¡Habla memoria!

1998. “Hay que seguir para adelante”

Por Borinsky. En 1989, su ex mujer asesinó a los pequeños hijos del árbitro Roberto Ruscio. Con fuerza, trabajo y coraje, se sobrepuso al triste evento y pudo reconstruir su vida.

Por Redacción EG ·

27 de diciembre de 2018

Aquel fatídico 2 de diciembre de 1989, distendido como cualquier hombre que goza de sus vacaciones, Roberto Rubén Ruscio disfrutaba del sol bonaerense en Santa Teresita. Superada ya su etapa de futbolista malogrado que hasta había incluido un par de pruebas amistosas con la camiseta de la Selección Nacional cuyo técnico era Juan José Pizzuti, afirmado en su vocación de árbitro que prendió una tarde mientras observaba en los inolvidables "Sábados Circulares" de Pipo Mancera cómo se despedía de la profesión Ángel Norberto Coerezza, el hombre en apariencia frágil y de carrocería pequeña comenzaba a vislumbrar más claro su futuro.

Imagen Dirigió en los Juegos Olímpicos de Altanta en 1996 y fue árbitro internacionaldesde 1993 hasta 1998.
Dirigió en los Juegos Olímpicos de Altanta en 1996 y fue árbitro internacionaldesde 1993 hasta 1998.


Estaban encaminados ya sus deseos de ser juez de fútbol. A los 36 años, cargaba sobre sus espaldas tal vez el golpe más duro que le había entregado el fútbol con aquella voz que le anunció el "no va más" en la quinta división de Racing Club. Día tras día absorbía como una esponja todas y cada una de las experiencias que le acercaba su nueva profesión: desde aquel debut inolvidable como asistente del preliminar que el 22 de febrero de 1981 enfrentó al Boca de Maradona contra Talleres de Córdoba, pasando por aquella tarde de primera "C", en cancha de Claypole, cuando señaló un penal en contra de Defensa y Justicia y debió ir detrás del arco, con toda la hinchada vociferando a sus espaldas y sin alambrado que lo cobijara de la furia ajena. "Fue la primera vez que sentí el rigor de la gente -evoca hoy un convencido Ruscio-, se trató de la prueba que uno necesita para saber si está capacitado para bancarse esto. Porque hay que tener un gran control mental para llegar. Muchos amigos me dicen: yo no aguantaría ni un minuto, me daría vuelta y empezaría a cagarme a trompadas con todos los que me insultan. Pero uno tiene que controlarse, sino es imposible ser árbitro". Lo cierto es que en aquellos días finales de 1989, mientras en su carrera profesional Roberto Rubén Ruscio se encontraba apenas a un paso del tan anhelado ascenso a Primera División, en su vida privada las cosas no aparecían tan claras. Estaba separado desde febrero de ese año, y por eso llamó desde Santa Teresita para saludar a sus dos hijos que vivían con su ex esposa...

-Fue un domingo a la mañana, de casualidad, sólo levanté el tubo por llamar y ahí me enteré lo que habían sufrido los nenes. No lo podía creer, apenas me pude subir al auto y venir a Buenos Aires. Ruscio no lo dice con todas las letras, aunque algunos minutos después si podrá soltar sus sentimientos con fluidez. Cuando expresa lo de los "nenes" se refiere al brutal asesinato que perpetró su ex esposa contra los pequeños Laura (5 años) y Gabriel (2), los dos hijos de la pareja. Luego de dispararles con el arma, la mujer intentó suicidarse pero no logró su objetivo, y hoy camina libre por las calles tras superar su internación en un instituto neuropsiquiátrico.

Herido pero no vencido, con el dolor martirizando su alma, Roberto Ruscio decidió no apartar los ojos de su meta y aceptar los obstáculos planteados por la vida. Se propuso no dejarse morir para ofrecer el amor que aún llevaba adentro. "Sabía que los había matado para hacerme mierda a mí, y yo no quería dar el brazo a torcer", reconoce hoy este hombre que nueve años después ha constituido una nueva familia con Patricia, compañera de trabajo en el Banco Caja de Ahorro. Aquí está entonces Roberto Rubén Ruscio con un par de cafés, el silbato bien guardado, y una confesión cruda que merece ser admirada como una auténtica lección de coraje.

