Las Entrevistas de El Gráfico

Enzo Trossero, en primera persona

Afirma que aprendió del fútbol y de la vida. Sus triunfos en Independiente como jugador, la gloria por sobre el dinero, la experiencia en Francia, Suiza y Arabia. La salida de Godoy Cruz.

Por Redacción EG ·

11 de marzo de 2010





Nota publicada en la edición Febrero de 2010 de la revista El Gráfico

El puntapié inicial. Nada de Inferiores; no había en mi pueblo, Esmeralda, Santa Fe, pero sí se armó un grupo que jugaba muy bien al fútbol. Todos pibes de 12 a 14 años que tenían hinchada propia. Se hacían torneos nocturnos y después en camiones sobre la ruta de tierra nos íbamos hasta María Juana, un pueblito cercano, y la gente nos seguía porque les encantaba cómo dominábamos la pelota. Por aquellos años ni idea tenía de ser defensor, el asunto era jugar y así empezó todo, pero contando siempre con el respaldo de mis viejos, Héctor (que murió en 1986, cuando yo estaba en Toluca de México), y Elda (que vive junto con mi hermana Griselda en San Francisco, Córdoba). Ellos me ayudaron, pero también me guiaron para que estudiara, que lo mío no fuera solo la pelota.

Los primeros deberes. A los 12 años dejé Esmeralda para desandar más o menos 25 kilómetros y anotarme en la escuela secundaria de San Francisco, ya en la provincia de Córdoba, para ser perito mercantil. Como mi viejo tenía una especie de almacén de ramos generales, donde había de todo, la idea era que yo pudiera ayudarlo. Pero lo cierto es que estando allá me probé en Sportivo Belgrano, uno de los clubes caracterizados de una liga por entonces muy fuerte como lo era la cordobesa. Nos fuimos a probar cuatro de los pibes que integrábamos aquel equipo de nuestro pueblo y solo quedé yo, porque las cosas se dieron así, es un poco el toque de suerte que se debe tener. A los 15 años ya me di cuenta de que podía hacer carrera en el fútbol y un año después debutaba en la Primera de Sportivo donde ya enfrentaba a equipos muy bravos como Instituto, Belgrano, General Paz Juniors. Ya jugaba de “6”, el número que me iba a acompañar durante toda la vida.

Botines olvidados. Era tal la calidad de los campeonatos, que los jugaron tipos que después fueron campeones del mundo como Ardiles y Kempes, alternando con otros destacados como Curioni, Milonguita Heredia; Guyón, que ahora es técnico. Hasta el Cholo (Carmelo) Simeone, que estaba llegando al final de su carrera en Boca, jugó para Sportivo Belgrano. Como zaguero central ya hacía goles y eso me valió que me citaran para la selección cordobesa. Tal era mi grado de emoción y ansiedad que me presenté sin botines y me los tuvo que prestar Gómez, arquero de Talleres. Era el primer salto importante como para confirmar mi sensación de que podía tener futuro.

Pinchame, pinchame. Sportivo Belgrano era una vidriera inapreciable. Hoy creo que está en el Argentino A, pero en aquellos tiempos organizaban partidos amistosos contra Central, Newell’s, Colón, Unión, íbamos a Mendoza. En esos partidos duros, yo seguía haciendo goles y eso me ayudaba para una posible transferencia. Antes, a los 16, y esto es algo que pocos conocen, me vine a probar a Estudiantes de La Plata con un amigo. Estuve una semana y enfrenté a tipos de fuste que integraban la tercera Pincha como el Vicente Pernía y Horacio Rodríguez. Comíamos en una pensión manejada por un tano bárbaro. En Estudiantes querían retenerme, pero gratis y Sportivo quería plata; por eso, me tuve que volver a Córdoba. Luego me enteré de que Newell’s, donde dirigía el Gitano Juárez; y Colón, cuyo director técnico era el Vasco Urriolabeitía, me querían comprar. Yo quería ir a Newell’s, porque había salido campeón hacía poco, pero Colón pagaba bastante bien y encima cedía jugadores que a Sportivo le convenían. La cuestión es que a los 18 años paso a Colón, en noviembre del 71 y ahí comienza a cambiarme la vida.

Por el aire. Como ya estaba todo arreglado, el tema inmediato era cómo integrarme al primer equipo de la AFA en el que iba a jugar. La pretemporada de los sabaleros se hacía en Necochea, por lo que primero tuve que viajar a Buenos Aires. Nunca me había subido a un avión y también en eso iba a debutar. No tuve miedo, pero sí ansiedad, más que nada por encontrarme con los que serían mis nuevos compañeros. Desde el Aeroparque fui hasta el Once para sacar pasaje en micro y trasladarme a la ciudad balnearia, para mí otra novedad. La bienvenida me la dio Urriolabeitía, pero no fue fácil acomodarme porque el Vasco trajo a Spadaro y a Trullet, entre otros, a quienes conocía de Estudiantes de La Plata, para armar un buen bloque defensivo. Igual, yo estaba en el banco y pude haber debutado frente a Lanús, pero me lesioné y recién lo hice fechas después contra River. Me fue bien, pero en realidad el apoyo grande volvió a dármelo mi viejo y también Evello Fraschino y Nenucho Forzani, aquellos que me habían seguido desde los torneos de Esmeralda y María Juana. De ellos nunca me voy a olvidar, porque jamás dejaron de estar a mi lado.

