LAS ENTREVISTAS DE EL GRÁFICO

La última locura de Sebastián Abreu

Por Diego Borinsky · 25 de abril de 2017

Tiene 40 años, viene de ser campeón en El Salvador, juega en el Bangú de Brasil, el equipo Nº 24 de su carrera, y está a un paso (un club) de entrar al Guinness en ese rubro. Cómo se prepara, cómo se motiva, cómo elige y hasta cuándo piensa seguir jugando, preguntas que contesta con claridad y lucidez este futbolero obsesivo-compulsivo en una charla plagada de conceptos y vivencias.


Festejo del gol 400, con muñequeras y cinta de capitán con la bandera de su país y el escudo del club.
El apodo de infancia, en Minas, era El Negro. El Negro Abreu. Y lo llevaba con orgullo por ser descendiente de africanos por parte del padre. Cuando aterrizó en San Lorenzo por primera vez, en 1996, le estamparon el nuevo mote que perdura hasta hoy, ganándole por goleada al apodo anterior y a sus dos nombres de pila. “Siempre estaba con la música fuerte, con la alegría, las bromas, con la impronta. A las 8 de la mañana le daba vida al vestuario, poniendo cumbia fuerte. Silas y Pipo empezaron a decirme ‘el 22’, lo escuchó un periodista y lo largó. Y quedó ‘Loco’ para siempre”, repasaba en la nota de las 100 preguntas con El Gráfico, en junio de 2013.

Quien crea que Sebastián Washington Abreu es un loquito despreocupado, al que le da todo lo mismo, y que por eso pica un penal definitorio en los cuartos de final de un Mundial, que se arrastra por los campos chapeando con sus hazañas de tiempos idos, pues está equivocado. Muy equivocado. Abreu es un profesional hecho y derecho que desde hace una década complementa la preparación en su club de turno con dos horas diarias de entrenamiento personalizado que le permiten hoy, a los 40 años, ir a la caza de un récord Guinness en la historia del fútbol: el de mayor cantidad de camisetas de clubes utilizada en una carrera. Está en 24 (con asterisco, ya nos explicará el porqué), acechando a Lutz Pfannenstiel, arquero alemán que atajó en 25 clubes entre 1991 y 2011. Claro, desde el arco hay mayores chances de prolongar la vida útil.

El Loco cuerdo atiende el teléfono en Río de Janeiro, aunque está muy lejos de hacerlo tirado en las arenas de Copacabana, capirinha en mano. Está en su hogar, tomando mate con su esposa, que anda de visita. Juega en el Bangú, un club de la Cuarta División de Brasil, aunque jamás pisará esa categoría: firmó por seis meses para disputar el campeonato estadual, el carioca, donde enfrenta a los equipos fuertes de la ciudad. A mediados de año, buscará nuevos horizontes. Viene de ser en 2016 el héroe del Santa Tecla, un club chico de El Salvador, que se coronó campeón al vencer 3-2 a Alianza -uno de los grandes del país- con dos goles de cabeza (su sello), a los 78 y 92 minutos.

-¿Titulamos “La última locura de Abreu”?
-El último desafío, diría yo. Trato de separar lo que es la locura real de lo que ha sido mi carrera, porque a veces se malinterpreta. Me tomo todo de un modo muy profesional y no dejo de lado nunca esa ilusión de entrenar, jugar, disfrutar y tratar de buscar la gloria deportiva.

-Cuando decís “desafío”, ¿te referís a quebrar el récord de 25 equipos?
-En lo individual, ya que estamos tan cerca, sí, es conseguir el récord de equipos, pero sin que sea de cualquier manera, disfrutando el día a día, en lugares que estén en infraestructura acorde a lo que uno aspira, en clubes con objetivos importantes, no se trata de ir por el récord y pasarla mal.

-¿Son 23 o 24 equipos...?
-Yo jugué en Primera en 24 equipos. El primero fue Nacional de Minas, en mi ciudad, donde debuté a los 15 años contra Olimpia. Era un campeonato regional, el minuano. Jugué cuatro partidos y le metí un gol a Las Delicias. Yo lo cuento porque me tocó vivirlo. Y era Primera, contra tipos de 35 años, muchos de los cuales habían jugado en Nacional y Peñarol. Un campeonato en el que te pagan por partido, no hay contratos de un año, pero te pagan. Eso fue en septiembre del 92, al año me compró Defensor Sporting: arranqué en la Quinta, y en agosto del 94 ya estaba en la Primera.

