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Puma Rodríguez, garras intactas

El Puma. Aquel delantero corpulento y mañoso que salió de Deportivo Español y llegó a la Selección. Perdió toda la plata, lo desalojaron de su casa, manejó un remise, atendió un quiosco, subió 40 kilos, sufrió ataques de pánico. Hoy lo recuperó el fútbol y va en colectivo a dirigir a su querido Gallego, sin reproches ni resentimiento.

Por Redacción EG ·

15 de junio de 2011
Nota publicada en la edición mayo 2011 de la revista El Gráfico

Imagen Con su particular silbato, en la antesala de los vestuarios del estadio españolista.
Con su particular silbato, en la antesala de los vestuarios del estadio españolista.
Cuando esta nota vea la luz, probablemente el Club Social Español esté condenado a jugar la próxima temporada en la Primera C. Y José Luis Rodríguez, tal vez, ya no sea su DT.
Por ahí, no.

“Hoy estamos bien abajo los dos, el club y yo, llegamos acá y quizás sea el momento para que nos impulsemos mutuamente y salgamos juntos de la mano”.

A los 47 años, el Puma Rodríguez conserva la sonrisa pícara de dientes chiquitos y picados de sus días de gloria, esa que lucía cuando se transformó en el único valor surgido de las inferiores gallegas que terminó goleador de un campeonato (el 87/88), la sonrisa que fue primera plana cuando le metió un gol de caño al mismísimo Pato Fillol en el Cilindro o la de aquella otra tarde de Liniers en que formó el ataque con Maradona y Valdano, en la victoria por 1-0 de la Argentina sobre Alemania que celebró el primer aniversario del título mundial 86.

La vida le ha pasado por encima como un camión al Puma. Perder todos los ahorros porque quiebra una financiera, tener que dejar la casa propia porque así lo exige una orden judicial, manejar un remise, atender un quiosco, volver a vivir a la casa de los viejos, pasar un fin de semana en casa de los suegros para poder comer, sostenerse con un plan Jefas de hogar, alejarse del fútbol, sufrir ataques de pánico, fundir la balanza hasta que la aguja marque 123 kilos y tener que tomarse el colectivo para ir a entrenar al equipo como lo hacía cuando tenía 17 años (el mismo destino, diferente función) son motivos suficientes para tumbar a Mr. Autoestima. Sin embargo, el Puma asegura haber mantenido su espíritu alegre, su corazón contento. Y se le nota.

La frase del impulso mutuo la pronuncia ya en la despedida de la entrevista, desarrollada en el pasillo que comunica los vestuarios con el campo de juego del Deportivo Español. Un eco lejano de domingos inolvidables convoca a la nostalgia, en este querido estadio del que River, Boca y otros grandes se iban satisfechos si sacaban un puntito. Hoy los rivales son Villa San Carlos, Acassuso, Barracas Central y Tristán Suárez. Mañana serán Cambaceres, Sacachispas y J. J. Urquiza. Eramos tan pobres...
No hay resentimiento en las palabras del Puma. Ni bronca ni angustia, aunque su relato no deja de conmover al interlocutor. ¿Cuántas vidas como esta de Rodríguez, historias tristes, oscuras, tiene el fútbol y se han olvidado por allí?

-¿Perdiste todo lo que ganaste en el fútbol?
-Sí, lo fui perdiendo de a poco hasta que la guita grande, unos 500 mil dólares, se me fueron en un banco, bah, una financiera, que desapareció. Me la manejaba un abogado, y cuando se murió me enteré de que no tenía nada. Vendí mi departamento para mantener a mis hijos. Encima, al poco tiempo, me llegó una carta diciéndome que iban a ejecutar mi casa por pedido de unos abogados de Central. Yo me había quedado con plata adentro del club, me debían, y de repente me remataban la casa. No entendía nada.

-¿Qué hiciste?
-Me fui a vivir a lo de mis viejos, gracias a Dios que los tuve, y que siempre fuimos una familia muy unida. Me fui con mi mujer y mis dos hijos. Siempre me sentí contenido por los míos. Yo veo mucha gente que está bien económicamente y tiene un montón de problemas que, por suerte, yo no tengo. Con Andrea llevo 23 años de casado, hay que hacerle un monumento. Bueno, nos fuimos con ella a lo de mi vieja, que tiene una casa grande en Villa Celina, el barrio en el que me crié, y ahí nos quedamos.

-¿Fue duro volver a la casa de los viejos?
-Mirá, yo no sé si me deprimí. A lo mejor no quería demostrar y por dentro estaba deprimido, pero nunca me di cuenta. Sufrí ataques de pánico pero me lo traté enseguida y duró tres meses. Lo que sí hice fue aislarme, dejar de ir a las canchas a ver fútbol, quizás fue un rechazo inconsciente. Y me tuve que poner a laburar. Tenía un Megane y lo puse como remise en una agencia a la vuelta del Mercado Central. De 7 de la mañana a 7 de la tarde, y a veces hasta las 10 si faltaba plata. Por suerte nunca me chorearon. Algunos clientes me reconocían y me preguntaban “¿Qué hacés acá vos, si tenías esto, esto y lo otro?”. Y bueno, ya no lo tengo más...

