Mierko Blazina, el húngaro que atajó para San Lorenzo entre 1943 y 1955, aparte de tener el record de partidos jugados entre los arqueros del Ciclón, fue record en materia de sangre fría. Se jugaba a cuatro, cinco metros de su arco, y Blazina estaba allí, impasible, como si el juego estuviera en la valla de enfrente o él se encontrara en alguna otra cancha muy distante de allí.
En 1954 jugaban Ferro y San Lorenzo en Caballito. Hubo un tiro libre para los verdes y mientras Piovano se preparaba para patear, Blazina acomodaba la barrera. Y lo hizo con tanto esmero, indicándole a éste que se corriera un cachito más a la derecha, al otro que no abriera las piernas, a aquellos dos que se apretaran más, que cuando se quiso acordar la pelota estaba adentro... “La barrera todavía no me gustaba”, le confesó después a un amigo, “pero ya que me habían hecho el gol, la dejé así, no más...”
Se hizo famoso por sus rarezas, que incluían contenciones magistrales (como aquel penal que le sacó a Cerviño en la inolvidable campaña sanlorencista del 46) y distracciones increíbles (como el tiro libre del Piovano). Y también por su cábala de colocar un papelito con una piedra adentro unos centímetros delante de la raya del área chica y en la línea del centro del arco. Era cábala y también guía para ubicarse en el arco, sobre todo cuando volvía de apuro. Lo que prueba que tampoco era tan rayado como la gente pensaba...
(El Gráfico 1972, textos: Juvenal)