¡HABLA MEMORIA!

Los conceptos de un grande

Por Redacción EG · 01 de noviembre de 2022

Ramón Cabrero, un sabio del fútbol le brindó a El Grafico en 2007 varias definiciones muy interesantes. Ese mismo año conseguiría lo máximo como entrenador de Lanús, ganar el Apertura en La Bombonera.


>> Se apren­de de ju­ga­dor. Yo creo que no se pue­de es­tu­diar pa­ra di­rec­tor téc­ni­co. Si uno no su­po guar­dar ex­pe­rien­cia y co­no­ci­mien­tos mien­tras ju­ga­ba, per­dió el tren.

>> A los chi­qui­tos los pro­te­ge el area. Ahí es­tá el ca­so de Mes­si: cuan­do es­tá en el área, no se lo pue­de to­car. O le ha­cen pe­nal o le pe­gan un ti­ro. Si son ha­bi­li­do­sos, se ha­cen pe­li­gro­sí­si­mos.

Dellacha, Cabrero y Carnevale. El destino le tenía deparado a uno de los protagonistas de la foto, el gallego Ramón Cabrero, ser el primer técnico campeón con Lanús en la historia en el 2007.

>> Siem­pre es bue­no un re­fe­ren­te. Me en­can­ta­ba co­mo ju­ga­ba Mar­tín Pan­do, yo es­ta­ba en las in­fe­rio­res de La­nús y lo veía pa­ra apren­der. Otro que me en­can­ta­ba era An­gel Cle­men­te Ro­jas: ha­bi­li­dad, téc­ni­ca, pe­ro tam­bién fút­bol de po­tre­ro, que nos lle­na­ba los ojos a to­dos.

>> Se na­ce con con­di­cio­nes o no. Co­mo de­cía el Gi­ta­no Juá­rez: yo a un buen ju­ga­dor pue­do en­se­ñar­le a co­rrer, pe­ro si es ma­lo y co­rre, no me sir­ve.

>> Ju­gar bien no bas­ta. Una co­sa es ser ha­bi­li­do­so y otra des­ta­car­se en el pro­fe­sio­na­lis­mo. Cuan­do se en­tra en ese te­rre­no, hay que te­ner per­so­na­li­dad an­te to­do y de­di­ca­ción pa­ra lle­gar a al­go.

>> An­tes el fut­bol era mas lin­do. Y, ojo, no di­go que era me­jor, esa es otra co­sa. Lo que sí quie­ro de­cir es que era más fol­kló­ri­co, no era co­mo aho­ra, ca­si una cues­tión de vi­da o muer­te, de­ma­sia­do dra­má­ti­co. Al fi­nal, ese cli­ma al ju­ga­dor lo can­sa.

>> Mi vir­tud no fue ha­cer go­les. Yo hi­ce vein­te en to­da mi ca­rre­ra, pe­ro siem­pre tu­ve en cla­ro mis li­mi­ta­cio­nes, cla­ro, ju­ga­ba de 8... Eso sí, nun­ca ol­vi­da­ré mi de­but, en el 65, cuan­do em­pa­ta­mos con La­nús fren­te a Gim­na­sia 1-1 y el gol lo mar­qué yo...

>> Es dificil dar con­se­jos. Yo les di­go a mis ju­ga­do­res que uno tie­ne que po­ner to­do siem­pre. Des­pués, que­da la de­ci­sión del téc­ni­co. Cuan­do ju­gué en el Atlé­ti­co de Ma­drid, el nú­me­ro 8 era Luis Ara­go­nés, así que yo ju­ga­ba de vez en cuan­do. Pe­ro siem­pre es­tu­ve pre­pa­ra­do 10 pun­tos.

>> Hoy son mas pro­fe­sio­na­les. Cuan­do ju­ga­ba en Ñuls, vi­vía con Ma­ri­to Sa­na­bria. Sa­lía­mos a co­rrer con el plan­tel y nos es­con­día­mos de­trás de un ár­bol. Hoy pa­sa eso y vie­ne un com­pa­ñe­ro, te da un ca­che­ta­zo y te di­ce: “Es­tás ju­gan­do con mi pla­ta”.

>> Cre­cer de gol­pe due­le. A mí me pa­só, por­que de Ñuls fui al Atlé­ti­co de Ma­drid y no co­no­cía ni Mar del Pla­ta. Yo te­nía 22 años y mi mu­jer de siem­pre, Noe­mí, te­nía 17. éra­mos dos chi­cos. Suer­te que allí encontré a com­pa­ñe­ros co­mo Aya­la, Díaz o He­re­dia, pe­ro fue to­do muy rá­pi­do.

