LAS ENTREVISTAS DE EL GRÁFICO

Hugo Arana: “Mi estandarte como jugador es Pablito Aimar”

Por Redacción EG · 24 de febrero de 2017

Uno de los actores más reconocidos del país recorre su vida a través del club de sus amores: River. Amante de los jugadores “que fabrican alegrías”, pone en primera fila al Payasito por su nobleza competitiva. El cariño por Lanús. Y su visión sobre el particular momento de la Selección.


Se hizo hincha de River a los 4 años, cuando vio una lámina del equipo en El Gráfico.
Hugo Arana tiene una vida ligada a River. Que empezó, como cuenta en esta charla, a sus 4 años, cuando vio una foto de los millonarios en una revista El Gráfico. Desde entonces, la combinación del rojo y blanco pintó cada cosa que hizo. Se emocionó a los 7 cuando conoció la vieja Herradura, sufrió con los 18 años sin campeonatos, se emocionó con Alonso y compartió cafés con Francescoli. También viajó en micros con los jugadores para seguir al equipo por el país. Hubo un tiempo que fue hermoso en el que el punto de reunión con amigos y colegas era la confitería del Monumental. Esas horas semejaron al club como su segundo hogar. La vida pasa; y los hechos también: en uno de sus momentos personales más difíciles, como cuenta en esta charla, el anunciado descenso lo terminó de arrasar. “¿Esto también? ¿Justo ahora?”, se preguntaba mientras veía por televisión cómo uno de los más grandes de nuestro fútbol perdía la categoría. Pero hay historias que son tan grandes que nunca pueden opacarse. Bien lo sabe Arana, que gozó con la Libertadores de 2015 y se confirmó a sí mismo que el fútbol –y sobre todo su querido River Plate– siempre está ahí para aportar su cuota de alegría a la vida diaria.

-¿Por qué River, Hugo?
-Porque en 1947, cuando yo tenía cuatro años, River fue campeón. También se dio que en mi familia muchos eran de River. Entre ellos, mi hermano Heriberto, que tenía 11 o 12 años. Estas cosas se dan de chico, como en la mayoría de los casos. Tengo aún grabada en mi mente una foto central de El Gráfico con River campeón. No recuerdo las caras de los jugadores pero sí que me encantó ese color rojo y blanco. Esa foto me transmitió alegría; era la primera vez que veía algo así de un equipo del que tanto se hablaba en casa. Fue el sello: hincha de River. Y ya en el año 50, a mis 7 años, me llevaron a conocer la vieja Herradura y quedé fascinado. Ese estadio era más lindo que ahora: se veía el río con los veleros. Los partidos se jugaban los domingos a las 3 de la tarde. No como ahora, que se juegan los lunes, los jueves…

-¿Recuerda qué partido fue?
-No. Pero viví mucho con River. En los 50 vi al Cabezón Sívori, a Walter Gómez, Labruna. Padecí los 18 años de no salir campeón. Vi al equipo que fue la base del Mundial 78. ¡He visto cada jugador…! Ahí te decía que tengo mi foto con Francescoli y Alonso. Llegué a ir a la cancha en el micro con los jugadores.

-Una relación intensa.
-Eramos una banda de atorrantes actores que todos los miércoles a las 11 jugábamos en una cancha auxiliar de River. Hemos llegado a no aceptar ir a un programa de televisión para no suspender un partido. Los sábados y domingos jugábamos a beneficio de hospitales y esas cosas. A veces almorzábamos en la confitería del club y después veíamos el entrenamiento. En esa confitería del Monumental hasta tomábamos café con Francescoli, un tipazo, un pendejo maravilloso de 23 años. También con Fillol, Pinino Mas, JJ López, Merlo... Después dejé de ir a la cancha: con el teatro se me hizo imposible. Y en un rinconcito de mi corazón está Lanús.

-¿Por qué?
-Porque viví en el barrio, fui socio para ir a la pileta, me enamoré bailando los domingos en el club y jugué en las divisiones inferiores. No seguí por vago. Jugaba en Quinta, los domingos a las mañana. Pero yo salía los sábados a la noche, me acostaba a las 5 de la mañana y me tenía que levantar a las 9 para jugar a las 10. No podía. No tenía la vocación. Tuve compañeros troncos que terminaron jugando en Europa. Eran del “yo puedo, yo puedo”. Yo no. Jugué al fútbol hasta los 50 años. Era 8 cuando joven. Después, cuando ya no quería correr tanto, empecé a jugar de 9. Y hacía goles. Tenía cierta habilidad, cierta sutileza. Crecí jugando mucho en la calle con la pelota de goma: pasaba un auto por hora. Te hablo de mis 11 o 12 años. Hacíamos la famosa pared con la pelota Pulpo. Eso permitía una búsqueda de lo sutil. Acá tengo una cicatriz: me sacaron el menisco en el 77. Me operó el doctor Luis Seveso, que seis meses antes había operado a Alonso. ¡Me pegué un susto! ¿Sabés cómo me lo rompí?

