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Hacer la Italia

A la sombra de Zanetti, Crespo, Cambiasso y Milito, un grupo de argentinos desconocidos golpeó la puerta de atrás del Calcio y tras pelearla duro hoy se destacan en la Serie A.

Por Redacción EG ·

23 de diciembre de 2010
Imagen LA ILUSTRACION de Gofel, un reflejo de los que también hicieron la Italia, pero desde más abajo.
LA ILUSTRACION de Gofel, un reflejo de los que también hicieron la Italia, pero desde más abajo.
Nota publicada en la edición diciembre 2010 de la revista El Gráfico

NO ENTRARON A EUROPA escondidos en un barco de carga. Pero el imaginario popular podría creer que sí.
Si aparecieran sus caras en las tapas de los diarios deportivos italianos, no se rompería ningún récord de venta. Por ahora.

No les harían falta guardaespaldas para caminar por el Coliseo romano. Ni tendrían que firmar autógrafos durante el paseo.

Ellos son, cómo escribirlo, la contracara de Crespo, Milito, Cambiasso, Lavezzi; el lado B de los argentinos en la Serie A del Calcio. Los que cruzaron el Atlántico sin revuelo periodístico ni contratos millonarios esperando por recibir sus firmas. Son, seguro, los protagonistas de historias adaptables a la tele de metáfora fácil: sufrieron mucho al principio, lucharon por ganarse un metro cuadrado en una tierra desconocida, lo alcanzaron y ahora que lo disfrutan, no lo quieren largar ni locos. Aquí y ahora, El Gráfico presenta a todos esos que, de vez en cuando, se cuelan en los resúmenes de la fecha del fin de semana fatto in Italia.

LA ENVIDIA DE ZANETTI
Adrián Ricchiuti habla en la lengua del Dante. Por más que se le pregunte en ese español que aprendió en Remedios de Escalada, le cuesta hilvanar dos palabras seguidas. “La mia vita está acá”, se justifica. Puesto a hurgar, recuerda algunos nombres conocidos: Pipa Estévez, Caño Ibagaza, Coyette, Tiburoncito Serrizuela… Todos compañeros de las juveniles de Lanús, allí donde empezó a darle pista a su habilidad. Pero, como a tantas otras, a la familia Ricchiuti la hiperinflación de Alfonsín 89 la empujó fuera del país. El pater familas tuvo que cerrar el taller de chapa y pintura y partir. Un año después, Adrián –14 recién cumplidos–, su mamá y su hermano se subieron a otro avión con el mismo pasaje. Sólo de ida. La nueva historia empezó en Forano, un pueblito de 2.000 habitantes a media hora de Roma.

Fue aterrizar y hacer una de película: con el equipo del pueblo, munido de documentos falsos porque era muy chico, logró la hazaña de salir campeón juvenil italiano, después de ganarles a los poderosos del Calcio. “Nunca había pasado, la gente lloraba”, recuerda. El petisito empezaba su largo peregrinaje; al año se probó en la Ternana, quedó y se fue de la casa “a vivir del fútbol”. Enseguida debutó en la Serie D, y cuando tenía 17 se encontró en la C, con su primer contrato entre manos. Nada podía hacerlo más feliz: “Vivo para esto. Si me preguntás qué elijo, si a mi familia o al fútbol, te digo ‘al fútbol’. Si me lo sacan, me muero”, declama desde Catania, donde juega en la Serie A; pero para eso todavía falta.