 

El día de su boda. Mucha elegancia.
 

>> Pa­ra ser DT hay que sen­tir­se ca­paz. Si no te­nés con­vic­cio­nes, si no te­nés per­so­na­li­dad, no sir­ve.

>> No uso pizarron. A mí me gus­ta la char­la gru­pal, de­cir­les a los ju­ga­do­res qué quie­ro y qué pue­den ha­cer. Y, lue­go, cla­ro, tam­bién es­tá la char­la in­di­vi­dual, no pa­ra de­cir­le a un ju­ga­dor có­mo tie­ne que ju­gar, si­no qué co­sas pue­de me­jo­rar, pa­ra orien­tar­lo.

>> El futbol es uno so­lo. Yo apren­dí mu­cho de dos gran­des, el Gi­ta­no Juá­rez y Me­not­ti, cuan­do es­ta­ban en Ñuls. En el Atlé­ti­co de Ma­drid tu­ve al To­to Lo­ren­zo. Es­cue­las dis­tin­tas. Por un la­do, el fút­bol al­go bo­he­mio, por el otro, el prác­ti­co. Ese en­fren­ta­mien­to que hu­bo en­tre Me­not­ti y Bi­lar­do fue una ton­te­ría que le hi­zo mal al fút­bol.

>> Ha­cen fal­ta bue­nos ju­ga­do­res. Si fal­tan ju­ga­do­res, no hay pi­za­rrón ni tác­ti­ca que val­ga. El fút­bol es más sen­ci­llo de lo que pa­re­ce. Yo quie­ro que mi equi­po jue­gue bien, pen­san­do en el ar­co con­tra­rio, que sea in­te­li­gen­te y que se­pa de­fen­der. Un 70 pen­san­do en el ar­co de en­fren­te y un 30 por cien­to que de­fien­da.

Lindo retrato de juventud, cuando recién arrancaba a jugar en Lanús, donde debutó en 1965.

>> Ca­da uno tie­ne sus codigos. Yo ten­go los míos. Así, cuan­do me reú­no con los ju­ga­do­res, lo pri­me­ro que les di­go es que no la voy con esos que nun­ca quie­ren ir al ban­co. Acep­to que un ju­ga­dor se fas­ti­die si lo sa­co, por­que eso de­mues­tra su ac­ti­tud, pe­ro tam­bién tie­ne que sa­ber que por al­go uno to­ma esa de­ci­sión. ¡Ah! Otra re­gla de oro pa­ra mí es que se­pan con­vi­vir y res­pe­tar­se.

>> La fe­li­ci­dad es sen­ci­lla. Yo si­go ca­sa­do con la mis­ma mu­jer, ten­go dos hi­jos pro­fe­sio­na­les, Ra­mi­ro es abo­ga­do y Ma­ría Be­lén es con­ta­do­ra. Me sien­to bien en La­nús. Eso es la fe­li­ci­dad.

>> Hay que de­cir lo que se sien­te. Por eso lo ad­mi­ro a La­ Vol­pe, aun­que no lo co­noz­co per­so­nal­men­te. El vi­no al país y di­ce lo que sien­te, con gran va­len­tía, y eso es bue­no pa­ra nues­tra pro­fe­sión.

>> Cuidado con lo que se dice. Yo di­je que fir­má­ba­mos el em­pa­te con Bo­ca en el Apertura pasado y hu­bo quie­nes pen­sa­ron que ha­bía una co­sa ra­ra, por­que de esa for­ma Bo­ca sa­lía cam­peón. Lo que qui­se de­cir era que, pa­ra un equi­po chi­co co­mo La­nús, un em­pa­te era buen re­sul­ta­do. Bue­no, al fi­nal ga­na­mos, lo mandamos al desempate con Estudiantes y de­mos­tra­mos que no siem­pre hay que ver to­do ba­jo el agua.

Tuvo dos pasos como directo técnico de Lanús. El segundo fue el más exitoso, donde conquistó el Apertura 2007.

>> Lo pe­or es antes del partido. Dos ho­ras an­tes me pon­go lo­co, muy an­sio­so, siento que la hora no pa­sa más... Cuan­do em­pie­za ya no, por­que ellos es­tán en la can­cha y tie­nen que re­sol­ver, pe­ro an­tes... ¡Es un in­fier­no!

