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Un día en la NBA

Los Heat contra los Bulls, en el American Airlines Arena de Miami, la oportunidad para ver el show dentro del show en un cruce de elite del mejor básquetbol del mundo. Carreras de bebés, pedidos de aliento desde la pantalla, locales y visitantes compartiendo tribuna, entradas de 7.000 dólares, ron hasta las orejas...

Por Redacción EG ·

29 de abril de 2011
Nota publicada en la edición abril 2011 de la revista El Gráfico

Imagen TRIBUNAS LLENAS, el estadio de los Heat desde el aire, las pantallas que son eje central del espectáculo y LeBron James en acción ante Deng.
TRIBUNAS LLENAS, el estadio de los Heat desde el aire, las pantallas que son eje central del espectáculo y LeBron James en acción ante Deng.
Expertos enebeaofilos, amantes del baloncesto en general, abstenerse. Solo encontrarán una crónica previsible y familiar.

Para el resto de los mortales, vivir un partido de básquet en la meca de la naranja es casi como para un turista ruso acercarse a la Bombonera para saber de qué se trata un Boca-River.
Partido de NBA. Un show diferente, postales de un espectáculo difícil de empardar. Como una carrera de Fórmula 1 en Mónaco, un partido de tenis en Wimbledon o una pelea en Las Vegas. No puede faltar en la lista de sucesos deportivos para presenciar antes de dar las hurras.

Miami Heat-Chicago Bulls. Domingo 6 de marzo, 13 horas. Estadio American Airlines Arena, Miami. Eso marca el programa. Allí estuvo El Gráfico como testigo privilegiado.

“Dificilísimo, tuve que llamar a una ejecutiva de American para que nos consiguiera las entradas y hasta último momento no me las confirmaban, nunca sufrí tanto”, explicaba, tickets en mano, Melina Martínez, coordinadora del Greater Miami Convention & Visitors Bureau, una especie de oficina de Turismo que promociona las actividades deportivas de Miami, y había invitado a periodistas de distintas partes del mundo. No costaban dos mangos los tickets.

Un poco más de 600 dólares cada uno, a precio original, en la fila 19. Tampoco son los más caros. En el perímetro del campo de juego, como un banco de suplentes, la butaca cotiza a 4.500 (todo en verdes, claro). La suite 219, a media altura, es la más cara: 7.000. También hay de 28 dólares, allá arriba, en el gallinero. El estadio fue inaugurado en 1999 y American Airlines compró los derechos de sponsoreo pagando 42 millones por 20 años, como pretendía hacer River con el Monumental. El techo posee un logo de la aeronáutica y un avión, que se observan desde el aire. Tiene capacidad para 19.600 espectadores y, entre otros, tocó Soda Stéreo en su gira “Me verás volver”.

Más de 600 verdes por cabeza, mejor tener los ojos bien abiertos. Y eso que es 1 de los 82 partidos que disputa cada equipo en la fase regular. Si se enteraran del invento argentino de las 19 fechas por torneo, se matarían de risa.

Los Miami Heat (calor de Miami) vienen de tres caídas al hilo. Están segundos en su conferencia (este), pero contra los mejores de esta temporada perdieron los 8 que jugaron, incluidos dos contra los Bulls. El ambiente está calentito, como el símbolo de los Heat, una pelota de básquet con una cola de fuego tipo cometa.

El cruce de este mediodía es muy importante. Por eso será transmitido por ABC, y no por cable, hacia todo el país. “NBA para todos”, se ufanaría Obama, pero está en otra.

Al estadio se puede llegar en auto hasta 200 metros de la entrada. Hay musculosas negras, rojas y blancas de los Heat. Y siempre los mismos 3 números, en proporciones bastante similares: 1, 3 y 6. Chris Bosh, Dwyane Wade y LeBron James, los tres capos de la tribu. Los demás, ya veremos, son lo más parecido a una banda. En los Bulls, gana por afano la 1 de Derrick Rose. Por supuesto caminan todos mezclados, entre otras razones porque no hay tribuna local y visitante. Van todos con todos.
El partido debía empezar a la una en punto pero es la una y cinco y aún no arrancó, según cuenta la radio.

