Literatura deportiva

Barras, hinchas y violencia en el fútbol: la era del aguante

“Mucho se habla de la violencia en el fútbol, pero mucho más se desconoce”, advierte el autor de una obra que invita a reflexionar.

Por Redacción EG ·

20 de diciembre de 2022

EL FÚTBOL lleva intrínseca una porción concreta de su matriz que por el momento no encontró solución: la violencia. Desde que hay fútbol hay violencias: el tema no es nuevo ni nada que se le parezca. Y son muchos los actores que rodean al espectáculo que hacen gala de prácticas violentas, no se trata sólo de los barras.

La historización y el rechazo de los lugares comunes permiten una reflexión profunda sobre una problemática cuya complejidad existe aunque suela negarse. La obra es del antropólogo José Garriga Zucal, también investigador del CONICET, y editada por Planeta.

Violencia y más violencia

Las barras bravas, desde el comienzo de la década de los años 1980 a la actualidad, se convirtieron en actor protagónico del escenario violento en el fútbol de la Argentina. No hay gambeta que eluda esta cuestión.

La violencia no es nueva, pero a partir de entonces sus formas se consolidaron y ganaron legitimidad. Y se instaló la era del aguante, la era de las violencias. La era del aguante comprende en su sola definición la legitimidad de la violencia. En esto las barras cumplen una función protagónica: son la causa y el efecto de esta legitimidad. Su emergencia deviene del resultado de una modificación de las violencias legítimas y, luego, ellas mismas contribuyen a fortalecer esa modificación.

El conocimiento del modus operandi de las barras, sus lógicas de acción y sus mundos de relaciones, nos habilita a reflexionar sobre la era del aguante. Y, así, nos permite el abordaje preciso de un problema complejo que la mayor de veces se analiza con liviandad.

(...) Nuestro punto de partida se sostiene en dos certezas. La primera: siempre hubo violencia en el fútbol. Desde que hay fútbol hay violencias; olvidar esta trágica historia lleva a varias confusiones. Una de ellas, acaso la principal, se encuentra en una argumentación falaz que concibe la violencia como un problema reciente vinculado a la descomposición social.

Y de ahí se responsabiliza a las barras de la degradación de un espectáculo que antaño se presuponía puro e impoluto. La segunda certeza: muchos de los actores del mundo del fútbol tienen prácticas violentas. Señalar sólo a las barras y olvidar las otras formas de la violencia es un ejercicio recurrente que reduce la complejidad de esta problemática.

Las barras

La barra es un grupo organizado de espectadores. Tres son las características que los definen: su vinculación a la fiesta, a los negocios y a las prácticas violentas. En nuestro país todos los clubes de fútbol masculino y profesional tienen su barra. El número de los integrantes de la barra varía según la magnitud del club: en los más chicos puede ser un puñado de veinte hinchas y en los más grandes, cientos. Sin embargo todos los clubes, grandes o chicos, tienen una barra. Cada una de ellas se identifica por su nombre. Los nombres de las barras de los clubes grandes -La 12, Los Borrachos, la Guardia Imperial- son reconocidos en el mundo del fútbol internacional.

Este fenómeno de identificación no es sólo porteño, sino también se repite en las barras del interior del país. El nombre conforma la pertenencia. Cada barra exhibe en espacios centrales de las tribunas enormes banderas con su nombre. La centralidad señala el poder del grupo. La barra tiene una estructura jerárquica piramidal: los líderes, que son sólo unos pocos, ocupan el lugar más alto; más abajo, las segundas líneas; y, luego, sigue “la tropa”. Los jefes -“capos”- definen y planifican los viajes, el traslado de las banderas -“trapos”-, la obtención de las entradas, el alquiler de micros, la compra de pirotecnia o globos, entre otras tareas. Su liderazgo se sustenta en la lucha, pero todos tienen en común una dosis de carisma que explica en buena parte la posición que ostentan. Además son ellos los que se encargan de conseguir los recursos y de su distribución.

 

Imagen La era del aguante, de José Garriga Zucal (Planeta).
La era del aguante, de José Garriga Zucal (Planeta).
 

Barras for export

El aguante es un fenómeno argentino que se ha difundido por Latinoamérica. En cada lugar donde se ha propagado se amalgama con las particularidades locales creando algo nuevo y diferente. El aguante y las barras son el resultado del devenir de las instituciones deportivas, de las formas en las que en nuestro país se legitimó la violencia y de la vinculación específica entablada entre territorios, cuerpos y masculinidad.

Estas formas de la violencia guardan similitudes con las del resto de Latinoamérica -en muchos lugares se habla de aguante pero cada uno tiene una conjugación propia-. En Brasil una “torcida” tiene una relación completamente diferente con la institución deportiva: las torcidas son organizaciones formales, constituidas por un estatuto. Los “parches” colombianos son grupos organizados de espectadores escasamente relacionados con las dirigencias deportivas, cuestión central para entender a las barras.

En cada uno de nuestros países vecinos la fisonomía de la violencia en el fútbol es diferente. Por otro lado muchos miembros de las barras viajan una vez cada cuatro años para ver a la Selección masculina en el Mundial de fútbol. Este viaje supone en muchos casos una suspensión de los antagonismos que regulan su cotidianeidad. Así, una vez más, se constata que la violencia es un recurso que se usa según los contextos de acción. Los barras de diferentes equipos van al Mundial y comparten tribunas sin provocar grandes enfrentamientos entre ellos, aunque enfrentándose a los extranjeros.

Una lógica de fusión y fisión aúna a los barras nacionales contra los extranjeros. Una de las peleas más recordadas la protagonizaron los argentinos contra los ingleses en 1986. Si bien circularon muchas versiones de ese choque, no quedan dudas de que simpatizantes profundamente enemistados, como Chacarita y Boca, se aliaron y enfrentaron a los hooligans.

Siempre hubo hinchas vinculados a la violencia que viajaron para ver a la Selección nacional. Durante el Campeonato Sudamericano de 1924 que se jugó en Uruguay se produjo un enfrenamiento entre espectadores argentinos y uruguayos. Un hincha de Boca -“un rufián”, según las representaciones periodísticas de la época- asesinó de un tiro a un uruguayo. Los dirigentes argentinos se pusieron de acuerdo en sacar al asesino y librarlo de la justicia uruguaya. La violencia de exportación tiene larga data.

*Extracto del libro La era del aguante (Planeta)