Las Crónicas de El Gráfico

La visita del cugino

Un arribo inesperado dio pie para una cándida comparación entre nuestro fútbol y el italiano. ¿Qué pudo sorprender a un apasionado hincha calabrés y qué situaciones no le hicieron ni cosquillas? Un ida y vuelta entre dos ambientes con cosas en común, y no tanto...

Por Elías Perugino ·

08 de abril de 2016
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“¿Qué tal el futbol argentino? Allá no vemos nada, la RAI [1] no pasa ni los goles”, dijo el primo llegado de Calabria, el sur profundo de Italia. El cugino [2] vino a la Argentina a mediados de enero para disfrazar de vacaciones su despido en una compañía de seguros de Catanzaro. “La crisis es muy grande y las empresas están echando profesionales para reemplazarlos por aprendices o por inmigrantes de países vecinos, que son mano de obra más barata”, contó sobre Italia como si estuviera calcando la realidad de la Argentina. Aunque nació, vivió y probablemente morirá en los alrededores de Maida, la aldea campesina que hizo famosa Gay Talese [3], es hincha de un equipo del norte, desliz muy frecuente en Calabria. La gente simpatiza con algún equipo menor de la región –Cosenza, Catanzaro, Crotone–, pero es verdaderamente hincha de un grande con alcance nacional. El cugino sigue de reojo al US Catanzaro [4], incluso asiste a partidos de la Lega Pro en el Stadio Comunale “Nicola Ceravolo”, pero su corazón late por el Milan. Y late muy solito en el living familiar, ya que el resto de la prole –apenas unos 25, entre hermanos, tíos y sobrinos– es de la Juve y hasta organiza escapadas a Torino para ver partidos importantes. El cugino es la oveja rossonera de la familia.

Sin otro plan que conocer a la parentela y hacer “vida de argentino”, el cincuentón se dejó llevar por la corriente –léase “impulso mayoritario” y no “suministro eléctrico”, que bastantes cortes se ligó el poveriero– y por el almanaque. Fue y vino de la costa. Contempló el acampe por Milagro Sala en Plaza de Mayo. Se desencantó con la Fórmula E en Puerto Madero –“Esos autos parecen unos Fórmula 1 con asma”– y con el fanatismo porteño por los Rolling Stones: “Si ellos son fuoriclasse, ¿Coldplay qué son?”. Puteó cuando abrió un diario y vio fotos de la desdichada estatua de Colón ofrendada en su momento por el gobierno italiano. Engordó cuatro kilos comiendo asado y empanadas. Casi vomita al probar la tercera pieza de sushi. Se reencontró con hormonas que creía atrofiadas al ver chicas tan despechugadas en barcitos de Palermo. Nunca se cansó del helado de dulce de leche. Le causaron gracia los casinos flotantes (hasta que las tragamonedas le borraron la sonrisa). Se quedó con las ganas de ver una yarará arriba de los camalotes. Reconoció a Evita en el mural del Ministerio de Salud y Desarrollo Social. Se esguinzó un tobillo en una vereda de San Telmo antes de tomarse una selfie al lado de la escultura de Mafalda [5]. Tuvo principio de insolación luego de recorrer Buenos Aires en el micro descapotado para turistas. Sacó pecho al ver tantos aperitivos italianos en las góndolas de las vinerías…

En fin, digamos que el cugino no la pasó mal ni mucho menos. Y que mechó esas experiencias cotidianas con un furibundo seguimiento del fútbol argentino, una motivación insoslayable de su travesía… Vio in situ el superclásico de Mar del Plata, River-Quilmes y Boca-Atlético Tucumán, pero se devoró decenas de partidos por la tele: amistosos, Primera y ascenso. Y también comprobó, con amarga incredulidad, que en la Argentina podía ver más partidos en directo del Calcio que en la propia Italia. “Questo é incredibile”, repetía mientras hacía zapping entre tres partidos en simultáneo, un lujo infrecuente cerca del Golfo de Santa Eufemia.

El cugino pasó de preguntar “¿qué tal el fútbol argentino?” a comprobarlo por sus propios sentidos. Literalmente. Enloqueció con el duelo de hinchadas en el superclásico, se empapó cuando se postergó River-Quilmes, se le movió el cemento de la Bombonera debajo de los pies y lo embriagó el aroma a choripán. Sensaciones que en Italia no se consiguen, salvo la empapada.

