¡HABLA MEMORIA!

Omar Sívori, una leyenda

Por Redacción EG · 22 de febrero de 2019

Maestro de la gambeta, símbolo del potrero, ganador por naturaleza. El Cabezón fue uno de los más fantásticos futbolistas de la historia.


Nin­gun ad­je­ti­vo le que­dó gran­de a En­ri­que Omar Sí­vo­ri. El Ca­be­zón fue un crack uni­ver­sal, de to­dos los tiem­pos. Un zur­di­to ato­rran­te, hi­jo pre­fe­ri­do del po­tre­ro, que la es­con­día de­ba­jo de la sue­la y co­men­za­ba a di­bu­jar ge­nia­li­da­des co­mo un Pi­cas­so con bo­ti­nes. Un es­pa­da­chín del des­par­pa­jo, re­bel­de con o sin cau­sa, que dre­na­ba ta­len­to has­ta con su look in­con­fun­di­ble, ése del pe­lo ca­pri­cho­sa­men­te re­vuel­to, las pier­ni­tas cur­va­das y las me­dias irre­nun­cia­ble­men­te ba­jas, co­mo rién­do­se de los tran­ca­zos im­po­ten­tes que ca­si nun­ca lo al­can­za­ban.

 

Enrique Omar Sívori nació el 2 de octubre de 1935 en San Nicolás, Buenos Aires, y murió el 17 de febrero de 2005, a los 69 años. -

Nin­gu­na com­pa­ra­ción po­dría es­fu­mar­le la au­toes­ti­ma a En­ri­que Omar Sí­vo­ri. Chi­quín, co­mo le de­cían los ami­gos en la in­fan­cia hu­mil­de de San Ni­co­lás, in­te­gra la pri­me­ra lí­nea de las gi­gan­tes­cas glo­rias del fút­bol mun­dial. Un si­tial má­gi­co, re­ser­va­do pa­ra ex­qui­si­tos vip, que só­lo tie­ne cin­co ha­bi­tan­tes: Ma­ra­do­na, Pe­lé, Di Sté­fa­no, Cruyff y ese en­trea­la iz­quier­do de de­fi­ni­cio­nes pi­can­tes y cer­te­ras, atre­vi­do y en­ca­ra­dor, que en­car­nó el pri­mer es­la­bón de la ge­nia­li­dad ma­ra­do­nia­na so­bre la tie­rra. Quie­nes tu­vie­ron la for­tu­na de dis­fru­tar­lo en vi­vo, apre­tan­do el alam­bra­do olím­pi­co con la fuer­za del asom­bro, de­tec­ta­ronpun­tos de con­tac­to en la des­tre­za pa­ra la gam­be­ta, en la ex­plo­sión de la in­ven­ti­va y en la per­so­na­li­dad ga­na­do­ra, for­tí­fi­si­ma ante cual­quier co­reo­gra­fía ad­ver­sa.

En River participó del tricampeonato de 1955, 1956 y 1957.

En su campo de San Nicolás, lógicamente bautizado La Juventus, en honor al club que le permitió acceder a la fama mundial.

 

Aquel pi­be de San Ni­co­lás pe­lo­tea­ba de la ma­ña­na a la no­che. Y en el bal­dío de la vuel­ta en­con­tró un so­cio ines­pe­ra­do: una pa­red a me­dio ha­cer. “Era quien me­jor me en­ten­día, me la de­vol­vía jus­ta”, so­lía reír Sí­vo­ri, ca­po del baby en el club Tea­tro Mu­ni­ci­pal, don­de siem­pre pe­día la pe­lo­ta y lle­ga­ba a eno­jar­se has­ta las pi­ñas si no se la pa­sa­ban.

Ni un mi­nu­to. Na­da de na­da du­dó el maes­tro Re­na­to Ce­sa­ri­ni cuan­do lo vio. Y en 1952, a los 16 años, lo re­clu­tó pa­ra Ri­ver, don­de bri­lla­ría co­mo un crack en­tre cracks, ate­so­ran­do el tri­cam­peo­na­to de 1955, 1956 y 1957. Con el de­ve­nir de los años, don Re­na­to acu­ña­ría un elo­gio in­men­so: “Yo quie­ro un equi­po con diez des­co­no­ci­dos. Des­pués lo pon­go a Sí­vo­ri y ya es­ta­mos lis­tos pa­ra sa­lir cam­peo­nes.”

