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Correa: Angelito salvador

Padeció necesidades y dramas desde muy chico. Perdió a su padre a los 10 años y a su hermano mayor a los 12, edad en la que dejó su casa de Rosario para jugar en San Lorenzo. Se hizo solo y hoy, a los 19, la nueva joya del fútbol argentino ya es campeón y sostén económico de su numerosa familia.

Por Redacción EG ·

03 de mayo de 2014
   Nota publicada en la edición de Abril de 2014 de El Gráfico

Imagen LOS DUROS momentos vividos durante su infancia lo llevaron a crecer más rápido.
LOS DUROS momentos vividos durante su infancia lo llevaron a crecer más rápido.
SIEMPRE FUE ANGELITO, el pibito que la movía en la plaza del humilde barrio rosarino de Las Flores, el nene por el que los muñecos se trenzaban al tiempo de elegir los equipos para el picado. “Cuando veía que se peleaban por mí, me reía. ‘Dale, vamos a jugar, vamos a divertirnos’, les decía. Pero no pasaba más que eso. En la placita, era difícil jugar. En mi barrio, había buenos jugadores y se armaban discusiones por ver quién elegía primero”, asegura.

El chiquito, que ya asombraba a los conocidos, corría por todos lados en la canchita improvisada. “Podíamos jugar 6 contra 6 o 7 contra 7. Los arcos los armábamos con piedras. ¿Si atajaba? ¡Nooo! Me hacía el gil para no ir al arco, y me dejaban jugar. Era ligero, y gambeteaba porque me divertía”, afirma.
Como pateaba todo el día, la madre de un amiguito le aconsejó a su mamá, Marcela, que lo llevara al baby, su escuela primaria. “Empecé en 6 de Mayo, ahí cerca de mi casa. Mi papá, que se llamaba Angel Correa como yo, y mi padrino, César Ibalo, me acompañaban. La cancha era de 7 y jugábamos con un 2-2-2. Yo me paraba como doble cinco y me movía libre –cuenta–. Después, pasé a otro club, Alianza Sport, y era enganche. Bah, siempre jugué de enganche, y siempre me gustó ayudar al equipo y marcar. No es que sea vago… Entonces, tomaba al número 5 rival”.

Angelito pisa la pelota y frena su recorrido por el fútbol infantil. Responde que está por el medio en la escalera familiar de 10 hermanos y resume de qué se trata no tener: “Nos faltaban comodidades. Yo era chico y veía que mi papá y mi mamá no comían para tuviéramos un poquito cada uno de los hermanos”.

Si bien el fútbol se convertiría en la tabla de salvación suya y de su círculo íntimo, él ni siquiera se lo imaginaba. Jugaba porque le encantaba y la pasaba bien junto a sus amigos. En consecuencia, avanzó tanto que le llegó la chance de integrarse a San Lorenzo. “Hicimos un partido entre los chicos de Alianza y ahí eligieron a los que se destacaron para venir a probarse a Buenos Aires y que los vieran los entrenadores que estaban acá –indica en plena sala de prensa del Nuevo Gasómetro–. Quedamos los cinco que habían mandado, y nos dieron pensión y nos anotaron en el colegio”.

Sin embargo, la vida del pibito, que se crió en un “barrio privado” parecido al que alguna vez describió Diego Maradona, se tiñó rápidamente de negro. “Perdí a mi papá a los 10 años y a mi hermano mayor, Marcelo, a los 12, justo cuando me había venido a la pensión de San Lorenzo y estaba lejos de mi familia. Ahí el fútbol no sólo era una diversión, porque me hacía olvidar de todos mis problemas. Cuando entraba a la cancha, me olvidaba de que me faltaban ellos. Jugar a la pelota me hacía bien”, confiesa.

-¿Podés contar qué les pasó a tu viejo y a tu hermano mayor?
-No, no. Eso no lo voy a contar.

-Intuyo que todo lo que te decían o lo que te digan al respecto no te alcanza, ¿no?
-Es así. Nunca voy a llenar ese vacío, con nada. Pero bueno, hay que seguir para adelante, por la familia que queda.

