Muchos quedarían petrificados ante el pedido de ubicar en el mapa a los países participantes de la Copa Africana de Naciones. Son pocas las noticias que llegan desde allí y cuando eso sucede se habla del continente “en masa” como si no tuviera límites geográficos. El brote del ébola es el último caso de esta burda simplificación. Tierra adentro, la pelota gira como en cualquier lado y cada dos años un certamen reúne a las mejores 16 naciones. Aunque pase desapercibido por no contar con equipos brillantes, pequeñas historias caracterizan a un torneo que refleja como ningún otro, una importante faceta cultural.

El inicio de la organización fue a contramano de lo esperado. En octubre de 2014, Marruecos, el país organizador, hizo un pedido formal para posponer la Copa por temor a la propagación del ébola. El antecedente de 5000 muertos era suficiente como para que la Confederación Africana accediera. Sin embargo, esa no fue la primera respuesta. Le dio un mes a Marruecos para que repensara su posición, la cual no modificó. En noviembre y alegando que Marruecos no cumplió con el compromiso preestablecido, la Confederación le quitó la localía y además lo eliminó de la competición. El anfitrión se quedó sin sede y sin poder jugar.

No fue fácil conseguir un país que en dos meses estuviera preparado para albergar una competencia que moviera tanta gente. Claro está, a una escala mucho menor que un Mundial. El temor al ébola lo tenían todos, incluso Ghana y Sudáfrica, quienes recibieron ofrecimientos de la Confederación Africana para ser locales. La infraestructura sudafricana es la mejor del continente y tiene un buen historial: Mundial 2010 y la Copa Africana 2013, cuando unos meses antes Libia desistió alojarla. Esta vez, el país de Mandela no aceptó.

Surgió inesperadamente Guinea Ecuatorial, un pequeño país limítrofe de Camerún (en la antigua Pangea habría estado frontera de por medio con Brasil), que se ofreció a ser el organizador pese al ébola, a no contar con instalaciones de lujo ni tantas otras trabas que desestimularon a los demás. El 14 de noviembre fue confirmada la noticia. Uno de los principales impulsores fue Teodoro Obiang Nguema, “presidente” de Guinea Ecuatorial desde 1979 tras derrocar a su tío en el cargo. Asesinatos políticos, desaparecidos, trata de personas, 76% de pobreza y falta de libertad de expresión caracterizan hoy en día a uno de los países que peor puntaje tiene en derechos humanos, según organismos internacionales.

Pero también tienen fútbol. Para la Copa se designaron cuatro estadios. El más grande, ubicado en Bata, una ciudad costera, entran 40 mil personas. Los restantes tres tienen capacidad para 15 mil espectadores aproximadamente. La situación del país la podría contar en primera persona Esteban Becker, el entrenador argentino de la selección ecuatoguineana. En 2012 arribó al país para dirigir fútbol femenino, pero rápidamente se hizo cargo de la selección masculina. Su rol no es para nada secundario en un país que tiene un millón de habitantes y donde el deporte rey queda explícito en los numerosos hinchas del Barcelona y Real Madrid. El pasado como colonia española –de ahí tomaron el idioma oficial- aún guarda sus reminiscencias. 

Becker tiene 50 años, pero después de hacer las inferiores en Independiente y jugar en algunos clubes del Interior de poco nombre, se mudó a España. Allí hizo su carrera futbolística y sus primeras armas como entrenador. Pero la sorpresa la dio en esta edición de la Copa. Fortalecido como local, anticipó que sus jugadores eran “hormigas” al lado de los rivales. Fue segundo del Grupo A detrás de Congo y por encima de Gabón y Burkina Faso. En cuartos de final se estaba quedando eliminado vs. Túnez, pero en el minuto 93’, el árbitro sancionó un penal inexistente. Javier Balboa (surgido del Real Madrid) empató y luego hizo el gol del triunfo en el suplementario. El juez del partido recibió una sanción de seis meses y la CAF catalogó al arbitraje como “inaceptable”.