-No.
-Jugando al fútbol en el Club Municipal, en avenida del Libertador. Había llovido. La cancha estaba embarrada. Quise bajar un centro frenando la pelota y en vez de frenarla, la pisé. El centro me lo tiró Carlín Calvo, un zurdo hábil, buen jugador. Sentí un crack y dije chau.

La foto autografiada por dos grandes ídolos millonarios: Enzo y el Beto.
LA VIDA COMO JUEGO
-¿Qué lugar ocupa el fútbol en su vida?
-Lo jugué hasta mis 50 años. Encontré en la actuación, probablemente, la segunda parte o lo mismo que tenía en el fútbol. Además, me daba la sagrada posibilidad de jugar: Friedrich Nietzsche decía que “se logra la adultez cuando se logra la seriedad del niño cuando juega”. Tengo de estandarte, de bandera, a Pablito Aimar. No digo que fue el mejor que vi. Digo que además de ser un jugador brillante, elegante, tiene una madera sabia como pocas veces vi: Pablito Aimar supo en su alma y en su cabeza que su adversario es un compañero y no su enemigo. Jamás un codazo ni un planchazo. El sabe que puede jugar al fútbol porque hay un tipo que lo está marcando. Un adversario. Si no, no podría. Su adversario es su socio, su aliado, su compañero de juego. Lo supo siempre. Entonces tiene un grado de sabiduría de verdad profundo. Que tiene que ver con el vivir, ya no solo con la pelotita. En ese sentido creo haber saboreado ese sabor; estoy diciendo que he sentido ese placer. El placer de que es bárbaro que el 4 me venga a marcar, porque hace que yo pueda jugar. Me exige, me provoca. ¡Colabora! Si voy a tirar un caño, necesito que el que me marca en un momento abra las piernas. Eso lo tengo muy emparentado a la actuación, al juego. El nene no está loco cuando agarra un escobillón y juega a que es un caballo blanco. Construye un caballo blanco. El deporte es la manera de evitar la guerra. La pelota dentro del arco es un cañonazo en el fuerte enemigo. Son dos ejércitos combatiendo y la pelota, la bala de cañón. El deporte es la sublimación de la guerra. Es la forma de guerrear sin violencia, sin matanza. El tenis es un duelo de Far West: pum pum. Los deportes son la guerra transformada para evitar la masacre. Eso también es un área reparadora, sanadora. Ahora, si uno va por el codazo, por lastimar al otro, hay algo un poquito enfermo. Creo que hoy en día por la presión, por la guita, uno ve que se pegan entre compañeros de laburo. No están jugando. Se está transformando en otra cosa.

-¡Qué lindo lo que dijo de Aimar!
-No lo conozco personalmente. Un día me invitaron a Gracias por venir, el programa de (Gerardo) Rozín. Te sorprenden con reportajes de gente que uno no espera: mi hijo, amigos. De golpe me dice Rozín: “Bueno, ahora la palabra de alguien...”. Y aparece Pablito Aimar desde España. Sabían que yo había hablado de él. Lo buscaron y lo grabaron. “Lo admiro mucho, Hugo. Compartimos el gusto por River”, dijo. No lo esperaba. ¡Me mató! Es de buena madera.

-Se entiende qué tipo de fútbol le gusta.
-Me gustan aquellos jugadores que fabrican alegría; son los que le han dado el sentido al fútbol. Tuve la suerte de ver a varios. A Pelé una docena de veces: en cancha de Boca, Racing, River y por televisión. Y a Di Stéfano. Me molesta que aparezca esa estupidez de quién fue mejor. ¿Maradona o Pelé? Eso es absurdamente simplificador. No existe eso del mejor. Existen las singularidades. Agradezco a Dios que existieron todos esos. ¿Quién dice que tal o cual es el mejor? ¿Con qué vara se mide eso? Hubo jugadores extraordinarios en todos los equipos. También en Boca.

-¿Alonso?
-El Beto era un genio. Salimos campeones en el 75 con él. Aquellos jugadores fueron creadores de una gesta. ¡18 años! River tenía unos equipos de la san puta y no llegaba: Matosas, Artime y tantos más, y no llegábamos a ser campeones.

-Supongo que hay algo peor que aquellos 18 años sin títulos: ¿cómo tomó lo del descenso?
-Ocurrió en un tiempo de mi vida muy singular: por esos días enviudaría después de 44 años de pareja (su esposa era la actriz Marzenka Novak). Estaba sentado acá, solo, mirando River-Belgrano y el pensamiento fue “¿esto también?. 110 años esperaron y ¿ahora?”. Era estar en pleno duelo. Entonces, el descenso pasó a ser una anécdota. “La alegría de mi vida se va al descenso ahora. ¿Por qué no se fue hace 8 años o dentro de 12? ¿Ahora?”, me preguntaba. Está inserto en una zona un poco más profunda el ser hincha de River e irse al descenso.