HASTA AQUI, ANGELITO rompe con la imagen que se observa desde afuera. No resulta aquel que pintaba ser, aquel adolescente tímido y de palabras justas frente a los grabadores y micrófonos de los periodistas que lo esperan después de los partidos. Correa, entonces, es todo lo contrario: expresivo, simpático y jodón; un chico de chiste y sonrisa fácil; un hombre, en realidad, de 19 años que habla según la lógica de su edad, pero que razona como si fuera un tipo bastante más grande.

“Familia”, se lee a lo ancho de su pecho. El tatuaje se lo hizo a principio de año, y no por una cuestión de moda. “Soy muy apegado a mis familiares y trato de dejar todo por ellos, para verlos bien”, reconoce. Al referirse a los suyos, se torna imposible no conversar sobre el lugar en el mundo de sus seres más queridos: Las Flores, uno de los barrios más picantes y pesados de Rosario.

“El barrio está jodido por el tema de las bandas, porque hay problemas entre ellas. Cuando yo era pibe, la mano estaba más tranquila. Eran otros tiempos. Antes no se metían con la familia, y los problemas los arreglaban entre las bandas -avisa-. Pero en el barrio también hay mucha gente trabajadora y humilde, y eso parece que no se ve. Los medios miran lo malo y dicen que da miedo entrar a Las Flores. Yo creo que si va cualquiera, no le va a pasar nada porque es un barrio normal, donde hay buena gente. Es cierto que hay problemas, como en todos lados. Pero algunos los exageran”.

-¿Tu familia sigue viviendo en el barrio?
-A mi vieja la saqué. Pero ella es de ahí, nosotros nos criamos ahí y es difícil salir porque la conocen todos, como a mí y a mis hermanos. Entonces, es duro irse a otro lado donde no te conoce nadie. Igual, mi abuela y mis hermanas siguen ahí y no quieren saber nada con irse.

-¿La gente más grande y tus amigos te guiaban por el buen camino?
-Siempre me brindaron lo mejor. Conocí gente que se drogaba y todo, y cada vez que ellos me veían me decían: “Nunca te queremos ver con esto, vos tenés que dedicarte al fútbol. Si te vemos con esto, te matamos”. Por eso, me aconsejaban para bien. Capaz que en otros barrios, ves a alguien drogándose y te quiere convidar. Pero a mí no, te repito: siempre me aconsejaron para bien. Y yo mismo también veía que había un montón de pibes que la rompían en el barrio y después se quedaban en el camino, porque fueron padres, o por la droga, o por el alcohol, o porque fueron heridos de bala por estar parados en un lugar en el que no tenían que estar. Entonces, cuando yo crecía, miraba qué estaba bien y qué estaba mal. Yo estoy bien con todos, pero vos no podés estar parado en una esquina con una banda que tiene problemas con otras y que no sabés qué puede pasar. Y eso lo aprendí de chico: está todo bien con todos, hola y chau, y me voy para mi casa. Siempre trataba de evitar algún problema.

Al menos para los nenes del barrio, ya no es aquel pibito que deslumbraba en la placita. Angelito hoy es el crack de San Lorenzo, el futbolista de la Primera de un grande de la Argentina que lleva la magia del potrero de Las Flores en las venas. “Cuando voy al barrio, los chicos se vuelven locos porque me ven en la tele. Vienen y me piden fotos, y es una felicidad ver contentos a los chicos del barrio donde yo salí –explica–. También, paso por la casa de una de mis hermanas y hacemos una comida con todos mis amigos, para verlos y hablar. Yo siempre les pregunto cómo está el barrio”.

El principio de su etapa en la pensión del Ciclón resultó complicado. “Fueron momentos jodidos. Teníamos libre y yo me iba para Rosario. Debía volver un lunes y volvía, pero dos lunes después del que tenía que volver. Y me cagaban a pedos, mal. Y tenían razón, porque ya no se aguantaba. Pero yo tenía 12 años, estaba con mi familia y con mis amigos en el barrio, y no quería volverme a Buenos Aires. Igual, sabía que el futuro estaba acá y por eso volvía. Extrañaba, pero me la aguanté y seguí. Sabía que iba a llegar,si hacía las cosas bien”, cuenta.