Imagen IDOLO del Rimini. Adrián Ricchiuti, ahora en el Catania, en el duelo con el Milan.
IDOLO del Rimini. Adrián Ricchiuti, ahora en el Catania, en el duelo con el Milan.
El capítulo más largo lo escribió en Rimini, club del que se fue capitán después de siete años y medio, y donde estuvo a punto de concretar su sueño de ascender a la A. No lo consiguió por poco, y entonces los ultra le pusieron una carta bomba debajo de su auto y le pintaron amenazas en su casa. Ricchiuti prefiere quedarse con lo otro: su esposa, a la que conoció allí; sus hijos, nacidos en esa tierra; su casa, a la que volverá “para morir”; y una catarata de fotos futboleras. Cuando la Juventus bajó a la Serie B, le tocó debutar en Rimini. “La cancha explotaba, ellos venían de paseo, con Buffon, Del Piero, Camoranesi, que acababan de salir campeones del mundo, pero les empatamos 1 a 1, con gol mío. ¿Si lo grité mucho? Buscalo en Youtube, vas a ver…”, describe como hincha.

A los 31 años le llegó la oportunidad de pisar las canchas de Primera. “No fue una sorpresa que me llamara el Catania. Fui figura en cada club donde jugué, a veces me pregunto por qué no me llegó antes. Igual lo disfruto”, cuenta. A esta altura, es el argentino con más trayectoria en Italia: “Debuté antes que Zanetti y Rambert“, destaca. Tiene más de 450 partidos en el Calcio, y se divierte con la oleada argentina que invade el vestuario del Catania. Justo donde se reencontró con Carboni, otro al que conoce de Lanús: “¿Tirarle un caño en una práctica? Nooo, el Kely te rompe las piernas”.

DOS ROJAS Y ADENTRO
La llegada de Santiago Morero a Italia nació de una casualidad. La mañana en que Tigre le ganó 4 a 1 a River en Victoria, un representante italiano estaba sentado en la platea; Santiago, aguerrido central, como se define, anduvo bien, y su apellido se fue en la libreta de apuntes del visitante. La propuesta llegó enseguida, y a mediados de 2008 Morero viajó a incorporarse al Udinese. No iba a ser tan sencilla la cuestión: “El club tenía 60 jugadores y encima estaba solo, porque mi mujer esperaba en la Argentina hasta que se definiera todo”.

El giro llegó el último día del mercado de pases: Morero y el colombiano Mario Yepes fueron repentinamente fichados por el Chievo Verona. Armó la valija, viajó a la ciudad de Romeo y Julieta y, entonces sí, se sintió adentro del Calcio. ¿O no? “No. Pasaban las fechas y mi transfer no llegaba, estaba desesperado. Y cuando Tigre lo mandó, el técnico no me ponía nunca”. Pero hubo cambio de mando, y un tal Di Carlo le dio la oportunidad. Debutó en una circunstancia accesible: contra el Inter, en San Siro. “Jugué bien, pero faltando dos minutos me echaron y al final perdimos 4-2. Al primero que marqué fue a Ibramovic, y después Mancini puso a Figo y Ballotelli, unos nenes bárbaros”, se ríe. Cumplió la suspensión y volvió contra Bologna. A la fecha siguiente, contra Nápoli, le mostraron una tarjeta que se le empezaba a hacer familiar: la roja. “Pensé ‘listo, acá no juego más’. Pero el entrenador volvió a ponerme. Entonces sí me asenté en el equipo. Terminamos la primera rueda con 9 puntos y después hicimos una campaña brillante, que nos sirvió para salvarnos del descenso.”, recuerda.

Vive muy cómodo con Melina –su esposa–, Anna –su hija de dos años– y la recién nacida Lola en una ciudad que disfruta. “Tal vez no valoro tanto dónde llegué, pero seis años atrás estaba en Douglas Haig de Pergamino jugando el torneo Argentino”, compara. El Chievo es el equipo chico del lugar; el gigante dormido es el Hellas Verona, aquel de Caniggia y Troglio, que hoy transita el ascenso. “Nosotros estamos creciendo, pero jugando en casa es como si fuésemos visitantes. Juntamos 15 mil personas, no más. La gente es tranquila, mira el partido como si estuviese en el teatro”, compara.

