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EL ARTE DE ATAJAR, PARTE DOS

El final del análisis del puesto diferente en el mundo de la pelota. Los arqueros, características e historias.

Por Redacción EG ·

17 de noviembre de 2008
Esta nota salió en la revista en la noviembre de 2007.
ATAJAR AYUDA, VER TAMBIEN
“¿Estás ciego o te falta algún dedo?”, podrán gritarle muchos hinchas colgados del alambrado a algún arquero tras un error de cálculo o una pelota que se escurrió entre las manos.
Si bien hubo y hay muchos que necesitaron de ayuda oftalmológica –en 1928, el inglés Jim Mitchell, del Manchester City, jugó usando anteojos, y Markus Schlüpp, en el St. Gallen, lo emuló a fines de los 70–, ninguno cumple los dos requisitos salvo por Carlos José Castilho, titular en Brasil en el Mundial de Suiza 1954.
A Castilho se lo conocía por tener un trastorno visual cercano al daltonismo. Era el arquero que veía los colores cambiados. “Las pelotas amarillas las veo rojas, y eso me favorece mucho. Pero de noche, si se juega con blancas casi no las veo”, declaró una vez. A pesar de eso, actuó en 696 partidos para el Fluminense, todo un récord. Y sentía tanto eso de ser arquero, que llegó al punto de mutilarse con tal de jugar: tras un severo traumatismo, prefirió amputarse la punta de uno de sus dedos para no esperar los meses que le habían pronosticado de recuperación, y así estar presente en los partidos decisivos del campeonato brasileño.
DOBLE PESADILLA: SUPLENTE
“Una vez, en el 49 ante Chacarita, me lesioné en el codo y no podía seguir. Entonces Barbeito, que ese día reemplazaba a Loustau, fue al arco, porque no había cambios. Hice una buena jugada con Walter Gómez y esperé la devolución, pero pateó al arco. Me quedé con las ganas de hacer un gol”, recuerda Amadeo Carrizo. Pero desde que se implementaron los cambios, apareció el arquero suplente, casi en una figurita decorativa que llega, se sienta y se va, sin la más mínima ilusión de entrar.
Por 11 años, Sepp Maier, apodado el Gato, arañó los casi 400 partidos consecutivos. Como él, los que marcaron época y rara vez se perdieron de jugar fueron muchos. Pero la constancia de algunos fue el suplicio de otros: sus suplentes. Si ser arquero nunca fue fácil, ser arquero suplente puede ser terrible, porque prácticamente significa no jugar nunca.
“Hay que tener la calma suficiente para entrenar como si fueras a jugar, porque nunca sabés cuándo te puede tocar y no podés darte el lujo de no estar preparado”, apunta Marcelo Pontiroli, por mucho tiempo suplente de Osvaldo Catalano en Deportivo Español. “Si cuando ves que sos suplente te dejás estar, el día que tenés que atajar se te hace mucho más complicado”, sostiene el uno. Y lo peor es que nunca se sabe cuánto puede durar esa situación. La oportunidad puede llegar a los dos, diez o cincuenta partidos. O quizás se demore por años, como le pasó a Wolfgang de Beer, del Borussia Dortmund, que tras ocho años (!) de suplente, recién volvió a jugar un partido oficial en 1998. Hoy sigue en el club, como entrenador de arqueros, un cargo de reciente aparición.
“Un buen arquero no necesariamente es un buen entrenador de arqueros, como tampoco un gran jugador sale sí o sí buen DT. La mejor manera de enseñar es sentir la docencia, porque lo hacés con más fuerza. Y yo amo la docencia”, dice el Pato Fillol, quien estuvo a cargo de las selecciones nacionales. “Si bien hay muchos videos y libros, a muchos ejercicios los armé yo”.
EL MAS EXIGIDO
Por mucho tiempo, ir a atajar a veces era la única opción de presenciar un show al que de otro modo no se tendría acceso. Al gordito al arco no se lo inventó ningún escritor de cuentos fantásticos, aunque los gordos tuvieron su revancha con William Foulke, el jugador más obeso de la historia, con 165 kilos a bordo allá por el 1900. En una acuarela que le hizo la revista Champions, se cuenta que una vez llegó al almuerzo antes que todos y se comió solito el buffet que habían preparado para sus compañeros, el equipo rival y los árbitros. Pero aun así atajó mucho tiempo en Primera –llegó a partir un travesaño al colgarse del arco– y hasta en la selección inglesa.
Hoy, la fábula del gordito quedó para los potreros, porque el arquero es el que más entrena en la semana: hace el trabajo físico a la par de sus compañeros y luego le suma decenas de ejercicios para mejorar la potencia de piernas, técnica, salto, reflejos, reacción, rebotes, recuperación y muchas más palabras que empiezan con “re”.