 

En River (1954-1957) disputó 63 partidos y marcó 28 goles. Para la Juventus (1957-1965) señaló 134 en 215. En el Napoli (1965-1969), jugó 63 y marcó 12. Con Agentina jugó 19 partidos e hizo 9 goles. Para Italia disputó 9 y metió 8. -

“¿Es­tás ner­vio­so, pi­be? Que­da­te tran­qui­lo, que es­te par­ti­do lo ga­no yo so­lo…”, le di­jo Wal­ter Gó­mez un ra­ti­to an­tes de Ri­ver-La­nús, que mar­có su de­but en Pri­me­ra, el 4 de abril de 1954, a los 18 años. Cum­pli­dor el Wal­ter, ¿eh? Me­tió cua­tro go­les de mo­vi­da. Y el pi­be Sí­vo­ri, que reem­pla­za­ba a An­ge­li­to La­bru­na, aque­ja­do de he­pa­ti­tis, hi­zo otro pa­ra se­llar el 5-2. Al­gu­nas tar­des des­pués, fue­ron a la Bom­bo­ne­ra pa­ra ju­gar con­tra Bo­ca. De­bu­ta­ba otro ti­ti­ri­te­ro del ta­len­to, el Be­to Me­nén­dez. ¡Las co­sas que hi­cie­ron jun­tos! Ri­di­cu­li­za­ron a ex­per­tos de la neu­tra­li­za­ción,  co­mo Pes­cia, Col­man y Mou­ri­ño. Y ter­mi­na­ron fes­te­jan­do la vic­to­ria por 1-0 aden­tro del ar­co, en­vuel­tos en las re­des, de ca­ra a los hin­chas mi­llo­na­rios.

Gol a Ecuador, en el Sudamericano de Lima. Un título que marcó su momento más feliz con la camiseta de la Selección.

Junto a Juan Pablo II, en El Vaticano.

Su pa­so por la Se­lec­ción fue ver­ti­gi­no­so y ful­gu­ran­te. Jun­to a Mas­chio y An­ge­li­llo in­te­gró el trío in­mor­ta­li­za­do co­mo “Los ca­ra­su­cias”, una de­li­cio­sa ma­qui­na­ria de go­les y fan­ta­sías, en la que tam­bién in­te­rac­tua­ban Cor­bat­ta y Cruz. Gra­cias a ellos, Ar­gen­ti­na dio cá­te­dra en el Su­da­me­ri­ca­no de Li­ma, en 1957, ga­na­do con una bri­llan­tez po­cas ve­ces vis­ta. Con­fu­di­do co­mo es­ta­ba, el fút­bol ar­gen­ti­no se dio el lu­jo de no uti­li­zar­los en Sue­cia 58, don­de fue va­pu­lea­do has­ta que bro­tó la pa­la­bra de­sas­tre. “A esa ban­da –de­fi­nió Sí­vo­ri años des­pués– no ha­bía con qué dar­le. Nun­ca in­te­gré un equi­po tan lu­jo­so. Hu­bie­ra ga­na­do el Mun­dial tran­qui­la­men­te. Pe­ro lo des­man­te­la­ron des­pués de Li­ma y a na­die le in­te­re­só rear­mar­lo.”

 

En total, jugó 369 partidos y convirtió 191 goles. Promedio: 0,51 por partido. -

Se­me­jan­te de­mos­tra­ción de ta­len­to pro­vo­có la in­me­dia­ta ven­ta del trío al fút­bol ita­lia­no. El mun­do ha­bla­ba de ellos y tra­du­jo la va­lía de ca­da uno en una sen­ci­lla ecua­ción eco­nó­mi­ca: Mas­chio y An­ge­li­llo fue­ron ven­di­dos en 5 mi­llo­nes de pe­sos ca­da uno, mien­tras que Sí­vo­rí se fue a la Ju­ven­tus por el doble: 10 mi­llo­nes, unos 250.000 dó­la­res, ré­cord pa­ra la épo­ca. Esa for­tu­na per­mi­tió que Ri­ver cons­tru­ye­ra la tri­bu­na que le fal­ta­ba pa­ra ce­rrar su es­ta­dio, has­ta en­ton­ces co­no­ci­do co­mo la He­rra­du­ra. Pe­ro no to­dos en­lo­que­cie­ron de ale­gría. “Si ha­ce­mos la cuar­ta tri­bu­na, es pa­ra lle­nar­la de pú­bli­co. Y pa­ra eso ne­ce­si­ta­mos triun­fos y cam­peo­na­tos. Sin Sí­vo­ri nos va a cos­tar mu­chí­si­mo…”, re­fle­xio­nó el téc­ni­co Jo­sé Ma­ría Mi­ne­lla. Los 18 años pos­te­rio­res, huér­fa­nos de tí­tu­los, le die­ron la ra­zón a don Pe­pe...

Su estampa en la Juventus, donde conquistó cinco títulos y fue ídolo indiscutido.

Con la azzurra jugó el Mundial de Chile, luciéndose en el 3-0 frente a Suiza.

Con el Napoli logró un subcampeonato.

Ju­ven­tus fue la gran con­sa­gra­ción in­ter­na­cio­nal de Omar, con acen­to en la “o“, co­mo lo lla­ma­ban en Ita­lia. Tres li­gas y dos Co­pas de Ita­lia fue­ron al­gu­nos de los hi­tos que de­rri­tie­ron de amor a los ti­fo­si, aun­que el co­mien­zo fue es­ca­bro­so por­que la opo­si­ción del pre­si­den­te Um­ber­to Ag­ne­lli sos­te­nía que el club ha­bía pa­ga­do de­ma­sia­do por un des­co­no­ci­do. Pe­ro Sí­vo­ri los ca­lló muy rá­pi­do.