Santiago tiene una explicación de por qué tantos argentinos sin gran experiencia en Primera lograron afirmarse en Italia: “Van a la Argentina a buscar jugadores fuertes. Y especialistas como carrileros, por ejemplo.  Acá la táctica es lo más importante, ser disciplinado suma más que ser habilidoso”. Y no se apura mucho por volver a Murphy, Santa Fe, donde nació: su contrato vence en 2013. “Estoy cómodo, mentiría si dijera que me muero por jugar en la Argentina”, pone en palabras lo obvio.

TISSO NO QUIERE LA AZZURRA
“Argentina o nada. Yo quiero jugar en mi Selección, no me sentiría bien con la camiseta italiana”, sorprende Fernando Tissone, o Tisso, como le gusta que lo llamen. En el fondo, su convicción no suena tan descabellada: su crecimiento futbolístico no ha dado ni un paso atrás desde que debutó en la Primera del Udinese, el 23 de abril de 2004. “De visitante, contra el Siena; me pesaban las piernas antes de entrar”, se pone en situación. Seis años y medio después, Tissone es titular en la Sampdoria, que en la temporada pasada arañó la clasificación a la Champions. Volante central, dice que Italia le agregó condimentos a su juego: “Cambié mi estilo en estos años. Antes mi fuerte era la visión de juego y el remate, pero tuve que mejorar en defensa”. Destaca la obsesión por la táctica que tienen en la península: “A veces se entrenan tres días seguidos movimientos de once jugadores contra ningún rival. Aburre un poco, pero para ellos es clave. No dejan detalles sin cubrir, así ganaron tantos mundiales”, razona.

El salto de calidad progresivo que dio no pasó inadvertido para los seleccionadores italianos: hace tres años le dijo “No” a una propuesta para jugar en la sub 21 de su país adoptivo. “Soy argentino cien por ciento”, insiste, consciente de que aceptar esa convocatoria hubiese significado un cartel más grande, una cotización mayor. 

Para él, un llamado de Checho Batista sería cumplir un sueño que en un tiempo pareció ridículo. “Viajé a Europa a los 16 años con mi papá, en julio de 2003, buscando una oportunidad. Había jugado en Lanús. Vivimos seis meses en Madrid, hasta que me salió una chance en el Como. Pero a los seis meses quebró, así que conseguí una prueba en el Udinese. Y quedé. No lo podía creer, fue un logro de toda mi familia, costó un montón”, desgrana Fernando desde su casa de Génova, frente al mar. Seis meses después pisaba el Camp Nou para un partido de Champions.

Imagen FERNANDO Tissone lleva seis años en el Calcio. Hoy juega en la Sampodria.
FERNANDO Tissone lleva seis años en el Calcio. Hoy juega en la Sampodria.
Su trayectoria acumula dos años y medio en Udinese –donde vivió su primera noche de concentración con el veterano Roberto Sensini–, otros dos en Atalanta –de allí se llevó la amistad de sus compatriotas Talamonti y Maxi Pellegrino– y el año y medio que lleva en la Sam. En su actual club se topó contra su ídolo. “Ronaldinho, sí. Me tocó marcarlo y me pintó la cara. En un contragolpe se me escapaba y le tuve que hacer foul de atrás. Le dije: ‘A cambio de la amarilla vas a tener que darme tu camiseta’. Se reía, y cuando terminó el partido se acercó él a mí y me dijo ‘Fernando, para vos’. ¡Sabía mi nombre! No lo podía creer”.

Tisso, argentino hasta la muerte, juega con una muñequera que tiene los colores nacionales, mira a Verón –lo enfrentó–, Gerard y Xavi para aprender y aparece casi como una estrella de rock saludando gente en una imagen de su página web –fernandotissone.com–. Y espera, claro, que su nombre aparezca pronto en otro portal; el de la AFA, justo debajo del título “Jugadores citados para el próximo partido de la Selección”.

