¡HABLA MEMORIA!

Los grandes paquetes del boxeo

Por Redacción EG · 05 de junio de 2019

Sumaban nocauts tras otros. Parecían fenómenos. Sin embargo, el día que les tocó a un rival de verdad se desató el envoltorio y todo era una mentira.


Habría que empezar definiendo qué queremos decir cuando decimos “paquete”, aunque suele ser la primera imagen la que vale. Cuando alguien ve por televisión cómo un boxeador de pocos recursos cae nocaut ante la estrella de turno, lo primero que comentará en el café es algo así como un “Che, qué paquete le trajeron a Fulano”. O sea, qué mal boxeador, qué perdedor seguro.

Pero no debería ser la única definición. Otra tiene que ver con el boxeador que, sin recursos técnicos, es inflado con victorias ante otros paquetes hasta que choca contra uno en serio y recibe, como es lógico, una paliza de verdad.

 

TONY GALENTO. Lo tiró a Louis, después Joe lo masacró. Se entrenaba fumando cigarros y dándole a la cerveza. Así le fue.
 

En esa escala, el paquete más famoso en el mundillo del boxeo es un boxeador de ficción, aunque esa ficción encarne un montón de casos reales. El personaje es el Toro Moreno del libro Más dura será la caída, de Budd Schulberg, quien hoy, ya un apacible anciano, sigue asistiendo a las grandes peleas para luego comentarlas en la revista neoyorquina International Boxing Digest. Schulberg –el mismo que escribió la novela de otra famosa película, Nido de ratas, con Marlon Brando– gusta de la charla. Y, encontrarlo es un placer.

Más dura será la caída también fue al cine, con la actuación de Humphrey Bogart como un periodista sin principios que, por un puñado de dólares, elogia al paquete, que resulta ser un peso pesado argentino. Un buen servicio de prensa y un montón de paquetes en el camino lo llevan a la pelea por el campeonato mundial la cual, obviamente, pierde por salvaje paliza. Luego, solo y sin un centavo, volverá a sus pagos natales. ¿Referencia a Firpo?

“No, claro que no”, nos dijo alguna vez Schulberg cuando se lo preguntamos. “En realidad Firpo no sólo no era un paquete, si no que justamente no terminó en la miseria, si no millonario. Mi personaje es un arquetipo y, si se orienta por el lado europeo, usted hallará la solución, que obviamente es muy fácil”.

 Es cierto. Seguramente si hubo un gran paquete en la historia, un paquete grande de verdad, fue el gigante italiano Primo Carnera.

 

El gigante Primo Carnera.
 

Dicen que Carnera, aunque nunca tuvo infancia, siempre fue un niño. Se crió en una especie de campo de concentración en Alemania durante la Primera Guerra Mundial (sus padres, italianos, estaban en ese país de vacaciones y quedaron internados) y recién a los once volvió a su pueblito natal. Su padre se fue a buscar trabajo a El Cairo y él quedó en Francia, durmiendo en el descampado, cargando ladrillos, ya que aunque tenía sólo 12 años era muy grandote. “Nadie creía en mi edad, viéndome tan grande”, recordó alguna vez. Recaló en un circo, en donde como fin de fiesta solía levantar en peso a tipos enormes. De ahí a que lo pusieran a luchar hubo un solo paso. Conocido como “Giovanni, el Terrible”. Un día lo conoció un tal Paul Journee, que era boxeador, y lo presentó a un tal Leon See, quien cambiaría su vida para siempre. El hombre, dicen, tenía un fino bigotito negro y cuando se ponía a hablar era capaz de convencer a cualquiera. Eso fue en París y Primo tenía 21 años. Las manos no le entraban en los guantes. Debutó en septiembre de 1928. No sabía boxear, pero ¿a quién le interesaba? Lo bueno era ver a aquel gigante que medía 2 metros. Su primer rival importante apareció en Londres: Young Stribbling, quien tras dominar al italiano terminó perdiendo por un oportuno golpe bajo. Descalificación. Viajó a los Estados Unidos y, uno a uno, sus rivales se caían.