-O sea que vos lo contás…
-Sí, pero acá importa la palabra oficial, por eso mandamos un mail al Guinness para que nos confirmaran cuáles son los requisitos para contar los equipos. Me dio una mano el encargado de prensa de la Selección, que tiene llegada, pero el protocolo demora bastante. Las consultas fueron dos: esa, y si existía alguien más en convertir al menos un gol oficial en 22 equipos profesionales diferentes. A mí solo me faltó convertir en el Beitar Jerusalén.

-¿Te pusiste como meta llegar al récord?
-Y… estando tan cerca te genera cierta ansiedad, y estaría bueno ganarles en algo a los alemanes. En política, economía e infraestructura, es imposible; en fútbol está cada vez más difícil, así que al menos en esto (risas). Más allá del récord, está lo otro, que es mucho más importante: tengo cuerda para seguir disfrutando del fútbol y, salvo que suceda algo inesperado, interpreto que puedo llegar en condiciones futbolísticas para superarlo. Eso sí: no haré nada que me haga sufrir, nada para forzarlo.

-¿Qué cosas te complican a esta altura?
-Cuando te levantás a la mañana, las bisagras las tenés que aceitar (risas), no es lo mismo a los 25 que a los 40, pero desde hace 10 años he tomado la modalidad del personal trainer, sobre todo para trabajar el fortalecimiento y prevenir lesiones. Yo me entreno a la mañana con el equipo y todas las tardes con el personal, o al revés. A los 30 años escuchaba que en Europa existía ese tipo de entrenamientos específicos, y conversando con profes y entrenadores amigos, me dijeron que si tenía la chance de hacerlo, no lo dudara, pensando en el futuro. Adopté esa metodología y, sin dudas, fue un acierto.

-¿Cuántas horas trabajás con el personal?
-Dos horas, o dos horas y media todos los días. Los primeros días de la semana apuntamos a la fuerza y los últimos, sobre el partido, a lo coordinativo, reacción, velocidad, tren superior, cosas que no impliquen un desgaste que me impida estar fresco en la cancha.

-¿Te llevás el profe a todos los países?
-No. Tengo uno de cabecera, el guía, que se llama Jorge Hernández, y después lo hago contactar con el segundo o tercer profe del equipo en el que estoy para que intercambien información. Me gusta agarrar a los profes que tiene el equipo porque conocen bien la metodología del PF principal y manejan las cargas: si son altas a la mañana, las bajan conmigo a la tarde. Por supuesto, ahí hago un convenio particular con el profe y le pago yo, por ahí mucha gente no se entera porque no soy de agarrar redes sociales y mostrarlas. Son cosas que les trato de inculcar a mis hijos.

-¿No te complica nada, entonces, a los 40?
-Sí, sí. Quitarle horas a la familia es una, y por ahí me lo reprocho a esta altura de la vida. Perderme cumpleaños de los hijos, por un deseo personal, es duro, te das cachetazos a vos mismo frente al espejo. En un punto, uno termina siendo muy egoísta. Eso es una pérdida inevitable. Después, me molesta un mito que está extendido en Sudamérica, sobre todo: las concentraciones extensas. Te guardan dos días antes y llegás bien descansado y bien comido, pero mal de la cabeza. Suárez, Neymar y Messi van directo de su casa al Nou Camp unas horas antes del partido, con su auto, se cambian, juegan y vuelven. Por ahí va la cosa.

-¿Y del entrenamiento en sí?
-Cuando aplican metodologías a la antigua, que pasaron de época, con el verso de que “con esto me fue bien como jugador hace 20 años y ahora lo replico”, me jode. Pero cambió todo en 20 años, entonces un futbolista de 65 kilos no puede levantar el mismo peso que otro de 90. Uno que tiene problemas articulares no puede hacer sentadillas con un peso que no fue evaluado. O que se enfoquen en los 11 titulares y se olviden de que hay 14 tipos más que mañana pueden ser productivos para el equipo. Esas cosas chocan con mi personalidad.

-¿Entrenás igual que tus compañeros?
-Mirá: si son métodos de entrenamientos actualizados, es decir: cortos, intensos, y relacionado con mi función y mi estado, perfecto. Si vienen con algo más antiguo, lo hago igual para no generar problemas, pero mi cabeza me dice “esto te va a pasar factura”. Es decir: hago todo lo que me piden, no escamoteo una vuelta o un ejercicio, pero lo disfruto o no en base a lo que me están presentando. A esta altura, y después de haber hablado con entrenadores top en estos años, uno se puso exigente.

