LAS ENTREVISTAS DE EL GRÁFICO

Pablo Mac Donough, un diez y la leyenda

Por Darío Gurevich · 12 de diciembre de 2016

Hace 14 años, debutó en el Abierto. Se destacó en Ellerstina, pero brilla en La Dolfina, que trascendió al ganar tres Triple Coronas en fila. Charla con un hombre que, desde 2007, tiene el hándicap de excelencia.


A los 34 años, logró seis veces el Campeonato Argentino: dos con Ellerstina y cuatro con La Dolfina, su equipo.
Tarde primaveral de octubre en Tortugas Country Club. Pablo Mac Donough sonríe en un podio que lo tiene, junto a Adolfo Cambiaso, David Stirling y Juan Martín Nero -sus compañeros-, como protagonista. La Dolfina acaba de ganar su décimo título en cadena de la Triple Corona, la trilogía de torneos que conforman la temporada alta argentina. Venció a Ellerstina -su clásico rival- por novena vez seguida; en esta ocasión, por 18-12. 

Pablo, sin embargo, no pierde la cabeza. Está feliz por haber disputado uno de esos partidos que lo motivan, por haber obtenido un título que lo acerca a batir otro registro histórico: alcanzar la cuarta Triple Corona en fila. Pero, insisto, no se le suben los humos. “Es cierto lo que Juanma dice: ‘Esto se va a cortar un día’. Porque nada es para siempre, y porque se les cortó a todos. Indios Chapaleufú I ganó el Abierto de Palermo en 1991, 1992 y 1993. Cuando era chico, los admiraba y pensaba: ‘Estos tipos van a ganar durante 10 años más”. Bueno, por una cosa o por otra, porque quizás bajaron un poquito la motivación y porque surgió Adolfo Cambiaso, dejaron de hacerlo. A La Espadaña también le sucedió: se consagró en seis de los siete Abiertos que jugó y después se disolvió. Esto nosotros lo tenemos claro”, avisa.

Lejos de aquel podio, Mac Donough se encuentra manso, como sugiere, en su caballeriza, ubicada en La Irenita, allá en General Rodríguez. Para retroceder hasta el corazón de su historia, habrá que viajar imaginariamente hasta Daireaux, localidad que descansa hacia el oeste del centro de la provincia de Buenos Aires. 

-Nací en Capital Federal, pero mi papá trabajaba en un haras de Daireaux, que fue donde viví durante los primeros tres años de mi vida. Mi familia hacía bastante que estaba ahí; soy el más chico de mis hermanos. Después, nos fuimos a Pehuajó, donde estuve 12 años y donde pasé mi infancia. Luego, volvimos a Daireaux para comprar el campo en el que trabajaba mi padre (Jorge, que es veterinario). Aquel haras se llamaba La Irenita y no tenía nada que ver con el polo, sino con caballos de carrera. Al final, eso se dividió, se disolvió La Irenita carreras, y nosotros terminamos, junto a mi padre y a mi hermano Matías, comprando el lugar en el que mi papá había vivido y trabajado durante más de diez años. Así que Daireaux forma gran parte de nuestra vida y, para mí, es mi lugar. Ahí está la cría de los caballos, la gente que trabaja junto a nosotros, el centro de embriones. Me gustaría pasar mucho más tiempo allí.

-Debutaste en el Campeonato Argentino Abierto en 2002 con La Irenita. ¿Qué recordás sobre aquello?
-Aquel Abierto de Palermo lo disfruté muchísimo, y me encanta recordarlo. Fue el Abierto que disputé con menos presión en mi vida. Porque era el primero, con un equipo de abajo, y jugamos contra los mejores y aprendimos. Después, empezó mi etapa en Ellerstina, en la que crecí polísticamente. Si bien fuimos exitosos, nos costó unos años lograrlo. A los dos años, en 2005, ganamos Tortugas y Hurlingham. Había muchos equipos buenos y siempre tuvimos buenos récords ante los dos Chapaleufú, los Novillo Astrada y La Dolfina. Lo que nos mataba era que, en la final de Palermo, nos faltaba dar el golpe en el suplementario para coronar temporadas impresionantes. Ahí, en Ellerstina, empecé a sentir la presión de jugar para ganar; sobre todo la volví a vivir después en La Dolfina. Uno tiene que disfrutar más, pero no es fácil. Porque jugás casi para no perder. Está buenísimo pararse de este lado, aunque, como decía, cuesta disfrutar. 

