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Meli: bostero hasta la médula

Lleva el gen azul y oro por su fútbol, su carácter y su sentir. El recorrido desde una dura historia hasta el presente angelado de un volante que refrescó el juego y las ilusiones xeneizes.

Por Redacción EG ·

04 de octubre de 2014
      Nota publicada en la edición de octubre de 2014 de El Gráfico

Imagen A LOS 22 AÑOS y con solo seis partidos en Boca, los hinchas ya lo reconocieron por su dinámica y su gran despliegue.
A LOS 22 AÑOS y con solo seis partidos en Boca, los hinchas ya lo reconocieron por su dinámica y su gran despliegue.
“YO FUI AHI, a esa tribuna”.

Marcelo Meli recorre un camino que jamás había hecho, plagado de pasillos amarillos y escaleras, y descubre de rebote una vista diferente de la Bombonera, desde la fila más alta de la platea de la tercera bandeja. Se asombra por lo empinado, comenta cómo se debe mover esa estructura de cemento mientras el mítico estadio late, y no sólo suelta la frase que sirve como inicio, sino que la continua: “Estábamos en la popular de la segunda bandeja, enfrente de La 12. Era chiquito, mi primera vez en una cancha, y me gustaba mucho el fútbol. Así que imaginate… Entramos con mi viejo, el Negro, y mi hermano mayor, Pablo, y nos miramos como diciendo “dónde estamos, qué hacemos acá”. Como no sabíamos las canciones, sólo movíamos las manos (risas). Boca le ganó 1-0 a Talleres esa tarde, me acuerdo de que Carlitos Tevez había jugado. Por más que sólo fui a la Bombonera ese día, el recuerdo es muy lindo, hermoso”.

-¿Recordaste esa experiencia cuando la pisaste como jugador?
-Sí, cuando entré por primera vez... “Pensar que estuve parado ahí en la tribuna y ahora disfruto adentro de la cancha”, me decía. Son sentimientos encontrados. Es un sueño jugar acá, en Boca.

-¿Podés dejar al hincha de lado mientras competís? ¿Escuchás lo que gritan?
-Sí, pero hay tiempo para todo: a veces escuchás a los hinchas y hay otras en las que uno está tan concentrado que parecería que juega solo, aunque no sea así.

El volante que se transformó en el héroe menos pensado en la actualidad xeneize, que atraviesa una etapa de alegría moderada, se incorporó al club a fines de julio tras no lograr un imposible: mantener a Colón en Primera. Sin embargo, su llegada no resultó tan simple como pintaba porque su traspaso se dilató tres semanas más de lo previsto. “No hice la pretemporada con normalidad, practicaba un día y al otro no, me tenía que ir. Me comí la cabeza en ese tiempo, la pasé mal. Creo que miraban más el negocio, y el único que sufría era yo, que quería entrenarme y jugar. Por suerte, me apoyó mi familia, mi representante, y eso me ayudó a salir adelante”, asegura.

-¿Por qué se fijaron en vos: por tu buena aparición en Colón, tu juego dinámico o tus 22 años y la futura chance de reventa?
-Por mi sacrificio adentro de la cancha, porque en Colón era correr y meter, se jugaba palo y palo. Igual, creo que vieron mis condiciones, si no, no me hubiera sumado a un club tan grande como este.
Después del temporal que azotó a La Boca y que destrozó a Carlos Bianchi, entrenador que sólo lo había incluido en el segundo tiempo en la derrota ante Estudiantes (justamente el último partido que el Virrey dirigió), se le abrió la puerta de la titularidad. Rodolfo Arruabarrena asumió, entrenó dos veces al equipo, lo paró y lo insertó a Meli entre los 11 para enfrentar a Vélez, sin haber tenido una charla cara a cara con él. “¿Si me sorprendió? No lo sé, porque trabajo para eso, para estar a disposición y, cuando me tocó la oportunidad, creo que la aproveché de la mejor manera”, admite.

-¿Ahí se te cruzó: “Esta es la mía”? Porque si te iba mal, corrías el riesgo de ver el semestre desde afuera.
-Sí... Como tenemos el torneo local y la Copa Sudamericana, el equipo puede cambiar. Pero apunto a estar entre los titulares, quiero jugar. Siempre pensé que me iba a ir bien y esa tarde salió todo redondito.

