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Manos, leyendas y palabras

José Ossemani es el Jefe del Departamento de Kinesiología de Boca y está a cargo del plantel de básquetbol. Pero detrás de su cargo se esconde un actor, un escritor, un innovador y un hombre que conoce el poder de las manos y las palabras.

Por Redacción EG ·

06 de febrero de 2012
 
Nota publicada en la edición enero 2012 de la Revista El Gráfico

Imagen OSSEMANI, el cielo, su mano, la camiseta de Boca. En la Bombonera, como siempre.
OSSEMANI, el cielo, su mano, la camiseta de Boca. En la Bombonera, como siempre.
Un escenario. Manos. Un micrófono. Manos. El doctor Frankenstein. Manos. Un atardecer en Bragado. Manos. Un amanecer en Bragado. Manos. Electricidad que espanta, provoca, mueve y agita.
La vida de José Ossemani es una mezcla de leyendas, fantasías, realidades y palabras y sanaciones.
Nació en Bragado, provincia de Buenos Aires, un 8 de septiembre de 1960. Cuenta la leyenda que Bragado fue un potro salvaje que, antes de entregarse en cautiverio, decidió saltar a su propia muerte.
Nació en Bragado, y al conjuro de su abuelo, Alberto, se crió entre bambalinas, butacas, sueños y fantasías. Su abuelo había comprado un teatro, en la década del 30. No un teatro más, por cierto. Es el teatro Constantino, poblado de recuerdos, fantasmas y memorias. Florencio Constantino, conocido como El Vasquito, el mismo que un día cantó en el club Español. Tres hombres que lo escucharon se dieron cuenta de que había en él un prodigio y en su garganta, una gota de oro.

Lo mandaron a estudiar a Europa y no solo terminó dando la vuelta al mundo, sino que llegó junto a Tita Rufo al escenario del teatro Colón.El Vasquito volvió a Bragado y ahí concibió la idea de hacer un teatro similar al de la Scala de Milano, en donde también había actuado.

Así, el teatro se inauguró un 25 de mayo de 1912. Constantino cantó La Bohéme.
Y muchos años después, un chiquilín llamado José se paseó por sus pasillos, subió a su escenario, se deleitó frente a la gigantesca pantalla –porque también cumplía entonces funciones de cinematógrafo- y soñó y soñó y soñó...

Ossemani es un apellido curioso. Interesante. Diferente. Une dos términos: “Osse”, o sea hueso y “mani” o sea, manos. José, aquel chiquilín que se paseaba por la sala del Constantino, es kinesiólogo. Son sus manos las que recorren otras manos, son sus manos las que se apoyan en espaldas o hacen presión en coyunturas, para saber qué pasa, qué se hace, cómo se hace...
Cuando era niño, José contaba que quería ser como el doctor Frankenstein: médico electricista. Su padre, don Pedro, le dijo entonces que no se podía ser ambas cosas a la vez, y que tenía que elegir. Su madre, doña Natalina, sacudía la cabeza, comprensiva... Su hermano, Carlos, creía entenderlo, ya que ambos vivían juntos aquellas fantasías de camarines desangelados, y de butacas olvidadas. Así fue como un día José se fue a Buenos Aires, para estudiar Medicina y...

Y sería bueno contar que, antes, ya era parte del equipo de la Cruz Roja de su colegio. Y que, a los catorce, ya subía al escenario no para jugar, sino para actuar. En aquel escenario de 12 metros de boca, interpretó obras clásicas para esa época: Jettatore, El médico a palos, Las de Barranco, Despertar de Primavera... Durante su infancia, por el teatro habían pasado los más prestigiosos números de la música y el arte; y él los había visto a todos, de la misma manera en que no olvidará jamás cuando asistió a la proyección de El manto sagrado”, la primera película en Cinemascope. Se mezclaron en su crecimiento varias vertientes: la actoral, la de la medicina y la de las comunicaciones, puesto que, cuando decidió partir hacia la ciudad de Buenos Aires, ya escribía en La Voz de Bragado, informaba en la radiodifusora de la ciudad y colaboraba en el Canal 4.

Imagen FOTO junto a la Leyenda brasileña Oscar Schmidt
FOTO junto a la Leyenda brasileña Oscar Schmidt
“Iba a estudiar Medicina, pero por suerte, no pude aprobar”, cuenta cuando está entre amigos. No siempre un fracaso es tal, a veces es, sencillamente, una puerta que se abre, una nueva puerta. Y José encontró en la Kinesiología algo parecido, pero no igual, claro. En la kinesiología, él podría ser una especie de médico combinado con un electricista, y comprendió, casi sin darse cuenta, el poder de sus manos...

No es casual, para nada, que lleve justamente pendiente de su cuello, una cadenita con una mano. Esa manito no es única, ni mucho menos. Lo llevan, orgullosamente, los que forman parte de la Hermandad del Carpio, como José la denominó hace tiempo. A cada uno de sus colegas amigos, les obsequió uno igual. Son unos veinte, con los que trabaja hoy en sus tres más importantes escenarios. El Centro de Diagnóstico Doctor Enrique Rossi (desde hace once años), el Hospital Pena (desde hace 25 años) y en el Club Atlético Boca Juniors (también desde hace 25 años).
Sí, Boca Juniors.

José es hincha de Boca de toda la vida. La familia de su madre se vino desde la Italia natal al barrio de la Boca; su madre, Natalina, era fanática del barrio y de la Bombonera; y su abuelo materno, que era herrero, supo ser gran amigo de Roberto Cherro, así que por sus venas corre sangre color azul y oro. Y todavía hoy, cuando se lo preguntan, afirma con candidez y seriedad: “Jamás en la vida pensé que iba a tener la felicidad de trabajar en Boca...”.