Si quería palpar la verdadera temperatura del fútbol argentino, esos 45 días le valieron un doctorado. Fue tan difícil explicarle el sistema de descensos por promedios –“Sono pazzi” (están locos)– como hacerle entender la ingeniería estratégica de la Secretaría de Deporte de la Nación, por la cual se jugó una fecha sin control antidoping. Tampoco le cerró la lógica de los dirigentes de Estudiantes y Gimnasia, que un día aceptaron con decoro las sanciones impuestas por el Tribunal de Disciplina por la gresca protagonizada por sus jugadores y, a la mañana siguiente, ya pergeñaban amistosos para reducir las penas que habían avalado con supuesta congoja. Aunque horrorizado por la dimensión de esas agresiones, el tano celebró con cierta admiración la técnica pugilística de Mariano Andújar: “Pegó mejor que Vito Antuofermo” [6]. 

Del juego le impresionaron tres aspectos: la dinámica general, la presión furiosa en la mitad de la cancha y la cantidad de golpes asestados desde atrás, ya sea por llegar a destiempo o por ser aplicados deliberadamente para cortar un avance. No le movieron ni un pelo las camisetas plagadas de pequeños anunciantes, ni los campos de juego con sponsors borroneados que lucieron su esplendor en partidos de rugby: “La stessa cosa in Italia” (la misma cosa en Italia). Tampoco los desmesurados yerros de los jueces: “Arbitri e mosche sono ovunque” (árbitros y moscas hay en todas partes). Sí la diferencia de edad entre los jugadores. “Este parece el hijo de aquel”, dijo cuando la televisión reunió en un mismo plano a Nahuel Molina con el Cata Díaz. Pero lo que más lo atrajo es un patrimonio de nuestro fútbol. Un tesoro que nosotros, de tan propio y tan ancestral, a veces dejamos de ver: la técnica al servicio de la repentización. Como la chilena de Lisandro López [7]. Como el caño “a lo Riquelme” de Lodeiro. Como la tijera de Blandi. Como lo mucho y bueno que les vio a dos jugadores que, si él fuera dirigente de su querido Milan, ya intentaría comprar: Alario y Lo Celso.

Se fue contento el cugino. Vino a la Argentina en plan familiar y, también, para ensayar una terapéutica evasión de la realidad. Ni allá ni acá es sencilla la reinserción laboral de un tipo que ya festejó los 50. El amor de los parientes, el sabor de la comida y la pasión sanadora del fútbol lo devolvieron a Calabria recompuesto como un transformer. Eso ya es bastante.

“¿Qué tal el fútbol argentino?”, preguntó al llegar. El fútbol argentino le respondió sin filtros. Con sus joyas y con sus miserias. Con esos espasmos que a veces nos indignan y cada tanto nos maravillan. Con esa vertiginosa voracidad por caminar en el filo de las cornisas. Con el combo de sensaciones que lo vuelven único e incomparable.

Por Elías Perugino

Textos al Pie 

1- La Radiotelevisione Italiana (RAI) es la empresa de radiodifusión pública de Italia. Fundada en 1954, cuenta, entre otros servicios, con 11 emisoras de radio y 13 de televisión. Nuclea alrededor de 12.000 trabajadores.

2- Significa “primo” en italiano. La letra “g” se pronuncia como si fuera “y”: cuyino.

3- Periodista y escritor norteamericano nacido en 1932. Baluarte de la corriente bautizada como “Nuevo Periodismo”. Sus padres eran de Maida, pueblo calabrés que retrató magistralmente en su libro Los hijos.

4- La Union Sportiva Catanzaro fue fundada en 1927 y refundada en 2006 y 2011. Juega en la Lega Pro, la tercera división italiana. En su escudo aparece un águila real, símbolo de la ciudad de Catanzaro.

5- La genial creación de Quino también fue un éxito en Italia. La tira fue traducida a treinta idiomas.

6- Boxeador italiano. Fue campeón mundial de los medianos en 1979, al derrotar al argentino Hugo Pastor Corro, por puntos, en Montecarlo.

7- Con ese recurso técnico, Licha López estableció el 1-1 final en el último minuto del clásico entre Independiente-Racing, por la cuarta fecha del Torneo de Transición.

Nota publicada en la edición de marzo de 2016 de El Gráfico