A las 13.15 ya promedia el primer cuarto y todavía están formadas cinco o seis filas en la entrada. No hay histeria ni corridas. Por los altoparlantes, advierten, en inglés primero y castellano después (la comunidad latina en Miami es numerosísima): “No se permite el ingreso de bebidas, comidas, armas de guerra, cámaras profesionales, láser y bolsos mayores a 14 por 14 pulgadas”. ¿Por qué estos tipos tienen que usar las pulgadas y no los centímetros? ¿Y por qué los Fahrenheit y no los Celsius? ¡Volvé, sensación térmica! Claro, los yanquis son así, les gusta ser distintos. ¿Tendrá más de 14 pulgadas esta mochila que en el cualquier estadio argentino entra como por un tubo?

-Señor, lo siento, pero no puede ingresar con ese bolso, es muy grande.
-No sabía, perdón, pero soy argentino, invitado por la Oficina de Turismo de Miami
-No puede, señor, el bolso es más grande de lo permitido.
-Pero mire mi pasaporte, tengo el grabador, la libreta, un par de folletos, el partido ya empezó y tengo que cubrirlo, vengo de la Argentina.
-No puede. Dé toda la vuelta y déjelo en una oficina para tal fin y luego lo retira.

Ufff! Después de las corridas, hay que buscar el asiento. En los anillos de ingreso a cada piso, hay puestos de comida y bebida; 90 para ser más precisos, de 26 especialidades distintas. La barra de Bacardi, con todas las botellas en exposición, es la más repetida en el estadio: 15 en total. Claro, es uno de los sponsors principales. ¿Se imaginan a los Borrachos del Tablón con canilla libre de Bacardi? Bueno, el estadio tiene una estricta política de alcohol: solo se vende a mayores de 21 años contra la exhibición de documento. Y nada más que dos tragos. Después, lo podés bajar con wok, sushi, tacos, hamburguesas, pizza o patitas de pollo.

Todavía se está jugando el primer cuarto, se escuchan los alaridos que provienen desde el rectángulo, y unos cuantos siguen en su cola para escoger la comida preferida. Después de 5 días en Miami, se puede afirmar sin dudas que para los yanquis no existe mayor espectáculo que el de la comida. Hay de todo para hacer, pero siempre con morfi y chupi a mano. Y en importantes dimensiones. Si es en vasos tipo balde, y con mucho hielo, mejor. En Miami, al menos, puede ser invierno, como ahora y te liquidan con el aire acondicionado y te llenan el vaso con hielo aunque no quieras. Sintetizando: el básquet, todo bien. Pero si no es con comida y bebida, no camina.

Termina el primer cuarto, 22-18 para los Heat y entran 13 chicas con musculosa blanca y pollerita escocesa, a bailar. Enseguida dejan a Escocia tirada por el piso. Faltan Tinelli y el caño y estamos todos. Además de los agentes de seguridad, hay diez policías distribuidos en el perímetro, con sus armas visibles, mirando hacia la tribuna y no hacia las chicas, como estarían en nuestra querida tierra. Para que a nadie se le ocurra llevar a la práctica lo que se les está cruzando por la cabeza.

Arriba, en el centro, como una lámpara gigante, cuatro pantallas XXL repiten imágenes del partido. Incluso se podrá ver de nuevo una falta mientras el beneficiado está lanzando el libre. Y entonces se escuchará el abucheo del público, aunque no haya marcha atrás con la decisión. También retumba más fuerte el “ahhhhhhh” admirativo de una acción unos segundos después de producida, cuando se logra reparar en un detalle durante la repetición. Los plasmas gigantes no están de adorno como en la Argentina, donde no se repiten las acciones para que no linchen al juez y a sus familiares. Arriba de los plasmas, un tablero electrónico circular muestra el resultado parcial, y abajo los puntos y faltas de cada integrante del equipo. El resultado y el tiempo están en al menos otros diez puntos de las tribunas. Imposible perderse y preguntarse ¿cómo van, cuánto falta? Pensado para los que salen a buscarse alimento.