-¿Te bajoneaba manejar un remise?
-No era lo que quería, porque yo siempre fui jugador de fútbol y pensaba trabajar en el fútbol. Pero ojo: tampoco pedía, eh. Es difícil también que alguien te diga: “Che, vení a buscar”. No se da. Pero yo, por timidez, me metí adentro de mi familia e hice lo que pude. En un momento atendía un quiosquito tipo 24 horas que estaba en la casa de mis viejos. No sé cómo sobrevivimos. En un momento, el único sostén era el plan Jefes y Jefas de mi señora, unos 150 mangos creo. Un milagro.

Imagen MANOLITO y las dos banderas, entrada al estadio.
MANOLITO y las dos banderas, entrada al estadio.
-¿Pasaste hambre?
-Me salvó la familia. Todavía cuando tenía mi casa en Núñez íbamos los fines de semana, un día a lo de mis viejos y otro a lo de mis suegros. Comíamos y dormíamos un día en cada casa y nos llevábamos milanesas, el pollo, la carne picada, el jugo, los cinco kilos de papas. Tenía el Megane y cargábamos todo ahí.

-Ya no lo tenés...
-Lo tuve que vender. Hoy vengo a entrenar al equipo en colectivo. Me tomo el 56, o si tengo ganas de caminar unas 10 cuadras, agarro el 36. Un poco apretado, con el bolso, pero no se me cae ningún anillo. Además, así empecé acá, viniendo con amigos, ¿cuál es el problema?

-¿Ningún excompañero se preocupó por vos?
-Sí, y siempre nombro a los mismos: Teté Quiroz y el Gallego González. Y los chicos de Rosario, no solo para llamarme y ver cómo andaba sino para darme algo si precisaba. Belloso, el Kily, Vitamina, el Negro Palma...

-A muchísimos ex les cuesta volver a insertarse, ¿no hay manera de cambiar eso?
-Mirá, hoy la mano viene más por si tenés un empresario amigo que conozca a dirigentes y por ahí entrás. Si no tenés un amigo así, es difícil que te metan. En Ascenso y en Primera es lo mismo. Hay gente con buenos contactos que trabaja siempre. Le va mal y sigue trabajando. Son virtudes de conectarse con la gente justa, en mi caso es una falencia. Ojo: yo también me aislé, pero es complicado. Pensá que me retiré hace más de 15 años y solo trabajé unos meses en Argentino de Rosario y en Miramar Misiones, de Uruguay. Hasta que hace unos años empecé a jugar el campeonato de veteranos para Español y un par de amigos empezaron a decirles a los dirigentes: “¿Cuánto lo van a hacer trabajar a Cacho?”. Acá siempre fui Cacho, Cachito en realidad, porque a mi viejo le decían Cacho.

-¡Le dicen Cachito a semejante criatura de 100 kilos!
-Ojo que así como me ves, ahora estoy en 115 y bajando. Llegué a pesar 123, hasta fui a la clínica de Giselle Rímolo. Duré un mes pero fui. Siempre tuve problemas con la balanza. Y encima, la ansiedad de no trabajar te mata. Quizás arrancó cuando tenía 15 años y trabajaba en Guaymallén. Siempre algún alfajor cambiaba de ruta, después fui más a lo salado. Mis porciones eran el doble de las normales. Cuando jugaba, me tenían cortito. Con López y Cavallero, los viernes tenía que pesar 82 kilos. Y me hacían subir a la balanza cada mañana. Yo tendría que estar en el Guinness. Resulta que antes de una práctica me fui a pesar, y como no estaba el profe De Santis, tiré un dato falso, 82 ponele. Y firmé el libro. Después, me entrené y cuando me iba para las duchas, el profe se avivó y me hizo subir a la balanza. Pesaba 83. Debo ser el único caso en el mundo de un jugador que sube de peso con el entrenamiento.

Cachito de 115 se ríe con ganas y su carcajada retumba en el silencio de un viernes a la una del mediodía. Los futbolistas ya se han ido para su casa. El club está casi desierto. Al menos la parte que le quedó a Español: el buffet, el estadio, las canchas auxiliares y el estacionamiento. El resto (piletas, gimnasio, canchas de tenis) fue a parar a manos de la Policía Metropolitana de Macri. El tramo amargo de la entrevista ya pasó, ahora le toca al fútbol y sus personajes.

-¿Cómo te llevabas con Ríos Seoane?
-Era una relación de amor-odio, me peleaba a muerte un día y me amigaba al otro. El tipo te ofrecía una guita un día y al otro no quería dártela. A veces te maltrataba, te decía “muerto de hambre”. Con el hermano, que era el vice, un día salté un mostrador y nos agarramos a las piñas. Nos tuvieron que separar. Lo bueno es que cuando Ríos quería, la plata aparecía.

