Memoria emotiva

Domingo 18 de diciembre de 2022, 14:55

El viaje del penal decisivo de Montiel para gritar campeón después de 36 años.

Por Julián Marcel ·

18 de diciembre de 2023

El pie derecho de Montiel toca una pelota dorada, que para esta ocasión se llamó Al Hilm, que en árabe significa "Un sueño". Justamente eso. Un sueño que se acumuló durante 36 años y varias frustraciones. Frustraciones que fueron dejando una huella, y con ello estigmas que dejaban cicatrices. Pero cada cuatro años siempre había una esperanza, una pequeña flor que crecía ante cada victoria. Y mientras eso ocurría se iba formando otra historia, la de un chico de Rosario que no había visto campeona del mundo a la selección nacional y que tuvo la posibilidad (para suerte de nosotros) de representar estos dos colores. 

La pelota que toca Montiel sale despedida de su pie.

Cuando le tocó el turno de debutar en la selección nacional, lo hizo en el estadio de Argentinos Juniors, semi vacío, en un amistoso armado para que él juegue, y terminó ganándolo 8 a 0, marcado uno en esa goleada. Y al llegar su momento en la selección mayor, su debut duró apenas 45 segundos porque fue expulsado. Casi un acto de injusticia, entre otros que tuvo que protagonizar. Y llegó el momento de debutar en los mundiales, marcar un gol, marcar otro, y hacerse nombre en la historia grande del fútbol. Pero el estigma seguía estando. Y se notaba.

 

Imagen La pelota de Montiel sale de su pie.
La pelota de Montiel sale de su pie.
 

La pelota apenas se levanta del piso, junto con una pequeña mata húmeda de pasto. 

Se llegó a una final del mundo en el año 2014, pero una jugada desafortunada en el minuto 113 del tiempo suplementario dejó a una selección con hambre de gloria con más hambre aún, que fueron aumentándose con las finales de las Copas América de 2015 y 2016. Y vimos cómo el llanto de ese chico rosarino estaba más cargada de impotencia y de injusticia, porque esas finales no merecieron una bandera argentina en el segundo puesto. Y también vimos cómo marcábamos en él ese estigma de los triunfos que no llegaban. 

La pelota viaja lentamente, y se acerca a la meta del arco defendido por Lloris.

Pero hubo un momento cuando las piezas empezaron a ajustarse, cuando las piezas cambiaron de nombre, de estrategia, de lugar. Y ahí comprendimos que el chico rosarino iba a tener una revancha definitiva, porque las injusticias no son eternas; que el tercer puesto de la Copa América de 2019 era un comienzo, una mecha que empezaba a prenderse; que los partidos invictos empezaron a acumularse, y que una curiosa confianza en un equipo nuevo volvía a encenderse. Pero estaba el miedo a ese estigma y a una nueva tristeza. Claro que lo estaba. 

 

Imagen Lloris no llega. Nunca va a llegar.
Lloris no llega. Nunca va a llegar.
 

La pelota sigue el viaje hasta el arco, parece que Lloris elige el otro palo. 

No estaba él solo, por supuesto que no. Lo acompañaba un equipo que se hacía notar en cada pase, en cada grito de gol, en cada festejo de un penal atajado. Y cuando los goles llegaban, también llegaban más ilusiones. Y no importaban las voces que aparecían, había algo más. Algo que no aparecía en las otras finales. Y se pudo ganar la Copa América de 2021, en un Maracaná vacío pero que se hizo llenar de gritos que aparecían desde lo profundo de los años. Esos gritos que venían juntándose como arena en el desierto.

No, no va a llegar Lloris. Parece que va a entrar la pelota. 

Pero quedaba una sola marca, un solo momento más. Los años del jugador rosarino empezaban a acumularse, y si bien tenía 41 títulos en su haber, le faltaba un solo objetivo. Hay quienes son campeones para todos los torneos, pero uno solo de esos justifica al resto. Y el jugador rosarino lo sabía. Y el Mundial empezó con una cachetada del destino: perder contra Arabia Saudita un invicto de 36 partidos en el inicio fue algo que dolió. Pero las caídas son parte del heroísmo. Y las victorias llegaron: México, Polonia, Australia, la agonía ante Países Bajos junto con los penales y la goleada ante Croacia. Y ahora, después de 175 minutos en donde las uñas y los nervios se iban comiendo a sí mismas, después de estar ganando con autoridad, y recibir dos goles injustos, volver a ganar y que vuelvan a empatar, quedaban los penales. Y otra vez las manos de un arquero, desconocido hacía apenas tres años, nos ayudaban a escalar a lo más alto. Quedaba un solo penal. El de Montiel. Que ahí viaja hasta el arco.

Y que entra.

Y que borra las cicatrices. 

 

El gol de Montiel
 

Foto de portada e interiores: AFP