¡Habla memoria!

El brujo húngaro y su maldición eterna sobre el Benfica

Bela Guttman, que sobrevivió al Holocausto y fue un trotamundos del fútbol dirigiendo en doce países, bañó de gloria al Benfica pero también se convirtió en su cruz cuando abandonó Lisboa sentenciando a fuego una maldición infranqueable.

Por Redacción EG ·

11 de julio de 2017
Imagen Guttman con la Copa de Europa, posando con Eusebio a su derecha y Mario Coluna a la izquierda.
Guttman con la Copa de Europa, posando con Eusebio a su derecha y Mario Coluna a la izquierda.
El inabarcable currículum de Béla Guttman como entrenador registra un vacío entre 1939 y 1945. Ferviente defensor del sionismo, el húngaro que ya había tenido que huir hacia Austria en su etapa de futbolista, debió abandonar su país natal no bien comenzada la Segunda Guerra Mundial, cuando Hungría firmó el Pacto Tripartito y la Alemania Nazi promovió el exterminio de judíos en todo el territorio dominado por el Eje. Su destino durante esos años es incierto, dado que Guttman, marcado por el recuerdo de un hermano que perdió la vida en un campo de concentración, jamás quiso revelar en qué sitio había sobrevivido a los horrores de la guerra. Cada vez que era consultado sobre el tema, respondía solamente con tres palabras: “Dios me ayudó”.

 

Durante toda su vida Guttman se empeñó en denunciar los crímenes del Holocausto e incluso se mostró siempre dispuesto a colaborar en la cacería de criminales de guerra nazis, aunque su fama mundial se la debe principalmente a su inagotable aporte como entrenador. Padre -junto a Gusztáv Sebes- de la escuela futbolística húngara que dominó el mundo en la primera mitad del siglo XX, implantó también el sistema 4-2-4. Dirigió en doce países distintos (entre ellos Argentina, donde fue director técnico de Quilmes en 1952) y se consagró campeón en cuatro de ellos (Hungría, Brasil, Portugal e Italia). Sin embargo, logró verdadero reconocimiento en Benfica, con el que obtuvo dos Copas de Europa consecutivas que interrumpieron la hegemonía del Real Madrid de Di Stéfano, Puskás, Gento y el Nene Rial. 

 

La primera de ellas fue la de la temporada 1960/1961, en la que Benfica obró el otro milagro del Estadio de Berna al derrotar en la final a Barcelona. Los catalanes habían dejado en el camino a Real Madrid en semifinales y la victoria parecía segura si se tenían en cuenta los nombres y los antecedentes del fútbol español. Sin embargo, Luis Suárez y los húngaros Sándor Kocsis y Zoltán Czibor no fueron suficientes para frenar a José Águas y Mário Coluna. El 3-2 le dio a las Águilas su primer gran título continental y dejó una herida eterna en Cataluña, que todavía recuerda aquel partido como La final de los palos, por la cantidad de veces que los jugadores blaugranas mandaron sus disparos a la "madera", como se decía en aquella época. Ese año, el Benfica también se quedó con la Liga portuguesa. 

 

Para la temporada siguiente Benfica sumó un futbolista mozambiqueño que San Pablo de Brasil había rechazado. José Bauer, que había sido dirigido por Guttman en el equipo paulista, se cruzó de casualidad con el entrenador en una barbería de Lisboa y le habló de un tal Eusébio. El húngaro ordenó a sus colaboradores seguir la progresión del hallazgo de Bauer y luego de verlo en acción decidió ficharlo inmediatamente. 

 

Imagen A pesar de su partida intempestiva, Guttman tiene una estatua en el Estadio Da Luz y es uno de los grandes ídolos del club.
A pesar de su partida intempestiva, Guttman tiene una estatua en el Estadio Da Luz y es uno de los grandes ídolos del club.
Con Eusébio en la cancha el conjunto benfiquista se hizo imparable. Guttman volvió a llevar a su equipo a la final de la Copa de la Europa y derrotó sin atenuantes a Real Madrid. La Pantera de Mozambique, que anotó dos goles en el 5-3 de Benfica, fue clave para que los portugueses lograsen el bicampeonato. Fue entonces, cuando las Águilas estaban más cerca del cielo de lo que estuvieron en toda su historia, que el sueño terminó abruptamente. Guttman exigió a la directiva de Benfica un sustancial aumento de sueldo, argumentando que el tercer año era el más exigente para los directores técnicos, no obstante los representantes del club se negaron a ceder y la renovación se truncó. Inexplicablemente el húngaro se marchaba repudiado del Estadio da Luz y lanzando una maldición que nadie quiso creer: “Sin mí, el Benfica no volverá a ganar una final europea en cien años”. 

 

El entrenador siguió su carrera en Uruguay, Austria, Suiza y Grecia mientras su exequipo trastabillaba una y otra vez en las finales continentales. Recién volvió a las Águilas para la temporada 1965/1966, aunque su camino ya no fue igual. Ni Benfica ni el húngaro eran los mismos y desgastado por las críticas dejó Lisboa para siempre. 

 

Guttman falleció en 1981 y a su funeral acudió una delegación benfiquista comandada por Eusébio. Llevaron flores para intentar romper el conjuro, aunque en la actualidad los portugueses continúan su derrotero perdedor por Europa. Ya son ocho las finales en las que la sentencia del húngaro se hizo presente. Y la maldición recién cumplió su primera mitad. 

 

Por Matías Rodríguez