Marcelo, como le gusta que lo llamen (su primer nombre es César), no se olvidará nunca de ese día. Es más: sólo le bastará con mirar su brazo izquierdo. “Me tatué la fecha del partido, porque fue mi primero como titular en el club, hice mi primer gol en la Bombonera con lo que eso significa, ganamos 3-1 y cortamos una mala racha… Encima, el tercero lo metió mi amigo Chávez”, confiesa.

-¿Quién fue más determinante para que conviertas: Emmanuel Gigliotti o tu cuñada?
-50 y 50 (risas). El Puma me insistía, desde que Carlos estaba, para que pisara el área y agarrara el rebote. “Los volantes tienen que llegar ahí, van a quedar pelotas; fijate lo que hacía Iván Moreno y Fabianesi en Colón…”. Y tiene razón. Lo de mi cuñada, por otro lado, es increíble. Las dos veces que vino a verme a la cancha, convertí. Esos son mis únicos goles en Primera: uno a Godoy Cruz cuando jugaba en Colón, y el otro es este, el que le metí a Vélez.

-Siempre decís que intentás divertirte adentro de la cancha. ¿Había tiempo para eso contra Vélez?
-Veníamos mal, no ganábamos ni jugábamos bien y había que estar muy concentrados. Si bien esto es un juego y hay que divertirse, ese no era el momento.

Imagen EXTROVERTIDO. Así se mostró durante la producción en la platea alta de La Bombonera. La vista lo impactó.
EXTROVERTIDO. Así se mostró durante la producción en la platea alta de La Bombonera. La vista lo impactó.
DE CHICO, resultaba inquieto en su Salto natal, localidad que se ubica a 200 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. “Cuando las maestras traían cosas para divertir a los chicos en el jardín o en la escuela primaria, yo buscaba la pelota; era lo único que quería, una pelota para jugar”, anticipa. Ahí quizá se encuentre el primer porqué sobre su juego: a Meli ya le fascinaba tener la pelota en sus pies.
Sin embargo, cuando empezó no entendía nada. “Lo único que hacía era chuparme la camiseta y mi viejo se recalentaba porque no corría (risas). Pero a los siete u ocho años le encontré motivaciones al fútbol. En el Club Sports arranqué de dos, sólo pateaba para arriba. Mi entrenador, Nino Velásquez, me dijo unas cuantas veces en un partido contra Compañía General: “No te vayás más para arriba porque te voy a sacar”. Y yo no paraba de pasar al ataque. Entonces, me puso de cinco al próximo partido. “De número 2 no jugás más, porque no defendés--me explicó--. Desde ahí, me paro de cinco”.

En consecuencia, aparece el segundo porqué que trata de develar las raíces futbolísticas del tipo que se luce con la camiseta azul y oro: a Marcelo ya le encantaba desdoblarse y llegar a posición de gol.
De Sports fichó para la Asociación Atlética Jorge Griffa cuando tenía 13 años. Allí se movió como enganche hasta que el Chino Aquino se lo llevó a Colón cuando arrancó a dirigir a las inferiores. En el Sabalero, jugó casi siempre como volante por derecha y recién se acostumbró a plantarse como doble cinco cuando se codeó con la Reserva. Hasta acá una historia como muchas, pero que giró como pocas; un viraje en el que los días oscuros eran negros de verdad.

“A los 16 años, cuando estaba en las inferiores de Colón, me quisieron mandar a Tiro Federal porque decían que, como había muchos volantes, no iba a llegar a la Primera -revela-. Era un golpe duro porque tomaba al club como si fuera mi casa. Pero decidí, junto a mi familia, quedarme a pelearla, más allá de que me dejaran libre después. Por suerte, se dio todo al revés y debuté en Primera a fines de 2012. ¿Si me sigo acordando de eso? Todos los días lo recuerdo, al igual que otras cosas que me pasaron en diferentes momentos de mi vida (mira fijo)”.

-¿Querés contarlas?
-Lugares en los que viví que no eran los correspondientes, miserias, problemas familiares, mis viejos que no tenían trabajo… Pero hasta ahí, quiero contar hasta ahí.

