Argentinos en el exterior

"Yo sabía que me iba a salir esta oportunidad"

Después de haber quedado libre de Vélez, Juan Pablo Kresser se sumó al FK Olimpik Sarajevo de Bosnia. Convive en una ciudad maltratada por la guerra, con la intención de amoldarse a las nuevas costumbres.

Por Redacción EG ·

15 de octubre de 2010






Imagen KRESSER, el ex Vélez llegó a Bosnia de casualidad después de haber quedado libre por un año.
KRESSER, el ex Vélez llegó a Bosnia de casualidad después de haber quedado libre por un año.




Hace casi tres meses, después de un parate de un año, el volante Juan Pablo Kresser armó las valijas para salir por primera vez del país. Llegó a Bosnia, para probar suerte y quedó en el FK Olimpik de Sarajevo. Allí, el ex Vélez y Deportivo Español se impacta



por las secuelas que dejó la guerra, la pica entre serbios y bosnios y lo mal que se portan sus compañeros de casa.
¿Por qué Bosnia?
Estaba libre cuando me surgió la oportunidad. Mi representante Antonio Vladusic, que es mitad argentino y mitad croata, venía hablandome hace tiempo para venir aquí, donde tiene muchos contactos. Estuve un año esperando y después acordé con el FK Olimpik Sarajevo. Después de tres meses, me siento muy cómodo pero todavía estoy tratando de adaptarme.
¿Qué pasó con Vélez?
Arranqué a los 10 años hasta que a los 21, firmé contrato por un año. Me dieron a préstamo a Español, que era otra cosa: un fútbol más duro, más guerrero, donde había que ganar por prepotente y no estaba acostumbrado a eso. Jugaba con gente más grande que yo. Sentí que no me dieron la oportunidad. Después volví a Vélez y no me renovaron. Uno de mis ex compañeros de Español me puso en contacto con quien ahora es mi representante y ahí empezamos a ver qué era lo que se podía hacer.
¿Y qué hiciste durante ese tiempo?
Fue un año durísimo. Entre idas y venidas, se pinchó una oportunidad para jugar en Croacia. Mi mamá me decía “Metete a estudiar algo ya”, porque veía que no pasaba nada y yo le contestaba “Quedate tranquila que algo va a surgir”. Insistía para que terminara las materias que me habían quedado pendientes de quinto año y empezara una carrera corta. Era una pelea constante. Encima, yo no aguantaba más de la ansiedad. Al principio, salía a correr e iba al gimnasio, pero después me puse más serio y decidí ir al Club de Futbolistas Agremiados en Vicente López. Ahí había un grupo grande teníamos profesor, vestuarios… me sentía más a ritmo. Pasé el año entrenandome duro, yo sabía que iba a salir esta oportunidad…
¡Y llegaste a Bosnia! ¿Qué te dijeron? No es el destino más común para una primera experiencia en el exterior, ¿no?
Sí, fue muy repentino y una sorpresa para todos. A los 23 años, nunca había salido del país y vine de un día para el otro: mi primera experiencia en el exterior, en un país que atravesó por una guerra. Mi familia siempre me apoyó porque sabían que yo estaba preparándome para esto. No quiero hacer otra cosa. Estaban preocupados por el lugar, tenían miedo. Pero ni dudé, para mí no importaba si era bueno o malo, quería venir igual. Si no juego al fútbol, no sé qué podría hacer. Seguro estudiaría algo, pero yo sabía que algún lugar iba a conseguir. Ahora tengo la suerte de compartir equipo con Franco (NdR: Dalmao, ex Vélez).

¿Cuántas posibilidades de encontrar en Bosnia a otro ex jugador de Vélez podías tener?
Ninguna. En realidad había viajado en el avión con otro argentino, que conocí ese mismo día, pero le surgió un problema familiar y tuvo que volverse apenas llegó.  Una semana o diez días después que yo, vino Franco (Dalmao), que conocía de vista y de saludar en los entrenamientos. No teníamos relación en Vélez porque él es unos años más grande que yo (NdR: tiene 26). No sólo compartimos equipo, vivimos juntos y somos amigos. Lo bueno es que tenemos cosas en común, temas de conversación y no nos aburrimos. Él está esperando que pueda venir su familia el año que viene.
¿Cómo es la convivencia?
Estamos en una casa de cinco pisos, en cada uno de ellos vive un grupo de chicos. Yo comparto la habitación con Franco y al principio fue una lucha, más allá del idioma. Somos un poco más grandes que los otros chicos que tienen desde 18 a 21, y se nota que no han tenido la experiencia de convivir en pensiones, como se hace en la Argentina. No lavaban los platos, dejaban todo tirado, gritaban, armaban quilombos y nosotros nos hacíamos mucha mala sangre. Después fuimos dejando pasar algunas cosas y, por suerte, mejoró muchísimo la convivencia.
Imagen EN ACCION, el volante y su compañero argentino Franco Dalmao son compinches dentro y fuera del campo de juego.
EN ACCION, el volante y su compañero argentino Franco Dalmao son compinches dentro y fuera del campo de juego.
¿Y el resto de los compañeros?
La verdad es que los demás chicos nos trataron re bien desde el primer día. Son todos muy cálidos, al igual que toda la gente del club.
¿Cómo es una charla técnica?
El entrenador es de Bosnia y tiene fama de hacerse el loquito, es un tipo sacado, muy temperamental. El problema es que habla, habla, habla y dice: ‘Salgan a la cancha’. Pero como no tenemos traductor, los argentinos no le entendemos nada y nos reta constantemente. Lo mismo cuando explica los trabajos con pelota, nos miramos con Franco, con caras de perdidos, porque no captamos nada. Yo tuve un par de discusiones con él, porque le digo cómo voy a saber lo que estás diciendo, si yo no entiendo tu idioma.
¿Y aprendiste algo?
Es una lucha, de a poco voy entendiendo algunas palabras, a deducir algunas cosas. Hay un compañero serbio que estuvo jugando en España y algo nos entiende, pero tampoco podemos tener una charla extensa. Aunque cuando estamos muy perdidos, él nos ayuda. Pero el idioma este es complicadísimo, sólo sé algunas palabritas. Yo me manejo con el inglés, aunque todavía no lo tengo muy claro tampoco, pero la mayoría de la gente de acá lo habla y me hago entender.
¿Y cómo les va a ambos?
A Franco lo trajo la misma gente que a mí, y cuando vinimos, nos plantearon que nosotros llegábamos como refuerzos, para sumar y llevar al equipo lo más arriba posible. Somos cuatro sudamericanos, junto a nosotros se sumó un brasileño y ya había otro más desde hacía seis meses. Por ahora venimos ganando todos los fines de semana, estamos terceros en el campeonato local, que empezó a fines de julio y termina antes de diciembre. Es todo un logro. Se están dando bien las cosas. Además, durante la semana participamos en una Copa de Bosnia, donde juegan equipos desde la Primera hasta la Cuarta categoría.
¿Tienen alguna posibilidad de alcanzar una clasificación para las Copas Europeas?
Seguro. Yo estoy con la cabeza metida en eso totalmente. Porque aquí el campeón juega la Champions League, mientras que desde el segundo al cuarto entran a la clasificación de la Copa UEFA. El club se creó en el 93, es muy nuevo, todavía tiene un montón de cosas que corregir. Si entramos aunque sea a la clasificación y terminamos perdiendo por goleada con el peor equipo, ya sería una motivación enorme. Me conformo con jugar una clasificación, por lo que significa la experiencia.

