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Aquel viaje a Egipto

Siete años antes de la revolución popular que cambió el mundo islámico, Egipto se presentó como candidato para organizar el Mundial 2010. Un periodista de El Gráfico que viajó a El Cairo recuerda la experiencia de ver a 100 mil personas en las calles. Clamaban por organizar una Copa que nunca llegó.

Por Redacción EG ·

13 de abril de 2011
Nota publicada en la edición de marzo 2011 de la revista El Gráfico.

@ContRelI@
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UN INGLES, un alemán, un iraní y un argentino entran en un edificio. No, no es uno de esos chistes fáciles... El argentino era yo. El edificio era el Ministerio de la Juventud y el Deporte de Egipto, en El Cairo. Sucedió en 2004.

El ministro Alieldin Hillal esperaba a los periodistas de distintos puntos del planeta. Quería explicarles su plan para ganar la sede del Mundial 2010. Recostado en un sillón, el funcionario nos invitó a que nos pusiéramos cómodos. Y para reforzar el concepto, se sacó los zapatos y apoyó los pies sobre la alfombra. Las medias de nylon reflejaban los rayitos del sol que empezaba su caída por detrás del Nilo.

“Yo viví algunos años en Inglaterra”, arrancó el hombre descalzo. “Me acuerdo de que para ir a la universidad, llegaba a una parada de buses y había un cartelito. Era un cronograma de horarios. Decía que a las 8.21 iba a pasar un colectivo. Y pasaba. Decía que el próximo iba a pasar 8.27. Y pasaba, puntual. Era todo muy aburrido. No había ningún margen para la aventura. Bueno, yo les quiero decir que Egipto no es así. Que aquí nunca sabemos cuándo puede venir el próximo autobús”.

El encuentro siguió con algunas bebidas frescas y declaraciones varias, sin cifras ni datos concretos: el terrorismo no será un problema; el Mundial aquí sería un éxito; en El Cairo no hay muchos accidentes de tránsito; los egipcios aman el fútbol, el presidente ama el deporte.

Al día siguiente, llegamos a la sede de la Asociación Egipcia de Fútbol para tener entrevistas con otros responsables de la candidatura. En el hall principal había una foto de Alfredo Di Stéfano. Le daba la mano a un jugador del Zamalek, en una visita del Real Madrid.

En la sala de conferencias de la AFA egipcia también dominaba el retrato del presidente Hosni Mubarak. Raro, porque a la FIFA no le gustan demasiado los gobernantes mezclados con el fútbol, salvo cuando organiza las galas donde se eligen los Mundiales, claro.

Seguramente haya sido el propio Mubarak el responsable de motorizar aquella candidatura impensada que tenía a toda la ciudad empapelada con afiches de un partido entre Chile y Austria (!?) del Mundial 1998. Increíble pero real. Pero todas las plataformas africanas, gracias a la iniciativa de Joseph Blatter, estaban por debajo de la línea de flotación y tenían posibilidades.

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Al día siguiente visitamos Alejandría. Y allí descubrimos el mismo retrato de Mubarak, que a modo de tablero electrónico, parecía controlar las acciones de cualquier partido del estadio de la ciudad, el más antiguo de Africa, construido en 1929. Parte de las tribunas son ruinas originales de un estadio que data del año 100 d.C. Creo haber preguntado por qué aparecía Mubarak en aquella gigantografía en la mitad de la cancha. Quizás era hincha de ese equipo, o había nacido allí... “Mubarak, Mubarak, Mubarak, aquí todo es Mubarak”, me respondieron. Al rato ya estábamos viendo maquetas de los nuevos estadios. También recorrimos una zona de obras de la cancha que se iba a levantar para la Copa Africana de Naciones. Como el resto de los estadios proyectados, su dueño era un ministerio: o el de Defensa o el de la Juventud y el Deporte. El toque del gobierno estaba presente en toda la candidatura.

Nuestro guía tenía a un encargado de seguridad, que a su vez tenía autoridad por sobre la policía local. Hacían falta solo un par de frases, sin mostrar ni chapa ni identificación, para que los policías de cualquier patrullero se enloquecieran y nos facilitaran el traslado. En la visita a Alejandría, a un patrullero lo perdimos en un choque. Otro directamente desapareció cuando hizo desbarrancar a un camión que no nos permitía el paso. El camión se estrelló contra un poste. No viajábamos lo que se dice muy tranquilos.
Aun así, notábamos que la esperanza en recibir el Mundial era total y absoluta. El caos organizativo no parecía interesar. Casi no se habló de hotelería, transporte, infraestructura ni comunicaciones. El tema era la gente.

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Y de la gente, precisamente, llegó la señal más fuerte de la candidatura. En un monte detrás de las Pirámides, zona fronteriza entre la ciudad y el desierto de Giza, se organizó un evento que intentó ser una demostración de fuerza ante la FIFA. El objetivo era juntar 250 mil personas que clamaran por el Mundial y levantaran la cuarta pirámide. Imposible calcular si llegaron al objetivo pautado, pero la visión panorámica nos permitió calcular que 100 mil hubo seguro. Coincidió con el último día de nuestra visita.

A medida que pasaba la tarde, los hinchas iban poblando el descampado con banderas e inscripciones alusivas al gran sueño. Todo decorado con las bocinas de los autos, de los taxis Fiat 1500, que no paraban de sonar. Incesante, el público siguió llegando durante horas. La postal era sorprendente.
Uniting people, era el slogan elegido para la campaña. Uniendo gente. El ojo de Horus y una pirámide eran los íconos elegidos para motorizar el sueño. También había otros anuncios, todos en inglés: “Unámonos por el sueño de Egipto”, decían. “Organizaremos el mejor Mundial de la historia”. La foto de Mubarak estaba presente en todos los escenarios. Los periodistas llegamos en un par de combis, con escolta policial, como si se tratara de un contingente diplomático.

Recuerdo particularmente el momento en el que varios chicos de unos 12 años se dieron vuelta y agitaron sus banderitas egipcias con sonrisas de esas que parecen eternas, especialmente si quedan retratadas en una foto.

Me pregunto si alguno de ellos habrá participado de la revuelta popular del mes pasado, y si aquellas sonrisas habrán devenido en gestos de desesperación, bronca y dolor durante los 18 días que tuvieron en vilo a todo el mundo. O quizás alguno se haya convertido en uno de los milicianos de Mubarak que apretaron periodistas e intentaron desalojar la plaza Tahrir a como diera lugar, quién sabe.

La caída del sol sobre las pirámides dejó una de las imágenes más hermosas que uno pueda recordar. Los coros de la gente eran ensordecedores. Entre discursos y presentaciones, se proyectó un documental, hubo un festival de música y aparecieron grandes futbolistas del campeonato local. Estuvieron los artistas más populares de Egipto, como Mohamed Mounir. Cantaron y bailaron hasta la madrugada.

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Nunca supe si el ministro les habrá dado el mismo ejemplo del autobús a los funcionarios de la FIFA que visitaron el país con el comité de inspección. Pero a pocos meses de nuestra visita relámpago, no fue muy sorprendente encontrar que Egipto no había logrado un solo voto en la elección para el primer Mundial en Africa. Cero. Ni un mísero voto.

Cuando ahora vi las impresionantes imágenes aéreas de la revolución callejera que forzó la caída de Mubarak, fue imposible olvidar aquella visión aérea del pueblo que, ilusionado, clamaba por un Mundial y erigía la Pirámide del sueño. Y es imposible responderse qué habría pasado con el régimen de Mubarak si finalmente Egipto hubiera organizado el Mundial 2010.

Martín Mazur