Imagen POSANDO con el Pichi Campana y el doctor Marcelo Murillo.
POSANDO con el Pichi Campana y el doctor Marcelo Murillo.
Fue todo como suele decirse, una casualidad (la casualidad no existe, claro). Un día, mientras se desempeñaba en el Hospital Pena, apareció por allí el doctor Pablo Abbatángelo quien le dijo, sin entrar en demasiadas explicaciones: “Tengo algo para vos, así que esta tarde te espero en el club”. Eso fue allá por el año 1986; José llevaba una temporada de recibido, y atrás habían quedado sus años de estudiante de bolsillos semiflancos, en el barrio del Once, compartiendo un breve departamentito con Sergio Elgezabal (hoy figura de TN) y Pepe Cioti (hoy jefe de operadores de radio La Red).

Ahora ya era un kinesiólogo hecho y derecho, con diploma y todo: podía ser mitad terapeuta y mitad electricista, como él había soñado. Lo que nunca se atrevió a soñar fue con Boca y lo que menos se le pudo pasar por la cabeza es que, aquella tarde, cuando ingresó al club, su vida cambiaría para siempre.

Las manos tienen un poder tremendo, tienen el poder de calmar un dolor, de acomodar un hueso, de transmitir ternura o indiferencia, de ajustar lo que se desajustó. Hay una especie de historia en esto de imponer las manos. “Me gusta el término”, suele decir, “porque significa no la imposición por la fuerza, sino la imposición de la energía positiva, la energía de darle una intencionalidad a la mano que, como se sabe, viene desde los más remotos tiempos de la historia, con los curanderos, con los hueseros...”.
José está casado con Liliana. Tienen dos hijos, José de 25 y Santiago de 20. El suele afirmar que el kinesiólogo es el periodista del cuerpo: genera comunicación entre zonas que no siempre están comunicadas. O que están mal comunicadas, por aquello de que todo tiene que ver con todo. Una disfunción vertebral puede generar un dolor de cabeza permanente, por ejemplo; de la misma forma en que un pie plano puede desembocar en síntomas insospechados para el lego. Así que dos de sus más grandes anhelos, ser comunicador y terapeuta marchan juntas, de la mano... (perdón por el juego simple de palabras).

Imagen JUNTO al pívot Martín Leiva.
JUNTO al pívot Martín Leiva.
Cuando ingresó a Boca, el departamento de kinesiología no existía. Estaba a cargo de todo un exboxeador que se llamaba Aníbal Servín. Su hermano, Adrián, fue el más famoso y quedó en la historia por haber muerto tras una pelea. Aníbal hacía lo que podía, eso era todo: el consultorio –si así se lo podía llamar- era casi una miniatura sin mayores equipos; había un dispensario apenas. Y, si existía un kinesiólogo (¡Sí, claro que existía!) era, exclusivamente, para el equipo de Primera.
Hoy, José cuenta orgulloso que en Boca hay, por lo menos, diez profesionales que se ocupan de todo, salvo del equipo de Primera. Así que el Departamento de Kinesiología se ocupa de los atletas amateurs, profesionales, socios y, también, del fútbol femenino, por lo que por sus consultorios –en donde ahora existen todos los más avanzados equipos- desfilan un promedio de cincuenta personas...

Pero José es algo más que el jefe del Departamento, porque es también el kinesiólogo del equipo de básquetbol de Boca, el mismo que salió tres veces campeón de la Liga Nacional, por ejemplo, el mismo que obtuvo la Copa Sudamericana, o el Sudamericano de Clubes campeones. Todo empezó cuando el Pichi Cerisola estaba lesionado, el tema era un tremendo esguince de tobillo. El equipo recién había ascendido y el médico del plantel pidió que, por favor, pusieran a un kinesiólogo y –como la casualidad no existe-, ¿quién estaba al alcance, justamente, de una mano? José Ossemani a quien, por otra parte, le encanta el básquetbol, ya que lo jugó de pibe en el colegio y luego, ya más de grande, no se perdía partidos de la Liga Regional en el Bragado Club o en el club Moreno....

Calcula que viaja 60 mil kilómetros por año, que participa de más de 40 partidos por temporada, acepta que conoce gran parte del mundo gracias al básquetbol, y que hoy a los 51, siente que este deporte y su profesión le robaron muchas horas a su familia. Aprendió técnicas con hueseros de pueblos originarios, como Coliqueo y Quehuenche, a los que conoció en Bragado. Ha escrito un libro (“El constructor de categriales”) y tiene tres más para publicar. Fue docente de la UBA durante 18 años, pero usa terapias alternativas, como la arcilla o clavos de punta roma. Ha inventado diferentes elementos para rehabilitaciones complicadas.

Ama la vida, lee mucho, estudia, disfruta con lo que hace y admite que para contar todas sus actividades, haría falta mucho más tiempo.

José Ossemani, el mismo que pasó varias veces por la Selección Nacional de Básquetbol, el mismo que le dedica 24 horas por día a su profesión, el mismo que todavía hoy no se despierta de su sueño de trabajar en Boca, el mismo que alguna vez, plantado en el viejo escenario del teatro Constantino, sintió que la vida era eso: un escenario donde cada uno de nosotros es un protagonista, sólo que sin libreto, sin guión marcado; dueños de nuestras vidas y nuestras actuaciones.
Ante esa platea desnuda, aquel niño habrá hecho una reverencia, como recibiendo una ovación, sin saber –no podía saberlo- que alguna vez sus sueños se iban a hacer realidad.


Por Carlos Irusta / Foto: Emiliano Lasalvia