Ser responsable. A pesar de vivir siempre en pensiones, en ningún momento dejé de lado la responsabilidad por una cuestión de familia. También me ayudó ponerme de novio con Susana, mi actual esposa. Ella tenía 15 años cuando nos conocimos y nos casamos cuando pasé a Independiente, cinco o seis años después. El hecho de vivir fuera de casa desde muy chico también me fue modelando la personalidad y también tuve suerte por haber conocido gente como la gente que influyó para que nunca dejara de ser responsable en cada paso que iba dando, que no fueron pocos y en muy poco tiempo. Por eso recuerdo la casa de Daniel Silguero, el defensor que fue de Colón y también jugó en Unión, por la dedicación de él y de su mamá. También conocí a un pibe bárbaro y gran compañero como Rubén Pepino Rossi, campeón mundial juvenil en Japón 1979, junto a Maradona y Ramón Díaz, y que hoy trabaja, y muy bien, como coordinador general de las divisiones juveniles de Colón.

El Diablo metió la cola. Con el Gitano Juárez a cargo de la Selección del Interior, algo que propició el Flaco Menotti desde su cargo de seleccionador nacional, fui citado para viajar por varios países; entre ellos, a Costa Rica. Allí, con 22 años, me entero de que me había comprado un club grande. El Gitano me dio la noticia pero no me dijo cuál era el equipo, para no crearme mayor ansiedad. Yo pensé que era Racing, club del que era hincha de chico, más que nada porque mi viejo no hacía otra cosa que hablar de la Academia, o San Lorenzo. De Independiente no me imaginaba porque tenía un gran equipo con grandes jugadores como el zurdo López, Pancho Sá, Semenewicz, y por eso me parecía que en mí no se iban a fijar. Pero para mi sorpresa, cuando la selección llegó a Ezeiza, en el aeropuerto me estaba esperando José Epelboin, uno de los capos de Independiente. Arreglé todo enseguida, pese a que Colón no me quiso dar el porcentaje del pase que me correspondía. Igual, era tanta la guita que pasé por alto ese detalle. Independiente era otro mundo, pese a que yo ya era más grande, me sorprendieron las mesas enormes que se armaban, con puchero, asado, ensaladas. Estaban todos los pesos pesado y hasta tuve que pelear el puesto con el Polaco Semenewicz porque él quería jugar de “seis”, pero como tenía mucha clase se adaptó a la media cancha y me dejó el hueco para mí. No solo me gané el puesto sino que hasta me convertí en capitán al poco tiempo.

@fotoD@Mi amigo el Pato. Tuve una gran relación con Pastoriza, siempre con mucho respeto. El era el técnico y yo el jugador, y sobre la base del entendimiento del lugar de cada uno, puedo decir que se construyó una amistad. Los dos nacimos el mismo día, el 23 de mayo, pero él me llevaba once años que nunca se notaron en el trato diario. Yo lo admiré por su juego, sus conocimientos y la manera de volcarlos. Sentí mucho su muerte.

El suplicio militar. Si en algún lugar lo pasé muy mal ese fue el Liceo Militar General Belgrano, en Santa Fe. Me tocó allí el servicio militar y tenía un capitán al que no le caía simpático porque yo era jugador de fútbol y a él le gustaban los caballos. En 1974, aunque parezca mentira, como tenía que presentarme a las 7 de la mañana y llegué a las 10, me dieron diez días de calabozo. Tenía que jugar con Colón frente a Banfield como visitante, pero no pude hacerlo porque seguía preso. Salí justó para enfrentar a Boca y en ese partido hice un gol de cabeza saltando entre Nicolau y Rogel. Lo grité con toda la bronca por lo que me pasaba como colimba. Cuando regresé al regimiento, el hijo de puta me siguió bailando, meta salto de rana. Fue muy duro, eran tiempos difíciles, allí mataron un par de milicos y la cosa estaba fea y a mí me tocó el peor tipo. Además, hubo peleas con los estudiantes del Liceo porque a pesar de ser más jóvenes, por el estudio estaban en condiciones de darnos órdenes. Ahí terminé de crecer. Ya había pasado por las pensiones, los viajes en colectivo, en camiones. Estaba bien curtido y el servicio militar fue el toque final.