Imagen RAPIDO Y FURIOSO. El mediapunta es el jugador más deslumbrante del fútbol argentino.
RAPIDO Y FURIOSO. El mediapunta es el jugador más deslumbrante del fútbol argentino.
De todas maneras, cuando se le aparecían los recuerdos, había que contenerlo. Ahí le ponían el pecho varios chicos que hoy son sus compañeros en la Primera del CASLA, como Matías Catalán, Rodrigo Contreras, Ramiro Arias, Tito Villalba y Leandro Navarro. “Ellos me aguantaron, siempre me dijeron que tenía que seguir porque eso sería lo mejor para toda mi familia. Por suerte, no me agarró la locura y me quedé”, admite. Si bien tiene la mejor onda con toda esa banda, Navarro es más que un amigo. “Es como un hermano para mí. La Bomba y yo estábamos siempre juntos. El es mayor que yo, y yo era el terrible. El trataba de corregirme, de que pare la moto. Pasa que si no hacía las que hice, me tenía que agarrar mi bolsito e irme a Rosario. ¿Si quiero contar alguna? No, dejá, mirá si ahora se arrepienten en el club y me echan”, se sincera a las carcajadas.

El volante, que comenzó de doble cinco y terminó como enganche en las inferiores cuervas, la gastó en la Séptima campeona de hace tres años y lo subieron a la Reserva, como a siete compañeros más de aquel equipo. “Cooorreeea, Cooorreeea”, cantaba en voz alta mientras bajaba la escalera de la pensión para ir al colegio. Angelito ya se imaginaba tirando fantasías con la camiseta azulgrana. “Yo jodía al resto de los pibes. ‘Mirá cuando me vengan a alentar a mí’, les decía y ellos se reían. Y estaba bueno, porque había que pasar el tiempo con buena onda. La pensión es así, si no te amargás y te dan ganas de tirar todo”, justifica.

Sin embargo, en Reserva, su carrera estuvo cerca de tener un giro inesperado. Como no había firmado contrato como profesional, el Benfica se lo intentó llevar. “Eso es cierto, pero siempre me quise quedar porque quería triunfar en San Lorenzo”, devuelve.

-Pocos reparan en lo que puede sufrir un adolescente en ese sentido. Porque vos podrías haber sido otro chico de los tantos que debutan en el exterior sin pisar el fútbol argentino.

-Pasa por la necesidad de cada uno. Yo no lo vi de esa manera, pero mirá si venía el Benfica y me decía: “Correa, hay tanto, hay esto para tu familia”. ¿Qué hacés? Es difícil porque uno quiere ayudar a la familia. Pero acá estaba bien, tranquilo, y por eso no me fui.

Angelito, entonces, firmó su primer contrato con el Santo y entendió que el fútbol no era lo que aparentaba ser cuando pateaba en el barrio o incluso en las inferiores. “Esto pasaba a ser serio, de verdad, ya no había vuelta atrás, ya no le podía fallar a mi familia. Me acuerdo de que mi papá me dijo antes de irse: ‘Yo no voy a estar más y tengo fe de que vos vas a sacar a la familia adelante’. Para mí no fue una presión, sino que era lo que tenía que hacer para darle una alegría a él. Lo único que me pidió fue eso”, revela con la mirada fija.