-¿Terminás muy dolorido los partidos?
-El día después del partido no tanto; a los 48 horas, sí. Igual, hoy existen muchas técnicas que te ayudan a recuperarte más rápido: crioterapia, contrastes frío/calor, medias de descanso, que hay para entrenar, para concentrar, para el frío, y que ayuda a que la circulación de la sangre sea más rápida, suplementos... El día posterior al partido, en contrapartida a lo que pensamos, el trotecito alrededor de la cancha ya no se usa, sino que se trabaja la fuerza al 80% y eso ayuda a que el bombeo de la sangre a las piernas sea mayor y se acelere la recuperación.

-¿Hasta qué edad pensás jugar?
-Juanma Lillo siempre me dice: que el entrenador nunca le gane al jugador, porque cuando te pasa eso, que cuestionás la pelota parada o ciertos ejercicios, inconscientemente te estás retirando. De esas cosas me cuido. Otra, es no autopresionarme con las fechas. Vi a jugadores que dijeron “dejo tal año” y después llegaron bárbaro a esa edad y por no fallar a su palabra se retiraron. Y volvieron al año. Seguiré hasta que no tenga más para dar, hasta que me dé cuenta de que estoy en inferioridad física.

-¿Jugás un rato por partido?
-Nooooo. Por mentalidad y por características, me preparo para ser titular, nunca lo hice para jugar 20 minutos. Después, te pueden ganar el lugar, pero entrenarme para jugar 20 minutos no me va. En mi caso, la continuidad de partidos y minutos me hace estar más efectivo dentro del campo de juego. En El Salvador, de 25 partidos fui titular en 21, y de esos 21, hubo 12 en los que jugué los 90 minutos y los otros 9 partidos fueron de 70 minutos para arriba.

-¿Qué rescatás de lo vivido en El Salvador?
-Fue una experiencia fantástica, se la recomiendo a todos los que me llaman, más allá de que pudimos coronar con un título. Lo que sale en las cadenas internacionales no es lo que pasa. Fue un viaje hacia atrás en el tiempo, reviví cosas que pasé con 17 años, en Defensor: viajes en ómnibus por carreteras, vestuarios más pequeños, lo que eran algunas canchas, cómo te trataban las hinchadas, y todo eso me hizo disfrutarlo muchísimo más.

-Encima te fue genial: goleador, campeón y metiendo dos goles decisivos en la final…
-Al llegar, estaba el preconcepto instalado de “¿cómo van a traer a un jugador acabado?”. Y terminar con dos goles en los minutos finales de un partido contra Alianza, un grande de El Salvador, en un estadio de 40.000 personas, donde había 37.000 hinchas de ellos y 3000 nuestros... Mucha gente después pidió disculpas, algo que en general no pasa. Era un desafío para mí porque a cada lugar que vas entran en juego tu nombre y tu prestigio.

-¿En Bangú seguís jugando los 90 minutos?
-En general sí, aunque depende de la circunstancia. El otro día enfrentamos a Fluminense: febrero en Río, imaginate el calor que hacía. Miraba alrededor y mis compañeros estaban tan liquidados como yo. No es que miro a mis costados y todos vuelan y yo me arrastro. No, eso no pasa. También es importante el dispositivo táctico, que no me dejan solo arriba corriendo como un boludo, pero en condiciones normales, con las líneas agrupadas, me da sin problemas para aguantar los 90 minutos. Sufro cuando hay que viajar entre semana y jugar cada 3 días, porque hay un desgaste lógico, y tengo que preocuparme más por la recuperación. Acá, lo fundamental es no saltearme la posibilidad de hacer todos los días ese entrenamiento extra para el fortalecimiento muscular, cuidarme de que el músculo no se chupe. La fuerza muscular es la que soporta las articulaciones y previene las lesiones.

-¿Llegás a los 50 años jugando?
-Yo qué sé, hay que hablar dentro de ciertas realidades. Veo a Zé Roberto jugando todos los partidos en Palmeiras y va a cumplir 43, o al Toro Acuña en Rubio Ñú, que va para 45, y los tomo como espejos. Más allá del profesionalismo, podés tener alguna carga genética que te favorece, y te lleva a seguir jugando. El cambio en las metodologías de entrenamiento ayudó a que hoy veamos a jugadores de más de 40 todavía jugando a nivel profesional. Ya te dije: no me puse edad límite.