-¿Se quedó con plata tuya?
-Cuando pasé al Betis, un día cayó la DGI y había tres contratos firmados por mí. En uno estaba vendido por 550 mil dólares, en otro por 850 y en el otro por 1 millón. Nunca supe en cuánto me vendieron. En esa época no existía la obligación de depositar en Agremiados el 15 por ciento del pase que me correspondía, así que me lo cagaron. Si protestabas, te decían “No se hace la operación”. En Español ganaba 3.000 australes, ¡australes! y el contrato con el Betis era de 400 mil dólares. También te apretaban con la Selección. Una vuelta yo no arreglaba mi contrato y Ríos Seoane llamó a la AFA para que no me dejaran entrenarme más. Y así pasó, al final terminás aflojando.

Imagen Le habla al equipo. Uno de los 5 nombres del estadio es el suyo.
Le habla al equipo. Uno de los 5 nombres del estadio es el suyo.
-Vos también tenés un prontuario importante. Empecemos por Yudica.
-Fue un error mío, lo mandé a la mierda en pleno partido porque me daba demasiadas indicaciones, él se calentó, me tiró una bolsa a los pies y tuvo que entrar la policía a separar, porque yo le quería pegar..

-¿En el Betis también te peleste con un DT?
-Con Corbacho, porque me quería limpiar y le dije que era un hijo de puta. Me suspendieron y estuve dos meses separado del plantel, sin poder entrenarme y controlado en mi casa. Tenía que estar a disposición del club. Si me llamaban y no estaba, era para quilombo. Si quería ir a hacer las compras con mi mujer, tenía que llamar al club y avisar en qué horario iba a estara afuera. Una locura.

-Pedro Marchetta...
-Nunca tuve una confrontación cara a cara con él, fue un problema de liderazgo, de celos que tenía, decía que yo llevaba a los pibes en Central por el mal camino.

-Pero a vos te gustaba salir.
-Sí, y nunca me escondí, pero salía cuando podía salir.

-¿Y con Maradona qué onda?
-Con Costas le hicimos el enlace para que fuera a Racing. El dirigía a Mandiyú, jugaron contra nosotros, ya se había ido Cubilla y estábamos con técnico interino, Jesús Martínez. Terminó el partido, y en el pasillo me gritó: “Puma, hablale a Juan (Destéfano) y decile que quiero ser el técnico de Racing”. Ni siquiera me lo dijo en secreto. Llegué al vestuario y le conté a Destéfano. “¿Estas seguro, vos?”, me preguntó. Y esa noche se juntó con Franchi y cocinaron todo para arrancar el año siguiente.

-¿Tu momento cumbre fue el partido con Alemania, no?
-Lástima que me perdí dos goles, aunque ganamos 1-0. En una quedé mano a mano con el arquero, amagué para que se tirara y poder eludirlo, pero no se movió. Al final tuve que patear y me la sacó. Cuando terminó el partido, me fui caminando para encontrarme con mi familia y se acercó Beckenbauer con su intérprete. Me paró, me saludó y me dijo que no me preocupara por el gol errado, que ellos habían visto mis videos y sabían que yo era de amagar, que por eso el arquero se había quedado quieto. No lo podía creer. Y eso que era un amistoso.

-¿Te llegaste a ilusionar con viajar al Mundial de Italia 90?
-Sí, a ese Mundial no fueron los mejores delanteros, estaban Dezotti, Calderón ya viejo, Balbo muy pibe, y había un grupo de mi generación de mejores delanteros: el Turco García, el Beto Acosta, Funes, Dertycia. Y no fuimos por nuestra culpa. A mí me faltó profesionalismo. En España tuve muchos vaivenes, y cuando no jugué hice lo peor: descuidarme. Si te dejan al margen y no sos fuerte mentalmente, en algún momento tirás la toalla y te descuidás.

-¿No te genera nostalgia pisar la cancha en la que jugaste tantos años?
-¿Qué te parece? Lo que es la vida, volví a cambiarme al mismo lugar que cuando tenía 17 años, con la diferencia de que ahora lo hago en el vestuario de los técnicos, donde estaban antes López y Cavallero. La cancha está bien, linda, pero me agarra melancolía porque viví las mejores etapas de este club. Yo vine acá a fines del 79 y no había nada, apenas el hormigón de una tribuna. Yo vi nacer el estadio, viví los fines de semana con un movimiento social impresionante. La gente iba a la pileta, a comer un asado y después a vernos ganar a nosotros. La verdad es que no puedo creer que estemos donde estamos, no sé ni a quién echarle la culpa de lo que pasó. Y está difícil para zafar del descenso. A lo mejor tenemos que tocar ese fondo para que el club vuelva a reconstruirse.

Alli estan el Puma y Español, juntos otra vez, unidos por el fútbol. Una mano con la otra, intentando ayudarse mutuamente a salir del pozo.

Por Diego Borinsky / Fotos: Hernán Pepe y Archivo El Gráfico