-Hola, Cata, ¿cómo andan por allá?
-Todo bien, Cata, los chicos salieron ¿y usted?
-Bien, Cata, gracias. Mandale un beso a Tomás y otro a Cata.
-Perfecto, Cata, hablamos mañana.
Un diálogo delirante, caso de atar, con un protagonista al que resulta difícil imaginar como partícipe de semejante parodia. Porque si a uno le dan a elegir 100 jugadores para no cruzárselos una noche en un callejón sin luces o le piden hacer un ranking de los 15 futbolistas más serios del fútbol argentino o le sugieren un inventario con 50 defensores a los que uno no se atrevería ni siquiera a pasarles a cinco metros a la redonda, Daniel Alberto Díaz, Cata para el mundo de la pelota, ganaría de cabeza todas las encuestas.
Sin embargo, este catamarqueño que heredó el nombre de un tal Passarella por designio de un padre bostero pero argentino hasta las muelas, y que es Cata aun en el seno familiar, sonríe con ganas a la hora de recrear las charlas que tiene con su suegra y con su hija, ambas Catalinas. Un festín para Tangalanga y sus secuaces.
-Y si tu mujer grita “Cata” desde la cocina, ¿quién va: vos o tu hija?
-Yo, a mi hija ya le decimos Caty.
-Y tus compañeros, ¿cómo te dicen?
-Cata, incluso en la camiseta me pusieron “Cata“ en la espalda. Me preguntaron qué significaba y les conté que nací en una provincia llamada Catamarca y que en la pensión de Central me empezaron a decir así. No la conocían.
-Debe ser un orgullo sacar a pasear a tu provincia por el mundo, ¿no?
-¡Qué te parece! He jugado en varias ciudades de Europa y ahí estaba “Cata“ para que lo vieran todos. Imaginate lo que sienten mi hermana y mi abuela, que viven todavía en Catamarca...
Daniel Alberto conserva aún en sus expresiones la tonada del hombre del interior. Conseguir la entrevista no resultó sencillo. “Con Pato y Ustari puedo hablar y combinarte el horario, pero con Cata hazlo directamente tú”, había anticipado Luz Monzón, la eficienta jefa de prensa del Getafe. “Es que al Cata no le gusta dar entrevistas, entonces lo respeto y no me meto”, concluyó.
Abordarlo a la salida de su “primera vez” en el Bernabéu, después de haberle cortado al Madrid una racha de 18 victorias consecutivas por liga en su campo, y nada menos que con un triunfo por 1-0 en el que se “comió” a Raúl y Van Nistelrooy como si fueran dos pichis del Juventud Unida de Santa Rosa, el club en el que se inició nuestro hombre, era una situación propicia. Al menos para un primer acercamiento. Y allí resultó evidente que antes que fastidio ante la prensa, lo que predomina en el carácter del Cata es una abrumadora timidez.
En su primera temporada en España, Díaz fue el bastión de una defensa que llevó al modesto Getafe a pelear en los tres frentes, casi hasta el final de la temporada. Tropezó insólitamente ante el poderoso Bayern Munich cuando ya estaba con un pie en semifinales de la UEFA y a la semana, sin haberse repuesto aún de ese mazazo, perdió la final de la Copa del Rey ante el Valencia. El Cata recién retornó al equipo para ese choque, porque venía de sufrir una lesión impensada, que le demandó 40 días de recuperación: “Fue la primera lesión que tuve en la rodilla, una lesión tonta, haciendo un juego de posesión en una práctica, un compañero me llevó la pierna y tuve un esguince. Nunca en mi carrera había estado tanto tiempo parado, me quería morir”.
No hay nada peor para un deportista que verla desde afuera, y el Cata sufrió la eliminación ante el Bayern. “Fue una lástima que en tan poco tiempo se haya acabado la ilusión que teníamos. La final con el Valencia, no la jugamos como lo veníamos haciendo”, se lamenta, con las manos vacías, sabiendo que ahora la misión -compleja, por los factores anímicos-, es poner a salvo al Getafe de la zona roja de la tabla.
-¿Qué balance hacés de tu primera temporada en Europa? ¿Te costó la adaptación?
-Por lo que escucho, la gente está contenta conmigo. No me costó mucho, ya venía de jugar en Boca y de enfrentar a grandes jugadores, entonces no noté una diferencia. Por ahí se juega un poco más rápido, nada más.
-¿Qué es más difícil: adaptarse a Boca viniendo del interior, o al Getafe viniendo de Boca?
-Es más difícil llegar a Boca. Yo tuve la suerte de vivir dos años llenos de éxitos. Nunca había soñado que podría jugar en Boca, es la ilusión de todo pibe. Fue una experiencia inolvidable.
-De goles, ni hablar en el Getafe.
-Todavía estoy invicto. Tiros libres no pateo porque no practico. En Boca me quedaba con Morel, el Pocho y el Tucu practicando y mejorás. Y acá, nada. Tampoco voy a subir para estar peleándome por un tiro libre. Pasa un poco por la confianza, por la suerte de ir y meter uno, eso te ayuda y te permite ganarte un lugar.
-¿Sentís que incorporaste algo?
-Siempre uno aprende, te movés más tranquilo; pero mi juego no varía, siempre igual: sacrificio, concentración, no hay grandes misterios. Tuve la chance de jugar como central por la derecha, que es el puesto más cómodo para mí.
-¿A Laudrup ya lo sacudiste en algún picado?
-Todavía no (risas). Laudrup se prende en ejercicios de tenencia, juega, y es diez puntos con la pelota. Tiene conceptos claros, de buen fútbol, de toque, de no tirar pelotazos. También te da tranquilidad para jugar.