¿Por cuánto tiempo firmaste el contrato?
A los jugadores que vienen del exterior, les hacen firmar contratos largos. El mío es de tres años. La verdad es que apenas llegué y tuve que firmar por tanto tiempo fue muy duro. Ahora ya sé que puedo estar un año y que ese contrato se rompe sin problemas. Es todo muy diferente a la Argentina. Acá los representantes apuntan a venderme para el año que viene. Yo vengo haciendo un buen campeonato, tengo el apoyo de los dirigentes y el técnico me da continuidad. Hace poco, me contó un compañero que gente del Hamburgo vino a ver un partido y que yo les había gustado mucho. Quedó en eso, pero nunca se sabe. Acá cada partido es una vidriera para poder pasar a jugar a otro equipo más importante o en otra liga europea.
¿Qué te pareció Sarajevo?
La verdad es que la ciudad quedó muy dolida por el tema de la guerra. Vas por las calles y ves las secuelas en las casas: algunas fueron reconstruidas y otras se caen a pedazos. La que está al lado de la nuestra es un desastre. El problema es que la guerra todavía es algo muy reciente y el que no tiene plata para arreglar su casa, la tiene baleada o despedazada. Es muy impactante.
¿Hay una pica especial entre los compañeros serbios y bosnios?
Sí. Tengo compañeros serbios que leen el diario de su país, pero si entran a un banco aquí en Bosnia lo tienen que esconder, porque miedo a generar una discusión. Pueden tomarlo como una provocación. Como esa, se dan otras situaciones, pero todavía no sé mucho. Tengo mucha curiosidad, pero la gente es muy cerrada y no me cuentan. Todavía les queda mucho dolor, porque aunque pasó un tiempo, está todo muy latente. Entonces sólo te cuentan algo y después ya no mencionan más el tema. Como son muy estrictos con ese tema, a mí me da pudor preguntarles muchas más cosas.
¿Qué lugares recomendás para visitar?
Justamente, hace unos días me invitó el dueño de la casa a comer unas tortas típicas al centro, que es muy lindo, muy grande y mucho más moderno que el resto de Sarajevo. Eso se construyó después de la guerra. Me encantó el Barrio Turco, ahí me saqué unas fotos. Aún no viajamos mucho, ahora jugamos en una cancha que nos queda a cuatro cuadras. A veces nos toca ir a otras ciudades y hacemos viajes largos en micro, todos los lugares a los que fuimos eran bonitos.
¿Cómo te las rebuscás para no extrañar?
Me mantengo en contacto muy seguido con mi papá –Daniel–, mi mamá y mi novia –Daniela– a través de mensajes de texto, porque llegan rápido, diez puntos. También hablamos por Skype, yo pensé que iba a ser más duro. Extraño pero como estoy jugando, sé que el técnico me tiene confianza, trato de estar bien concentrado en eso.
¿Y te vas adaptando a las costumbres?
Acá hay muchos musulmanes y todavía me llaman la atención las mujeres a las que sólo se les pueden ver los ojos. Lo más curioso que me pasó es que apenas llegué no podía dormir, porque a cualquier hora de la noche o del día, se escuchaban los altavoces de la mezquita que está a la vuelta de mi casa. Imaginate lo que era escuchar los gritos y las oraciones que parecen lamentos. Me daba escalofríos, ahora ya me acostumbré.
¿Y la comida?
No le llega ni a los tobillos a la nuestra. La carne es dura y no tiene rico sabor. Hay platos típicos como las sirnicas que son como empanadas de hojaldre con queso, muy ricas. Los burek tienen la misma masa pero son de carne. Me acostumbro pero lo que siento muchísimo es la falta del buen café. El que sirven acá es desastroso, muy amargo, por suerte en un mes cuando termine el campeonato, vuelvo a San Miguel para tomarme un cafecito con mis amigos en el bar de siempre.


Por Alejandra Altamirano Halle