>> No to­do es tan dra­ma­ti­co. Cuan­do uno pier­de, re­bo­bi­na men­tal­men­te el par­ti­do ju­ga­da por ju­ga­da. Y a ve­ces, des­pués de un par de días, mi­ra el ta­pe, ana­li­za lo que pa­só y di­ce: “Pu­cha, tan mal no ju­ga­mos”. De la mis­ma ma­ne­ra en que, des­pués de un triun­fo, pue­de de­cir: “Ojo, que no ju­ga­mos tan bien...” Hay que bus­car el equi­li­brio.

>> Pri­me­ro y prin­ci­pal, la ver­dad. Así co­mo ad­mi­ro a La Vol­pe, por su sinceridad, así tra­to de ser yo en to­do. Lo más com­pli­ca­do es men­tir­se a uno mis­mo, de­cir por ejem­plo, “la cul­pa la tu­vo el re­fe­rí” en lu­gar de acep­tar que se ju­gó mal y pun­to.

>> La vi­da no tie­ne por que ser tran­qui­la. Cuan­do no di­ri­jo, me fal­ta la adre­na­li­na, es co­mo si fue­ra una dro­ga. A ve­ces quie­ro de­sen­chu­far­me de to­do y des­pués, cuan­do me to­mo va­ca­cio­nes... ¡Ex­tra­ño los par­ti­dos!

Con la pizarra de fondo. Ramón Cabrero comenzó a dirigir en 1985 (Sportivo Italiano) hasta 2010 (Atlético Nacional de Medellín).

>> En albania, dos meses son eternos. Yo ha­bía an­da­do mucho por to­do nuestro país, en di­fe­ren­tes clu­bes, pe­ro ha­ce unos tres años, por me­dio de Pe­dro Pas­cu­lli, me man­da­ron a tra­ba­jar en el Dí­na­mo de Al­ba­nia. ¡Ma­mi­ta! ¿Có­mo po­día di­ri­gir si no nos en­ten­día­mos? Te­nía un pre­pa­ra­dor fí­si­co que ha­bla­ba en ita­lia­no y por ahí al­go po­día ex­pli­car, pe­ro era más fá­cil co­mu­ni­car­se con un la­va­rro­pas. ¡Y eso que so­la­men­te fue­ron dos me­ses!

>> Siem­pre se quie­re al­go mas. Ten­go 60 años, pe­ro to­da­vía me en­can­ta­ría te­ner la chan­ce en un club gran­de. Na­da vie­ne por ca­sua­li­dad y me gus­ta­ría el de­sa­fío. Y a lo mejor tengo la suerte de que se me dé.

>> Es bue­no te­ner mu­chos ami­gos. Y los ten­go, aun­que si tuviera que nom­brar a uno, lo ha­go con El Pa­na­de­ro Díaz, por­que es un ami­go de to­da la vi­da. En cambio, me parece que es im­po­si­ble no te­ner­ enemigos, por­que no to­dos pue­den que­rer­lo a uno.

>> Me equi­vo­que mu­chas ve­ces. Sin em­bar­go, no ten­go gran­des arre­pen­ti­mien­tos: han si­do erro­res, sí, pe­ro mi­ran­do pa­ra atrás, no­to que nin­gu­no fue gra­ve.

>> Si no me fue me­jor, no fue por mi. Ya di­je que me gus­ta­ría la chan­ce de un club gran­de. Has­ta aho­ra no vi­no, pe­ro de al­go es­toy se­gu­ro y es que siem­pre hi­ce to­do pa­ra al­can­zar lo me­jor.

>> To­dos te­ne­mos un ca­cho de cul­pa. Y me re­fie­ro a to­dos, ¿eh? Es­pe­cial­men­te a los téc­ni­cos. No me pa­sa por la ca­be­za que un téc­ni­co lle­gue a es­tar en dos clu­bes en la mis­ma tem­po­ra­da. Eso no es te­ner res­pe­to por la pro­fe­sión, no sa­ber dar pla­zos. Y un po­co de cul­pa la te­ne­mos no­so­tros mis­mos, en gran par­te, por­que los con­tra­tos son pa­ra ser cum­pli­dos.

 

Por Carlos Irusta (2007).

Fotos: Jorge Dominelli.


Ver artículo completo