char­las­te con Ma­cri?

–Ha­bla­mos des­pués de que se arre­gla­ra to­do y me pi­dió que dis­fru­ta­ra mu­cho lo que se vie­ne.

–¿Y los hin­chas qué te pi­die­ron?

–Lo ló­gi­co: go­les, tí­tu­los, ga­nar­le a Ri­ver.

–¿Vos qué les con­tes­tas­te?

–Que voy a de­jar to­do pa­ra dar­les mu­chas ale­grías. Aun­que mis ac­tua­cio­nes en Es­pa­ña no ha­yan si­do de las me­jo­res, no me ol­vi­dé de ha­cer go­les. Yo sue­ño con lo mis­mo que ellos.

–Y ellos so­ña­ban con la du­pla Gui­ller­mo-Pa­ler­mo, aun­que aho­ra ten­drán que es­pe­rar un tiem­pi­to.

–Con Gui­ller­mo vi­vi­mos sen­sa­cio­nes opues­tas en po­co tiem­po. Reen­con­trar­nos en Bo­ca es lo que más de­seá­ba­mos. No­so­tros nos hi­ci­mos muy ami­gos y se­gui­mos sién­do­lo cuan­do me fui, así que siem­pre ha­blá­ba­mos de lo lin­do que se­ría re­vi­vir to­do aque­llo. La­men­ta­ble­men­te su le­sión se com­pli­có y va­mos a te­ner que es­pe­rar pa­ra dis­fru­tar jun­tos aden­tro de una can­cha.

–¿Có­mo no­tas­te a Gui­lle en es­tos días?

–Y… es­ta­ba ba­jo­nea­do, con la bron­ca ló­gi­ca por una co­sa así. Pe­ro se to­mó la me­jor de­ci­sión pa­ra su fu­tu­ro. La ope­ra­ción le va a per­mi­tir vol­ver en ple­ni­tud lo más rá­pi­do po­si­ble.

–¿Có­mo te ima­gi­nás una so­cie­dad con Te­vez?

–Si Mi­guel de­ci­de que ju­gue­mos jun­tos, ima­gi­no que nos va­mos a aco­plar muy bien, igual que con el res­to de los mu­cha­chos. Car­li­tos le dio co­sas im­por­tan­tí­si­mas a Bo­ca y ya de­mos­tró to­do el ta­len­to que tie­ne. Jue­ga bien en cual­quier lu­gar de la can­cha.

–Más allá de lo que pa­se en Bo­ca, ¿te­nés ga­nas de una re­van­cha en la Se­lec­ción?

–El ju­ga­dor siem­pre pien­sa en la Se­lec­ción. Des­de ya que me gus­ta­ría te­ner una nue­va opor­tu­ni­dad. Pe­ro aho­ra ten­go la ca­be­za pues­ta en Bo­ca. No quie­ro mi­rar más allá del pre­sen­te. Si le rin­do bien a Bo­ca, qui­zá me ga­ne una chan­ce en la Se­lec­ción. Me en­can­ta­ría.

En la Selección Argentina vivió los dos extremos, la tristeza de errar tres penales en un mismo partido (Copa América de 1999) y 10 años después la gloria de convertir el gol frente a Perú en las eliminatorias para darle el pase a la Selección de Maradona al Mundial de Sudáfrica 2010, donde sería convocado y marcaría un gol frente a Grecia.

Des­de que re­tor­no al club, Mar­tín ha da­do pa­sos cor­tos, pe­ro fir­mes, se­gu­ros. Ini­ció su pre­pa­ra­ción de ce­ro, di­fe­ren­cia­do del res­to del plan­tel. Y a me­di­da que aco­pió ki­ló­me­tros en el tra­ba­jo de fon­do, fue aco­plán­do­se a la ma­qui­na­ria ge­ne­ral. Con óp­ti­mos re­sul­ta­dos en to­das las eva­lua­cio­nes fí­si­cas que se le prac­ti­ca­ron, y fer­ti­li­za­do por los cons­tan­tes gri­tos de alien­to de Mi­guel, “la fie­ra del gol” afi­la las uñas pa­ra el zar­pa­zo del re­gre­so.

–¿Có­mo ima­gi­nás la vuel­ta ofi­cial?

–Pre­fie­ro vi­vir­la y no so­ñar­la. Pe­ro sé que va a ser lin­da, emo­cio­nan­te. Y que de ahí en más em­pie­za otra his­to­ria. Ya di­je: no voy a mi­rar pa­ra atrás. To­dos me ha­blan del gol que le hi­ce a Ri­ver por la Co­pa y tie­nen ra­zón, fue al­go sen­sa­cio­nal, inol­vi­da­ble, de pe­lí­cu­la. Nun­ca voy a sen­tir en una can­cha lo que sen­tí en ese ins­tan­te. Pe­ro no pue­do de­te­ner­me en eso. Mi men­ta­li­dad es mi­rar pa­ra ade­lan­te. Lo que pa­só, pa­só. Quie­ro que me re­co­noz­can por lo que ha­ga a par­tir de aho­ra, co­mo si nun­ca hu­bie­ra he­cho na­da en Bo­ca. Es mi gran de­sa­fío en es­ta eta­pa.

