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Tino Costa: "Me gustaría jugar en San Lorenzo"

Harto de ser rechazado por el mercado local, a los 16 años se animó a probar suerte en el indefinible fútbol de la Isla de Guadalupe. De allí saltó al ascenso de Francia, hasta que hizo base en Primera y llamó la atención del Valencia.

Por Redacción EG ·

29 de abril de 2011
Nota publicada en la edición abril 2011 de la revista El Gráfico

Imagen TINO, 26 años, anotó su primer gol en el Valencia ante Bursaspor turco por la Champions.
TINO, 26 años, anotó su primer gol en el Valencia ante Bursaspor turco por la Champions.
SU ANTEBRAZO izquierdo exterioriza el sentir. Introduce el contexto. La leyenda que exhibe su tatuaje denota dos hechos que lo marcaron de modo profundo. Ahí se lee “16/12/2001-15/8/2009“. Las fechas no corresponden a una lápida de un ser querido. Al contrario. Representan el segundo y tercer momento contundente en el que reinició su vida. Quizás nadie lo felicite esos días del año, por más que sobren motivos para festejar. Sin embargo, jamás se le borrarán de la retina. La celebración, al igual que la procesión, va por dentro. Aquellas fechas inolvidables pusieron en vereda su camino. “Tienen un significado tremendo. Cada vez que las recuerdo, pienso los sacrificios que hice. Espero contarles a mis hijos en un futuro, lo que se encuentra y se consigue al pelearla”.

El discurso, tanto como la narración en un sentido figurativo, es patrimonio de Alberto Costa, conocido como Tino, apodo que reemplaza a su nombre de pila. “Mi abuelo me lo puso porque había un pequeño, morenito, parecido a mí, en una novela. Ese chico se llamaba Faustino”, señala. Oriundo de Las Flores, ciudad ubicada a 187 kilómetros de Buenos Aires, repasa las fechas y se emociona. El 16 de diciembre de 2001, mientras la Argentina se preparaba para explotar a causa de la crisis financiera que culminó con el gobierno de Fernando de la Rúa, el joven Tino, de apenas 16 años, se marchó a probar suerte como futbolista a la Isla de Guadalupe, paraíso francés que se posa en el mar Caribe. El 15 de agosto de 2009, tras un sorprendente trajín que ya se descubrirá, debutó en la máxima categoría del fútbol francés en el 2 a 2 entre Lorient y Montpellier, su equipo, al que puso en ventaja. “Recién ahí me sentí jugador profesional”, adelanta.

El vínculo con el balón lo estableció de chico. “Mi mamá, Viviana, me decía que la pelota era mi juguete a los tres años. Ya a los seis, un amigo me llevó a un equipo del barrio. Lo mío era jugar al fútbol”, reconoce. Se crió en medio de necesidades. Las pisadas y las rabonas eran los chiches que sus viejos no le podían regalar. “Mi niñez fue complicada. Mi familia es humilde. Somos cuatro varones. A los diez años, comencé a trabajar en una panadería. Mi mamá estaba enferma; mi papá, Alberto Carlos, trabajaba. Y salí a colaborar. Volvía contento al traer pan, leche, azúcar y cinco o seis pesitos. Tuve que madurar rápido”, sentencia.

Si bien se presentaba en la escuela, no era su fuerte. “Estaba en clase de matemática e imaginaba el partido que se armaría”, resume y se ríe. La Liga de Las Flores era su Mundial en aquella época. “Al principio, no jugaba porque era delgado. El técnico no me ponía y me explicaba que me iban a matar. Me agarraba una calentura bárbara”, cuenta. Más allá de vestir la camiseta de Barrio Traut o de La Terraza, mantenía su sueño. Por eso, perfeccionaba la pegada junto a Andrés Muñoz. “La trabajé muchísimo. Andrés era portero, digo arquero -se disculpa-, e intensificamos los ejercicios: zurda, derecha. Me decía que tenía que llegar con esa pegada”, admite.