Alejandro Saccone, quien organizó en el país las primeras jornadas de entrenamientos de arqueros, explica cómo sería una semana tipo en la vida de un uno: “Martes, potencia de piernas; miércoles, coordinación y velocidad; jueves, práctica de fútbol más técnica con los pies; viernes, juego aéreo y saques; sábado a la mañana, un toquecito de velocidad y reacción”.
Fillol usa ejercicios variados: desde salto en soga, como los boxeadores, hasta técnicas para levantarse en un solo movimiento, o que se den vuelta teniendo un pelotazo encima. Porque el uno es el único jugador que, cuando un rival patea, no tiene el acto reflejo de darse vuelta, cosa que hacen hasta los defensores más recios.
¿Cansados? Y encima falta la parte psicológica: “Hay que saber cómo reacciona al error propio. Es bueno ser su confidente, que hable con alguien que pasó por lo mismo”, dice Saccone.
Cosa que no pudo hacer Nicky Salapu, de Samoa Occidental, porque nunca nadie pasó por lo que él: 31 goles frente a Australia en 2001, a un promedio de uno cada tres minutos y medio. “Ahora están viendo a quién ponen al arco, porque no resulta fácil convencer a alguien para que ocupe ese puesto contra rivales fuertes”, admite Tunoa Lui, el ex DT del equipo.
Y hablando de dramas, a principios de los 90, el fútbol sufrió el último gran cambio, apuntado a hacerlo menos tedioso: el arquero ya no podría agarrar la pelota si se la pasaba un compañero.
El francés Bernard Lama, casi con la prosa atormentada de Kafka, recordó alguna vez la incidencia de ese cambio mortal en la carrera de toda una generación de números uno: “De la nada, nos estaban pidiendo que cambiáramos de piel. Comenzaríamos a presenciar la aparición de una nueva raza de jóvenes arqueros mutantes, que iban a tener la técnica de un jugador de campo y a su vez las habilidades de un arquero normal, cosa que nosotros, los antiguos, jamás íbamos a poder lograr”. Los lamentos se multiplicaron.
Aún en las inferiores de Rosario Central, el Pato Abbondanzieri tuvo una crisis que casi lo hace largar. “Con la nueva regla, me tiraron una pelota atrás, la quise parar y me pasó por debajo de la suela. Gol. Ese día agarré el bolso y me fui, volví a mi pueblo, hasta paré a avisar a mi viejo club que volvía a jugar para ellos. Si yo con el pie no podía jugar, estaba claro. Pero me agarraron mis viejos y me mandaron de vuelta”.
Como él hubo muchos que tuvieron que aprender por la fuerza, y muchos pregonaron una máxima: que el pase al arquero nunca vaya directamente hacia el arco, sino siempre a los costados, porque confiar en ellos era peligroso.
TODOS CONTRA EL MISMO
Y siguieron las restricciones, mientras la pelota cada vez pesaba menos. “En otra época, los buenos arqueros solían agarrar la pelota siempre. En cambio, a la velocidad que va hoy, agarrarla es mucho más difícil y todos prefieren dar rebote. Eso sí, al ser más liviana, dando un buen rebote la pelota sale bien lejos”, opina Jean-Marie Pfaff, un belga que marcó escuela.
Y les endilgaron más sufrimiento, además de la pelota de vóley, con la la regla de los seis segundos, que incluso los obligó a tener que contar, como si fuera poco. “Hasta agarrarle la vuelta, lo jodido era saber cuánto eran seis segundos sin pasarte. Para contarlos había que decir para adentro el cero adelante: cerouno, cerodos, cerotres”, recuerda Germán Burgos. Y siguió el fusilamiento, con la ley del último recurso, que implica penal y expulsión para un arquero que llega medio segundo tarde.
Y sus penas prometen seguir. Lo contó Bilardo. En algún congreso de la FIFA, se tocó la idea de agrandar los arcos. Y saltó el recordado Stefan Kovacs, DT del fabuloso Ajax del 72: “No, así todos tendrían que invertir mucho dinero –dijo–. Mejor pongamos arqueros que no midan más de 1,50 y listo”. Como aquel primer gran arquero de Alumni, el Vasco Laforia, que no podía tocar el travesaño ni saltando. Igualmente, la idea del rumano Kovacs de que los arqueros pagaran los platos rotos, no estaba muy errada.
La única que les falta, como dijo una vez Abbondanzieri, es “que nos hagan jugar con una pelota enjabonada y los ojos tapados”. Sí, quizás sería divertido. Al fin y al cabo, para ir al arco, primero hay que saber sufrir.