-Cuando pasaste de Ellerstina a La Dolfina en 2011, ¿ya eras un polista de otro nivel, de otra envergadura?
-Nunca me sentí así; me considero igual que 10 o 15 polistas más. Tengo la suerte o el mérito de integrar un equipo de punta. Creo que soy un muy buen jugador, pero no soy más que el resto que tiene 10 goles de hándicap.

-Antes, en Ellerstina, jugabas de 2. En La Dolfina, lo hacés de 3. ¿Cuál es tu posición natural?
-Creo que, hace varios años, juego en la posición en la que mejor me puedo defender y en la que mejor me adapto. No soy un jugador que tiene tanta fuerza, pero he jugado de 2 cuando era chico. De un modo más inconsciente, me desenvolví bastante en esa posición en Ellerstina. De hecho, terminé de 3; y de 1, también me tocó. Pero, honestamente, la posición en la que más cómodo me siento es de 3 o de back. Porque de 4 no me molestaría jugar.

-O sea que haberte desarrollado de 2 fue circunstancial, ¿verdad?
-Sí, y estuvo bueno porque aprendí y me fogueé. Cuando arrancás, todo sirve.

Se sumó a La Dolfina en 2011 e integra una formación histórica que siempre será recordada.
-¿Cuál es el revés más pesado que sufriste?
-Hubo dos momentos que me marcaron mucho. El primero fueron las finales de Palermo de 2005 y 2007. No haber podido ganar el Abierto con mi hermano Matías es una cuenta pendiente, que me va a quedar en mi carrera. Creo que Matías, en su mejor momento, se hubiera merecido un Abierto como mínimo. Jugaba con Gonzalito y Facundo Pieres y conmigo, que éramos chicos. Nosotros todavía no estábamos en la mejor versión, y eso me da un poco de lástima. “¡Puta! No nos agarró maduros”, me lamento. Así y todo, estuvimos a dos suplementarios de ganar una Triple Corona. Matías no sabés cómo empujaba. De hecho, en la final de 2005, fue lejos el mejor jugador nuestro. Pero, bueno, la injusticia también es parte del deporte. El segundo momento duro está ligado a los caballos. Me pegó la muerte de la Nuera, que falleció hace dos años. Era una yegua criada por mí, que jugó tres finales de Palermo. Se murió a los siete años; ni siquiera había cumplido ocho. O sea que lo que me dio en sus primeros tres años fue increíble. Es, sin dudas, la mejor yegua que jugué; fue un duro Palermo aquel de 2014 porque, después del Abierto, falleció. Su pérdida será algo que me quedará, que me hará ruido durante toda mi vida.

-¿Por qué la Nuera fue diferente a las demás?
-Era casi perfecta: tenía garra y docilidad; era muy cómoda. Jugué muchos años a la madre, que se llamaba la Suegra, que sacó el premio a la mejor yegua de Palermo en 2007. Además, a la Nuera no me la trajo nadie; la vi nacer. Entonces, su pérdida resultó doblemente dolorosa. Por un lado, está la parte sentimental. Por el otro, tener a una yegua así no es fácil ni lo será.

-¿Tuviste dudas, quizá durante tu adolescencia, de si llegarías o no a convertirte en lo que sos: un polista de elite?
-Cuando subía los escalones, no tuve dudas. Sí me pasó al arrancar a jugar el Abierto de Palermo, sobre todo por ese 2005 fatídico en el que estuvimos ahí nomás de ganar la final. El 2006 resultó un año malo para Ellerstina, que era donde jugaba, porque no llegamos a ninguna final. Ahí sí sentí desilusión. Pero, bueno, son los momentos que hay que pasar. Creo que de las derrotas se aprenden muchísimo más que de las victorias. Los triunfos te dan confianza, pero eso te puede llegar a jugar en contra en el futuro. Si no te enloquecés por el hecho de haber perdido y se analiza fríamente en qué mejorar, estoy seguro de que se rescatan más cosas positivas de las derrotas que de las victorias.

