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Jerome Champagne, el diplomático que quiere ser presidente de la FIFA

El francés se presentará como candidato en 2015 e intentará arrebatarle el puesto a Joseph Blatter, que va por su quinto mandato. De declaraciones medidas, sus opiniones desconciertan a propios y extraños. Qué piensa de la corrupción en el fútbol, por qué critica a las Confederaciones y cúal es su proyecto. ¿Su victoria sería garantía de cambio o sinónimo de continuidad? Aún nadie lo sabe.

Por Redacción EG ·

11 de septiembre de 2014
Imagen HOMBRE FIFA. Pelé se caracterizó siempre por estar del lado del oficialismo dentro de la entidad. En el último tiempo, empezó a volcar su apoyo hacia Jerome Champagne. ¿Le alcanzará al francés para derrotar a Blatter?
HOMBRE FIFA. Pelé se caracterizó siempre por estar del lado del oficialismo dentro de la entidad. En el último tiempo, empezó a volcar su apoyo hacia Jerome Champagne. ¿Le alcanzará al francés para derrotar a Blatter?
Se puede decir que Jerome Champagne declara diplomáticamente. Nunca antes mejor aplicada la analogía, el frances hizo carrera en las embajadas que su país tiene en Omán, Cuba, Brasil y Estados Unidos. Cosmopolita por elección, vive en Suiza, habla cinco idiomas y está casado con una neoyorquina. Con alguna que otra experiencia acreditada como dirigente deportivo, en junio de 2015 irá por su próxima zanahoria: la presidencia de la FIFA. Para ello ya inició una campaña silenciosa que no tardó en levantar polvo por lo confuso y salomónico de su discurso. No niega la corrupción de los tiempos de Joseph Blatter pero lo mantiene a éste a salvo de las acusaciones. Está a favor de celebrar un Mundial en Catar pero critica la apresurada designación de la sede. No reniega del fútbol moderno, pero tampoco quiere “meter de nuevo la pasta de dientes dentro del tubo”. En fin, un personaje política y excesivamente correcto que genera desconcierto en sus aliados y desconfianza en sus contrincantes. Aún es una incógnita lo que podría desencadenar su hipotético triunfo.

“En la FIFA tenemos un problema central”, dice Champagne en el comienzo de su entrevista con el diario El País de Madrid, que le dio exposición a su proyecto. “¿La corrupción?”, se apura a repreguntar el periodista Luis Martín. “No -responde-, la desigualdad entre continentes, entre países de un mismo continente, entre clubes de una misma liga, y la pérdida de raíces y sentimientos”. Con esa inflada respuesta, vacía de contenido técnico, el candidato a la presidencia de la FIFA sale indemne de un tema espinoso, que pudre las propias entrañas de la entidad madre del fútbol mundial. Todas sus contestaciones giran en torno a ese estilo; réplicas correctas, vocabulario complejo y poco argumento.

Champagne abusa de cada cliché, de las frases hechas y vuelve permanentemente a su dorado pasado de agregado diplomático para hacer creer que su acercamiento a la FIFA es casi un sacrificio para él y su familia. Su objetivo no es incorporarse a la entidad, sino regresar al lugar del que fue desalojado por el propio Blatter en 2009, luego de un confuso altercado que incluyó a los presidentes de las federaciones de Kuwait, Catar y Arabia Saudita. Sin embargo, Champagne no guarda rencores hacia el suizo y, cuando lo conminan a elegir entre un puñado de opciones, lo prefiere por encima de Joao Havelange, Ángel María Villar o Michel Platini, el actual mandamás de la UEFA con el que colaboró para que Francia organizara su Mundial en 1998. “Blatter no es corrupto –asegura-. Él viene de una familia muy humilde, es hijo de empleados de una planta química. Es criticado por todo y de muchas cosas no tiene la culpa porque es víctima de la propia organización”.

“El problema es que las confederaciones bloquean el comité ejecutivo con sus lotes de votos. El presidente ha de poder escoger su gobierno, debemos afrontar reformas estructurales para democratizar la FIFA”, amplia Champagne. “¿Quién infla el calendario o el formato de las competiciones? Las confederaciones. Hay que luchar contra la corrupción de esa pirámide. La FIFA siempre fue progresista, impulsó programas de desarrollo, luchó contra el apartheid en Sudáfrica, incorporó a China y fue pionera aceptando a Palestina”.

También, la corrupción se la achaca, en gran parte, a la televisión: “Cuando no había dinero no había problema. En 1974 había un millón de dólares al año para desarrollo. En octubre de 1981, la FIFA pidió un crédito para pagar los sueldos. Todo cambió entre 1996 y 1997, cuando los derechos de televisación se multiplicaron por diez. Todo viene de que el comité ejecutivo aprueba acuerdos comerciales. Yo quiero un muro que lo separe para evitar así el riesgo de la corrupción o de las alegaciones de corrupción”.

Para erradicar todos los problemas que plantea, las cinco propuestas centrales de Champagne son que el presidente sea quien escoja su gobierno; que la mayoría de los escaños del comité ejecutivo sean reservados para los presidentes de las federaciones nacionales; que la diferencia de poder entre los continentes en las decisiones se equilibren; que en la FIFA tengan voz y voto los representantes de los clubes como cabeza de la patronal; y que el papel gubernamental de la entidad sea separado de su actividad económica.

Champagne, además, está a favor de sancionar a Luis Suárez pero no de prohibirle entrenar, de que los clubes de elite mundial incorporen chicos a sus canteras pero no de que se “abuse” de ese recurso, y de que la FIFA incorporé a todos los nuevos estados que surjan (como podría ser el caso de Cataluña en un futuro) siempre y cuando estos cumplan con los requisitos exigidos por la comunidad internacional para su reconocimiento.

Tibiamente apoyado por Pelé, el profundo gris en el que tiende a caer Champagne cuando manifiesta sus ideas lo tornan indescifrable. Y para colmo sufre del peor mal que puede sufrir alguien en una carrera por un puesto político: no cuenta con la confianza definitiva de ningún sector. ¿Continuidad o cambio? Nadie sabe, pero muchos prefieren malo conocido que bueno por conocer.

Por Matías Rodríguez