-Hoy parece todo tan mágico e inmediato, y quizá alguien que te ve comenta: “Qué suerte tiene este pibe”. Y no: atrás existe un sacrificio de años.
-Es que parece que es todo lindo y nadie o pocos saben qué hay detrás. Yo me fui a los 13 años de mi casa y eso es lo peor que me pudo haber pasado, lo sufrí. Varias veces intenté dejar el fútbol. Mis viejos siempre me apoyaron para que siguiera, pero al principio no pensaba tanto en jugar en Primera, sino en que extrañaba a mi familia. Cuando representaba a Griffa, en Rosario, tenía un compañero de Salto y, como él jugaba los sábados y yo los domingos, él se podía volver para el pago y yo no porque el lunes debíamos entrenar. Todos los fines de semana lo veía cómo se iba con su familia, que era amiga de la mía. Una vuelta empecé a moquear cuando arranqué a saludar en el portón de Griffa y le dije a mi mamá: “No quiero jugar más, esto no es para mí, quiero estar con ustedes, con mi hermano, me vuelvo para casa”. Y escucho a mi papá: “Andá para allá, Marcelo, andá para adentro”. Llorando, le hice caso… El se mostraba duro porque sabía que yo deseba ser futbolista y me ayudaba de esa manera. Le estoy muy agradecido a mi familia.

-¿Qué aprendizaje guardás de tu etapa en Colón, que se compone de un registro de 34 partidos en Primera entre diciembre de 2012 y mayo de este año?
-Crecí mucho, fue fuerte haber peleado para no descender siendo tan joven. Aprendí como jugador, como persona, al tener compañeros experimentados, más allá de que el equipo perdió la categoría.

Imagen CORTA Y DESPEGA. Conduce el ataque de Boca ante Racing, el domingo de la suspensión por lluvia. Lo persigue Marcos Acuña.
CORTA Y DESPEGA. Conduce el ataque de Boca ante Racing, el domingo de la suspensión por lluvia. Lo persigue Marcos Acuña.
¡QUE MIMO! Aún se archiva en la mente una imagen colosal, tal vez la más impactante que el volante atesore. El equipo jugaba cómodo ante Rosario Central, ya tenía abrochada la clasificación para los octavos de final de la Copa Sudamericana (el único torneo en el que Boca no corre desde atrás), y surgió una situación única, digna de una postal para enmarcar: Meli se retiró para ser reemplazado por decisión del entrenador y la gente lo premió con aplausos que impresionaron en su sexto partido en el club, su tercero en la Bombonera.

El reconocimiento no se produjo porque el muchacho de Salto anduvo muy bien contra el Canalla, sino porque sostuvo un rendimiento bárbaro, a través de su dinámica y su despliegue al desdoblarse para atacar y defender, en su breve y luminosa etapa con la camiseta xeneize. Sin embargo, él insiste con su postura: “No creo que sea figura. Sólo hice y hago lo que debía, lo que me marca el Vasco. Si uno se destaca es gracias al equipo”.

-¿Qué te pide Arruabarrena?
-Que te llegue al área rival y que esté atento a los rebotes, que patee desde afuera y que aproveche el trabajo que Calleri hace arriba.

-¿Qué le aportás al equipo?
-Mucho sacrificio. Noto un mediocampo bastante corredor, no sé si es contagioso porque soy eléctrico… Hoy vemos a un jugador rival y somos tres de Boca que estamos encima, hacemos una presión constante.

-¿Tu juego se modificó en algún detalle desde que Arruabarrena asumió en Boca?
-Es que nos repartíamos el medio con Ezequiel Videla y armábamos un doble cinco firme en Colón. Ahora es distinto porque Pichi Erbes está detrás mío y delante de los cuatro defensores, y si salgo a presionar, tengo un respaldo. Entonces, corro más tranquilo para adelante y no lo hago a lo loco como en Colón. Quizás ya no recupere tantas pelotas…

-O tal vez las recuperás pero más arriba para volver a iniciar el ataque desde ahí.
-Es cierto, y esto se da por la posición de Pichi que hace que Gago y yo estemos mucho más adelantados.

Carácter, ese atributo también sustenta la esencia de Marcelo. La muestra no sólo apareció delante de los ojos de todos al animarse a jugar en un equipo que se encaminaba hacia la destrucción total, sino también ante la mirada de la prensa cuando se describió en la presentación de los refuerzos del plantel. Mientras sus compañeros divagaban con frases comunes, él aseveró sin rodeos: “Soy un volante dinámico, que recupero y que me suelto para jugar, que le pego bien desde media distancia…”.