-Tu debut en el Bernabéu fue perfecto. ¿Qué se te cruzó por la mente?
-Cuando entrás a un estadio así, impresionante, se te viene en unos segundos la película de tu vida: te acordás de los comienzos, de Juventud, del paso por Central, vas haciendo todas las paradas. Yo soñaba con ser jugador profesional, pero jamás imaginé que iba a llegar a Boca, a la Selección, a entrar a un estadio como el del Madrid. Repasás la secuencia desde el principio y te shockea un poco, uno se queda sorprendido.
-¿De la Copa América volviste contento o triste?
-Contento. La selección es algo importante para todos los jugadores, llegan muy pocos, y estar en un torneo como la Copa América... Me tocó jugar un solo partido pero fue muy lindo. Para nada me enojé. El técnico debe tomar una decisión, como también fue una decisión llevarme a la Copa. Yo le estoy muy agradecido al Coco.
-¿Te ves en el Mundial 2010?
-Hay que estar tranquilo y jugar bien en el club. Con esas premisas uno nunca perderá la ilusión.
El rostro del Cata, surcado de asperezas y marcas, resume una vida signada por las carencias. Su padre y su madre murieron cuando él tenía entre 4 y 6 años y fue criado por su abuela Doña Julia, rodeado de hermanos y tíos; y por el Negro Nolan, a quien el Cata se encarga de destacar como un padre.
“En ese momento era chico y no era consciente de lo que faltaba, después, con el tiempo, sí. Mucho no pregunté de qué habían muerto, creo que no me querían contar y no insistí”, se sincera, y uno termina de entender el germen de esa rudeza que expone en los campos de juego. Sin esa cáscara, no hubiera sobrevivido.
“Las cosas siempre me costaron mucho, sé las que pasé desde que jugaba en Catamarca. Me tocó ir a Rosario; por suerte me ayudó mi hermano que estaba en las inferiores de Central y me pagaba la pensión, porque en el club no había lugar, después sí se hizo uno”, continúa.
-Casi no hablás con la prensa, ¿por qué es?
-Por timidez, solo eso, no me gusta hablar. Soy de ir y entrenarme, las notas me dan vergüenza. No quiero que piensen que lo hago por agrandado.
-En la cancha estás con cara de malo, ¿lo hacés para que no se atrevan a encararte?
-Adentro de la cancha soy así: tengo cara de malo, pero en el vestuario soy todo lo contrario, me gusta joder, hacer bromas; preguntales a Rodrigo (por Palacio) o a cualquiera de los muchachos de Boca y te lo van a decir. Cuando entro, me transformo, y a veces me caliento más de lo normal. También me pasa afuera. Cuando vivía en Buenos Aires, uno me gritaba algo por la calle y enseguida me calentaba y le decía de todo.
-¿Extrañás Boca?
-Claro que extraño, cuando jugaron la final con el Milan se hizo difícil, porque fui partícipe de la Libertadores y quería estar en Japón. Obvio que esta oportunidad era buena en lo económico para mí, pero Boca se extraña: se extraña la cancha, la gente, jugar, se extraña salir a la calle y que te hablen de Boca todo el día, llevar a la escuela al nene y que todos te hablen de Boca. Ojalá pueda tener la posibilidad de jugar otra vez en Boca. Lo veo difícil porque se buscan jugadores más jóvenes, pero no pierdo la esperanza. Lo que viví en ese club fue algo extraordinario.
-¿Vos querías irte de Boca o no? En 2006 declaraste que te querías quedar muchos años más...
-Fue todo muy rápido, estaba en la Copa América, me llamó el presidente del Getafe, hablaron con Boca, le daban buena plata y se cerró. No había mucho tiempo para decidir, yo también firmaba un muy buen contrato. Eso no quiere decir que uno no extrañe. Ahora me quedan tres años, veremos qué pasa cuando termine el campeonato, si hay alguna posibilidad de pasar a otro equipo. Uno siempre quiere mejorar, ojalá se pueda dar; si me toca quedarme, en la próxima temporada va a ser difícil repetir esto. Es difícil llegar tres años seguidos a una final de Copa del Rey.
-Hace un tiempo trascendió que La Volpe una vez te escuchó y dijo que por fin te conocía la voz, ¿es cierto?
-Yo hablo lo normal, siempre fui igual: voy a entrenarme, trato de dar lo mejor en el entrenamiento, vuelvo a mi casa, estoy con mi familia. He sido así con Menotti, Basile, con el Patón Bauza, con Russo, con todos. Nunca fui de hablar, eso no quiere decir que adentro de la cancha dudara. Por ahí La Volpe en ese momento se refería a hablar algo en la práctica. Con el Coco, que me tuvo en Colón y me llevó a Boca después, siempre tuve una gran relación pero si hablamos 3 o 4 veces habrá sido mucho.
-¿Nunca tuviste ganas de responderle a La Volpe, de encararlo en un cuarto?
-Nunca le perdería el respeto a nadie, obvio que no me gustó lo que dijo, porque yo siempre fui igual, pero tal vez no me conocía y no sabía cómo era yo.
Asi era el Cata. Así es. Capaz de abrir la coraza por unos minutos y mostrar su verdadera esencia con sonrisas incluidas.
“Mi viejo era de Boca, pero le encantaba cómo sentía Passarella la camiseta de la Selección. Por eso me puso Daniel Alberto. Nunca hablé con Daniel del tema, me gustaría hacerlo“.
Por Diego Borinsky (2008).
Fotos: Diario AS.