LAS ENTREVISTAS DE EL GRÁFICO

2006. Calderón 100x100

Por Redacción EG · 12 de agosto de 2019

Caldera responde las cien preguntas de El Gráfico, cuenta su difícil infancia, su paso por Gimnasia en las inferiores, el debut en Cambaceres y también los años de gloria en Independiente y Estudiantes.


1 ¿Quién es Jo­sé Luis Cal­de­rón? Un ti­po que siem­pre lo­gró lo que qui­so a tra­vés de tra­ba­jo y sa­cri­fi­cio. Un ti­po que an­tes era ca­ra­du­ra y aho­ra tí­mi­do. Un ti­po fron­tal, rec­to, con los có­di­gos que mu­chos per­die­ron.

2 ¿Y co­mo fut­bo­lis­ta? Un la­bu­ran­te. Con 36 años, si­go en­tre­nán­do­me co­mo el pri­mer día.

3 ¿Qué hi­cis­te con el pri­mer di­ne­ro que te dio el fút­bol? En el 94 ha­bía jun­ta­do mi pri­me­ra pla­ta im­por­tan­te pa­ra com­prar un de­par­ta­men­to. Mi vie­jo ven­día fru­ta en un ca­rri­to y se le rom­pió. “¿Qué te gus­ta­ría ha­cer?”, le pre­gun­té. “Un ta­xi se­ría ideal”, me di­jo. Fui, sa­qué la pla­ta, y le com­pré el ta­xi. Y lo pu­so to­do de Gim­na­sia: con cal­co­ma­nías, es­cu­do, ban­de­ri­ta...

Debutó en 1992 en el Pincha. Aquí, en sus inicios, en disputa con Carlos Mac Allister.

4 ¡¿Tu vie­jo era hin­cha de Gim­na­sia?! Sí. Mi vie­ja, yo y mis her­ma­nas so­mos de Es­tu­dian­tes. Y mi vie­jo era de Gim­na­sia. Pe­ro fa­ná­ti­co, en­fer­mo del Lo­bo. Me lle­va­ba a ver a Gim­na­sia los sá­ba­dos y con mi pa­dri­no iba los do­min­gos a ver a Es­tu­dian­tes. Y me hi­ce del Pin­cha. Se la tu­vo que ban­car.

5 ¿No ha­bía pi­ca? Una vez nos pe­lea­mos mal. Fue en el 95, cuan­do ga­na­mos el clá­si­co 3-0 con dos go­les míos y uno de Ca­tán. En un gol re­vo­leé la ca­mi­se­ta. Mi vie­jo siem­pre me es­pe­ra­ba con ma­te, tos­ta­das, y ha­blá­ba­mos del par­ti­do. Esa tar­de, lle­gué y me di­jo “te fe­li­ci­to, ¿es­tás con­ten­to?”. Y yo: “Sí, pa, ¿to­ma­mos unos ma­tes”. Aga­rró el ma­te y el ter­mo. “To­má, acá los te­nés, ce­ba­te vos so­li­to”. Y se fue. “Pe­ro, pa­pá, no te ca­len­tés”, le di­je. “Pe­ro pen­de­jo de mier­da, ¿qué te creés que sos?, ¿có­mo vas a re­vo­lear la ca­mi­se­ta así?”. Es­tu­vo una se­ma­na sin ha­blar­me. Siem­pre me que­dó una sen­sa­ción con él: nun­ca me de­mos­tró la fe­li­ci­dad que él te­nía por­que yo ju­ga­ra en Pri­me­ra. Si me­tía dos go­les, me cri­ti­ca­ba por un pa­se. Siem­pre me rom­pía los hue­vos. Por eso soy así hoy, muy exi­gen­te con­mi­go mis­mo, no me con­for­mo con na­da.

6 ¿Ima­gi­na­bas que ibas a lle­gar a los 36 años ju­gan­do en Pri­me­ra? Cuan­do vol­ví de Mé­xi­co a In­de­pen­dien­te y no ju­gué, en 2003, pen­sé en lar­gar to­do. Pe­ro me ter­mi­na­ron dan­do más fuer­za. “Les voy a de­mos­trar que es­toy pa­ra se­guir, por­que ten­go ham­bre y por­que no me van a re­ti­rar, si­no que yo so­li­to voy a to­mar esa de­ci­sión”.

7 ¿Cuál es la cla­ve de tu vi­gen­cia? El cuer­po te pa­sa la fac­tu­ra a par­tir de los 30 años. Si a esa edad el cuer­po no te res­pon­de, sig­ni­fi­ca que en la ju­ven­tud no hi­cis­te las co­sas bien. Es la se­ñal de có­mo te ma­ne­jas­te. Yo ja­más re­ci­bí esa se­ñal. To­do pa­sa por la ali­men­ta­ción, el cui­da­do per­so­nal, sa­ber cuán­do hay que sa­lir y cuán­do no. En eso soy muy rom­pe­pe­lo­tas.

8 ¿Has­ta cuán­tos días an­tes te per­mi­tís te­ner se­xo? Lo hi­ce has­ta un día an­tes de con­cen­trar, y to­do bien. Lo ha­blé con un psi­có­lo­go y con  mis com­pa­ñe­ros, y la con­clu­sión es que to­do pasa por la men­te. Por ahí es­tu­vis­te una o dos se­ma­nas sin se­xo, y no te po­dés mo­ver en la can­cha. Te ma­ta más la sa­li­da, ir a to­mar una cer­ve­za, el bai­le, el fra­ne­leo, el pre­ca­len­ta­mien­to en sí más que el res­to.

9 ¿Tan­ta bi­ci­cle­ta de pi­be in­flu­ye en es­te pre­sen­te? Pue­de ser. De jo­ven, la­bu­ra­ba en el cen­tro de La Pla­ta en una pa­na­de­ría, de ahí me iba en bi­ci diez ki­ló­me­tros has­ta En­se­na­da pa­ra prac­ti­car con Cam­ba­ce­res, y a la vuel­ta tam­bién en bi­ci. Eso lo hi­ce día por me­dio du­ran­te 3 años. O sea: 20 ki­ló­me­tros por día, 60 por se­ma­na, se­guí la cuen­ta vos...

10 ¿No ter­mi­na­bas fu­si­la­do? Sí, ha­bía días que pen­sa­ba: me ten­go que de­ci­dir, el tra­ba­jo o el fút­bol, que­ría ti­rar to­do por la ven­ta­na. En­ci­ma, por ahí caían los chi­cos del ba­rrio a bus­car­me: “Jo­se (acen­tuan­do la “o”), ¿va­mos a ju­gar un par­ti­do con los pi­bes por la cer­ve­za?”. Y arran­ca­ba.