 

LA NOCHE QUE FUE MARADONA

El arbitraje está tan metido en la vida de Ruscio que vale una anécdota para reflejarlo. El 15 de noviembre de 1995, día en que nació Nicolás, coincidió con el partido que Independiente y River disputaron en Avellaneda por la semifinal de la Supercopa (empataron 2-2). Pese a que se trataba de un instante crucial en su existencia, sobre todo después de su experiencia traumática, decidió no faltar a la cita. "Estaba programado su nacimiento para el día siguiente, pero por una cuestión de quirófano nació el 15, por cesárea. Me quedé un rato ahí, viendo que los dos estuvieran bien, después fui a descansar a casa y a la noche fui a dirigir. Me sentí con una soltura increíble, como nunca. En Clarín, al día siguiente me pusieron "mal", pero yo no coincidía para nada: esa noche, yo me sentí Maradona".

 

El tronco en el río

-La primera pregunta que surge es cómo, ¿cómo rehízo tu vida?

Imagen Con Nicolás, su hijo de tres años, en el vestuario de La Bombonera. Fue la primera vez que el chico pisó una cancha.
Con Nicolás, su hijo de tres años, en el vestuario de La Bombonera. Fue la primera vez que el chico pisó una cancha.


-Cuando uno ve que a otra persona le pasan este tipo de cosas piensa que si le ocurre a uno, no la va a poder soportar, que se va a morir. Está en la decisión de uno, en la fuerza interior. Yo traté de buscar la forma de ser alguien, de volver a ser una persona a pesar de que esa cicatriz va a estar siempre presente y en cualquier instante uno va a ver cosas que le harán revivir aquel momento. A mí también me ayudó mucho mi actual familia, el fútbol, el arbitraje.

-¿El arbitraje?

-Sí, porque para mí el fútbol representa una manera de estar vivo. Yo cada fin de semana me ponía una meta nueva: escuchar cada designación por radio significaba saber si me tenían en cuenta o no, uno soñaba siempre con crecer. Es que cuando uno sufre algo tan grave como sufrí yo, busca cualquier cosa a la que aferrarse, es como el tronco en el medio del río. El problema es que yo no sabía nadar.

-¿Desde el Colegio de Árbitros lo apoyaron?

-Más o menos, no fue fácil. Obviamente en el ambiente se enteraron lo que me había pasado y desde el Colegio pensaban que no estaba apto para salir a un campo de juego. En este momento yo dirigía Nacional "B", pero dejaron de designarme porque creían que estaba mal psíquicamente. Le fui a hablar a Furlani, por entonces el titular del Colegio, para pedirle que me designara, que necesitaba ir a la cancha, que me hacía bien. Buscaba algo que me diera fuerza, pero cada fecha que quedaba libre era un golpe más. Para colmo, en el Banco también pedí que me cambiaran de sección, para ir a una oficina donde pudiera trabajar más y pensar menos, y por una cuestión burocrática no me dejaron. Aquel 1990 fue muy duro. La conclusión que saqué es que cuando a uno le pasa algo, lo que está alrededor, y no hablo de los íntimos por supuesto, es relativo. Guardan sus formas, van a la letra fría del reglamento y se olvidan del espíritu.

¿Sus colegas se acercaban a hablarle?

-Poco, bastante poco. Uno de los que más se acercó para preguntarme si necesitaba algo fue Juan Carlos Biscay. Lo que pasa es que yo soy más bien cerrado y me la bancaba solo. Bien o mal entendía que era un hecho que me había ocurrido a mí por decisiones que había tomado en algún momento, como separarme. Entonces, por un lado estaba yo que no quería joder a los otros con problemas míos y estaban los otros que por ahí pensaban que yo no quería hablar. Y en esos casos, la gente pone barreras, piensa que te está removiendo el dolor y prefiere callar. Aparte yo no quería dar lástima, como que se transformó en una cuestión de orgullo también, así que todo era una cosa de mudos...

-¿Y con los jugadores? ¿Alguno se aprovechó de la situación para sacar ventajas?