Hay una ataque de Chicago y de repente entran corriendo dos lustrapisos, donde hace unos segundos se han caído un par de jugadores. Van a secarlo, claro. Pero lo hacen en pleno desarrollo de la acción, como si en un corner a favor de Vélez, Lelo García entrara con el tractorcito a cortar unas matas de pasto que le quedaron largas en la otra área. Raro.

Una de las figuras mete un doble y la voz del estadio grita: “Chrisssssss... Booooosh”. Cae una ovación. Y enseguida, la musiquita tipo clarinete de guerra, cuando los Heat ganan un rebote e inician un ataque. La gente responde al son de “Let’s go Heat”. Es el estribillo cuando el equipo ataca. No hay otro. Cuando se repliega, en cambio, y faltan unos segundos para el final de un cuarto, el alarido es inconfundible: “De-fense, de-fense”. A Bilardo se le pondrían los ojos como trompos y chillaría hasta la afonía: “¿Qué pide la gente, eh, qué pide?”. Hay también una tapa que se celebra más que un doble, una barrida de Giunta más que una definición de Messi. Puede pasar aquí. Y pasa.

Está por terminar el segundo cuarto y la gente sigue entrando con comida. ¿Pero dónde estaban estos tipos? De repente embocan un triple los Bulls y se escuchan gritos aislados entre la amplia mayoría local. Lo celebran y no les pegan un botellazo por la cabeza.

Ahora hay tiempo muerto. Entra un muchacho disfrazado de papa frita y otro de hamburguesa. Uno tira en un aro, el otro en el otro y cuando embocan tienen que ir armando un ta-te-ti con piezas gigantes en el medio para ganarse un premio auspiciado por Mc Donald’s.

Los asientos tienen portavasos, claro, y allá arriba, en el techo, están colgadas camisetas gigantes. Por un lado, las que simbolizan los títulos de división (7), el de conferencia (1) y el de campeón de NBA (1, en 2006, con Shaquille O’Neal). Al ladito, la de los campeones olímpicos que dieron los Heat: Mourning y Hardaway en Sidney 00 y Wade en Beijing 08. ¿Y las de Atenas 04? Sorry man, preguntale a Manu.

Uhhh, ahí entran otras diosas a bailar. Y tiran unas camisetas hechas paquetitos a la tribuna. La gente estira los brazos con ganas pero el que agarra la camiseta, la agarra, y no hay avalanchas alrededor. Unos segundos más de juego y LeBron mete un triple fenomenal. “Em-vi-pi, Em-vi-pi”, se escucha. Traducido: MVP (Most Valuable Player, jugador más valioso). Es decir: en pleno partido los tipos están pidiendo que lo elijan a LeBron el jugador más importante de la fase regular. “Están un mes adelantados”, acotaría Bilardo, ya en éxtasis absoluto.

Ahora si, termina la primera mitad y en medio minuto las tribunas quedan semivacías. Todos a seguir morfando y a comprar remeras con nombres y números impresos en el acto (entre u$s 60 y 80), llaveros, vinchas, muñequeras y pelotas. En el rectángulo de juego despliegan una alfombra de plástico blanca con cinco carriles. ¿Carrera de triciclos, autitos, o motitos? No: ¡de bebés! De bebés que gatean mirando el juguetito que sus madres –arrastrándose en cuatro patas hacia atrás- les muestran cual anzuelo. Van lento. Uno de los bebés se ha acostado en la línea de largada y no piensa salir. Las pantallas toman el esfuerzo supremo de las criaturas, hasta que una gana y recibe los aplausos de los pocos que están sentados y no sostienen comida entre las manos. El show de la NBA, sí, ¡pero carrera de bebés estaba fuera de programa! Imposible de imaginar.

Los Heat ganan por 9 puntos en el comienzo del tercer cuarto, pero la visita acorta distancia. Entonces, ante un libre del rival, la pantalla pide “Make some noise” (haga ruido). La gente responde con un “uhhhhhhhhhhh” cuando el rival está por lanzar. Unos minutos después un doble de Chicago termina con Rose encima de un camarógrafo de ESPN, que se levanta al toque ayudado por dos colaboradores y sale corriendo a tomar imágenes del tiempo muerto. Gases del oficio, hubiera afirmado Toresani.
Ahora, mientras está parado el juego, la pantalla toma a diferentes personas del público bajo el slogan “Best dressed fan” (el hincha mejor vestido). Se escuchan risas entre la gente, de acuerdo con la vestimenta del enfocado. De regreso, el partido se complica cada vez más, entonces la pantalla sube la apuesta y pide “Get loud” (gritar alto) y pone dibujitos de parlantes y rayitas de ecualizador. Si estuvieran los de Newell’s...