Inolvidable. Compartió una cancha con Maradona en un partido benéfico.
CELESTE Y BLANCO
-¿Se considera hincha de la Selección?
-Sí. Evidentemente descubro ahí un profundo afecto, porque no me disgusta, no soy de esos que putean. Me da pena que le vaya mal. Es como un ser muy querido.

-Usted no putea, pero hay otros que...
-... Son espíritus muy frustrados, gente que reacciona así de mal tiene en algún lugar una zona muy frágil que la llena adueñándose de una verdad agresiva. Creo que un violento es un ser lleno de miedo. Si no, no necesitaría de la violencia. A un ser sereno, más o menos estable, no le aparece la violencia. Puede atravesarle, pero no ejercerla. Alguien que descalifica y putea está tratando de huir de un lugar muy frágil. Es un absurdo, no tiene sentido. Sin llegar a ser Messi, he recibido mucho cariño: en términos generales me siento un actor querido. ¡Pero no sabés la cantidad de puñaladas que recibo! Del tipo: “¡Maestro! ¡Qué gusto verlo! Está canoso, eh”. ¿Qué quiere decir ese tipo? ¿Canoso es un piropo, un elogio? ¿A dónde van? “¡Qué gusto conocerlo! Está gordo, eh”. Tengo mi propio diagnóstico: hay gente que al actor, en mi caso, pero también al jugador, lo pone en un lugar elevado, inalcanzable, excepcional, al que ellos jamás llegarán. Pero como a la vez no quieren estar tan abajo, lo que hacen es bajarte. Entonces en la admiración y en el odio atacan a un dios. En el mismo enojo con Messi dicen que está a una altura inalcanzable, pero no porque Messi lo esté o no, sino porque ellos, los que después lo atacan, lo ponen. Eso es lo que siento cuando aparece el “no quiere jugar, se caga en la Selección”. Andá a jugar y entrenar cuatro o cinco días en el Barcelona y a ver si cuando venís acá, con dos días de la Selección, podés jugar igual. ¿De qué hablamos? ¿Qué quieren inventar? ¿Qué les pasa? España salió campeón en 2010 con ocho jugadores del Barcelona. ¡Ocho! Ahí juega Messi todos los días. Creo que esa violencia tiene que ver con fragilidades personales proyectadas en el mejor. Hay muchas cosas que hacemos que parten del miedo, de la fragilidad, del temor. Todos lo tenemos eso, pero hay que saber administrarlo. Cuando uno se pregunta “¿para qué hice esto?” se obliga a pensar.

-¿Es un fracaso salir segundo?
-Jugamos el Mundial y salimos segundos. En dos Copas América, lo mismo. Escuchás con toda contundencia opiniones del tipo “¡somos una mierda: segundos!”. Para las eliminatorias del Mundial participaron alrededor 170 países. O sea, dejamos a 168 atrás. ¿Y somos los peores? ¿Cómo podemos ser los peores si los demás quedaron todavía más atrás? Con Alemania nos comimos tres goles cantados y ellos en la única oportunidad que tuvieron, la metieron. Superamos a todos menos a uno. Es increíble: los argentinos tenemos un complejo de inferioridad muy profundo. Afuera, los chistes sobre argentinos nos refieren como soberbios. Por algo aparecen esos chistes. Son parte de la torta.

-¿Qué jugadores de otros equipos le hubieran gustado ver en River?
-¡Un montón! Bochini, con esa cosa de lo cortito y sencillo. Espectacular. También Bernao. ¡Corbatta! Todos jugadores fuera de serie, que hacen la diferencia, que se salen del molde. Y José Nazionale, un 6 de Lanús (años 50). Un jugador exquisito. ¿Te acordás de Redondo? Algo de eso. No con ese estado físico, porque en esas épocas el fútbol era más lento. Cuando había un córner en contra, saltaba y se la cabeceaba al arquero Alvarez Vega. Más de una vez lo hizo volar para sacarla de un ángulo. No voy a olvidar nunca lo que hizo en un partido contra Atlanta en el que, apretado por los delanteros contra su propio arco, jugó así, mirá: pim, le pegó de puntín al palo de su propio arco, abrió las piernas para que le pase por abajo a él mismo, se dio vuelta y sacó la pelota del área. Nunca vi algo así. ¡Se hizo un caño él mismo contra el palo! A ese tipo me hubiera gustado tenerlo en River.

