LAS ENTREVISTAS DE EL GRÁFICO

2008. “De Boca se extraña todo“

Por Redacción EG · 23 de febrero de 2020

El Cata Díaz llevaba un año lejos de Boca, jugaba en el Getafe donde la realidad es totalmente diferente. En esta entrevista se abre y habla de la Selección y su familia.


-Ho­la, Ca­ta, ¿có­mo an­dan por allá?

-To­do bien, Ca­ta, los chi­cos sa­lie­ron ¿y us­ted?

-Bien, Ca­ta, gra­cias. Man­da­le un be­so a To­más y otro a Ca­ta.

-Per­fec­to, Ca­ta, ha­bla­mos ma­ña­na.

 

Un diá­lo­go de­li­ran­te, ca­so de atar, con un pro­ta­go­nis­ta al que re­sul­ta di­fí­cil ima­gi­nar co­mo par­tí­ci­pe de se­me­jan­te pa­ro­dia. Por­que si a uno le dan a ele­gir 100 ju­ga­do­res pa­ra no cru­zár­se­los una no­che en un ca­lle­jón sin lu­ces o le pi­den ha­cer un ran­king de los 15 fut­bo­lis­tas más se­rios del fút­bol ar­gen­ti­no o le su­gie­ren un in­ven­ta­rio con 50 de­fen­so­res a los que uno no se atre­ve­ría ni si­quie­ra a pa­sar­les a cin­co me­tros a la re­don­da, Da­niel Al­ber­to Díaz, Ca­ta pa­ra el mun­do de la pe­lo­ta, ga­na­ría de ca­be­za to­das las en­cues­tas.

Sin em­bar­go, es­te ca­ta­mar­que­ño que he­re­dó el nom­bre de un tal Pas­sa­re­lla por de­sig­nio de un pa­dre bos­te­ro pe­ro ar­gen­ti­no has­ta las mue­las, y que es Ca­ta aun en el se­no fa­mi­liar, son­ríe con ga­nas a la ho­ra de re­crear las char­las que tie­ne con su sue­gra y con su hi­ja, am­bas Ca­ta­li­nas. Un fes­tín pa­ra Tan­ga­lan­ga y sus se­cua­ces.

-Y si tu mu­jer gri­ta “Ca­ta” des­de la co­ci­na, ¿quién va: vos o tu hi­ja?

-Yo, a mi hi­ja ya le de­ci­mos Caty.

-Y tus com­pa­ñe­ros, ¿có­mo te di­cen?

-Ca­ta, in­clu­so en la ca­mi­se­ta me pu­sie­ron “Ca­ta“ en la es­pal­da. Me pre­gun­ta­ron qué sig­ni­fi­ca­ba y les con­té que na­cí en una pro­vin­cia lla­ma­da Ca­ta­mar­ca y que en la pen­sión de Cen­tral me em­pe­za­ron a de­cir así. No la co­no­cían.

-De­be ser un or­gu­llo sa­car a pa­sear a tu pro­vin­cia por el mun­do, ¿no?

-¡Qué te pa­re­ce! He ju­ga­do en va­rias ciu­da­des de Eu­ro­pa y ahí es­ta­ba “Ca­ta“ pa­ra que lo vie­ran to­dos. Ima­gi­na­te lo que sien­ten mi her­ma­na y mi abue­la, que vi­ven to­da­vía en Ca­ta­mar­ca...

Da­niel Al­ber­to con­ser­va aún en sus ex­pre­sio­nes la to­na­da del hom­bre del in­te­rior. Con­se­guir la en­tre­vis­ta no re­sul­tó sen­ci­llo. “Con Pa­to y Us­ta­ri pue­do ha­blar y com­bi­nar­te el ho­ra­rio, pe­ro con Ca­ta haz­lo di­rec­ta­men­te tú”, ha­bía an­ti­ci­pa­do Luz Mon­zón, la efi­cien­ta je­fa de pren­sa del Ge­ta­fe. “Es que al Ca­ta no le gus­ta dar en­tre­vis­tas, en­ton­ces lo res­pe­to y no me me­to”, con­clu­yó.

 

Patrón con la camiseta azul del Getafe.
 

Abor­dar­lo a la sa­li­da de su “pri­me­ra vez” en el Ber­na­béu, des­pués de ha­ber­le cor­ta­do al Ma­drid una ra­cha de 18 vic­to­rias con­se­cu­ti­vas por li­ga en su cam­po, y na­da me­nos que con un triun­fo por 1-0 en el que se “co­mió” a Raúl y Van Nis­tel­rooy co­mo si fue­ran dos pi­chis del Ju­ven­tud Uni­da de San­ta Ro­sa, el club en el que se ini­ció nues­tro hom­bre, era una si­tua­ción pro­pi­cia. Al me­nos pa­ra un pri­mer acer­ca­mien­to. Y allí re­sul­tó evi­den­te que an­tes que fas­ti­dio an­te la pren­sa, lo que pre­do­mi­na en el ca­rác­ter del Ca­ta es una abru­ma­do­ra ti­mi­dez.