LA BANDA DEL CESENA
A la promocionada legión de argentinos que defiende al Catania le sigue otra, menos popular pero igual de ruidosa; son los que se ponen esa camiseta que cualquiera podría confundir con la de la Juventus. Pero no. Es el Cesena, el equipo de la ciudad del norte italiano del mismo nombre de sólo 90 mil habitantes, que vive enloquecida. ¡Y cómo no! En dos temporadas saltaron de la C1 a la Serie A, y hace unas semanas bajaron al líder Lazio. De los cuatro argentinos, el más conocido es Maxi Pellegrino,  campeón con Vélez. A los otros tres sería difícil reconocerlos caminando por Florida. Son Franco Chiavarini (ver aparte), Ezequiel Schelotto y Nicolás Gorobsov. ¿Quiénes?

Imagen SCHELOTTO pasó duros momentos en Italia y debió esperar un transfer, que nunca llegaba desde la Argentina, para poder demostrar su talento. Ahora, está en carpeta de muchos equipos importantes.
SCHELOTTO pasó duros momentos en Italia y debió esperar un transfer, que nunca llegaba desde la Argentina, para poder demostrar su talento. Ahora, está en carpeta de muchos equipos importantes.
Schelotto es el que más tiempo lleva en el club. Aterrizó  en julio de 2008 (a los 19 años) desde Banfield, en el que había llegado hasta Reserva. Y sufrió un calvario que duró nueve meses por un asunto repetido: desde la Argentina no le enviaban el transfer. “La pasé muy mal, solo con mi papá. En un momento viajaron mi mamá y dos hermanitos, porque no aguantaba más. Me entrenaba toda la semana y el domingo iba a la tribuna, hasta que llamó mi representante y me dio la noticia: ‘Te habilitó la FIFA’. Me quedé en silencio un rato, y después me largué a llorar”, se emociona.

Desde entonces, este volante externo al que le dicen Galgo –“por Jonás Gutiérrez, soy parecido de cara y también en juego”– fue protagonista de los dos ascensos sucesivos. Y, en el medio, se puso la camiseta de la Selección local: “No lo dudé, fue una gran oportunidad. Ya jugué ocho partidos oficiales con la sub 21. Por respeto aprendí el himno y lo canté. Igual, todavía sigo habilitado para jugar con la Selección argentina”, avisa, con acento italiano y conocedor de la reglamentación de FIFA.

“Jugar en Serie A es muy distinto. Ya enfrenté a Totti, Ronaldinho, Pato, Lavezzi, Crespo”, enumera como un nene. Su buen nivel impulsó al Atalanta a comprar su pase antes del comienzo de esta temporada y hacerle un contrato por cinco años, antes de dejarlo en Cesena por un año más. Por eso, ahora está a préstamo en el club que le permitió debutar en el Calcio. “Arrancamos bien la temporada, con un empate contra la Roma en el Olímpico y un triunfo al Milan acá. Eso fue una locura”, cuenta. Ahora, el equipo está en un lugar más acorde a su bajo presupuesto: por la mitad de la tabla. En medio de tantas buenas, le queda un hueco para la nostalgia: “Todavía no pude volver a Guernica (en el sur del Gran Buenos Aires), porque la mayoría de mi familia se mudó acá. Me gustaría”, reconoce.