-¿Te dará para jugar con tu hijo Diego?
-Pah, sería fantástico poder retirarme de esa manera. Diego tiene 13 años y juega de centrodelantero. El otro día arrancó en la Séptima de Defensor y le metió un gol a Nacional. De cabeza y en el segundo palo, no sé a quién habrá salido (risas).

-A propósito de los hijos y de tu mujer, ¿no te piden que pares?
-Y… viste, por un lado me dicen “¡vamos arriba!” porque se sienten orgullosos, pero también viene el “¿hasta cuándo?”. En realidad, están todos vinculados con el fútbol. Valentina, de 16, tiene un novio que juega; Diego está en la Séptima de Defensor Sporting, y Franco y Facu, los gemelos de 8 años, ya juegan el torneo de baby en Carrasco Polo y en la Selección Interbalnearia. Los gemelos me salieron uno zurdo y otro derecho, uno juega de volante por una banda y el otro por la otra.

-¿Los ves para llegar?
-No sé, tampoco pienso en eso, sino en apoyarlos y que disfrutaran de hacer deporte, por salud más que nada. En Montevideo tengo una canchita de sintético en el fondo de casa, con un muro. Y ahí nos ponemos a patear para mejorar el pase con cara interna de ambas piernas, el cabezazo, los controles, todo. Me quedo con ellos, dale y dale contra el muro, para ayudarlos más que nada. Y en los partidos, me voy a un rincón, calladito la boca siempre. Cuando termina el partido, si mis hijos me piden un comentario, se los doy; si no, no les digo nada. Ellos arrancan observados por el apellido, es inevitable, los evalúan desde la comparación, entonces trato de no generarles más cosas y soltarlos.

“¿Qué pasa Washi?”, le dicen a veces sus amigos, y también sus hijos, cuando quieren cargarlo un poquito, un apócope de ese nombre tan particular y típicamente uruguayo.

-¿Cómo hacés con la familia, viaja con vos?
-Desde 2013, que volvimos a Nacional, mi mujer me dijo: “Seguimos apoyando, pero sentamos base en Montevideo”, sobre todo por las escuelas y las amistades de los chicos, totalmente comprensible, bastante me siguieron ya. Así que ellos viven allá y me vienen a visitar, por lo menos una semana, a donde juegue, para que puedan conocer y disfrutar el lugar donde está el padre. Al único lugar que no viajaron fue a Israel, porque mi mujer estaba por tener familia y me terminé quedando poco tiempo. Aparte, nunca falta la foto oficial de las mascotas: mis cuatro hijos y yo (ver fotos de estas páginas). La nena ya me tira la bronca, dice que está grande para ser mascota...

-¿Tu mujer no sale en las fotos?
-Paola apoya como siempre, pero le escapa a los flashes. Es de Minas, como yo, y pobre, cuando pensaba que iba a tener un respiro, que todavía no lo tiene porque la carrera no termina, le vino Diego, y ahora lo tiene que andar llevando a concentraciones y demás. Y atrás vienen los gemelos. Y, encima, todos heredaron el carácter del padre. Es decir: pierden y no se les puede hablar porque tienen un malhumor insoportable. Y cuando ganan, hay que callarlos porque no paran de hablar (risas).

-¿Vas seguido a la playa ahí en Río?
-En 3 años y medio que viví acá, contando mi etapa en Botafogo, fui solamente 4 o 5 veces.

-¿Eh?
-Es que soy bastante tradicional. Yo voy al club a la mañana, luego almuerzo y descanso para poder hacer el entrenamiento personal a la tarde. Si fuera a la playa, después no voy con la misma energía al entrenamiento de la tarde y lo va a sentir el cuerpo. Aparte, está el tema del sol: todos boludean con eso, pero hay que tenerle mucho respeto.

-Te hacía yendo a la playa todos los días con el mate…
-Es que la gente idealiza al futbolista de una manera y no es así. Playa playa, hago en las vacaciones, en Punta del Este. En ese caso, hago un solo turno con el personal a las 7 u 8 de la tarde, y durante el día, con mucho respeto al sol, voy a la playa. Con el carnaval me pasa algo similar. Ahora, por ejemplo, tengo invitaciones para salir a desfilar de dos escolas do samba, Imperatriz y Mocidade. Me ha pasado antes, y digo “bueno, vamos a vivir esta experiencia”, pero después, por la responsabilidad o por el hecho de que no digan que estoy de joda y no me importa nada, bueno, al final termino viéndolo por la tele. Este año venía decidido a desfilar, pero como el equipo no arrancó bien, entré en la duda. Me parece que voy a terminar otra vez mirándolo por la tele.