El destino le resultó esquivo en la Argentina. Le solicitaron los datos para probarse en Vélez, pero nunca se contactaron con él. Le consiguieron una prueba en Boca y tuvo mala fortuna. “No me acuerdo si era en Junín o Tres Arroyos. El tema es que mi papá no tenía manera de ir. No podía pagar pasajes en micro, ni mandarme solo. Entonces, decidimos ir a dedo. Cuando llegamos, se suspendió por lluvia. Tampoco nos alcanzaba la plata para la vuelta y encima debíamos comer. No daba para ir a un restaurante. Antes de salir, nos compramos 100 gramos de mortadela, 100 de queso y pan -se embala-. Después, me fui a probar a Estudiantes de La Plata. No me importó estar con la muñeca quebrada. Creo que ni me miraron. Otra vez regresé triste a casa. A la semana, Rubén Muñoz, dueño de La Terraza, el padre de mi amigo Andrés, me ofreció ir a la Isla de Guadalupe. Era mi oportunidad. No me la podía perder por nada”.

Imagen EN FRANCIA pasó por tres equipos del ascenso, hasta que recaló en el Montpellier en 2008.
EN FRANCIA pasó por tres equipos del ascenso, hasta que recaló en el Montpellier en 2008.
CONVENCER A SUS padres, el desafío. “Costó mucho. Mi mamá se levantaba a las cinco o seis de la mañana, y estaba mal. Mi papá lo aceptó más rápido. Igual, todavía se les caen unas lágrimas cada vez que me voy”, afirma. Tino encabezó un recorrido inverso al de cualquier mortal que pretende ser futbolista. Eligió su propia aventura y empezó en el extranjero. “Llegué desorientado a Guadalupe. Me encontré con otro mundo, otra lengua. Tres o cuatro veces por mes hacía la valija para irme al día siguiente. Y no me iba. Al contrario. Me levantaba con más ganas. Jugaba en Racing Club de Guadalupe y todo era amateur. Es como si fuera una novena o décima categoría francesa. Pasé de ser lateral a volante, siempre por la izquierda”, cuenta.

Su vida en la Isla se repartió entre el colegio, los entrenamientos y su trabajo en el supermercado, tarea exclusiva que ejecutaba dos meses al año con el fin de ganarse unos euros. “La escuela no era lo mío. Se complicaba al no tener amigos. Me sentaba al fondo y no entendía nada. Escuchar hablar francés me ayudó a aprenderlo rápido para comunicarme. Repetí primer año y segundo, después los aprobé; y dejé en tercero, un equivalente a quinto de la secundaria argentina. Ahí todos los chicos habían aprendido las jodas que hacía años atrás y se prendían. Ya no estaban callados, escondían cartucheras. Todos tiraban avioncitos”, apunta.

En 2002, llevó a cabo la pretemporada con Auxerre, pero se frustró su incorporación. “A cinco minutos de firmar me rechazaron porque no había cupo para un extracomunitario. Tampoco me quisieron en Lyon, Marsella, Lille, Bastia. Ahí le dijeron a Muñoz: 'Como Tino tengo siete u ocho jugadores'. Se me había ido un poco la ilusión de jugar al fútbol. Gracias a Rubén y a la familia que me hospedó en Guadalupe, reencontré el gusto por el fútbol”, hace memoria.

La chance en otro Racing Club no demoraría en aparecer. La albiceleste francesa, de París, estacionada en la tercera categoría -un símil a la B metropolitana o al Argentino A-, le abrió sus puertas en la campaña 2004-2005 con una particularidad. “Me vieron 40 minutos en la cancha. Al entrenador no le interesé; y al presidente, sí. Entonces, llamé al presidente y le comenté que no quería estar la temporada en el banco. El me respondió: 'Firmá y echo al técnico la semana próxima'. Y así ocurrió. Igual, sufrí mucho -admite-. Me dieron un departamento que estaba vacío. ¡Sin muebles, sin cama, ni nada! Muñoz me ayudó. Encima, estaba arriba de una carnicería y se escuchaba cómo cortaban la carne a la madrugada. Nunca llegué tarde a la práctica. Lo peor fue no cobrar por siete meses. Por suerte, tiré con 2.000 o 3.000 euros que me habían quedado del trabajo en el supermercado”.