 

Evolución de la especie

● De chi­co an­da­ba con los bra­zos le­van­ta­dos, co­mo si su­pie­ra que más ade­lan­te lo ha­ría se­gui­do pa­ra fes­te­jar go­les y más go­les. No bien dio los pri­me­ros pa­sos, le re­ga­la­ron una pe­lo­ta nú­me­ro cin­co tan gran­de co­mo él. ¿Los co­lo­res? Ob­vio: ro­jo y blan­co, los del Pin­cha.

 

Martín Palermo nació en La Plata el 7 de noviembre de 1973.
 

● An­tes de en­trar a la pri­ma­ria, Mar­tín ya era un hin­cha fa­ná­ti­co de Es­tu­dian­tes. Si bien te­nía la ca­mi­se­ti­ta, cuan­do ju­ga­ba con los ami­gui­tos le en­can­ta­ba ir al ar­co, el pues­to que hizo famoso a su pa­dre en el club For Ever. Pe­ro los ge­nes del go­lea­dor se­rían más fuer­tes que los del ar­que­ro.

 

La zurda y la camiseta Pincharrata.
 

● Por al­go le de­cían La Gar­za en la ado­les­cen­cia… ¡Qué pa­tas fla­cas! En esa épo­ca es­ta­ba pe­lea­do a muer­te con los me­lli­zos Ba­rros Sche­lot­to, sím­bo­los de Gim­na­sia. Se mata­ban en los clá­si­cos pla­ten­ses de in­fe­rio­res, en los que Martín fue cam­peón de No­ve­na a Quin­ta.

Debutó en Estudiantes el 5 de julio de 1992. Jugó en el Pincha hasta 1997.

● Ex­plo­tó en la Pri­me­ra de Es­tu­dian­tes, allí se di­plo­mó de ver­du­go de Ri­ver: le hi­zo sie­te go­les. Pe­ro an­tes de ese mo­men­to de glo­ria, es­tu­vie­ron a pun­to de ce­der­lo a prés­ta­mo a San Mar­tín de Tu­cu­mán por apenas 1000 dó­la­res, ya que el DT Miguel Angel Rus­so no le veía pas­ta.

 

En Estudiantes jugó 99 partidos y convirtió 36 goles.
 

● El me­chón do­ra­do fue la mar­ca re­gis­tra­da de su me­jor mo­men­to en Bo­ca. Má­xi­mo ar­ti­lle­ro de tor­neos cor­tos –20 go­les en los 19 par­ti­dos del Aper­tu­ra 98–, ga­nó cin­co tí­tu­los e hi­zo su gol 100 con los li­ga­men­tos ro­tos.

 

● En la Se­lec­ción Na­cio­nal tam­bién ba­tió ré­cords, aun­que pa­ra na­da en­vi­dia­bles: ¡erró tres pe­na­les en un mis­mo par­ti­do! El par­ti­cu­lar he­cho ocu­rrió en Lu­que, con­tra Co­lom­bia, por la Co­pa Amé­ri­ca 99. Con la ce­les­te y blan­ca, con­vir­tió 3 go­les en 7 par­ti­dos.

 

● Vi­lla­rreal fue la pa­ra­da ini­cial en el fút­bol es­pa­ñol. Allí con­su­mó otro ré­cord in­só­li­to: se frac­tu­ró la ti­bia y el pe­ro­né por­que se le ca­yó una pa­red en­ci­ma mien­tras fes­te­ja­ba un gol con los hin­chas. Des­pués vi­nie­ron vue­los fu­ga­ces por el Be­tis y el Ala­vés.

 

● A los trein­ta años, vuel­ve a cal­zar­se la ca­mi­se­ta de Bo­ca pa­ra trans­for­mar­se en una de las fi­gu­ras es­te­la­res del año del cen­te­na­rio. Nue­ve go­les, pa­ra­dó­ji­ca­men­te, lo se­pa­ran de las 100 con­quis­tas con la azul y oro. Un hi­to que, se su­po­ne, al­can­za­rá en muy po­co tiem­po.

 

Una operación muy particular

Bo­ca com­pro el 50% del pa­se de Pa­ler­mo en 900 mil dó­la­res y acor­dó pa­gar­le 100 mil dó­la­res de pri­ma por el pri­mer año de con­tra­to. En ju­lio de 2005 ten­drá la op­ción de com­prar el 50% res­tan­te por otros 900 mil dó­la­res y pro­rro­gar au­to­má­ti­ca­men­te el vín­cu­lo por dos años más, abo­nan­do otros 100 mil anua­les de pri­ma. Si Bo­ca no com­pra el 50% res­tan­te, Mar­tín que­da­rá li­be­ra­do pa­ra ju­gar en otro equi­po.

 

Por Elias Perugino

Fotos: Alejandro del Bosco y Archivo El Gráfico


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