Los Bulls están por empatar y cuando Miller salta para lanzar un triple, la gente levanta los brazos por anticipado. Pero no entra. “Two minutes” avisa la voz del estadio. Faltan dos minutos para terminar el tercer cuarto. A mucha gente no le importa: acá no es como en el tenis, donde no se puede entrar mientras se disputa un punto. Acá todos van y vienen, entran y salen. Con comida y bebida, claro.

Con el juego detenido, la pantalla muestra la entrevista a un hincha que renovó los tickets de la temporada y se ganó una pelota. Enseguida, una chica anuncia en castellano: “Bienvenidos a esta noche latina”, mientras un grupo de 6 personas tocan timbales arriba y se pregona la “Noche Latina”, un show que se realizará en 10 días para promover la diversidad cultural de la ciudad. Un DJ, 10 metros detrás de un aro, maneja una consola con discos, mientras dos bellezas mueven la cintura como la última vez. La gente las imita en la tribuna, como si por unos minutos se olvidaran de que los Bulls los están por amargar otra vez.

El partido está en pausa y también el sentimiento de la gente. Como si Boca fuera ganando 3-0 el clásico y los hinchas de River se pusieran a bailar en la tribuna, 10 minutos antes del cierre. Y más exótico aún: cuando los Bulls están por pasar al frente en un libre, segundos antes del lanzamiento, el que maneja las pantallas pregunta qué sustancia da más energía para los deportistas y da las opciones. O sea: mientras tu equipo está por quedar abajo en el resultado, te piden que saques una hoja y te toman un multiple choice. Y al toque viene la respuesta (sugar) y la explicación correspondiente.

Ya en la recta final, los fans protestan y silban ante alguna falta mal marcada o no cobrada. Los Bulls han pasado al frente. Un tapón de Wade se festeja como un triple. Lo repiten por la pantalla y el aullido es atronador, el más festejado de la noche. ¿Qué festeja la gente? volvería a preguntar Bilardo. Rose, el 1 de los Bulls es un monstruo. Burnie, el pajarraco con las alas quemadas y pelota de básquet en la nariz, mascota de los Heats, pide aliento más que nunca: “Noise on yor feet”. ¡Que zapateen, ¡carajo! Falta un minuto y se repiten los únicos dos cantos de la noche “Let’s go Heat” cuando el equipo avanza y “Defense” cuando no tiene el balón. La última bola le queda a LeBron y falla, el rebote es de Bosh y falla. Los Bulls han ganado 87-86. La excitación de los segundos finales se apaga de golpe. Las pantallas aconsejan: “No maneje si tomó alcohol”.

Hay que emprender el regreso. Los baños parecen de hotel y los mingitorios están numerados. ¡Arreglame el 228 que no tira bien el agua! Los puestos de comida y bebida están todos con las persianas bajas. Claro: si los dejás abiertos, a estos tipos solo los sacás del estadio con una orden de desalojo. De la tienda oficial de planta baja emerge una cola que serpentea con al menos 50 personas. ¡Y eso que perdieron!

Bajando por las escaleras mecánicas, un hincha de los Bulls le muestra la camiseta a uno de los Heats y le saca la lengua. La respuesta es una sonrisa y cuernitos. No hay que esperar 40 minutos a que salgan los visitantes. Un espectáculo en el sentido estricto. La mochila que no pasó el control está sana y salva en el lugar donde la dejamos. No le falta nada.

“Un dólar por agua”, grita a la salida uno que si no es cubano, pega en el palo. Un camión de ESPN tiene un aro a metro y medio de altura para colgarse y sacarse la foto de recuerdo. Trapitos no hay. Al menos por ahora. Algún argentino ya se va a avivar.

Por Diego Borinsky, desde Miami, Estados Unidos.