El apreton de manos sellaba la despedida. Un calor denso, pegajoso, presagiaba la llegada inminente del verano. El almanaque andaba por noviembre de 2004, el verde del predio de Ezeiza parecía más verde que nunca y la sonrisa florecida de José Pekerman, distendido luego de dos horas de charla futbolera, era una pintura perfecta de desahogo.
Ya habían pasado la goleada ante Uruguay y el empate frente a Chile, que marcaron su debut como entrenador de la Selección Mayor en medio de la coyuntura de emergencia provocada por la imprevista renuncia de Marcelo Bielsa. Intimamente, José sentía que, extinguidos los primeros focos, podía quitarse el traje de bombero para profundizar el ejercicio del cargo con la perspectiva y la maceración que tanto lo deleitan. Y el periodista de El Gráfico, que supo acompañarlo por varios rincones del planeta cuando era el timonel de los más chicos, rubricó el adiós con un deseo sincero…
–Bueno, José, ojalá que le vaya tan bien como con los juveniles…
–Y ojalá que Riquelme siga jugando de esta manera, ja, ja…
La frase le salió del alma, automática y directa. Fue pronunciada en un contexto de intimidad que acaso descalifique su revelación en este o en cualquier otro momento. Pero encierra un sentimiento puro, un convencimiento absoluto. Un compromiso con la genética del fútbol argentino, más allá de los maquillajes tácticos y los aggiornamientos de la dinámica y los espacios.
Aquel Riquelme de noviembre es este Riquelme deslumbrante de las eliminatorias y la Copa de las Confederaciones; la evolución de aquella especie que ganó el sudamericano Sub-20 de Chile 97, el Mundial de Malasia 97 y el Torneo Esperanzas de Toulon 98; la confirmación de ese crack que agotó el stock de elogios en el Boca de Carlos Bianchi y el Villarreal de Manuel Pellegrini, y el eslabón perdido durante los pasajes más áridos de la Era Bielsa…
En un futbol huerfano de organizadores, que condena a los volantes mixtos a implorar por un providencial rayo de impronta que les aclare las secuencias ofensivas, Argentina mira al Mundial 2006 consciente de que en su caja fuerte cuenta con una gema muy preciada.
“Nosotros sabemos que los enganches como Riquelme están en extinción”, dice José, el primero de los escasos entrenadores –Bianchi, Pellegrini y ninguno más– que comprendieron la infinita dimensión de su influencia. Una injerencia que excede la respuesta de otros conductores ocasionales y que Pekerman tiene muy en claro desde que lo detectó en las fértiles divisiones inferiores de Argentinos Juniors: “Por movilidad y cambio de ritmo, Aimar puede encargarse de esa función, al igual que Lucho González o Maxi Rodríguez, que en su menú futbolístico manejan capacidades organizativas interesantes. Pero ninguno es un organizador tradicional, el clásico diez argentino.”
Román se siente cómodo con la responsabilidad absoluta de la conducción. Disfruta de esa mochila que asfixia a quienes apenas pueden probarse el traje de talentos complementarios. Y se agiganta cuando le demuestran que confían ciegamente en él, que lo valoran como la piedra fundamental a partir de la cual es posible la construcción de cualquier obra futbolera, por faraónica que sea.
“Yo me considero una persona de suerte”, dice el papá de Florencia y Agustín. “Tanto en la Selección como en el club, los técnicos no me cambian la forma de jugar y los compañeros me tienen mucha confianza para manejar la pelota. Ese respaldo es muy importante para que las cosas me salgan bien. Por eso me considero muy responsable de la suerte del equipo. Si juega mal, siento que ha sido por mi culpa.”
Por su culpa, entonces, por la grandísima culpa de este pecador de potrero, Argentina recuperó su status de candidato para la próxima Copa del Mundo en estos ocho meses que abarcaron el holgado liderazgo en la eliminatoria y la interesante actuación en la Copa de las Confederaciones.
Comprendido en Villarreal y en la Selección, Román bordó su mejor temporada en Europa y se instaló en la consideración más elevada del Planeta Fútbol.
“No me extrañaría si este año o el que viene resulta elegido como el mejor jugador del mundo. Si hoy me preguntan por quién pagaría una entrada, no tengo dudas: Riquelme es garantía de espectáculo”, dice el colombiano Francisco Maturana, presente en Alemania para la confección de los informes técnicos de la FIFA.
“Riquelme parece brasileño”, define el volante Zé Roberto con cierto barniz de ironía y una inmensa cuota de resignación. “Pero nadie debería sorprenderse por su capacidad técnica, ya que Argentina siempre ha sacado jugadores de categoría, como Maradona, Verón o D’Alessandro.”