En su pri­me­ra tem­po­ra­da en Es­pa­ña, Díaz fue el bas­tión de una de­fen­sa que lle­vó al mo­des­to Ge­ta­fe a pe­lear en los tres fren­tes, ca­si has­ta el fi­nal de la tem­po­ra­da. Tro­pe­zó in­só­li­ta­men­te an­te el po­de­ro­so Ba­yern Mu­nich cuan­do ya es­ta­ba con un pie en se­mi­fi­na­les de la UE­FA y a la se­ma­na, sin ha­ber­se re­pues­to aún de ese ma­za­zo, per­dió la fi­nal de la Co­pa del Rey an­te el Va­len­cia. El Ca­ta re­cién re­tor­nó al equi­po pa­ra ese cho­que, por­que ve­nía de su­frir una le­sión im­pen­sa­da, que le de­man­dó 40 días de re­cu­pe­ra­ción: “Fue la pri­me­ra le­sión que tu­ve en la ro­di­lla, una le­sión ton­ta, ha­cien­do un jue­go de po­se­sión en una prác­ti­ca, un com­pa­ñe­ro me lle­vó la pier­na y tu­ve un es­guin­ce. Nun­ca en mi ca­rre­ra ha­bía es­ta­do tan­to tiem­po pa­ra­do, me que­ría mo­rir”.

No hay na­da peor pa­ra un de­por­tis­ta que ver­la des­de afue­ra, y el Ca­ta su­frió la eli­mi­na­ción an­te el Ba­yern. “Fue una lás­ti­ma que en tan po­co tiem­po se ha­ya aca­ba­do la ilu­sión que te­nía­mos. La fi­nal con el Va­len­cia, no la ju­ga­mos co­mo lo ve­nía­mos ha­cien­do”, se la­men­ta, con las ma­nos va­cías, sa­bien­do que aho­ra la mi­sión -com­ple­ja, por los fac­to­res aní­mi­cos-, es po­ner a sal­vo al Ge­ta­fe de la zo­na ro­ja de la ta­bla.

-¿Qué ba­lan­ce ha­cés de tu pri­me­ra tem­po­ra­da en Eu­ro­pa? ¿Te cos­tó la adap­ta­ción?

-Por lo que es­cu­cho, la gen­te es­tá con­ten­ta con­mi­go. No me cos­tó mu­cho, ya ve­nía de ju­gar en Bo­ca y de en­fren­tar a gran­des ju­ga­do­res, en­ton­ces no no­té una di­fe­ren­cia. Por ahí se jue­ga un po­co más rá­pi­do, na­da más.

-¿Qué es más di­fí­cil: adap­tar­se a Bo­ca vi­nien­do del in­te­rior, o al Ge­ta­fe vi­nien­do de Bo­ca?

-Es más di­fí­cil lle­gar a Bo­ca. Yo tu­ve la suer­te de vi­vir dos años lle­nos de éxi­tos. Nun­ca ha­bía so­ña­do que po­dría ju­gar en Bo­ca, es la ilu­sión de to­do pi­be. Fue una ex­pe­rien­cia inol­vi­da­ble.

-De go­les, ni ha­blar en el Ge­ta­fe.

-To­da­vía es­toy in­vic­to. Ti­ros li­bres no pa­teo por­que no prac­ti­co. En Bo­ca me que­da­ba con Mo­rel, el Po­cho y el Tu­cu prac­ti­can­do y me­jo­rás. Y acá, na­da. Tam­po­co voy a su­bir pa­ra es­tar pe­leán­do­me por un ti­ro li­bre. Pa­sa un po­co por la con­fian­za, por la suer­te de ir y me­ter uno, eso te ayu­da y te per­mi­te ga­nar­te un lu­gar.

-¿Sen­tís que in­cor­po­ras­te al­go?

-Siem­pre uno apren­de, te mo­vés más tran­qui­lo; pe­ro mi jue­go no va­ría, siem­pre igual: sa­cri­fi­cio, con­cen­tra­ción, no hay gran­des mis­te­rios. Tu­ve la chan­ce de ju­gar co­mo cen­tral por la de­re­cha, que es el pues­to más có­mo­do pa­ra mí.