De arran­que for­mó una du­pla mor­tal con el ga­lés Jhon Char­les. En­tre los dos me­tie­ron 52 go­les pa­ra ga­nar el Scu­det­to de 1957/58. “El só­lo ha­bla­ba in­glés y yo cas­te­lla­no, pe­ro aden­tro de la can­cha ha­blá­ba­mos el mis­mo idio­ma. Y el tiem­po nos hi­zo ami­gos de ver­dad”, re­cor­dó el Ca­be­zón, que una tar­de le me­tió seis go­les, él so­li­to, al po­de­ro­sí­si­mo In­ter, en un 8-2 le­gen­da­rio. De a po­co, las en­cues­tas lo con­sa­gra­ban co­mo el me­jor ju­ga­dor de Ita­lia. Go­lea­dor en la tem­po­ra­da 1959/60, se ad­ju­di­có el Ba­lón de Oro europeo y los de­fen­so­res ini­cia­ron la de­no­mi­na­da “ca­za de Sí­vo­ri”, una sal­va­je e in­fruc­tuo­sa per­se­cu­ción a su ta­len­to, que en oca­sio­nes su­po de­fen­der a gol­pe de pu­ño, ca­mi­no di­rec­to a va­rias ex­pul­sio­nes.

 

Obtuvo 9 títulos: los campeonatos 1955, 1956 y 1957 con River; el Sudamericano 57 con Argentina; las ligas italianas 1957/58, 1959/60 y 1960/61, y las Copa de Italia 1959 y 1960, con la Juventus. -

La pre­sión me­diá­ti­ca in­flu­yó pa­ra que vis­tie­ra la ca­mi­se­ta az­zu­rra en Chi­le 62. Un or­gu­llo y, a la vez, una es­pi­na en el co­ra­zón. Po­cas co­sas le do­lie­ron más que lo ig­no­ra­ran pa­ra la se­lec­ción ar­gen­ti­na des­de su exi­lio ine­vi­ta­ble. “Si pu­die­ra po­ner­me de nue­vo la ce­les­te y blan­ca”, mu­si­ta­ba en aque­llas épo­cas.

Su eta­pa en la Ju­ve se aca­bó por­que un téc­ni­co, He­ri­ber­to He­rre­ra, que­ría un Sí­vo­ri su­bor­di­na­do a las obli­ga­cio­nes tác­ti­cas, mi­ni­mi­zan­do que su don era la li­ber­tad crea­ti­va. En­ton­ces co­lo­ni­zó a Ná­po­les an­tes que Ma­ra­do­na. Diez mil per­so­nas lo es­pe­ra­ron en la es­ta­ción só­lo pa­ra ver­lo. La re­cau­da­ción de dos par­ti­dos fue su­fi­cien­te pa­ra cu­brir el pla­tal de su trans­fe­ren­cia. Y en du­pla con Al­ta­fi­ni avan­zó has­ta el sub­cam­peo­na­to de 1967/68, al­tu­ra im­pen­sa­da pa­ra los hu­mil­des del sur.

”Los carasucias” del 57 y sus compinches: Corbatta, Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz.

Reunión cumbre. En 1978, por iniciativa de El Gráfico, Sívori charló largamente con Maradona.

Encuentro de dos de los cinco grandes: Sívori y Pelé.

Como DT de la Selección, logró la clasificación para Alemania 74.

Una ope­ra­ción de ro­di­lla le an­ti­ci­pó el re­ti­ro en 1968. En­ton­ces en­ca­ró la di­rec­ción téc­ni­ca –Ri­ver, Vé­lez, Ra­cing, Cen­tral, Es­tu­dian­tes, Ra­cing de Cór­do­ba, la se­lec­ción que cla­si­fi­có pa­ra Ale­ma­nia 74, en­tre otros–, de­tec­tó ta­len­tos ju­ve­ni­les pa­ra la Ju­ve y se hi­zo ha­bi­tué de los es­tu­dios de la RAI pa­ra co­men­tar fút­bol. Siem­pre fi­lo­so, pi­can­te y cer­te­ro. Siem­pre apa­sio­na­do por el fút­bol.                                                                                                             

Una pan­crea­ti­tis im­pla­ca­ble lo hi­zo sa­lir de gi­ra el 17 de fe­bre­ro pa­sa­do. Y el fútbol lo llora a mares. En­ri­que Omar Sí­vo­ri fue uno de los más gran­des de la his­to­ria. Al­go muy pa­re­ci­do al al­ma de la pe­lo­ta. Por todas las canchas de­be corretear su duen­de, el pe­lo re­vuel­to, las me­dias ba­jas y la pi­car­día bien lus­tra­da en el bo­tín… 

 

por Elias Perugino / fotos: Archivo El Gráfico


Ver artículo completo

TAMBIEN TE PUEDE INTERESAR