¡Habla memoria!

LA TRAGEDIA DE HEYSEL Y EL PRINCIPIO DEL FIN DEL HOOLIGANISMO

En 1985, en la final de la Copa de Europa entre Juventus y Liverpool, un violento episodio en las tribunas del estadio de Heysel sentó las bases de la lucha contra el hooliganismo en Europa.

Por Redacción EG ·

29 de mayo de 2021
Imagen POSTAL DEL HORROR. En la década del ochenta los hooligans ingleses sembraban el miedo en los estadios europeos. Heysel primero, y Hillsborough después, impulsaron las primeras medidas gubernamentales para combatirlo seriamente.
POSTAL DEL HORROR. En la década del ochenta los hooligans ingleses sembraban el miedo en los estadios europeos. Heysel primero, y Hillsborough después, impulsaron las primeras medidas gubernamentales para combatirlo seriamente.

 

El 29 de mayo de 1985 el centro de Bruselas amaneció agitado. La ciudad había cedido la armonía de su casco histórico a los fanáticos ingleses del Liverpool que avanzaron durante la noche destrozando vidrieras y bares, asaltando negocios y acosando mujeres. Las denuncias policiales se multiplicaron por miles como un llamado de atención: la final de la Copa de Europa de ese año no sería una más; las autoridades deberían estar atentas a la presencia de los hooligans de los Reds y de los ultras de la Juventus.

En plena época de deshielo, la final de la Copa de Campeones era uno de los únicos eventos masivos que llegaba a cada rincón de ese mundo dividido por la Guerra Fría. Era la primera vez que la televisión seguía con atención las alternativas previas de un encuentro de fútbol que enfrentaría a los dos mejores equipos del momento y a los jugadores más famosos del planeta. Sin embargo, llamativamente, ningún medio mencionó detalle alguno de la barrida que los aficionados ingleses habían provocado en la ciudad hasta que una imagen se congeló para siempre en la memoria de los televidentes: los hooligans avanzaban sobre un sector mixto del estadio, ocupado en su mayoría por seguidores italianos, provocando una avalancha trágica.

Faltaba una hora para el comienzo del partido y cuando la policía reaccionó ya era tarde. Las corridas y la desesperación provocaron la muerte de 39 personas que, en su intento de fuga, perecieron aplastadas por la multitud, atravesadas por los alambrados y pisoteadas por los hooligans que avanzaban a paso firme en su violenta costumbre de ganar las tribunas rivales. Además de las víctimas fatales, se contaron más de 600 heridos que tardaron en ser atendidos por los servicios médicos que se vieron desbordados.
 

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Lo que le siguió al desastre estuvo más cerca de formar parte de un libreto tragicómico que de obedecer a la lógica. Contra todos los pronósticos, la UEFA obligó la realización del encuentro y el árbitro suizo André Daina tuvo que convencer a los jugadores italianos para que disputasen la final en pos de evitar una tragedia mayor. El partido, entonces, se retrasó una hora y media, y antes del pitido inicial ambos capitanes, Phil Neal del Liverpool y Gaetano Scirea de la Juventus, leyeron un comunicado llamando a la reflexión y a la tranquilidad del público.

La victoria de los italianos, gracias al tanto de Michel Platini de penal, es apenas anecdótica si se tiene en cuenta que los cadáveres de las víctimas fueron trasladados a una cancha auxiliar cercana al estadio y tapados, en su mayoría, por las banderas de sus equipos. Inexplicablemente, desde los sectores superiores del estadio los espectadores podían ver perfectamente tanto el encuentro como la remoción de los cuerpos por parte de las ambulancias. Todo formaba parte del mismo caos.

La tragedia de Heysel no fue la última en un estadio de fútbol ni tampoco la más grave, sin embargo sentó un precedente en la justicia belga, que encontró culpable a catorce hooligans del Liverpool y los condenó en 1989 a tres años de prisión. Los ingleses cumplieron la mitad de la pena y fueron sobreseídos por un recurso presentado por la defensa, que los puso en libertad argumentando que los homicidios cometidos fueron involuntarios. También, por primera vez, fue procesada la UEFA como responsable solidaria, aunque luego la causa fue desestimada.

Las consecuencias para el fútbol inglés fueron mucho más graves. El Liverpool fue suspendido de las competiciones internacionales por diez años (luego de la apelación la pena se redujo a seis) y el resto de los equipos ingleses por cinco. La medida perjudicó económicamente a los clubes, que perdieron plata de venta de entradas, publicidad y derechos televisivos. Algunas instituciones se declararon en banca rota y otras se disolvieron. Además, se produjo un profundo vaciamiento que exilió a los mejores jugadores y técnicos británicos y los depositó en las restantes ligas europeas. Buscaban el prestigio, el dinero y el reconocimiento que Inglaterra no podía brindarles.

No obstante, debieron pasar cuatro años y una nueva tragedia para que el gobierno conservador de una Margaret Thatcher en retirada tomara cartas en el asunto. El 15 de abril de 1989 la sobreventa de entradas y la falta de mantenimiento del estadio Hillsborough fueron una trampa mortal para 96 aficionados del Liverpool. Sheffield era el lugar indicado para dirimir la semifinal de la FA Cup, que enfrentaba a los Reds y al Nottingham Forest de Brian Clough, y desde entonces se convirtió también en un sinónimo del desastre.

Luego de la tragedia de Hillsborough, el gobierno de Thatcher postuló, de acuerdo con el Informe Taylor, una serie de medidas destinadas a exterminar el hooliganismo y la violencia en los estadios ingleses. Se otorgaron préstamos a los clubes desde el Estado para que modificaran la seguridad de los reductos, la policía ganó poder y se impusieron penas más severas para quienes no cumplieran con las reglas. La FIFA, por su parte, inventó el sistema Fair Play, profundizó los controles en los ingresos y prohibió la consumición de alcohol en medio de espectáculos deportivos.

El estadio de Bruselas fue modificado y reducido en su capacidad, y recién volvió a albergar un partido de fútbol diez años después del desastre. Fue un amistoso entre Bélgica y Alemania en 1995 que lo presentó en sociedad con otro nombre: Rey Balduino.

Heysel había muerto con la tragedia.

 

 

 

Por Matías Rodríguez