-¿A Lau­drup ya lo sa­cu­dis­te en al­gún pi­ca­do?

-To­da­vía no (ri­sas). Lau­drup se pren­de en ejer­ci­cios de te­nen­cia, jue­ga, y es diez pun­tos con la pe­lo­ta. Tie­ne con­cep­tos cla­ros, de buen fút­bol, de to­que, de no ti­rar pe­lo­ta­zos. Tam­bién te da tran­qui­li­dad pa­ra ju­gar.

-Tu de­but en el Ber­na­béu fue per­fec­to. ¿Qué se te cru­zó por la men­te?

-Cuan­do en­trás a un es­ta­dio así, im­pre­sio­nan­te, se te vie­ne en unos se­gun­dos la pe­lí­cu­la de tu vi­da: te acor­dás de los co­mien­zos, de Ju­ven­tud, del pa­so por Cen­tral, vas ha­cien­do to­das las pa­ra­das. Yo so­ña­ba con ser ju­ga­dor pro­fe­sio­nal, pe­ro ja­más ima­gi­né que iba a lle­gar a Bo­ca, a la Se­lec­ción, a en­trar a un es­ta­dio co­mo el del Ma­drid. Re­pa­sás la se­cuen­cia des­de el prin­ci­pio y te shoc­kea un po­co, uno se que­da sor­pren­di­do.

-¿De la Co­pa Amé­ri­ca vol­vis­te con­ten­to o tris­te?

-Con­ten­to. La se­lec­ción es al­go im­por­tan­te pa­ra to­dos los ju­ga­do­res, lle­gan muy po­cos, y es­tar en un tor­neo co­mo la Co­pa Amé­ri­ca... Me to­có ju­gar un so­lo par­ti­do pe­ro fue muy lin­do. Pa­ra na­da me eno­jé. El téc­ni­co de­be to­mar una de­ci­sión, co­mo tam­bién fue una de­ci­sión lle­var­me a la Co­pa. Yo le es­toy muy agra­de­ci­do al Co­co.

-¿Te ves en el Mun­dial 2010?

-Hay que es­tar tran­qui­lo y ju­gar bien en el club. Con esas pre­mi­sas uno nun­ca per­de­rá la ilu­sión.

 

El Cata en el estadio del Getafe.
 

El ros­tro del Ca­ta, sur­ca­do de as­pe­re­zas y mar­cas, re­su­me una vi­da sig­na­da por las ca­ren­cias. Su pa­dre y su ma­dre mu­rie­ron cuan­do él te­nía en­tre 4 y 6 años y fue cria­do por su abue­la Do­ña Ju­lia, ro­dea­do de her­ma­nos y tíos; y por el Ne­gro No­lan, a quien el Ca­ta se en­car­ga de des­ta­car co­mo un pa­dre.

“En ese mo­men­to era chi­co y no era cons­cien­te de lo que fal­ta­ba, des­pués, con el tiem­po, sí. Mu­cho no pre­gun­té de qué ha­bían muer­to, creo que no me que­rían con­tar y no in­sis­tí”, se sin­ce­ra, y uno ter­mi­na de en­ten­der el ger­men de esa ru­de­za que ex­po­ne en los cam­pos de jue­go. Sin esa cás­ca­ra, no hu­bie­ra so­bre­vi­vi­do.

“Las co­sas siem­pre me cos­ta­ron mu­cho, sé las que pa­sé des­de que ju­ga­ba en Ca­ta­mar­ca. Me to­có ir a Ro­sa­rio; por suer­te me ayu­dó mi her­ma­no que es­ta­ba en las in­fe­rio­res de Cen­tral y me pa­ga­ba la pen­sión, por­que en el club no ha­bía lu­gar, des­pués sí se hi­zo uno”, con­ti­núa.

-Ca­si no ha­blás con la pren­sa, ¿por qué es?

-Por ti­mi­dez, so­lo eso, no me gus­ta ha­blar. Soy de ir y en­tre­nar­me, las no­tas me dan ver­güen­za. No quie­ro que pien­sen que lo ha­go por agran­da­do.

-En la can­cha es­tás con ca­ra de ma­lo, ¿lo ha­cés pa­ra que no se atre­van a en­ca­rar­te?

-Aden­tro de la can­cha soy así: ten­go ca­ra de ma­lo, pe­ro en el ves­tua­rio soy to­do lo con­tra­rio, me gus­ta jo­der, ha­cer bro­mas; pre­gun­ta­les a Ro­dri­go (por Pa­la­cio) o a cual­quie­ra de los mu­cha­chos de Bo­ca y te lo van a de­cir. Cuan­do en­tro, me trans­for­mo, y a ve­ces me ca­lien­to más de lo nor­mal. Tam­bién me pa­sa afue­ra. Cuan­do vi­vía en Bue­nos Ai­res, uno me gri­ta­ba al­go por la ca­lle y en­se­gui­da me ca­len­ta­ba y le de­cía de to­do.