11 Con esa ba­se, un en­tre­na­mien­to te de­be ha­cer cos­qui­llas. A ve­ces es­tás en­tre­nan­do y te aga­rran ba­jo­nes, o te que­jás por­que el pro­fe te ha­ce co­rrer seis pa­sa­das de cua­tro­cien­tos. Y yo pien­so: an­tes an­da­ba 20 ki­ló­me­tros en bi­ci, y en el me­dio me en­tre­na­ba, no me pue­do que­jar. Me la can­tó cla­ri­ta un día el Gor­do Ga­ris­to. Es­ta­ba co­mien­do en la con­cen­tra­ción y me tra­je­ron una mi­la­ne­sa un po­co cru­da. “Ade­la, me la pue­de co­ci­nar un po­co más”, le pe­dí. Y vi­no el Gor­do: “Cal­de­ra, ¡pe­ga­te una vuel­ta por el pa­sa­do! Acor­da­te del ma­te co­ci­do con pan du­ro”. Te­nía ra­zón. “Ade­la, traé­me­la así que es­tá bár­ba­ra”, le pe­dí en­se­gui­da. Hay que dar­se una vuel­ta por el pa­sa­do más se­gui­do.

12 ¿Te cui­dás con una die­ta es­pe­cial? De pi­be nun­ca su­pe lo que era una ali­men­ta­ción sa­na, co­mía lo que so­bra­ba. En Na­po­li, que no ju­gué, em­pe­cé a co­mer y co­mer, y el nu­tri­cio­nis­ta me dio una die­ta es­pe­cial. Me cos­tó un mon­tón cam­biar, pe­ro de a po­qui­to me fui adap­tan­do. Pro­hi­bi­do no ten­go na­da, por ahí to­dos los días me­to un bo­ca­di­to dul­ce con el ca­fé pa­ra sa­car­me la an­sie­dad. Y an­do bár­ba­ro.

13 Un par de con­se­jos cla­ves pa­ra me­ter go­les. Que el gol es un pa­se a la red, no siem­pre hay que ma­tar al ar­que­ro. Que en el área, el de­lan­te­ro siem­pre tie­ne un tiem­po más; a ve­ces pa­re­cie­ra que el de­lan­te­ro es­tá más de­ses­pe­ra­do que el de­fen­sor. Des­pués, es­tar ubi­ca­do, te­ner in­tui­ción de dón­de va a caer la pe­lo­ta. Cuan­do un go­lea­dor en­tra en se­quía, en ge­ne­ral es por­que vos vas pa­ra un la­do, y la pe­lo­ta pa­ra el otro la­do. Cuan­do es­tás de­re­cho, te cae don­de vos es­tás. Y la me­tés.

El éxtasis en el grito de Calderón. Metió tres en la goleada histórica al Lobo por 7-0.

14 ¿Sos de cha­mu­yar a los de­fen­so­res? Las pe­leas que ten­go con los de­fen­so­res pa­san por “vie­jo ma­ri­ca, te vi­vís ti­ran­do”. Yo les con­tes­to: “Sí, es­toy vie­jo, me ten­go que ti­rar por­que si­no no pue­do ju­gar”. Me lo to­mo en jo­da, y eso les da más fas­ti­dio. Lo que pa­sa es que los de­fen­so­res es­tán acos­tum­bra­dos a que ellos pe­guen y que no les pe­guen. Si vos es­tás acos­tum­bra­do a pe­gar, cuan­do te cho­can, ban­cá­te­la.

15 ¿Hay mu­cha pi­ca en­tre de­fen­so­res y de­lan­te­ros? Hoy lo ha­cen más pa­ra ven­der hu­mo que por otra co­sa, por­que sa­ben que an­te un mí­ni­mo ro­ce, ya la cá­ma­ra te en­fo­ca y a ver quién de los dos es más gua­po. Cuan­do te echan, se va ca­da uno pa­ra su ves­tua­rio, se sa­lu­dan y no pa­sa na­da. Pu­ro hu­mo.

16 ¿Qué es lo peor que te di­jo un de­fen­sor? Na­da gra­ve. Cuan­do re­cién em­pe­za­ba, Ser­gio Váz­quez me qui­so asus­tar: “Ne­ne, de­já de co­rrer que te par­to la pa­ta”. Era co­mún que uno de ex­pe­rien­cia le ha­bla­ra así a un pi­be. “Más pa­ta­das de las que me die­ron en la C, no creo que me pe­guen”, le con­tes­té. Y lis­to.

17 ¿Qué te ge­ne­ra no po­der sa­car­te la ca­mi­se­ta pa­ra fes­te­jar un gol? Es te­rri­ble. Si te le­van­tás la ca­mi­se­ta, ama­ri­lla, si te que­rés col­gar de un alam­bra­do, te echan. Va a lle­gar un mo­men­to en que vas a me­ter un gol y en vez de dis­fru­tar te vas a po­ner a llo­rar. Por­que si vos car­gás a la hin­cha­da ri­val o ha­cés tiem­po, bue­no, es­tá bien, pe­ro el gol es lo más lin­do que hay, y no de­jan que sal­ga la ale­gría acu­mu­la­da.

18 ¿Es­tá bue­no vi­vir del gol? Sí. A ve­ces por ahí fui pi­vo­te, me lle­vé mar­cas, ha­bi­li­té a mis com­pa­ñe­ros, tu­ve un gran par­ti­do, pe­ro co­mo no me­tí go­les, al otro día me ponen 4 en los diarios y me cues­tio­nan. Igual, si vol­vie­ra a na­cer, ele­gi­ría ser go­lea­dor, sin du­das. Me en­can­ta esa pre­sión de te­ner que me­ter go­les.

19 El me­jor con­se­jo que te die­ron. “Lo im­por­tan­te no es lle­gar si­no man­te­ner­se” pa­re­ce una fra­se bo­lu­da pe­ro es muy cier­ta. Es lo más di­fí­cil. Si un ju­ga­dor lle­va a 10 o 15 años en Pri­me­ra es por al­go y se ga­na el res­pe­to. To­dos los días te­nés que ren­dir exa­men. Yo lle­vo más de 260 go­les y ca­da do­min­go lo to­mo co­mo una fi­nal, un exa­men, y me ma­to por es­tar bien. Si Ve­rón, con la ca­rre­ra que tie­ne, es el pri­me­ro en la fi­la, ¿qué que­da pa­ra Cal­de­rón y los de­más?