-Qué confianza, ¿no? (risas). Tengo una personalidad fuerte adentro y afuera de la cancha y creo mucho en mí, en mis condiciones. Es por eso que desde chico le decía a mi mamá: “Quiero ser jugador de fútbol”. Más allá de las cosas duras por las que pasé, tenía la ilusión de ser profesional, de vivir de esto.
-¿En qué otra faceta de tu vida se nota esa personalidad dominante?

-Con la gente, al tener algún tipo de relación, me gusta dejar las cosas bien en claro.
El resurgir del equipo de la mano de Arruabarrena es el asunto a tratar. El entrevistado no sintetizará el origen de la transformación en las decisiones ágiles y acertadas del Vasco para no herir ninguna susceptibilidad. No se referirá a los cinco cambios realizados, al esquema 4-1-2-3, con defensores centrales a los que no se los expone tras ajustar las líneas, con laterales que pasan al ataque, con Erbes que hace de barrefondo y que auxilia al resto como volante tapón, con sociedades futbolísticas en las que Gago y el propio Marcelo siempre están, con tres atacantes veloces que buscan desequilibrar...

Meli sólo hablará conceptualmente del lavado de semblante del equipo: “Se mostró otra actitud a partir del partido contra Vélez. Cambiamos el chip, sabíamos que teníamos que dar otra imagen porque no podíamos seguir así, jugando de esa manera, y la gente no se aguantaba la situación porque Boca es un grande”.

-¿El equipo está aún en formación?
-Sí, creo que hicimos muchas cosas buenas, pero todavía tenemos demasiado por mejorar. Demostramos que Boca tiene la capacidad y los jugadores para hacer las cosas bien, pero por ahora estamos en la búsqueda de nuestro juego, de nuestra identidad.

-Los buenos resultados a veces maquillan realidades. ¿Ustedes lo tienen claro?
-Sí, está más que claro. Se vio que veníamos mal y después mejoramos. Podemos jugar bien por momentos y mal por otros, pero no hay que negociar la actitud. Eso es muy importante.

-¿Boca volvió a ser un equipo respetable?
-A Boca siempre lo respetaron, más allá de que el fútbol se emparejó bastante, porque mirás los partidos y se dan resultados que no podés creer. Pero nosotros estamos bien, vamos por muy buen camino.

-¿En qué no deben caer?
-No podemos relajarnos, hay que seguir así, y afrontar todos los partidos como si fueran una final. Si algún día no es del equipo y no logramos el resultado que esperamos, sabemos que hay revancha rápido.

-Parecería, al menos en Boca, que si no se gana, no sirve. ¿Coincidís?
-Es que pasa en todos lados. Hoy todo depende de los resultados. Si te va mal, sos un perro; y si te va bien, sos el mejor del mundo. Pero yo no me creo nada, ni una ni la otra. Sólo me entreno al cien por ciento y trato de hacer lo mejor posible adentro de la cancha.

-¿Te da lo mismo consagrarte campeón en la Copa Sudamericana o en el torneo local? Mientras sea ganar está todo bien...
-No, porque quiero ganar los dos campeonatos. Eso es lo más lindo que me podría pasar.

EL PESCADOR
Es hijo del Negro Meli. Su padre es conocido en Salto. “¿Por qué? Por vago (risas). Fuera de broma, mi viejo hizo de todo, iba a las domas, a las jineteadas; él es paisano y nosotros somos cazadores, de liebres en especial, pescadores… En mi familia, soy el mejor pescador porque saco el más grande –se jacta–. Cuando mi viejo pescaba conmigo, se llevaba cada amargura... Igualmente, la última vez que fuimos se me escapó un dorado, me quería matar… ¡Estaba recaliente, no quería pescar más! Todos se volvían con pescados y yo, nada. Tenía una bronca… Lo que me cargaron”.
-¿Para los Meli es peor perder un dorado que la marca en un partido de fútbol, no?
-Sí, es mucho más jodido eso… Pero lo importante es pasar un momento lindo y tranquilo en familia.

Por Darío Gurevich. Fotos: Emiliano Lasalvia y Alejandro del Bosco