¡Habla memoria!

ESA NOCHE LLOVIA EN ROMA...

El 7 de noviembre de 1970, Carlos Monzón noqueó a Nino Benvenuti y se alzó con la corona mundial de los medianos. Fue en el Palazzo dello Sport de Roma.

Por Redacción EG ·

07 de noviembre de 2007
Cuando Carlos Monzón dejó Ezeiza para viajar hacia Roma, fueron muy pocos los que fueron a saludarlo. “Mejor, así puedo abrazarlos a todos”, dijo Carlos. Sólo él, don Amílcar Brusa –su entrenador de siempre- y Tito Lectoure, creían en sus posibilidades. Es que, por esos tiempos, Nino Benvenuti parecía un campeón sólido, indestructible. De hecho, Lectoure debió negociar muchos meses para lograr que le dieran la chance al argentino. Una cosa ayudó: nadie creía, seriamente, que Carlos Monzón podía ganar...
Monzón nunca llenó el Luna Park, aunque fue demoliendo a todos los mejores medianos de su época en ese ring que hoy ya es leyenda. Allá por el 65, se alzó con el trofeo “Eduardo Lausse” en el que se midieron los mejores del momento: Celedonio Lima, Antonio Aguilar, Carlos Salinas... todos cayeron bajo sus puños, como le ocurrió luego (1966) a Jorge Fernández, quien así resignó su corona nacional de los medianos tras sufrir una espectacular caída. Monzón trabajaba a media máquina, manteniendo lejos a sus rivales con sus brazos enormes y los desgastaba con tremendos golpes a los flancos. Ganaba, pero no gustaba.
Fue sin dudas Tito Lectoure quien, a pesar de todo, sintió que tenía entre las manos a un futuro campeón. Así que comenzó a traerle rivales de afuera: Douglas Huntley, Charley Austin, Johnny Brooks, Tom Bethea, Eddie Pace... Bennie Briscoe –el mismo que años después le daría tremendo susto en pelea titular- fueron rivales de Carlos. Briscoe, en durísimo combate, se llevó un empate.
Finalmente, le llegó la chance a Monzón. José Menno, un medio pesado de larga experiencia internacional, fue su sparring favorito, porque lo hizo ducho en palancas y amarres. El profesor Russo, su preparador físico, pidió un crédito para viajar. Juancito Aranda se sumó al grupo de puro entusiasta nomás. Mientras la gran mayoría del periodismo criollo y aficionados decían que Nino era demasiado para él, Monzón se dedicaba a entrenar... Es más, no peleó durante los dos meses anteriores al combate, para evitar riesgo alguno. “Yo te doy la plata que te pagarían, pero no podemos correr el riesgo de que te lastimes y se cancele la pelea”, le dijo Lectoure. Y por supuesto, cumplió...
La leyenda es conocida. Monzón impuso respeto desde el primer asalto, doblegó física y anímicamente a Benvenuti, y fue dominando la pelea de menor a mayor. Sin reservas de ninguna índole, el italiano comenzó a sentir el efecto del castigo. Así que, cuando terminó el round número 11, Brusa le dijo a Carlos: “Ese hombre no puede más. Vaya y póngalo nocaut”.
Así fue, porque Monzón, con su directo de izquierda, lo fue llevando de rincón a rincón, hasta que, con Nino contra las sogas, descargó aquel derechazo tremendo, que sacudió la cabeza de Benvenuti. Como una marioneta a la que le cortan todos los piolines, el campeón cayó, estremecido. Era el final y nacía un nuevo campeón mundial. Y arrancaba una campaña gigante, que se convirtió en leyenda.
Cuando Carlos llegó a Ezeiza ya no pudo abrazar a sus amigos uno por uno.Lo esperaba una multitud.

Carlos Irusta.