20 Contame de tu infancia. ¿Pasaste ham­bre? Sí, el fa­mo­so pan du­ro que te­nías que de­jar va­rios mi­nu­tos en el ma­te co­ci­do, por­que si­no no se ablan­da­ba. Esa fue mi ce­na mu­chas no­ches. Hu­bo días que es­tá­ba­mos con mi her­ma­na y les pre­gun­ta­ba a mis vie­jos: “¿No co­men?”. El me de­cía: “Des­pués, aho­ra co­man us­te­des”. Y na­da, yo me da­ba cuen­ta: lo de­cían por­que no ha­bía. Y co­mían lo que que­da­ba.

21 ¿Có­mo sur­ge tu idea de ayu­dar en un co­me­dor in­fan­til? Por lo que pa­sé de pi­be. Me lo pro­pu­so Héc­tor Nie­ves, que es­tá me­ti­do en la po­lí­ti­ca y me co­no­ce de chi­co. No me gus­ta sa­lir en los dia­rios por eso. Siem­pre di­go que si uno lo ha­ce de bue­na fe, no tie­ne que an­dar con­tán­do­lo. Pe­ro si me pre­gun­tan, lo di­go. Tam­bién com­pro ju­gue­tes pa­ra los chi­cos, o úti­les. Es­to em­pe­zó con las bol­si­tas en Mé­xi­co.

22 ¿Qué son las bol­si­tas? Ca­da diez días voy y com­pro ali­men­tos en el su­per­mer­ca­do: 7 bol­sas de azú­car, 7 de yer­ba, de  arroz, fi­deos, ga­lle­ti­tas, y ha­go bol­si­tas con una de ca­da una. Cuan­do voy en el au­to y veo gen­te re­vol­vien­do ba­su­ra, o los chi­cos que te pi­den en los se­má­fo­ros, pa­ro y les doy. Al­gu­nos te la re­cha­zan y te pi­den pla­ta. “Pla­ta no hay, chau”, les di­go.

23 ¿Te re­co­no­cen cuan­do pa­rás? Al­gu­nos, sí. “Eh, Cal­de­ra”, por ahí me gri­tan, en­ton­ces le doy la bol­sa, ba­jo la ven­ta­ni­lla y ra­jo.

24 ¿Qué es La Fa­ve­la? El lu­gar don­de na­cí, en La Pla­ta. Le pu­sie­ron así por las vi­llas de Bra­sil. Hoy es San Isi­dro, Pa­ler­mo, en su mo­men­to no en­tra­ba ni la po­li­cía, es­ta­ban to­dos ar­ma­dos, en las fo­ga­tas se ven­día mer­ca.

25 ¿Có­mo era tu ca­sa? De car­tón y cha­pa; la­dri­llos, ni uno. Era un cuar­to gran­de, di­vi­di­do por cor­ti­nas. Si mi vie­jo se en­te­ra­ba que a 20 cua­dras es­ta­ban as­fal­tan­do, me de­cía: “Jo­se, aga­rrá el bal­de y traé brea”. Y des­pués ta­pa­ba los agu­je­ros del te­cho. Cuan­do po­día, mi vie­jo ven­día fru­ta en la ca­lle, si­no ha­cía de bo­te­lle­ro.

26 ¿Ha­bías go­te­ras? ¡¿Go­te­ras?! Llo­vía más aden­tro que afue­ra, era un co­la­dor. Por suer­te, el te­cho nun­ca se nos vo­ló, mi vie­jo le da­ba mu­cha im­por­tan­cia, no sé qué le po­nía, pe­ro no se vo­la­ba nunca.

27 ¿Y el ba­ño? Afue­ra, a 30 me­tros, era un po­zo pa­ra com­par­tir. A la no­che, no sa­bés có­mo aguan­ta­ba el pis, no iba ni lo­co. Nos ba­ñá­ba­mos en un fuen­tón an­cho: te sen­ta­bas y con un va­so te ti­ra­ban agua, te en­ja­bo­na­bas y con la mis­ma agua te en­jua­ga­bas. Agua fría. En la vi­lla vi­ví has­ta los 11 años y des­pués pa­sé en­fren­te, a los mo­no­blocks has­ta los vein­tipi­co.

28 ¿Có­mo son los pi­ca­dos de la vi­lla? A mo­rir: ju­gás por gui­ta tor­neos re­lám­pa­gos de ocho de la ma­ña­na a ocho de la no­che en el ve­ra­no. Ju­gás, te to­más una cer­ve­za, se­guís ju­gan­do, a ve­ces te pa­gan lo apos­ta­do, otras te te­nés que pe­lear. Se arran­ca­ba bien pe­ro ya en la se­mi­fi­nal, con to­dos me­dio “co­pe­tea­dos”, em­pe­zaba el qui­lom­bo. Yo no era de pe­lear­me ha­bi­tual­men­te, pe­ro me han lle­na­do la ca­ra de de­dos mil ve­ces.

29 ¿Es más jo­di­do ju­gar en Pri­me­ra o en la vi­lla? En la vi­lla; en Pri­me­ra te cui­dan más. Mi­rá a Te­vez. Si vos sa­lías a pe­lear­le, a for­ce­jear, en­tra­bas en la de él. ¿Te­vez se ha­ce fuer­te en jue­go aé­reo? No, se ha­ce fuer­te en pe­lo­ta al pi­so, en re­ci­bir de es­pal­da, en me­ter el cu­lo, ahí no se la po­dés sa­car, y eso te lo da la vi­lla. Tam­bién el te­rre­no don­de pa­teás. Y ju­gar des­cal­zo.

30 ¿Vos ju­ga­bas des­cal­zo? Sí, mu­chas ve­ces. Con pie­dri­tas, vi­drios, de to­do, y nun­ca me cor­té. Y si me cor­ta­ba, ni me en­te­ra­ba. Te­nía un par de za­pa­ti­llas, pe­ro eran pa­ra ir a la es­cue­la. Cuan­do lle­ga­ba a ca­sa, mi vie­jo me pe­día que me las sa­ca­ra pa­ra ju­gar: “Po­ne­te dos iz­quier­das, dos de­re­chas, o an­dá des­cal­zo, pe­ro ésas de­ja­las pa­ra el co­le­gio”.

31 ¿Cuál fue la prin­ci­pal en­se­ñan­za que te de­jó la vi­lla? Un mon­tón. Hoy voy a La Fa­ve­la, me sa­lu­do con to­do el mun­do y me que­do a to­mar cer­ve­za con ellos. Gra­cias a Dios me adap­to a to­do. Si ten­go que ha­cer una char­la con Niem­bro pa­ra la te­le, voy con sa­co y cor­ba­ta y si ten­go que ir con los ami­gos de La Fa­ve­la a co­mer un cho­ri­zo con cer­ve­za, lo ha­go igual.