El gran trofeo. Con Independiente gané muchas cosas y lo pasé realmente bien como jugador. Si me tengo que quedar con un trofeo, elijo la Copa Intercontinental que le ganamos al Liverpool en 1984. Estaba muy fresco el episodo cruento de Malvinas y enfrentar a un equipo inglés era un incentivo muy grande. Nosotros lo vivimos de una manera muy especial y varios de los jugadores de ellos también. Se apreciaba en el ambiente que no era una final más, que había en juego otras cosas. Tanto que con el capitán del equipo prometimos intercambiar las camisetas, pero cuando terminó el partido, en la zona de los vestuarios hubo empujones, manotazos, un poco de todo. No era nada fácil estar allí, pese a que estábamos en Tokio, en un escenario neutral, pero el efecto Malvinas influía demasiado y mucho más porque Independiente, el campeón argentino, les ganó el partido. Y yo creo que fue justo porque jugamos mejor. Eso sí, reconozco el gesto del capitán de ellos, porque después que se calmó todo, me buscó y me entregó la camiseta. Realmente emocionante e inolvidable.

Aquella hazaña. También tengo que reconocer que aquel partido del 78 con Talleres, en Córdoba, entró en la historia y será recordado por todos quienes estuvimos en la cancha y fuimos partícipes de esa gesta heroica. Teníamos todo en contra, ni hablar del arbitraje, y ganamos a fuerza de coraje, amor propio y también habilidad. A Roberto Barreiro que fue el juez, le escribí una carta con lujo de detalles sobre su arbitraje y mi expulsión. Jamás me contestó. Dicen que era un tipo bárbaro, trabajaba como empleado en el ferrocarril, pero yo no pude sacarme el gusto de que me diera una explicación. El asunto es que estuve suspendido durante 153 días.

Tarjeta roja. No solo con Barreiro tuve problemas, también con jueces como Romero, Espósito y Gnecco. Tal vez con estos tres fue con quienes tuve mayores dificultades. A Romero, me lo encontré el día que murió el Gordo Muñoz y en la cara le dije todo lo que le tenía que decir. Nadie me puede acusar de haber sido, o ser, malintencionado. Jugué más de 500 partidos y me echaron 18 veces, de las cuales 12 o 14 fueron por protestar. También quiero ser justo con Bava, otro con el que me peleé siendo técnico de Huracán, pero con él nos pedimos mutuamente perdón y quedó todo bien.

La gloria o la plata. Yo elegí la gloria cuando estaba en Nantes y me volví a Independiente perdiendo mucha plata, casi toda, porque vino la devaluación en el 81/82 y chau. También me volví de Suiza, donde además de haberme ido muy bien con el Sion (doble campeón) y el Lugano, dirigí la Selección y aunque no querían que me fuera, volví a Avellaneda. Y metí la pata.

Bilardo y Menotti. Los dos me marcaron para mal y para bien, en algún sentido. Con el Flaco fui al Mundial de España 82 y no jugué. Con el Narigón pude ir a México 86 y me bajó sin explicaciones, por lo cual me quedé con una bronca terrible que me duró años. Igual, más allá de las actitudes personales, debo reconocerles a los dos su capacidad de trabajo y su aporte para el fútbol argentino.

Compañero y algo más. Con Hugo Villaverde fui compañero de defensa durante más de diez años. Nunca un sí ni un no, salvo luego de un partido decisivo contra Estudiantes, creo que en el 82, que nos quedamos afuera por diferencia de un gol. En la revancha, Trama me tiró un caño y yo más lento que él no lo pude agarrar, siguió corriendo unos metros, tiró al arco y la clavó. Yo le dije a Hugo por qué no había achicado antes. Al otro día, me encaró y me dijo: “Yo nunca te dije nada a vos, vos no me digas nada a mí, ¿estamos?”. Antes y después de eso una gran relación. Un tipo extraordinario que un día dijo que no iba a hablar más con la prensa y no lo hizo. Respetó los códigos. Un ejemplo.

Por la cara. Siempre lo admiré al Gringo Giusti, porque pasara lo que pasase nunca dejaba de sonreír. Con él viajé durante tres años todos los días y nunca lo vi enojado. Conmigo es al revés, generalmente parezco cabrero. Hasta mi señora me dice cuando me ve en televisión “Siempre estás con cara de culo”. Pero soy así, ni con el mote de Vikingo me suavizaron. La cara tal vez me haya jugado muchas malas pasadas, por ejemplo para mi salida de Godoy Cruz. Yo cometí la boludez de decir que por ahí el 4 de enero no volvía y el vicepresidente Mansur aprovechó para expresar que no me veía con ganas de seguir. Nada que ver, si hasta la pretemporada estaba organizada. Y eso que ni contrato había firmado.

Por Carlos Poggi / Fotos: Jorge Dominelli.