 

Primo Carnera superaba facilmente a los rivales, hasta que le tocó uno de verdad.
 

Uno de sus rivales, Bombo Chevalier, no quiso ir al bombo y le pusieron vaselina en los ojos. Otro oponente, George Godfrey, le dio un golpe bajo tan evidente para ser descalificado que lo sancionaron con 5.000 dólares. A Carnera lo manejaba la mafia. Cuando lo pusieron contra Jack Sharkey, un hombre que había peleado dos veces por el campeonato mundial, comprendió parte de la realidad, porque pegaba y el rival no se caía. Terminó en pie, aguantándose todo durante 15 rounds. Cuando se fue del ring, derrotado, lo hizo entre escupitajos e insultos, aunque el pobre Carnera lo único que había hecho era aguantarse como un hombre. Para levantar las acciones lo pusieron contra Ernie Schaff, quien venía de recibir terrible paliza contra Max Baer. Schaff agregaría una cuota dramática a la historia, porque cayó inconsciente y murió tres días después. Eso levantó las acciones del gigante, aunque nadie comprendió que había sido Baer el verdadero autor del castigo final. Sharkey era amigo del muerto y expuso su corona ante Carnera, perdiendo por nocaut el 29 de junio de 1933. Carnera, contra todos los pronósticos, era campeón mundial de peso pesado. El 14 de junio de 1934 lo agarró Max Baer, quien le propinó un brutal castigo que sirvió para demostrar que Carnera, después de todo, tenía coraje. Cayó once veces y once veces se levantó. Tenía la cara destrozada. Finalmente el referí Arthur Donovan la paró en el round once. “Nunca pensé que este tremendo paquete tenía tanto coraje”, reconoció Baer.

 

Carnera se sostiene de la sogas ante Baer.
 

Viejo, enfermo, tras haber sido luchador, pidió irse a morir a Italia. Falleció el 29 de junio de 1967. “¿No es extraño que haya muerto el mismo día en que se consagró campeón del mundo?”, preguntó alguien. Era cierto, 34 años antes aquel tremendo paquete había llegado a la corona. Un hombre bueno e indefenso.

Vinieron muchos más. Rafito Cedeño, célebre manejador venezolano, lo definió en pocas palabras. “La ventaja de los caballos de carrera sobre los boxeadores es que no leen los diarios”, dijo. Y cuando nuestro amigo y reportero gráfico Rodolfo Solari le preguntó por qué, la respuesta no escondió crueldad. “Es que los boxeadores leen los diarios y creen lo que está escrito...”

 

Fulgencio Obelmejías.El venezolano tenía dos virtudes. Pegaba duro y era pupilo de Rafito Cedeño, rey del invento.
 

Le pasó a uno de sus pupilos, Fulgencio Obelmejías, que le ganaba a todos en los años ’80 hasta que le dieron una paliza.

Lo mismo pasó con José Manuel Ibar, “Urtain”, un peso pesado bruto y fuerte que no prosperó. A los 22 era el mejor levantador de piedras, fue campeón europeo, continuó con el previsible show del catch, como Carnera, y finalmente, arruinado, a los 49 años, se tiró del décimo piso del departamento en el que vivía y del cual no podía pagar el alquiler.

 

Jiosé Manuel Ibar "Urtain". Terminó en la ruina, tirándose de un décimo piso. Vasco, levantador de rocas,  bruto y fuerte.
 

Hubo paquetes que llegaron a campeones. Como Eddy Gazo, quien le ganó a Miguel Angel Castellini en medio de los tiros que lanzaban al aire sus compañeros del ejército en la época de la tiranía de Somoza en Nicaragua. La pelea fue en una cancha de fútbol.

 

Eddy Gazo. En medio de los tiros le ganó a Castellini, fue en Nicaragua. Era una especie de sargento.
 