Esfuerzo, la clave. De pretemporada con el Pincha, 1996. Miran Palermo y Mazzuco.

32 ¿Cuá­les son los có­di­gos de la vi­lla? Ir de fren­te. Me ha pa­sa­do mu­chas ve­ces de decir: “¿Van a sa­lir? Voy con us­te­des”. Y ellos me con­tes­ta­ban: “No ven­gas por­que va­mos a ha­cer es­to y es­to, y no­so­tros es­ta­mos su­cios”. Eso es ir de fren­te. El ver­da­de­ro ami­go es el que te di­ce la ver­dad, el que no te quie­re in­vo­lu­crar. Si yo voy a co­mer a la ca­sa de un ami­go, no me voy a acos­tar con su mu­jer, por­que pa­ra mí las mu­je­res de mis ami­gos tie­nen bi­go­te. Y des­pués es­cu­chás a ti­pos que se lle­nan la bo­ca y ha­cen ca­da de­sas­tre... La­men­ta­ble­men­te el ambien­te del fút­bol te lle­va a ser men­ti­ro­so, hi­pó­cri­ta, ven­ta­je­ro, falso. Y ése es el su­pues­ta­men­te más vi­vo. Pa­ra mí no es el más vi­vo.

33 ¿Nun­ca te ten­ta­ron con dro­ga? Mu­chas ve­ces. Y di­je que no. Mi vie­jo siem­pre me ha­bló, des­pués va en la per­so­na­li­dad de ca­da uno, en sa­ber lo que quie­re. Me han en­se­ña­do y he apren­di­do. Yo soy de los que pien­san que si vos ha­cés al­go, no lo ha­cés por­que te di­je­ron, o por­que te lle­va­ron; si lo ha­cés, es por­que to­mas­te vos la de­ci­sión, sal­vo que ten­gas 8 años. Siem­pre es más fá­cil echar­le la cul­pa a un ter­ce­ro que a uno mis­mo.

34 ¿Afa­nas­te al­gu­na vez? No, es ra­rí­si­mo, pero de­bo ser un pe­rro ver­de. Mi vie­jo me la can­tó cla­ra des­de pi­be: “Si vos me traés un ca­ra­me­lo afa­na­do, te cor­to los de­dos y te lle­vo a la co­mi­sa­ría”. Mi vie­jo nun­ca to­có na­da, y eso que le fal­ta­ron mu­chas co­sas, eh.

35 En La Fa­ve­la de­be ha­ber va­rios de la ba­rra de Gim­na­sia, ¿nun­ca tu­vis­te pro­ble­mas? No, por­que yo soy muy ca­len­tón, en­ton­ces no soy de car­gar a la gen­te, por­que no me gus­ta que me car­guen. Siem­pre res­pe­té. Después del 7-0 muchos me quisieron hacer la foto con los 7 deditos y dije que no. El fútbol es una rueda.

36 ¿Por qué te echa­ron de las in­fe­rio­res de Es­tu­dian­tes? Yo ha­bía en­tra­do con cin­co años y en quin­to gra­do me ba­ja­ron. Lo más tris­te de to­do es que me de­ja­ron li­bre no por­que ju­ga­ra mal, si­no por­que era ba­ji­to. Hay chi­cos que se de­sa­rro­llan an­tes que otros y yo no era uno de ésos, ma­la le­che. Fue una pa­ta­da en los hue­vos. Mi vie­jo me di­jo: “Aho­ra te­nés que tra­ba­jar, ven­dés fru­ta con­mi­go o te bus­cás un la­bu­ro, por­que las co­sas no es­tán bien”. A los 15 días un ami­go mío me di­jo: “Voy a de­jar de la­bu­rar en la pa­na­de­ría de 9 y 41, si que­rés pre­sen­ta­te el lu­nes”. Fui y em­pe­cé ese mismo día.

37 ¿Qué ha­cías en la pa­na­de­ría? De 6 a 8 aco­mo­da­ba el pan y las fac­tu­ras pa­ra el mos­tra­dor, de 8 a 12 ha­cía re­par­to en bi­ci pa­ra ba­res y ca­fe­te­rías, de 12 a 1 bal­dea­ba to­do y me iba. Un día, Po­chi Men­do­za, un téc­ni­co, me di­jo: “Cuan­do quie­ras, ve­ní a Cam­ba­ce­res”. Y así, con un par de fac­tu­ras y una Co­ca de al­muer­zo, to­do hin­cha­do, me iba has­ta En­se­na­da en bi­ci.

38 ¿A Gim­na­sia fuis­te por des­pe­cho? No, nun­ca fui un ti­po ren­co­ro­so. Pa­só que un día, ju­gan­do en la Quin­ta de Cam­ba, me vie­ron Rez­za y Res­te­lli, que eran técnicos de Gimnasia, y les gus­té. Me fi­cha­ron. Mi vie­jo es­ta­ba en­lo­que­ci­do. Has­ta que un día me caen con un nue­vo ma­za­zo en la ca­be­za. “No ven­gas más, Cam­ba­ce­res es su­cur­sal de Es­tu­dian­tes, y no que­re­mos a na­die que ven­ga de ahí”. Ahí di­je: el fút­bol no es pa­ra mí. Y otra vez a la­bu­rar. Vol­ví a Cam­ba­ce­res, as­cen­di­mos a la B y me vie­ron el Ta­ta Brown y Da­niel Ro­meo, que me pro­pu­sie­ron vol­ver a Es­tu­dian­tes. Cuan­do en­tré otra vez al Country no lo po­día creer...

39 ¿Có­mo hi­cis­te pa­ra no dar­te por ven­ci­do con tan­tas pá­li­das? Por­que siem­pre tu­ve a Cam­baceres en la ma­no, con una puer­ti­ta abier­ta. An­tes que que­dar­me pa­tean­do en el ba­rrio, iba a Cam­ba. Y ca­da vez que iba, ren­día.

40 ¿Te hi­cie­ron un fa­vor al no fi­char­te en Gim­na­sia? Ni ha­blar, gra­cias a Dios hoy es­toy en el club que quie­ro, don­de me sien­to un re­fe­ren­te, la gen­te me quie­re mu­chí­si­mo, se pue­de de­cir que soy ído­lo, y es mi ca­sa.

