Fútbol Internacional

Se cumplen 12 años de la obra cumbre de Ronaldinho en Barcelona

Contra Real Madrid y en el Santiago Bernabeu el brasileño llevó las riendas del partido y marcó un doblete en la goleada 3-0. Ah, también fue el debut como titular en el clásico de un tal Lionel Messi.

Por Redacción EG ·

19 de noviembre de 2017
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19 de noviembre de 2005. El Santiago Bernabeu se estremece y se viene abajo. Se derrumba, se rinde y se entrega mansito ante el Rey del Mundo, que en ese momento y en ese lugar es Ronaldinho. La escena conmueve y confunde: el Real Madrid acaba de ser goleado por el Barcelona, pero el público blanco se rompe las manos de pie. ¿Despide a su equipo? No, aplaude al brasileño mágico de la sonrisa inoxidable, que marcó dos de los tres goles en el 3-0 culé y maravilló a todos con una actuación descomunal. Es su obra cumbre en el Barsa. 

Al cierre de esa temporada, su mejor campaña en España, Europa y probablemente de lo más alto de su carrera, Ronaldinho levantaría la Champions League ante el Arsenal, pero ni siquiera eso, lo que estuvo antes o lo que vino después superó aquella actuación de Chamartín. El gaucho dio una clase de fútbol, pero con el sabor brasileño y el carisma con el que recorrió el mundo. Una gema perfecta de su foja de servicios y una muestra de que fue todo lo que quiso ser, gobernando con puño de acero mientras tuvo ganas. 

En ese partido frente al enésimo Madrid galático que terminaría estrellado, además, Ronaldinho entregó la corona, porque fue el debut como titular en clásicos de Lionel Messi, que tuvo una gran tarde, en la que le anularon un gol e hizo con su característico sprint de afuera hacia adentro la jugada del primer tanto, marcado por el depredador Samuel Eto'o. 



Era ese el Barcelona de Rijkaard, la piedra basal de la refundación guardolista que arrastraría al mundo a otro nivel futbolístico. Ese fue tal vez el comienzo de las batallas que se libran en cada clásico temporada tras temporada. Y quien otro que Ronaldinho podría haber firmado semejante obra. 

Por Matías Rodríguez