-Sí, tuve problemas, claro que sí. Muchos hinchas me dicen que me tendrían que haber matado a mí, y también lo hicieron un jugador y un técnico.

-¿Quiénes?

-El jugador es Fariña, un número dos paraguayo que jugaba en Colón, y el técnico fue Norberto D'Angelo.

-¿Y nunca reaccionó?

Imagen Los Ruscio de negro, en el túnel. "No seré tan cruel de hacerlo juez. Que él decida", dice el padre.
Los Ruscio de negro, en el túnel. "No seré tan cruel de hacerlo juez. Que él decida", dice el padre.


-Con D'Angelo casi nos agarramos a trompadas en el pasillo, nos tuvieron que separar, pero un juez no puede reaccionar. Es que cuando uno es árbitro y entra a la cancha sabe que hay gente capaz de hacer cualquier cosa para desequilibrarlo a uno. Y yo lo tenía asumido eso. Por ahí hablaba con amigos y ellos me decían: "No, ¿cómo te van a decir algo que tenga que ver con eso? Tan mala leche no pueden ser". Sin embargo yo estaba seguro de que me lo iban a decir. Y no es que no tenga sangre sino que estoy estructurado para no reaccionar. Aparte, si al primero que me decía algo de una tribuna yo me acercaba, lo escupía, lo insultaba o me quería pasar del otro lado del alambrado para pelearme, les iba a terminar dando la razón a aquellos que no querían designarme por no estar preparado.

-¿Y ahora también le pasa?

-De vez en cuando sí. En este torneo, cuando dirigí Newell's-Gimnasia en Rosario, desde la platea uno me empezó a decir algo de mis nenes. Yo enseguida cobré una infracción, lo señalé con el dedo y me quedé mirándolo unos segundos... No sé, así respondo yo....

 

Volver a empezar

Patricia escucha con atención el monólogo. Esta historia la conoce, cómo no, si justamente alrededor de ella, el hombre comenzó a reconstruir su nueva vida. Y detrás de Patricia y de sus tres hijas del primer matrimonio (Carina, Lorena y Romina de 15, 14 y 12 años respectivamente) llegó a este mundo Nicolás como fruto de la nueva unión, una criatura que el 15 de noviembre cumplió tres años y lo festejó concurriendo por primera vez a una cancha de fútbol (coincidió con el último Boca-Talleres que dirigió Ruscio).

"Yo sentía muchas ganas de tener un hijo con él -reconoce Patricia-, pero Roberto tenía miedo, no quería volver a sufrir. Lo que pasa es que cuando uno tiene un hijo jamás piensa que le puede pasar una cosa así; en cambio cuando le pasó una vez, piensa que le puede volver a pasar".

-¿No quería arriesgar, Roberto?

-Dudé, dudé muchísimo. Es como cuando uno camina por una cornisa, de repente se para en un lugar más seguro y no quiere salir de allí. Yo tenía, tengo en realidad, el sufrimiento al límite. Entonces el hecho era que el nene sufriera cualquier problema y ahí sí, ya no daba para más. No contaba con ese margen de aguante que sí poseía antes de que me pasara lo que me pasó. No tenía más esos huevos... Fíjate que apenas agarra un resfrío ya falto al trabajo y controlo la temperatura cada cinco minutos. Quizás lo sobreprotejo demasiado, y ése es otro miedo que tengo, porque no es bueno. Acá también hay que mantener el equilibrio, como en el arbitraje.

-¿Se bajonea muy seguido? Sigue pensando en sus hijos...

-Yo pienso en ellos, por supuesto, ¿cómo no voy a pensar? Cualquier cosa que veo me recuerda a ellos, voy seguido al cementerio a llevarles flores. Por ahí ando por la calle, pienso un poco y le doy una piña a la pared y así descargo la bronca, así me expreso. Pero lo de Nicolás fue importantísimo para mí, porque me está dando cosas que antes las veía pasar. Por ejemplo, yo muchas veces veía que los árbitros llevaban a sus hijos a la cancha y yo no lo podía hacer, porque no los tenía. Y ese momento era jodidísimo. Lo peor es que nadie se daba cuenta, salvo yo, claro. O por ahí, cuando para las fiestas de fin de año nos juntábamos las familias de los árbitros en el predio nuestro y todos iban con sus hijos... Son momentos que para casi todos pasan inadvertidos, pero uno sufre. Ahí es cuando uno se pone la coraza y va chocando todo, sólo piensa en ir para adelante.