41 Si hu­bie­ras lle­ga­do a la Pri­me­ra en Gim­na­sia, ¿có­mo ha­brías ma­ne­ja­do es­to de ser hin­cha de Es­tu­dian­tes? Es di­fí­cil ex­pli­car­lo, mi sim­pa­tía por Es­tu­dian­tes no la voy a per­der nun­ca, pe­ro el clá­si­co lo hu­bie­ra que­ri­do ga­nar y con goles míos. Es co­mo una con­tra­dic­ción, por eso di­go que és­te es uno de los tan­tos sue­ños cum­pli­dos que tu­ve: ju­gar en el club del que soy hin­cha y en el que en­tré a los 5 años.

42 ¿Es muy dis­tin­to ju­gar en la C que en la A? Na­da que ver. No só­lo por los ju­ga­do­res, si­no tam­bién por las can­chas y el en­tor­no. En la C ju­gás más por amor a la ca­mi­se­ta: ter­mi­na­bas el par­ti­do, te su­bías al mi­cro y te­nías el sánd­wich con la ga­seo­sa y na­da más. Cuan­do em­pe­cé a me­ter go­les en Cam­ba­ce­res, el pre­si­den­te me di­jo: “De­já de tra­ba­jar y yo te pa­go el suel­do que ga­na­bas en la pa­na­de­ría, así te de­di­cás a es­to”. Eso fue lo úni­co que re­ci­bí.

Cambaceres fue su refugio cuando lo echaron del Pincha y del Lobo. También jugó en la C.

43 ¿Es más jo­di­do me­ter go­les en la C o en la A? En la C: la pe­lo­ta pi­ca pa­ra cual­quier la­do, hay un so­lo juez, sin asis­ten­tes, sin cá­ma­ras, con dos po­li­cías, si te pe­gan una pi­ña no la ve na­die. To­dos los cor­tes que tu­ve fue­ron en la C y en la B, y to­dos por pi­ñas. Mi­guel Ig­no­mi­rie­llo, mi DT cuan­do em­pe­cé en Cam­ba, me di­jo: “Al área no en­trés por­que te ma­tan a pi­ñas”. En el pri­mer córner me que­dé afue­ra del área y sen­tí el rui­do de la pi­ña que le die­ron a uno. Tre­men­do.

44 ¿Cuál es la can­cha más jo­di­da? La de Lu­ga­no es bra­va, es­tá en un po­zo, de­trás de la vi­lla. La de Dock Sud, la de Mid­land.

45 La vez que la pa­sas­te más fu­le­ra. Una vez le ga­ná­ba­mos 1-0 a San Tel­mo en su can­cha, de­sa­pa­re­ció la po­li­cía, y nos vi­nie­ron a apre­tar en el en­tre­tiem­po: “Acá hay que per­der, eh”. Cuan­do se fue­ron, los ca­pos del equi­po me tran­qui­li­za­ron: “Se­guí co­mo siem­pre, no­so­tros nos arre­gla­mos”. Otra vez, en Ar­gen­ti­no de Quil­mes, ju­gan­do en Quin­ta, hu­bo una fal­ta que el juez no co­bró, sal­tó uno, otro, un pa­dre, la po­li­cía, ter­mi­na­mos to­dos a las pi­ñas.

46 ¿Es cier­to que en el 89 te rom­pis­te to­do y no qui­sis­te ope­rar­te? Es cier­to. Fue en Cam­ba­ce­res: el cen­tral de Dock Sud se me ti­ró con to­do y me hi­zo dis­ten­sión de li­ga­men­to ex­ter­no, des­pla­za­mien­to de li­ga­men­to cru­za­do, ro­tu­ra de me­nis­cos y es­guin­ce de to­bi­llo, to­do en uno. El doc­tor de Cam­ba­ce­res me que­ría ope­rar, yo no que­ría sa­ber na­da. Ima­gi­na­te: ope­rar­me con un mé­di­co de Pri­me­ra C, me iba a que­dar una pier­na más cor­ta que la otra.

47 ¿Có­mo za­fas­te? Me lle­va­ron a lo de Ra­na­let­ta. “Si vos ha­cés lo que te di­go, no te ope­rás”, me di­jo. Me pu­so ye­so y es­tu­ve un mes sin pi­sar. Ha­cía ejer­ci­cios con el ye­so: le­van­ta­ba la pier­na pa­ra atrás, pa­ra ade­lan­te, al cos­ta­do. Al mes y pi­co, con bol­si­ta de are­na: 20 días igual. Des­pués ne­ce­si­ta­ba una pi­le­ta. Y Pe­pe, un com­pa­ñe­ro mío de Cam­ba­, tra­ba­ja­ba de pro­fe en la co­lo­nia de la Mu­ni­ci­pa­li­dad, en 122 y 51. Yo vi­vía a 12 ki­ló­me­tros: me le­van­ta­ba a las 8, iba en bi­ci, una ho­ra de pi­le­ta, vol­vía en bi­ci, co­mía, sies­ta, iba de nue­vo en bi­ci, pi­le­ta, y re­gre­so. Al otro día iba al gim­na­sio, así 3 me­ses. Y vol­ví a ju­gar sin ope­rar­me. In­creí­ble.

48 ¿Có­mo fue el re­gre­so? En Ter­ce­ra: la pri­me­ra pe­lo­ta se me fue un po­co y ve­nía uno a tra­bar. Fue la prue­ba de fue­go. Tra­bé y no me pa­só na­da. Ahí me sa­qué el mie­do.

49 ¿Có­mo to­mas­te el des­cen­so con Es­tu­dian­tes? El Gor­do Ga­ris­to, que ha­bía ido a Ar­gen­ti­nos, me qui­so lle­var. “Luis, me quie­ro que­dar a dar vuel­ta es­to, si no es una man­cha que no me la sa­co más”, le di­je. Nos que­da­mos el Ru­si­to Prá­to­la, Ru­bén Ca­pria, Pa­ris, yo y al­gu­nos pi­bes, des­pués vi­nie­ron Rus­so y Ma­ne­ra, tra­je­ron re­fuer­zos gros­sos co­mo Bos­sio, Llop, Ro­jas, Leo Ra­mos, ex­plo­tó la Bru­ja y su­bi­mos.

50 ¿Ju­ga­ban con mu­cha pre­sión? Mu­chí­si­ma. Ha­bía que su­bir o su­bir. La cla­ve es que se ar­mó un gru­po bár­ba­ro. Pa­ra mí, cuan­do un equi­po con­si­gue al­go es por­que es­tá muy uni­do, si no es jo­di­dí­si­mo.

51 Tu gol más importante. El más im­por­tan­te es el que va a ve­nir.

52 El día más fe­liz y el más tris­te en el fút­bol. El más tris­te cuan­do des­cen­di­mos, pa­re­ce que se te cae el mun­do. El más fe­liz, cuan­do en­tré cin­co mi­nu­tos con­tra Pe­rú por las Eli­mi­na­to­rias 98, que to­do el es­ta­dio em­pe­zó a pe­dir­me. No lo po­día creer.

