LAS CRÓNICAS DE EL GRÁFICO

El golpe, la historia detrás de la foto más emblemática

Por Martín Mazur · 30 de julio de 2015

Nadie vio la piña con la que Ali noqueó a Liston el 25 de mayo de 1965, pero la foto icónica fue más que un golpe de suerte.


Probablemente se trate de una de las fotos más reconocibles de la historia del deporte. Los protagonistas son tres: Muhammad Ali, Sonny Liston y la lona. El cuadro se completa con tres cuerdas, seis fotógrafos y el público como decorado. Sucedió el 25 de mayo de 1965.

Esa noche, en Lewiston, Maine, pocos detectaron el golpe que propició el nocaut demoledor de Ali a Liston, en el primer round. Luego se lo llamó phantom punch, la piña fantasma. Para muchos fue una extraordinaria muestra de la velocidad de Ali, que logró asestar un pequeño gancho decisivo. De los que no creyeron por no haber visto surgieron, por supuesto, algunas teorías conspirativas. No faltaron quienes sembraran dudas sobre la autenticidad del golpe, con teorías conspirativas que incluían a la mafia y a los extremistas musulmanes. En algún video hasta se ve a Ali que le pregunta a alguien de su rincón: “¿Le pegué?”. De hecho, como para completar la parábola perfecta de la deportividad, el alarido de Ali en la foto no es el del vencedor al vencido, sino el del boxeador que le reclama a su oponente que se levante para seguir peleando.

Era la segunda pelea entre Ali (quien había dejado de ser Cassius Clay para el primer combate, en 1964) y Liston. Terminó demasiado rápido. Y entonces, llegó la famosa foto. La hemos estado viendo por décadas en portadas de libros, revistas y merchandising. Y fue naturalmente elegida como tapa de la edición especial con las mejores fotos deportivas del siglo de la revista Sports Illustrated.




Lo llamativo es que el joven fotógrafo que retrató el momento para Sports Illustrated no tuvo una recompensa inmediata. La obra maestra de Neil Leifer, por entonces de 22 años, no llegó a la tapa de la revista, sino que apenas se publicó en el interior.

Leifer no tenía el rango de otros fotógrafos en la revista, pero sí tenía la curiosidad de los que siempre buscan algo distinto. Esa noche, tal cual contó en el diario Iowa Review, decidió poner el último rollo de Kodak, Ektachrome, en su cámara de formato medio Rolleiflex. Una jugada audaz que le permitía sacar fotos en color en el reino del blanco y negro, pero que conllevaba un riesgo grande: que la mayoría de los disparos terminaran en una acuarela inutilizable, dada la gran complejidad de luces y cálculos que había que hacer para que el color apareciera fielmente en el resultado final. Y todo calculado en fracciones de segundo.  

Leifer tampoco pudo ir con el resto de los fotógrafos a los lugares preferidos. Herb Scharfman, su colega con mucha más antigüedad en Sports Illustrated, se quedó con el mejor lugar, junto a los jurados.

Y había algo más, según cuenta el periodista Dave Moody en la revista Slate: Leifer era un francotirador contra un pelotón de fotógrafos que disparaban con ametralladoras. “Tenía un solo disparo, a diferencia de los otros que contaban con cámaras semiautomáticas que les permitían hacer click-click-click cuando alguien estuviera en la lona”. Leifer, en cambio, tenía que disparar, recargar y recién ahí podía volver a disparar.

Por eso, para conseguir la obra maestra, tuvo que apelar a la paciencia y a su ojo artístico. No podía darse el lujo de disparar hasta no estar completamente seguro. Era su única oportunidad.

“La suerte es todo en la fotografía deportiva. Pero la diferencia entre los fotógrafos top respecto de los ordinarios, es que cuando tienen suerte, nunca fallan”, dijo Leifer muchos años después. Su suerte fue haber tenido que ir al otro lado del ring, porque de lo contrario, Ali le habría quedado de espaldas. “No importaba qué tan bueno fuera Herbie, estaba en el lugar equivocado”, dijo después sobre su colega y adversario de Sports Illustrated. Como hacían los grandes maestros de la pintura y escultura del renacimiento con sus rivales, Scharfman quedó ridiculizado en la obra de Leifer: es el pelado que está entre las piernas de Ali. Vaya modo de dejarlo inmortalizado.

Pero aunque Liston cayó enfrente suyo, el resto es todo mérito de Leifer. Un tiro y cien por ciento de eficacia. Angulo, color y momento perfecto. El problema es que por entonces nadie le prestó demasiada atención.




Hubo otro fotógrafo, John Rooney, que compartió el lugar del lado de donde estaba Leifer y también capturó el momento icónico. De hecho, estaba todavía mejor ubicado, a la izquierda de Leifer. Sin embargo, la comparación entre las dos imágenes es contundente: una es en color y la otra en blanco y negro; una tiene los contornos marcados y en la otra, se ven difusos; y una tiene la perfección del formato medio, que permite ver la inmensidad del ring y las luces que llegan desde arriba, cuando la otra es un rectángulo que desactiva el contexto. Rooney usaba una 35mm con rollo Tri-X. En definitiva, no se trataba sólo de suerte, sino también de preparación y visión artística. La foto de Rooney es perfecta para un papel de diario, casi un nocaut unidimensional. La de Leifer nos permite divagar por el cuadro como si estuviéramos en una película 3D. Y posarnos, por ejemplo, en las caras de sorpresa de los tres espectadores que también están entre las piernas de Ali, todos con la boca abierta sin poder creer lo que están viendo.

La mirada de Scharfman no tiene nada que ver con la sorpresa, sino con la certeza de que Leifer lo acababa de fulminar.

Pasaron meses con la foto archivada sin vestigios de que volviera a ser publicada, hasta que Leifer –convencido de que se trataba de una gran toma– la presentó en el concurso de las mejores fotos del año. Nada. Ni siquiera le dieron una mención. El primer premio se lo dieron a Rooney, el de la foto en blanco y negro.

El mundo (o los medios y los jurados, en realidad) no estaba todavía preparado para la obra maestra de Leifer. A lo largo de su vida, las fotos de Leifer llegaron a ser tapa de Sports Illustrated más de 150 veces y otras 40 de Time. A Ali lo fotografió en más de 20 producciones especiales y cubrió 35 de sus peleas.

1064 CANTIDAD DE PALABRAS

Un año después de su icónica foto, Leifer decidió ubicar una cámara en lo alto del Houston Astrodome y desde allí capturó el nocaut a Cleveland Williams. Otra obra maestra. Y otro golpe de suerte, quizás.

Por Martín Mazur

Nota publicada en la edición de julio de 2015 de El Gráfico

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