-¿Ex­tra­ñás Bo­ca?

-Cla­ro que ex­tra­ño, cuan­do ju­ga­ron la fi­nal con el Mi­lan se hi­zo di­fí­cil, por­que fui par­tí­ci­pe de la Li­ber­ta­do­res y que­ría es­tar en Ja­pón. Ob­vio que es­ta opor­tu­ni­dad era bue­na en lo eco­nó­mi­co pa­ra mí, pe­ro Bo­ca se ex­tra­ña: se ex­tra­ña la can­cha, la gen­te, ju­gar, se ex­tra­ña sa­lir a la ca­lle y que te ha­blen de Bo­ca to­do el día, lle­var a la es­cue­la al ne­ne y que to­dos te ha­blen de Bo­ca. Oja­lá pue­da te­ner la po­si­bi­li­dad de ju­gar otra vez en Bo­ca. Lo veo di­fí­cil por­que se bus­can ju­ga­do­res más jó­ve­nes, pe­ro no pier­do la es­pe­ran­za. Lo que vi­ví en ese club fue al­go ex­traor­di­na­rio.

-¿Vos que­rías ir­te de Bo­ca o no? En 2006 de­cla­ras­te que te que­rías que­dar mu­chos años más...

-Fue to­do muy rá­pi­do, es­ta­ba en la Co­pa Amé­ri­ca, me lla­mó el pre­si­den­te del Ge­ta­fe, ha­bla­ron con Bo­ca, le da­ban bue­na pla­ta y se ce­rró. No ha­bía mu­cho tiem­po pa­ra de­ci­dir, yo tam­bién fir­ma­ba un muy buen con­tra­to. Eso no quie­re de­cir que uno no ex­tra­ñe. Aho­ra me que­dan tres años, ve­re­mos qué pa­sa cuan­do ter­mi­ne el cam­peo­na­to, si hay al­gu­na po­si­bi­li­dad de pa­sar a otro equi­po. Uno siem­pre quie­re me­jo­rar, oja­lá se pue­da dar; si me to­ca que­dar­me, en la pró­xi­ma tem­po­ra­da va a ser di­fí­cil re­pe­tir es­to. Es di­fí­cil lle­gar tres años se­gui­dos a una fi­nal de Co­pa del Rey.

-Ha­ce un tiem­po tras­cen­dió que La Vol­pe una vez te es­cu­chó y di­jo que por fin te cono­cía la voz, ¿es cier­to?

-Yo ha­blo lo nor­mal, siem­pre fui igual: voy a en­tre­nar­me, tra­to de dar lo me­jor en el en­tre­na­mien­to, vuel­vo a mi ca­sa, es­toy con mi fa­mi­lia. He si­do así con Me­not­ti, Ba­si­le, con el Pa­tón Bau­za, con Rus­so, con to­dos. Nun­ca fui de ha­blar, eso no quie­re de­cir que aden­tro de la can­cha du­da­ra. Por ahí La Vol­pe en ese mo­men­to se re­fe­ría a ha­blar al­go en la prác­ti­ca. Con el Co­co, que me tu­vo en Co­lón y me lle­vó a Bo­ca des­pués, siem­pre tu­ve una gran re­la­ción pe­ro si ha­bla­mos 3 o 4 ve­ces ha­brá si­do mu­cho.

-¿Nun­ca tu­vis­te ga­nas de res­pon­der­le a La Vol­pe, de en­ca­rar­lo en un cuar­to?

-Nun­ca le per­de­ría el res­pe­to a na­die, ob­vio que no me gus­tó lo que di­jo, por­que yo siem­pre fui igual, pe­ro tal vez no me co­no­cía y no sa­bía có­mo era yo.

Asi era el Ca­ta. Así es. Ca­paz de abrir la co­ra­za por unos mi­nu­tos y mos­trar su ver­da­de­ra esen­cia con son­ri­sas in­clui­das.

 

El Kaiser

“Mi viejo era de Boca, pero le encantaba cómo sentía Passarella la camiseta de la Selección. Por eso me puso Daniel Alberto. Nunca hablé con Daniel del tema, me gustaría hacerlo“.

Posa en el Gigante de Arroyito con una foto de Daniel Alberto Passarella.
 

 

Por Diego Borinsky (2008).

Fotos: Diario AS.


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