-El fútbol es la búsqueda de un espacio para la alegría, ¿no?
-El fútbol es un hecho absolutamente excepcional en la vida de un hombre. Un tipo de 20 años será hincha de un equipo determinado para toda la vida. Si es hincha de Huracán, lo será para siempre. ¡Ya está! Aunque se vaya a vivir a Rusia, 40 años después pondrá internet para ver cómo salió el Globito. No descubro un sentimiento así en ninguna otra cosa humana. El hombre puede cambiar de religión, de pareja ni hablar; puede cambiar de sexo, puede cambiar de nacionalidad, renegar de sus hijos, puede renegar de sus padres, pero no del equipo del que es hincha. Hay una fidelidad que es única. Hasta de profesión puede cambiar. Podrá no darle bola al fútbol, no ir a la cancha, pero siempre será de ese equipo. Es un sentimiento muy extraño, de pertenencia. Puede renegar de su comunidad, de su raza, operarse, pero no puede borrarse el equipo del que es hincha. No puede. No es que no puede: no quiere. Es una cosa muy extraña, muy excepcional. Hasta puede renegar de su color, sentirse perseguido, simular el color de su piel. No puedo entender qué hay ahí, pero hay un misterio, un grupo de pertenencia muy singular.

"En el conflicto está la ganancia", sintetiza Arana a la hora de definir el antagonismo River-Boca.
-¿Cómo vive la rivalidad River-Boca?
-En el conflicto está la ganancia. La única manera de tener poder es encontrar un poder que se oponga. Si no, uno no tiene nada. Si desaparece ese opuesto, hay que crear otro. Habiendo conflicto, hay ganancia. El volumen mayor de dinero en el mundo lo manejan las armas. El que las fabrica necesita que las compren. Hay que crear las guerras, porque en el conflicto está la ganancia. River y Boca son eternos: están en todas partes. Es una creencia. En algún momento uno dice “¿qué carajo haríamos uno sin el otro?”. Yo los jodo a los bosteros. Les digo “¡cómo sufrieron sin nosotros, eh! ¿Te creés que nos fuimos de casualidad? ¡Nos fuimos para joderlos! A ver qué hacen sin nosotros, contra quién juegan”.

-Pero ahora les va a quedar el estigma de que ellos no descendieron.
-¡Lógico! ¿Qué van a decir? Está todo bien. Es el juego de la chicana. Un juego muy porteño: la ironía, los dichos de cancha son excepcionales. Creo que en ningún lugar del mundo se manejan los dichos que se manejan en nuestras tribunas. Hay un nivel de complejidad psicológica. El rico sabe quién es y el pobre también. Los de la clase media somos los que más luchamos por nuestra identidad. River y Boca son a la vez una necesidad básica de generar conflicto y encuentro. Les pasa a todos: Huracán y San Lorenzo, Independiente y Racing, Peñarol y Nacional. En todos los países. Es una necesidad de pertenencia, de conflicto: puedo ejercer lo mío siempre y cuando tenga uno en contra. Y a ese quiero ganarle, porque quiero valer.

Perfil
Hugo Arana, nacido en Lanús el 23 de julio de 1943, se ha ganado un lugar de importancia entre los actores más destacados de nuestro país. El Gráfico lo entrevistó en este caso por su pasión futbolera y su condición de hincha de River.

La cantidad de éxitos cinematográficos, televisivos y teatrales en los que trabajó es enorme. Entre los de la pantalla grande, El santo de la espada (1970), La tregua (1974), La vuelta de Martín Fierro (1974), La historia oficial (1985), Made in Argentina (1987), Las puertitas del Sr. López (1988) y El lado oscuro del corazón (1992). En televisión, Papá Corazón (1973), Matrimonios y algo más (en los años 80), Buenos vecinos (1999-2001) y Resistiré (2003). Desde el escenario, la rompió con Baraka (2011), donde trabajó con otros grandes colegas como Darío Grandinetti, Juan Leyrado y Jorge Marrale. También se subió a las tablas para las obras El saludador (1999) y Made in Lanús (2003).

Su salto masivo lo consiguió a principios de los 70, cuando interpretó, para una publicidad de vinos Crespi, a un señor que llegaba a su casa y se enteraba de que iba a ser papá cuando su esposa le mostraba unos escarpines. Es una de las publicidades más recordadas de nuestra televisión. A mediados de los 80, y cuando la dictadura militar empezaba a perder poder, fue uno de los protagonistas del, para entonces, novedoso programa Matrimonios y algo más, dirigido por Hugo Moser. Junto a Cristina del Valle se destacaba en el sketch “El groncho y la dama”, donde interpretaba a un hombre de ilimitado machismo; y otro de sus personajes era Hugo Araña, con el que parodiaba a un afeminado. Entonces, se generó una polémica que hoy sería impensable.

Por Alejandro Duchini / Fotos: Emiliano Lasalvia

Nota publicada en la edición de enero de 2017 de El Gráfico

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