Poco le importó al presidente Obiang Nguema: “Aplaudo a los héroes, ya no quiero más nada. Ahora, si quieren ganar el próximo partido, ¡lo aceptaremos!”, dijo eufórico. No fue así, porque en semifinales se acabó el sueño tras perder 3-0 con Ghana. De todas maneras, Becker se convirtió en ídolo y en el primer argentino en dirigir una Copa África. La derrota fue con escándalo. Cuando faltaban siete minutos, los hinchas ecuatoguineanos comenzaron a arrojar proyectiles a un grupo de ghaneses. Sobrepasados por los ataques desde diferentes flancos bajaron al campo de juego en busca de refugio. Cuarenta minutos después se reanudó el juego con el pequeño grupo de hinchas reubicado en otro sector de la cancha.

Para entender el mapa hay algunas complejidades de nomenclatura. Guinea (no Guinea Ecuatorial) fue protagonista de un hecho insólito. Sumó tres puntos al igual que Malí en el Grupo D que lideró Costa de Marfil con 5 y cerró Camerún con dos. Pero guineanos y malienses empataron sus tres partidos uno a uno, por lo tanto, tenían idéntico puntaje. La clasificación se definió mediante la última instancia que plantea la FIFA: el sorteo. Guinea fue el afortunado y pasó de ronda, aunque su azaroso camino fue interrumpido por Ghana.

Las Estrellas Negras son desde hace años, una de las selecciones más fuertes de África. André Ayew, el zurdo del Olympique Marsella, y Asamoah Gyan, el delantero famoso por jugar con la número 3, son algunas de las figuras. Pero no todas son pelotas de gol para Gyan. En septiembre último, mientras hacía jet-ski con un amigo rapero conocido como Castro y su novia, tuvo un accidente y fue testigo del fallecimiento de ambos en medio del mar. Diferentes versiones comenzaron a circular sobre el episodio y una de ellas afirmó que el delantero había acabado con la vida de los dos cumpliendo con un ritual. La mala racha continuó. Mientras estaba en la concentración para la Copa África fue internado a causa de malaria, una enfermedad que lo marginó durante gran parte de la competencia.

Entre otros problemas que azotan al continente, y por ende, al fútbol, está la migración. Así como es difícil hablar con certeza de la edad de algunos jugadores, muchas selecciones pierden a los suyos y nutren a las europeas. Eso sucedió con Cabo Verde, que no logró superar el Grupo B al empatar sus tres partidos. Nani, el volante portugués que jugó tanto tiempo en el Manchester United; Rolando, el defensor del Inter que juega para Portugal; y Gelson Fernandes, el volante que le hizo un gol a España en el Mundial 2010 jugando para Suiza, son los ejemplares del éxodo. Con ellos la historia podría haber sido distinta. Las circunstancias sociales o políticas obligan a muchos a dejar su tierra natal. Los conflictos bélicos, las disputas internas entre diferentes sectores de las sociedades, golpes militares, luchas geográficas y remembranzas independentistas perduran con crueldad en determinadas zonas.

Lo que le sucedió a Zambia en 1993 también ingresa en la historia de complejidades externas al fútbol. En los Juegos Olímpicos de Seúl 88 había goleado 4-0 a Italia y era uno de los mejores equipos africanos del momento. La clasificación al Mundial de Estados Unidos 94 estaba cerca, pero faltaba un partido. El rival era Senegal y debía jugar de visitante. Llegando a Gabón para una escala previa, el avión cayó en el mar y murieron los 18 futbolistas, el entrenador y el presidente de la asociación. En 2012 pudo apañar el eterno gusto amargo. En la misma ciudad de Libreville, a unos kilómetros del accidente, Zambia ganó su primera Copa África después de vencer 8-7 en los penales a Costa de Marfil. Un documental llamado “Eighteam” que se estrenó en 2014 con motivo del 50 aniversario de la independencia del país, refleja aquel lugar de tragedia-hazaña. En la edición de 2015 Zambia no ganó ningún partido aunque dejó su huella: la forma de pararse en la foto previa a cada partido. ¿Por qué lo hacen? “Porque a los jugadores les gusta”, según dijo el presidente de la Asociación. No hizo falta mucho más. Sencillo y sin rodeo, en África las cosas son así.    

Pedro Molina