DISTENDIDO, SENTADO con las piernas extendidas en otra silla, con la ropa de entrenamiento y aún sin ducharse, recuerda su estreno en Primera. Parece que ocurrió hace un montonazo, pero fue hace apenas un año, el 31 de marzo de 2013, cuando debutó en la derrota 1-0 ante Newell’s. Más allá de su pasta de crack, lo que aún sorprende es su notable capacidad de adaptación a la Primera División, y a las diferentes situaciones que la vida ya le había planteado. Siempre que el destino le dio una chance para crecer más todavía, la aprovechó al máximo. “Todo lo que me pasó en la vida me ayudó para hacerme más fuerte. También creo que me pude adaptar siempre por lo que uno trae, que es de barrio, que es humilde. Con la humildad, vas a caer bien en todos lados. Porque, además de tener condiciones para jugar, tenés que ser buena persona –sentencia–. Lo importante es que acá, en San Lorenzo, el grupo tira para adelante y cada vez que suben a un chico lo aconsejan bien. A mí me hablaron muy bien Pipi Romagnoli, Piatti, Alvarado y otros muchachos. Eso sirve de mucho, porque vos no entendés nada cuando llegás a Primera, te cambia todo. Y que los más grandes se te acerquen, te da tranquilidad, te abre los ojos. Me hicieron sentir como uno más”.

Angelito, entonces, atravesó un mundo de sensaciones en el último año. Ahora, aún prendido a la larga conversación, reflexiona sobre lo vivido en el plantel superior, lo que acontece, y lo que se vislumbra en su vida.

 “Pizzi me cambió la posición en Primera y pasé de ser enganche a jugar como mediapunta, para llegar más al gol. Igual, siempre fui más de asistir que de convertir. Para mí, hay que pasársela al mejor ubicado, es lo más simple, porque el gol es para el equipo”.

- “Me gusta jugar libre, crearme espacios, y si tengo al defensor pegado, trato de girar y arrancar. Y eso es lo que tengo que corregir, porque debo tocar e ir a buscar en vez de intentar girar. Pero bueno, la agarro en la mitad de la cancha, me pienso que estoy en la placita del barrio y quiero gambetear, y no está bien porque si la pierdo, se viene la contra”.

- “Haber sido campeón del fútbol argentino a los 18 años fue único. Tengo compañeros más grandes que nos decían a los más chicos: ‘Miren la edad que tienen y ya están por ser campeones (Torneo Inicial 2013). Deben dejar todo y no desaprovechar la oportunidad’”.

- “No caigo todavía en lo que genero. Yo soy un chico más, como cualquiera de los otros, y no me siento un jugador diferente. No creo que los hinchas esperen más de mí que de otro compañero del equipo, porque les exigen a los 11 que entren a la cancha. Igual, esto sí me pasaba en inferiores con mis compañeros, y me lo decían: ‘Dale, Angelito, ponete las pilas que tenemos que ganar’”.

- “Hasta acá, metí ocho goles en Primera y el que más valoro fue el primero, el que le hice a Boca, el tercero del 3-0. Ese día (11 de mayo) era el cumpleaños de mi papá y le pude regalar ese gol. Mirá lo que es la casualidad”.

- “¿Si me quiere el Atlético de Madrid, el Barcelona o el Manchester City? No creo que eso sea verdad. ¿Si me molesta que me comparen con Agüero? No me fijo en eso, no le doy bola”.

- “Me entrené con la Sub 20 y justo cuando iba a viajar a Chile para jugar, me lesioné la rodilla y no pude ir. Me encantaría jugar en la Selección. ¿Si me imagino tirando una pared con Messi? Ojalá, uno siempre se imagina ahí.”

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LO CONFIRMO EL PAPA
-¿Te confirmó Francisco? Bueno, en realidad, era Jorge en ese entonces.
-Sí, Carlos era (risas)… No lo conocían muchos como ahora. Yo tenía 14 años, vivía en la pensión, estaba encerrado ahí todo el día, y vinieron a preguntarme a mí y a los demás chicos si queríamos confirmarnos, y aproveché la posibilidad. Entonces, yo y los chicos que habíamos aceptado caminamos unos pasos hasta la nueva capilla. Nos dijeron que iba a venir él (Jorge Bergoglio), y al tiempo me enteré de que el tipo que me había confirmado es el Papa. No lo podía creer. Hacía algunos años había estado con nosotros y ahora es el Papa. Parece que le di un poquito de suerte, ¿no?

Por Dario Gurevich / Fotos: Hernan Pepe