-¿Siente rencor hacia su ex-esposa?

-Siento bronca por la actitud tomada hacia dos seres humanos que merecían vivir.

-¿Por qué piensa que se las agarró con sus hijos?

-No sé, no sé, habría que ver el estudio psicológico que le hicieron cuando estuvo internada.

-¿Actualmente mantiene algún contacto con ella?

-No, para nada.

-¿Y no le interesa preguntarle por qué lo hizo, cómo fue capaz?

-No, porque por más que me lo explique jamás lo entendería. No existiría ninguna explicación capaz de dejarme tranquilo.

El fútbol, la vida, casi lo mismo

Imagen En su casa de Castelar, habla Ruscio, con su actual mujer, Patricia, detrás.
En su casa de Castelar, habla Ruscio, con su actual mujer, Patricia, detrás.


Ya casi sobre el final de la charla, Ruscio asegura que no le molesta hablar del tema, aunque por primera vez confiesa sin trabas sus padecimientos. Hace dos años, cuando había sido nominado para dirigir los Juegos Olímpicos de Atlanta, EL GRAFICO lo entrevistó en su casa de Castelar. Después de dos horas de entrevista y cuando fue consultado por su situación personal, prefirió el silencio. Y además solicitó, ya despidiéndose en la puerta: "Te pido por favor que no pongas nada de lo que me pasó, yo sé que algo trascendió, pero la gente está muy loca y en cualquier momento es capaz de refregarme el hecho por la cara por un lateral mal cobrado". Hoy, con 45 años cumplidos y una carrera como juez internacional que ha llegado a su fin por una cuestión de edad, Ruscio tal vez se siente más seguro y firme para contar su historia. Sabe que el riesgo de un dardo malicioso nacido en las entrañas de cualquier enano mental que visita un estadio de fútbol puede impactar en su coraza. Pero sólo eso: impactar. Impactar y rebotar...

-¿Cuál es el mensaje final que dejaría?

-No sé, yo no soy un filósofo para expresarme, pero tal vez lo importante para destacar es que siempre habrá alguien alrededor que va a esperar algo de nosotros. Alguien que nos va a necesitar. Y también, que si aquella persona a la que uno perdió pudiera hablar, diría: "Yo quiero que mi papá siga adelante, que ponga todo y que alcance los objetivos que se planteó, porque así, desde arriba, nosotros nos vamos a sentir muy bien". Si uno sufre un mal paso, si vive una situación grave, el camino no es tirarse y dejarse morir. Hay que seguir para adelante...

-¿Nunca se quebró?

-Muchas veces tuve tropiezos, situaciones críticas en las que uno llega a decir: me hago mierda y chau. Pero son cosas que pasan, zzzzummmm, pasó y ya está. Hubo días en los que estuve medio groggy, pero constantemente buscaba algo para seguir, sacaba esa fuerza interior. Es como en el fútbol. Yo jugaba y me podían decir que era malo, que no le pegaba bien a la pelota, pero dejaba todo, le daba siempre para adelante. Por ahí me caía, faltaban diez minutos y yo me levantaba e iba para adelante. Nadie me iba a poder decir que no ponía todo para ganar. Y acá ganar es seguir y formar una familia.

Y la formó. Ejemplo de valor, extracto de coraje en envase pequeño, este hombre en apariencia frágil metió la mano en el bolsillo y en un movimiento de pistoleros le sacó la roja a la desesperanza, el abatimiento y la angustia. Todo al mismo tiempo y sin dudar. Y después siguió corriendo, pitando, sintiéndose vivo en su partido de todos los días.

"¿Cuál es obstáculo más grande? El miedo. ¿Cuál es el error más fácil? Abandonarse. ¿Cuál es la peor derrota? El desaliento." (Madre Teresa de Calcuta)

 

DIEGO BORINSKY

Fotos: HUGO RAMOS