Hubo paquetes que gracias a su color de piel llegaron lejos. Uno era el neoyorquino Gerry Cooney, de origen irlandés. Nativo de Long Island, Nueva York, con una altura que rondaba los dos metros y un espectacular gancho de izquierda, llegó invicto en 25 peleas a su encuentro con Holmes, en una pelea que congregó a unas 20.000 personas en el Caesars. Recibió una paliza de aquéllas hasta que su entrenador, el puertorriqueño Vic Valle, se apiadó de él en el round número 13. Perdió con dignidad, cierto, pero sin atenuantes. Luego se enfrentó con George Foreman y volvió a recibir una nueva paliza.

 

Gerry Cooney.
 

Paquete de aquéllos era el torpe Vito Antuofermo, italoamericano, habitante de Nueva York y muy popular en la colonia italiana en esa ciudad. Le ganó con poca justicia a nuestro Hugo Corro en 1979, logrando el campeonato mundial de los medianos. Su boxeo era áspero y sin técnica y llegó a embarrarle la cancha a Marvin Hagler, a quien le arrancó un empate en la primera chance que tuvo Marvelous por una corona mundial, también en 1979. Se cortaba con gran facilidad. Perdió la corona con Alan Minter, británico, y se retiró definitivamente en 1985.  Años más tarde su rostro, curtido y lleno de cicatrices, fue una interesante máscara para un personaje secundario de El Padrino, de Francis Coppola.

 

Vito Antuofermo.
 

Ser paquete no es una deshonra. No todos nacen talentosos. Sucede que el tema es –como se dice ahora– el packaging, o sea “el empaquetamiento de algo malo para que parezca lindo”. Hay vinos horribles con etiquetas lindas y perfumes baratos con buenos envases que también son paquetes, ¿quién no los compró alguna vez?

Peter McNeely, blanco y de origen irlandés, se atrevió a pelearlo cara a cara a Mike Tyson en el MGM cuando éste volvió de la cárcel. No lo estaba haciendo tan mal pero su manager se metió en el ring y obligó a la descalificación en el primer round. McNeely se haría famoso promocionando pizzas. Hace poco lo agarró el gordo Butterbean y lo puso nocaut sin piedad alguna.

 

Peter McNeely. Así gritó antes de pelear con Tyson. Guapeó pero fue inútil. Despues Butter- bean lo aplastó.
 

Este periodista confiesa una cierta simpatía por los paquetes. Creen, ingenuamente, que son más de lo que son. Como ciertos maridos, todo el mundo conoce el engaño, menos ellos. Cumplen como pueden con su función y al final pueden decir que las piñas se las llevan ellos, no sus inescrupulosos managers.

Parece que hablar de paquetes y de pesos pesados es casi lo mismo. Bruce Seldon era considerado “El Expreso de Atlantic City”. Estuvimos más de una vez a su lado. Era un ropero de dos cuerpos, uno de esa clase que, si usted se lo encuentra en un callejón, empieza a sacarse el reloj antes de que se enoje. Aunque parezca mentira –o no tanto, porque el boxeo de hoy permite cualquier cosa– ganó el campeonato mundial de todos los pesos ante Joe Hipp, un indio que había logrado cierta reputación al romperle la mandíbula a otro paquete, el rubio Tommy Morrison, cuyo máximo elemento de propaganda era una especie de parentesco con John Wayne.

 

Tyson vs. Seldon
 

 

Bueno, lo cierto es que finalmente Seldon consiguió una pelea con Tyson y apenas fue rozado por una mano fuerte se tiró, en medio de las burlas y las dudas. Un paquetón que ni siquiera mostró orgullo.

Es fácil acusar a un boxeador de paquete porque no sabe pelear, porque no sabe plantarse. Y si lo hacen ganar poniéndole peores que él, la imagen es todavía más triste, menos simpática.

Una noche el paquete recibirá una paliza y entonces, con el dolor en el cuerpo que sólo pueden entender los boxeadores golpeados, sentirá de alguna manera que él no tuvo la culpa, que el único error que cometió fue, como diría Rafito Cedeño, haber creído en lo que leía en los diarios.

 

CARLOS IRUSTA

 

 


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