-Al mirar por el espejo retrovisor y observar desde que te incorporaste a La Dolfina hasta acá, ¿qué descubrís?
-Fueron seis años raros. En el primero, perdimos la final de Tortugas tras haber ido arriba por bastante diferencia, y ganamos la final de Palermo con autoridad. Ahí, en 2011, podríamos haber logrado la Triple Corona y no se nos dio. De todos modos, lo que más rescato es la final de Palermo perdida en 2012. Porque nos sirvió para aprender de los errores y buscar en un momento de crisis la oportunidad para salir con más ganas. Cuando hablo de crisis, me refiero a la derrota en sí misma; jamás nosotros nos peleamos; al contrario, aquel traspié nos unió más. “Confiemos en nosotros, apostemos a un proyecto a largo plazo y metámosle a fondo”, nos dijimos. Ahí lo llamamos a Milo Fernández Araujo para que sea nuestro entrenador. Si ese Abierto no lo perdíamos, no habríamos sido capaces de ganar tres Triple Coronas seguidas. Ese fue el llamado de atención más importante para darnos cuenta de que teníamos que hacer las cosas mejor, con otro profesionalismo, sin dejar determinadas cuestiones libradas al azar, y con alguien que nos ayude desde afuera.

-¿Qué aprendiste en estos años en La Dolfina?
-Supe entender bien cuál era mi lugar en el equipo y qué función tenía que cumplir. En base a esto, las cosas que me tocaron las traté de hacer lo mejor posible. Creo que pasa más que nada por adaptarte a un funcionamiento y darle con pequeñas cosas lo mejor a un equipo.

-¿Qué es lo más difícil de defender a esta altura?
-¡Uh! Me mataste (devuelve al instante y se toma unos segundos para pensar).

-¿Puede ser el prestigio?
-No, no; me molesta perder porque tenemos equipo para ganar. Y, si nos toca caer, no voy a pensar que La Dolfina perdió prestigio o que yo lo perdí. Esto pasa más por querer ganar y por saber que tenemos con qué.

-¿La Dolfina podrá jugar mejor de lo que lo hace?
-Sí, siempre se puede jugar mejor. Creo que nuestro mejor partido en estos últimos años fue la final de Palermo en 2015 y, así y todo, no jugamos como lo tendríamos que haber hecho en los últimos dos chukkers. Fue por un tema de cabeza, porque pensamos en demasiadas cosas: ganar otra final del Abierto y la tercera Triple Corona consecutiva. Entonces, la cabeza nos empezó a jugar en contra; y Ellerstina no tenía nada que perder: estaban abajo por cuatro o cinco goles y se soltaron. Por suerte, nosotros no dejamos pasar una oportunidad única e histórica.

Mientras esta revista se imprimía, Pablo disputaba el Abierto de Hurlingham.
-El 12 de este mes comienza la edición número 123 del Campeonato Argentino Abierto, que ha sido declarado de interés nacional por la presidencia de la Nación. ¿Lo único que visualizás es ganar Palermo?
-Sí; primero, queremos ganarlo. Obviamente, sabemos que jugamos a algo y que podemos dar espectáculo. En la temporada alta argentina, se consumen muchos caballos y demasiado tiempo. Porque nosotros encaramos a fondo los tres torneos de la Triple Corona, y ese tiempo se lo sacás a la familia. Para este año, hicimos lo mismo pero, quieras o no, bajamos un poquito la intensidad. Por ejemplo, Milo Fernández Araujo no estuvo en la última final de Tortugas porque viajó al exterior, cosa que antes no pasaba. Pero, bueno, la única opción que nos deja contentos es ganar.

-Te consagraste en todos los torneos mayores de los países en los que el polo pisa fuerte, salvo en el US Open. ¿Con qué soñás todavía?
-Quiero ganar cuatro o cinco Abiertos más. A mí la Triple Corona me divierte y, por supuesto, no me da igual conseguirla o no. Pero aseguro que dejar de ganar Palermo me pondría mal.

Por Darío Gurevich / Fotos: Emiliano Lasalvia

Nota publicada en la edición de noviembre de 2016 de El Gráfico

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