-¿Te manejás como un representante para analizar las propuestas?
-Me manejo yo solo. Tengo un amigo de toda la vida, Jorge Chijane, que me da una mano con la letra chica de los contratos. Aprendí que lo mejor es tomar la decisión uno mismo y, si sale mal, no le reprocho a nadie. Averiguo cosas del club, si está ordenado, si tiene condiciones de infraestructura para entrenarse bien y, antes de definir las cuestiones económicas, trato de hablar con el entrenador para saber si está de acuerdo. Cuando fui a Sol de América, el presidente estaba desesperado por llevarme, pero cometí el error de no hablar con Daniel Garnero, el entrenador, y después supe que él quería un arquero y había una pulseada con el presidente. Por eso fui por un año y me quedé cuatro meses nada más, ahí me faltó tener esa conversación previa y después de hablar con Garnero, me fui a El Salvador.

-¿Qué cosas te limitan en la elección de un club?
-Un poco lo que te decía recién y, también, si es una ciudad con conflictos. En un momento me propusieron ir a Irak y… no, están metidos en muchos problemas. Trato de ir a lugares donde me pueda expresar, donde pueda hablar de fútbol y de táctica con mis compañeros, porque si no puedo expresarme, pierdo muchísimo en lo que es la formación del grupo. El portugués lo manejo bien.

-¿Seguís picando los penales?
-No. La última vez fue en 2011, Botafogo-Fluminense, que el arquero se quedó parado y me lo atajó, y al otro día ya me di cuenta de que estaban esperando más que lo errara que otra cosa, por la repercusión negativa. Si Picasso no repitió su mejor obra, yo tampoco, que quede el mejor recuerdo, no lo quememos (risas).

-¿Los rivales te chicanean en la cancha, con frases del tipo: “Dale, viejo, no robés más”?
-No, al contrario, noto un respeto grande más allá de que te entran fuerte, como corresponde. Eso me pone feliz. Ojo: tampoco es mi estilo utilizar la prepotencia o ir de guapo, entonces cuando ven el perfil que uno tiene, te responden igual. Tengo mucho pedido de cambio de camiseta, ahí te das cuenta de que valoran la trayectoria de uno.

-Cuando vas a una ciudad nueva, ¿te preocupás por conocer los atractivos turísticos principales, la historia y demás?
-Cuando llego a una ciudad, lo primero que hago es comprar un libro y leer sobre la historia del club al que acabo de incorporarme, para entender de qué se trata. Para saber qué camiseta me pongo. Después, los lugares emblemáticos de la ciudad los visito antes de irme, salvo que se trate de un museo de fútbol. El museo del Maracaná lo conocí a los 15 días de pisar Río de Janeiro.

-¿Qué no puede faltar en tu kit de viaje?
-Mate, termo y yerba, imprescindibles. Si es un lugar complicado para conseguir yerba, por ahí me llevo 10 kilos; si no, arranco con 3 o 4, y cuando viaja alguno, me trae. Siempre la misma yerba: Canaria Serena.

Dos goles en el final que le valieron un título al humilde Santa Tecla, su anteúltimo club.
-¿Nunca tuviste problemas en aeropuertos?
-Síííí, claro que tuve, sobre todo en los lugares donde no conocen la tradición. Me han hecho abrir la maleta y también me han abierto los paquetes con una navaja, y después del desastre, me decían “puede llevárselo” y yo les contestaba: “Ahora quedátelo, arreglá vos ese chiquero”. Hoy, que lo ven a Luis Suárez por todos lados con el mate, bueno, eso ayuda a que se sepa en todo el mundo que es una tradición que tenemos. Es terrible, Lucho va con traje por los aeropuertos tomando mate con Messi, como si caminara por la 18 de Julio.

-¿Cuál será tu próximo destino?
-No lo sé aún, quizás vuelva a El Salvador, me hablaron muy bien de India: las condiciones son más que interesantes, aunque la vida es particular. Igual, yo miro lo otro: si la infraestructura para entrenar es buena, perfecto, para mí ese lugar pasa a ser Nueva York. Lo tengo muy claro: mi shopping es el predio de entrenamiento y la cancha donde juego. Nada más.

Nueva York. Su shopping. Confirmado. De Loco, solo el apodo.

Por Diego Borinsky / Fotos: AFP y Familia Abreu

Nota publicada en la edición de marzo de 2017 de El Gráfico

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