Emoción fue lo que sintió cuando reemplazó a Crespo en las Eliminatorias 98 contra Perú.

53 ¿Qué es lo me­jor de ser fut­bo­lis­ta? Ha­cer lo que a uno le gus­ta.

54 ¿Y lo peor? Te­ner que ban­car­te sa­lir de un can­cha ti­ra­do en el pi­so del mi­cro por­que te ca­gan a pie­dra­zos. Y que te la creas. Uno es ju­ga­dor de fút­bol aden­tro de la can­cha, afue­ra sos un la­bu­ran­te co­mo cual­quie­ra, más allá del pri­vi­le­gio por la si­tua­ción eco­nó­mi­ca o la fa­ma. So­mos to­dos igua­les, la di­fe­ren­cia es que uno sa­le en la te­le. To­dos va­mos a pa­rar al mis­mo po­zo.

55 ¿Qué te­nés pen­sa­do pa­ra des­pués del re­ti­ro? Me re­ci­bo de DT en di­ciem­bre, ya ten­go mi cuer­po téc­ni­co ar­ma­do, nos jun­ta­mos con mi ayu­dan­te ca­da 15 días. El nom­bre me lo re­ser­vo.

56 Los me­jo­res ami­gos que te dio el fút­bol. Ru­bén Ca­pria y Sebastián Ve­rón.

57 Un pe­rio­dis­ta. Ale­jan­dro Fab­bri y Wal­ter Nel­son.

58 El me­jor go­lea­dor que vis­te. Dos: Ba­tis­tu­ta y Ro­nal­do.

59 El me­jor go­lea­dor ar­gen­ti­no en la ac­tua­li­dad. Cres­po. Es un opor­tu­nis­ta, mar­ca muy bien las dia­go­na­les, me pa­re­ce que en Ar­gen­ti­na no se lo re­sal­ta tan­to co­mo afue­ra.

60 ¿Qué res­ca­tás de tu pa­so por el Na­po­li? Que me for­ta­le­ció co­mo per­so­na. El pro­ble­ma fue que me com­pró el pre­si­den­te de va­ca­cio­nes y el téc­ni­co no me qui­so nun­ca.

61 ¿En el fút­bol me­xi­ca­no me­te go­les cual­quie­ra? Cuan­do es­ta­ba acá yo pen­sa­ba que era un fút­bol len­to, que iba a ser fá­cil, pe­ro vas allá y vue­lan. Los ti­pos se en­tre­nan con una exi­gen­cia bár­ba­ra y el tor­neo es muy com­pe­ti­ti­vo, se jue­ga a can­cha lle­na, y ca­da vez van me­jo­res ju­ga­do­res. Y el cam­peo­na­to con Li­gui­lla es ideal, por­que to­dos jue­gan por al­go, oja­lá se pue­da im­ple­men­tar acá.

62 ¿Fes­te­jas­te el tí­tu­lo que se le es­ca­pó a Gim­na­sia con Bo­ca? Me pu­se con­ten­to, pe­ro no sa­lí a fes­te­jar eu­fó­ri­co co­mo un hin­cha.

63 ¿Creés que al­gún día va a sa­lir cam­peón Gim­na­sia? Es­pe­re­mos que no.

64 ¿Hay dis­tin­to pa­la­da­res de hin­cha o es to­do ver­so? Ver­so. A to­dos les gus­ta ga­nar y a to­dos les gus­ta el buen fút­bol. En In­de­pen­dien­te ga­na­mos par­ti­dos to­dos me­ti­dos atrás y ha­cien­do tiem­po y la gen­te lo fes­te­jó igual.

65 ¿Tu me­jor eta­pa la vi­vis­te con Me­not­ti? Es un téc­ni­co que uno siem­pre quie­re te­ner. Me mar­có un mon­tón co­mo per­so­na, co­mo tam­bién me mar­ca­ron Rus­so y Ma­ne­ra.

66 “El fút­bol que tie­ne Me­not­ti es el más lin­do, el que sien­te el 80% del país”, afir­mas­te en ene­ro 97. Si lo de­cís en voz al­ta por La Pla­ta, ¿tu vi­da co­rre ries­go? No, ¿pe­ro no te gus­ta có­mo jue­gan los equi­pos de Me­not­ti, o los de Ba­si­le? Ade­más, hay gen­te que ad­mi­ra a Bi­lar­do y co­pia co­sas de Me­not­ti y al re­vés tam­bién.

Acrobacia pura en Mar del Plata, para el lente de El Gráfico. Fue cuando explotó con el Independiente de Menotti, a comienzos de 1997.

67 ¿To­da­vía te due­le el Amé­ri­ca-Bo­ca en el Az­te­ca por la Li­ber­ta­do­res 2000? No se pue­de creer, el ce­lu­lar de Bian­chi es­tu­vo a full esa noche. Cuan­do me­tí el 3-0 mi­ré el ta­ble­ro y fal­ta­ban ocho mi­nu­tos. Se me acer­có Ber­mú­dez y me di­jo: “Cal­de­ra, bas­ta, va­mos a los pe­na­les”. Yo le con­tes­té. “¡Qué pe­na­les ni pe­na­les!”. Y a los dos mi­nu­tos Sa­muel me­te ese ca­be­za­zo bom­bea­do. Có­mo es el fút­bol: al fi­nal esa Co­pa ter­mi­nó sien­do el co­mien­zo de la se­rie in­ter­na­cio­nal de Bo­ca. Si hu­bie­ran per­di­do ese día...

68 ¿Bo­ca te mo­ti­va? Le me­tis­te mu­chos go­les. Tu­ve la suer­te de me­ter go­les en par­ti­dos im­por­tan­tes, to­dos me re­cuer­dan el que le me­tí a Cór­do­ba des­de mi­tad de can­cha, cuan­do les ga­na­mos 4-0 en el Clausura 99.

69 ¿Por qué le pu­sis­te “La Ban­da” al bar que te­nías con Ca­pria? En el as­cen­so nos jun­tá­ba­mos con unos ami­gos to­dos los mar­tes a co­mer pu­che­ro, y cuan­do na­ció la idea de po­ner un bar, con Ru­bén de­ci­di­mos bau­ti­zar­lo “La Ban­da del Pu­che­ro”. Que­dó La Ban­da.