Su compañero Gorobsov tiene un recorrido más largo en Italia. Llegó con toda su familia desde San Pedro en 2004, a los 14 años. Cayeron en Vicenza, donde empezaron a armar la nueva historia. La suya arrancó en el club del lugar, donde debutó en Primera a los 18. “De ahí salió Paolo Rossi”, dice. Aunque hay una diferencia de base con el canonniere: “Juego de cinco, a lo Pirlo”, se anima con la comparación. “Me gusta organizar el juego y tengo buena pegada, pero me falta más marca”, apunta. Nicolás firmó en 2009 un contrato de 5 años con el Torino, de la Serie B. “Ahí ya fue distinto, es un equipo importante, lleno de presiones. Si va mal, los hinchas van a los entrenamientos a insultar”, narra. Este año llegó a préstamo al Cesena, con la intención de ganar minutos. Pero todavía no los consiguió. “Ya va a llegar el debut, tengo que estar preparado”, se da fuerzas. Y acepta que cuando le ganaron al Milan lo venció el cholulismo: “Me paré en el pasillo del vestuario para ver a los jugadores. Cuando pasó Ronaldinho empecé a caminar al lado, hasta que me dio la mano. Habían perdido y él hacía chistes, no le importaba nada”.

Mientras espera su momento, extiende la banda de argentinos por fuera de los límites de la cancha. “Estamos armando un grupo de cumbia, somos varios”. ¿Y quién canta? “Un cordobés”. ¿Otro más del equipo? “No, uno que tiene un bar por acá”, se ríe. Como Ronaldinho.

El que plantó la bandera

ESTAR EN EL LUGAR y el momento justo le bastaron a Mariano Izco para saltar al Calcio. “Fue un partido contra Huracán en la B Nacional, en la cancha de Almagro, jugando para Tigre”, precisa. “Una persona ligada al Catania había ido a ver a un jugador de Huracán, y me terminó eligiendo”. Tenía 23 años, y un pasado en el ascenso: San Telmo y Almagro, con el que jugó apenas seis partidos en la A. Izco (en la foto con la pelota) fue el primer argentino –de los doce que hay en el plantel– en arribar al Catania: “Llegué en 2006, no hablaba ni una palabra de italiano y me pusieron en la concentración con el japonés Morimoto. Jugábamos a la Play y él la tenía configurada en su idioma. Yo le señalaba con el dedo los jugadores que quería usar. Un día le avisaron que había un llamado para mí: me lo dejó anotado en japonés”. Dice que en las calles de Sicilia lo reconocen fácil, pero que acá podría subirse “al Obelisco” y nadie sabría su nombre. Tampoco podrían compararlo con la pareja de Maxi López: “No estaría bien decirle botinera a Estefanía, era mi novia cuando jugaba en San Telmo”, se ríe. Cuenta que el clásico con el Palermo es muy peligroso: “En mi primer año mataron a un policía”. Tiene contrato hasta 2012, y un mes de vacaciones en la Argentina le es suficiente para sentirse raro. “Ya me quiero volver, estoy acostumbrado a este lugar”, reconoce. También está habituado a la brisa del mar que llega hasta su casa. Y a ganarles a los grandes de local.

Bien de abajo

FRANCO CHIAVARINI (Cesena) y Lucas Correa Belmonte (Lazio) pertenecen a un subgrupo particular: el de los argentinos acostumbrados a remar en el ascenso italiano. Chiavarini, atacante de 30 años, todavía no tuvo el placer de usar en la Serie A la número 22 que le asignó el Cesena; pero sí jugó en Carpi, Ferentino, Pisoniano, Viterbese y Bellaria, equipos de la Serie D y C2, en el sótano del fútbol italiano. Llegó al Cesena para jugar en la C1 y subió la escalera hasta la A.
Correa Belmonte apareció fugazmente en Rosario Central en 2001 y llegó a jugar el Mundial sub 17 de Trinidad y Tobago en 2001 (con Tevez y Maxi López). Pero su proyección se estancó, y en 2004 desembarcó en el Penne, de la división Eccellenza italiana, paso previo a su recorrido por la Serie C1: jugó en Lanciano, Lucchese, Gallipoli, Pro Patria, Taranto y Ravenna. En todos, el delantero marcó goles, hasta que este año fichó para la Lazio de Mauro Zárate. A los 26 años, sueña con debutar esta temporada en la Serie A. Con la 55 en la espalda.

Por Andres Eliceche / Ilustración: Gofel / Fotos: AFP