El ascenso de Francia parecía su territorio. Sin embargo, no bajó la guardia. “Sentía que desde arriba me decían que no afloje”, confiesa. Pau lo cobijó dos temporadas y Sète, una. Ya en Montpellier en la campaña 2008-2009, su vida cambió para siempre. Primero, defendió los intereses de un equipo de peso en Segunda. Luego, varió su posición. Ya no era aquel doble cinco volcado a la izquierda, sino un falso enlace que tenía libertades, participaba en la creación de juego y pateaba de afuera del área. Tercero, consiguió el ascenso a la elite al gastarla en el encuentro decisivo. “Solo nos servía ganar para subir. La noche previa al partido estaba ansioso. Era como si se me moviera la cama en el hotel. Pudimos obtener la victoria ante Racing de Estrasburgo por 2 a 1. Metí la asistencia para el primer gol y clavé el segundo. No disfruté tanto del vestuario porque me tocó ir al antidoping. Los hinchas estaban como locos. Montpellier volvió a Primera después de cinco años”, enfatiza.

Imagen FANATICO de San Lorenzo, reconoció que le gustaria jugar en el club aunque sea 6 meses.
FANATICO de San Lorenzo, reconoció que le gustaria jugar en el club aunque sea 6 meses.
UNA TEMPORADA en la Liga 1 francesa le sobró para modificar su rumbo en Europa. Valencia compró su pase en seis millones y medio de euros. Tino no solo mejoró su contrato, sino que también ingresó en la codiciada Liga de las Estrellas. Sin embargo, jamás perderá de vista sus orígenes. “La gente no se da cuenta de los sacrificios que hice para llegar. Me genera bronca cuando escucho: 'Este se agrandó'. ¡Que se dejen de joder! A mí no me vengan a hablar de lo que es pasar hambre o no tener plata. No me la puedo creer. Mi familia es la primera en hacerme ver las cosas como son. La mía es una historia rara, pero tuve mucha locura encima. Quería ser alguien el día de mañana. La mayoría se hubiese vuelto. Recuerdo otra anécdota. Cuando llegué a Guadalupe, no podía bajarme del avión, porque no sabía sacarme el cinturón”, se desahoga, ahora a carcajadas. La adaptación al fútbol español se le complicó más de la cuenta. “La Liga es la mejor del mundo por calidad de jugadores, equipos y juego. Me costó entrar en el once del equipo”, se sincera.

Fiel a su estilo, levantó la cabeza y aportó señales positivas. Además de brindar soporte técnico, marcó goles importantes para su regocijo y para el club. Tino quedará como aquel que anotó uno de los cuatro en la victoria ante Bursaspor en el estreno en la Champions League 2010-2011, y como aquel que hizo el tanto 4.000 en la historia del Valencia en Primera División. Getafe lo sufrió. “Imaginate: ¡me juntaba a comer pizza con amigos en Francia para ver los partidos de Champions! Debutar en ese torneo es increíble. Antes de salir, me acordé de todo en el túnel. Encima, clavé un golazo al ángulo. Me quedó a 32 metros del arco y ni la pensé. Fue soñado”, destaca.

Eterno agradecido de su familia, colabora en lo económico a la distancia, sea para comprarle un auto a su padre, remodelar la casa o suavizar ciertos gastos que años atrás eran imposibles de asumir. Aventurero por naturaleza, también se traza metas. “Me cansaré algún día y tendré ganas de volver a mi país. Soy fanático de San Lorenzo y me gustaría jugar ahí, por lo menos seis meses. Mi viejo se muere por el Ciclón. Aún no conoce el estadio, yo tampoco. Lo quiero llevar este año -asegura-. También me encantaría jugar en la Selección. Ponerse la camiseta debe ser más que fuerte. Si me dicen que tengo chances (teléfono, Checho), me la juego por la Argentina. Trabajo para estar ahí. Batista es inteligente y ve bien el fútbol. Hay jugadores de calidad y el equipo tiene un estilo. Si no me convocan, analizaré la chance de representar a Francia, que fue el país que me dio todo. Hace poquito tuve una reunión por la ciudadanía francesa. El trámite está avanzado”.

SU PASADO no permite que se estanque a sus 26 años. Tino Costa entiende por problema lo que significa la palabra de modo real. Atravesó con éxito aquel túnel oscuro y solitario que propone Ernesto Sabato. Su camino a la gloria aún tiene kilómetros por delante. Este apenas fue el comienzo.


Por Dario Gurevich / Fotos: Afp y Diario As