70 ¿Me­re­cías ir a un Mun­dial? Tu­ve dos mo­men­tos muy bue­nos y ca­si no pu­de ju­gar. Fue en las Co­pas Amé­ri­ca del 97 y 99. En Eli­mi­na­to­rias fui con­vo­ca­do en 10 par­ti­dos y en­tré po­co, pe­ro tam­bién te­nía ade­lan­te ca­da ne­ne...

71 “En In­de­pen­dien­te me usa­ron”, di­jis­te en tu úl­ti­mo pa­so por el club. ¿Por qué? Por­que no me res­pe­ta­ron co­mo ju­ga­dor y co­mo per­so­na, no cum­plie­ron la pa­la­bra.

72 ¿Qué pa­la­bra no te cum­plie­ron? ¿No es­pe­ra­bas que te ase­gu­ra­ran la ti­tu­la­ri­dad? No, ade­más, si me lo di­cen, no lo creo, por­que des­pués uno tie­ne que de­mos­trar. Lo que pa­sa es que lle­gó mi trans­fer tar­de, Cag­gia­no le me­tió dos go­les a Es­tu­dian­tes, y no ju­gué más. ¿No te pa­re­ce que es fal­tar­le el res­pe­to de­cir­le a un ju­ga­dor de 33 años que en­tre un mi­nu­to, co­mo hi­zo Rug­ge­ri con­mi­go en un par­ti­do con­tra Ri­ver? Po­né a un pi­be por un mi­nu­to. Ese de­ta­lle no me gus­tó. En­tre tan­tas otras co­sas. Y en­ci­ma se ha­bla­ba de có­di­gos...

73 ¿Qué otras co­sas no te gus­taron de Rug­ge­ri? De­jé­mos­lo ahí.

74 ¿No te po­nían en el equi­po por­que no le de­ja­bas pla­ta a al­guien? Ah... no sé.

75 Chi­che So­sa tam­po­co te tu­vo en cuen­ta cuan­do se fue Rug­ge­ri. Chi­che, al me­nos, fue de fren­te. Me di­jo que no me iba a te­ner en cuen­ta, yo le pe­dí ju­gar en Ter­ce­ra y no hu­bo pro­ble­mas. Cuan­do lo echa­ron des­pués de ha­ber lim­pia­do a los gran­des, me con­tó: “Me exi­gie­ron es­to, es­to y lo otro”. Yo le di­je: “No acla­res ­que os­cu­re­ce”.

76 ¿El Ro­jo te com­pró pa­ra que no te lle­ve Ra­cing? Ha­bía in­te­rés de Ra­cing y de Vé­lez, pe­ro me lla­mó Rug­ge­ri y me di­jo que fue­ra. Pa­ra mí, le erró en un mon­tón de co­sas.

77 ¿Hu­bie­ras ido a Ra­cing? No lo des­car­to. Yo tra­ba­jo en es­to, el club que es­té in­te­re­sa­do en mí y se preo­cu­pe por mí y me ofrez­ca tra­ba­jo, siem­pre lo con­si­de­ra­ré. Sal­vo Gim­na­sia, cla­ro.

78 ¿Có­mo fue la apre­ta­da que te me­tie­ron en 1999? En la can­cha de In­de­pen­dien­te, des­pués de per­der con­tra Cen­tral. Me fue­ron a bus­car a mí so­lo, ter­mi­na­mos a las ma­nos. Lo cu­rio­so es que me lo ha­bían an­ti­ci­pa­do.

79 ¿Quién te lo an­ti­ci­pó? Tros­se­ro, el téc­ni­co. Des­pués de la char­la, me ad­vir­tió: “Mi­rá que si per­de­mos, te van a bus­car a vos”. Yo le pre­gun­té có­mo sa­bía. “Por­que yo me en­te­ro to­do lo que pa­sa en el club”, me con­tes­tó. No le di ni pe­lo­ta. Un tiem­po des­pués, en­tré a re­bo­bi­nar to­do. A esos ti­pos los man­da­ron...

En una producción para El Gráfico junto a Javier Mazzoni, ambos goleadores en el Rojo.

80 ¿Hay que es­tar me­dio lo­co pa­ra aga­rrar­se a trom­pa­das con la ba­rra del club? Yo sa­lía a bus­car a mi hi­jo, que te­nía un año, y me em­pe­za­ron a de­cir co­sas. Me pu­so mal por mi pi­be, me aga­rré con uno y por suer­te lle­gó la po­li­cía, por­que ellos eran más de diez.

81 ¿El Pro­fe Cór­do­ba es un sa­na­te­ro? Un  tipo con gran po­der de con­ven­ci­mien­to. Una per­so­na fron­tal y ho­nes­ta.

82 ¿Có­mo de­fi­ni­rías a Rug­ge­ri? Co­mo ju­ga­dor, un gran re­fe­ren­te de la Se­lec­ción. Lis­to.

83 A Biel­sa. Un téc­ni­co que tra­ba­ja mu­cho y es muy dis­ci­pli­na­do.

84 ¿Te mo­les­ta que te pre­gun­ten por Biel­sa? Pa­ra na­da.

85 ¿Cuán­to fal­tó pa­ra que se aga­rren a trom­pa­das? Un mon­tón.

86 ¿Qué pa­só real­men­te? Nos eli­mi­nó Bra­sil y lla­mó uno por uno a su cuar­to. El: “Cal­de­ra, ¿que­rés que te di­ga por qué no ju­gas­te?”. Yo: “No, no me in­te­re­sa”. El: “Mi­rá, vos te­nés un buen jue­go, pe­ro en el sis­te­ma mío no en­trás, yo que­ría traer a otro ju­ga­dor a es­ta Co­pa”. Yo: “Me lo hu­bie­ras di­cho de fren­te, así no cor­ta­ba las va­ca­cio­nes con mi fa­mi­lia ni me per­día la pre­tem­po­ra­da con In­de­pen­dien­te”. Sal­go de la reu­nión, pren­do el te­lé­fo­no y me lla­man de una ra­dio. Me pre­gun­tan: “¿Te sen­tis­te usa­do en la Se­lec­ción?”. Yo: “La ver­dad que sí”. Ellos: “¿Fuis­te de va­ca­cio­nes?”. Yo: “Y, por ahí sí”.

87 ¿Y qué pa­só en el ae­ro­puer­to? No sé qué ha­brá sa­li­do en los dia­rios, pe­ro mien­tras es­pe­rá­ba­mos el vue­lo, creo que al­guien lla­mó a Biel­sa. Él nos jun­tó a to­dos y em­pe­zó a gri­tar: “Es­te ti­po ha­bló mal del gru­po, se quie­re sal­var so­lo”. Y yo le con­tes­té que del gru­po no ha­bía di­cho na­da. Y que­dó ahí. Se ar­mó re­vue­lo por­que lo vie­ron to­dos.

88 Si hoy te lo cru­zás por la ca­lle... Lo sa­lu­do. Tu­vi­mos una pe­lea o in­ter­cam­bio de pa­la­bras, pe­ro co­mo en­tre­na­dor, Biel­sa es ex­ce­len­te. Pue­do de­cir que con­mi­go se equi­vo­có, pe­ro con otros dos­cien­tos mil, no. Des­pués, los mis­mos pe­rio­dis­tas que me die­ron con un ca­ño por lo que pa­só en el 99 me lla­ma­ron cuan­do Ar­gen­ti­na que­dó afue­ra del Mun­dial 2002, pa­ra ti­rar­me de la len­gua. Pri­me­ro te dan y des­pués te quie­ren usar.

89 ¿Es más co­mún de lo que se cree que se pe­leen un DT y un ju­ga­dor? Pa­sa, es fre­cuen­te. Y ca­da vez ven­de más el chus­me­río, el quilombo, siem­pre sa­len las co­sas ma­las. Na­die ha­bló, por ejem­plo, de la ac­ti­tud que tuve de ir a abra­zar a Si­meo­ne con­tra In­de­pen­dien­te, y que era men­ti­ra que es­tá­ba­mos pe­lea­dos.

90 ¿Te aga­rras­te mu­chas ve­ces con tus téc­ni­cos? No, por­que te gus­te o no, te­nés que obe­de­cer. Obe­de­cer, sí; de­do en el cu­lo, no.

91 ¿Qué es de­do en el cu­lo? Que se pa­sen de la ra­ya, que te ca­guen a pu­tea­das, que te quie­ran bo­lu­dear o que­mar, co­mo po­ner­te un mi­nu­to al fi­nal de un par­ti­do, o que el téc­ni­co te pi­da ju­gar en un pues­to que no es el tu­yo y des­pués no te ban­que dos par­ti­dos si an­dás mal. O que te sa­quen a los 5 mi­nu­tos de un se­gun­do tiem­po pa­ra que te in­sul­te la gen­te, en vez de ha­cer­lo en el en­tre­tiem­po.

92 ¿Mer­lo te ba­jó el pul­gar pa­ra que vol­vie­ras a Es­tu­dian­tes la úl­ti­ma vez? No. Yo arre­glé con la gen­te de Es­tu­dian­tes y a los tres días ha­blé con él. Me fue de fren­te: “Cal­de­ra, yo te pe­dí siem­pre, vos me co­no­cés, si no te hu­bie­ra que­ri­do, te lo de­cía”.

93 ¿Te do­lió que Bu­rru­cha­ga se fue­ra en ple­na Copa o lo en­ten­dis­te? Yo lo pue­do lle­gar a en­ten­der, so­bre to­do por­que es mi ami­go, pe­ro tam­bién me do­lió por­que ha­bía­mos lle­ga­do has­ta ahí jun­tos. Fue una ri­di­cu­lez eso de ju­gar la ida an­tes del Mun­dial y la re­van­cha dos me­ses des­pués. Por­que si la re­van­cha se ju­ga­ba an­tes del Mun­dial y no­so­tros pa­sá­ba­mos a la se­mi, no sé si Bu­rru se iba, lo hu­bie­ra pen­sado mu­cho. Un par­ti­do te cam­bia un mon­tón de co­sas.

94 ¿Por qué se ha­bló de cor­to­cir­cui­to tu­yo con el Cho­lo? Qui­zás por­que re­la­cio­na­ron el te­ma de Biel­sa o lo que pa­só en Ra­cing con Ca­pria. Pe­ro na­da que ver.

95 ¿Por qué gri­tas­te con bron­ca el úl­ti­mo gol con­tra el Ro­jo? Por­que ha­cía cua­tro par­ti­dos que no ga­ná­ba­mos y que yo no ha­cía un gol. Me to­có ha­cer­lo jus­to del la­do de la tri­bu­na de Es­tu­dian­tes y me des­car­gué, pe­ro no hu­bo na­da con­tra In­de­pen­dien­te. No lo hu­bo ni lo ha­brá.

 

Junto a Javier Mazzoni en Arsenal.
 

96 ¿Lu­cás Cal­de­rón se­rá go­lea­dor? No sé, mi hi­jo hoy es­tá en las in­fe­rio­res de Es­tu­dian­tes y jue­ga de de­lan­te­ro por de­re­cha. Ve­re­mos.

97 ¿Hin­cha de Es­tu­dian­tes? Por su­pues­to. Cuan­do yo ju­ga­ba en Ar­se­nal, su ído­lo era De­nis, des­pués acá eran Kru­po­vie­sa y Pa­vo­ne. Aho­ra di­ce que es Agüe­ro, siem­pre bus­ca a otro. “¿Y pa­pi?”, le pre­gun­to. “No, vos sos un muer­to, un de­sas­tre, no le ha­cés un gol a na­die”. Su­pon­go que con el úl­ti­mo clá­si­co ha­brá cam­bia­do de opi­nión.

98 ¿A tu mu­jer le gus­ta el fút­bol? No le da mu­cha bo­la. Es de Gim­na­sia, así que mu­cho no se ha­bla. Me­nos aho­ra...

99 Es­tán Biel­sa, Tros­se­ro y Rug­ge­ri aho­gán­do­se en el mar, vos en un bar­co con un so­lo sal­va­vi­das, ¿a quién se lo ti­rás? Va al me­dio, pa­ra que los tres se pue­dan aga­rrar. Una co­sa es te­ner di­fe­ren­cias con al­guien y otra es de­sear­le la muer­te.

100 ¿Qué es lo que me­nos te ban­cás del am­bien­te? Las fal­se­da­des, so­bre to­do la del ju­ga­dor. Aho­ra se da el ri­to mo­der­no de sa­lu­dar­se an­tes de em­pe­zar y des­pués, si pue­den rom­per­te la pa­ta, te la rom­pen. En­tien­do que to­dos ju­gue­mos a ga­nar, con ven­ta­ja, el gol de Die­go con la ma­no vale para mí, es la picardía, to­do bien, pe­ro no le ca­gués la vi­da al otro. Y si te pue­den man­dar en ca­na, tam­bién lo ha­cen, no me lo ban­co. Des­pués van to­dos 20 días jun­tos a Pun­ta Mo­go­tes y se ca­gan de ri­sa. Es así: en es­te am­bien­te hay un mon­tón de fal­se­da­des.

 

 

Por Diego Borinsky (2006).

Fotos: Alejandro Del Bosco y Archivo El Gráfico.


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