A un costado de la raya de cal, el entrenador campeón del mundo, de América y de las Confederaciones, Carlos Alberto Parreira, sostiene que “Riquelme es el mejor futbolista argentino de la actualidad, el hombre que no se puede descuidar porque su inspiración es capaz de decidir un partido”. Un don que también le reconoce el boliviano Juan Manuel Peña, compañero suyo en el Villarreal: “Román te hace ganar partidos. Sabe mantener la cabeza fría y es muy punzante con los pases. Por lejos, fue el mejor volante de la Liga española.
Llegó al club algo herido porque en el Barcelona menospreciaron sus condiciones, pero se encontró con una ciudad que le brindó cariño en todo momento y él lo devolvió con mucho fútbol. Cuánto más ánimo tiene, mejor juega.”
Con 15 goles y 16 asistencias, Román llevó al Submarino Amarillo hasta la Champions League –“Es como si Platense jugara la Copa Libertadores”– y luego puso en escena una función estelar durante tres semanas de junio, desde el 3-1 a Brasil, por las eliminatorias, hasta la final de la Copa de las Confederaciones, donde recibió el trofeo dorado que lo acredita como segundo mejor jugador del torneo, detrás del brasileño Adriano. Un tándem que los organizadores –¿los mismos que consagraron a Oliver Kahn como mejor jugador del Mundial pasado?– invirtieron a la sombra de la victoria brasileña en la final. Hasta entonces, incluida la final, el más consagrado por los aplausos espontáneos de la concurrencia fue el responsable de la segunda fundación del Topo Gigio…
Como si los editores de FIFA Magazine hubieran consultado con la bola de cristal, eligieron a Román como imagen de tapa para la edición que recibió cada asistente a la Copa. Traducido a todos los idiomas, el extenso artículo con el perfil del fantasista argentino sació la curiosidad de quienes todavía ignoraban la estatura de su talento. Una lista en la que no sólo había aficionados comunes y de los más variados países, sino también algún colega ilustre…
El alemán Michael Ballack quedó enloquecido luego del “recital de Román” (Maradona dixit) ante la selección local, en la última fecha de la fase inicial: “Me pareció un jugador impresionante. Tiene un talento enorme y casi no cometió errores. Jamás lo había visto jugar y, sinceramente, me sorprendió”. Por suerte, en el frasco que habita Ballack sólo hay lugar para uno.
En cambio, el técnico germano, Jürgen Klinsmann, no ahorró elogios: “Riquelme es un jugador casi perfecto. Yo creo que nuestros futbolistas deben aprender de él. Por eso puse a los juveniles Hanke y Englehardt en el segundo tiempo. Quería que vivieran la experiencia, que vieran cómo es jugar contra alguien como Riquelme.”
Para Hanke, el ejercicio de contemplación no fue muy grato que digamos. Se comió un caño monstruoso, sabiamente aplaudido por el auditorio de Nuremberg y olímpicamente ignorado por la televisión oficial, adicta a repetir patadones bizarros e imperturbable ante el repertorio de lujos, acaso por no contar con el paladar apropiado para saborear el malabarismo silvestre de los astros sudamericanos.
“Los caños son una marca de la casa”, definió Cuchu Cambiasso tras esa pincelada de Román. “Claro que nos gustan y los disfrutamos a full, pero cambiamos diez caños por un gol”, se explayó otro maestro mayor de obras como Pablito Aimar.
¿Román? Obligado a asistir a la conferencia de prensa en carácter de figura del partido, minimizó el episodio y prefirió destacar que “el equipo está creciendo” y que se siente “muy feliz de integrar esta Selección”.
Luego de sus palabras de ocasión, quedó de cara a su gambeta más difícil: evitar la zona mixta del estadio, un serpenteante camino de 45 metros, contaminado de periodistas famélicos de frases en ambas márgenes. Entonces metió el freno, acomodó el cuerpo, saltó una valla de un metro veinte y los dejó a todos petrificados.
Aunque no asomó demasiado la nariz por el lobby de los hoteles donde concentró Argentina, con los enviados argentinos se mostró más abierto y comunicativo. Lo suficiente para desgranar frases que en otros momentos prefería reprimir.
–Estoy muy feliz con las cosas que me pasaron durante esta temporada. Todo se fue dando de a poco, naturalmente, tanto en mi club como en la Selección. Ojalá sigamos creciendo para llegar bien al Mundial. Estoy ilusionado con el juego del equipo, tenemos muchas ganas de hacer un gran campeonato. Porque eso está claro: más allá de las eliminatorias y de lo que hemos hecho en esta Copa, la verdad se juega dentro de un año.
–¿Te sentís identificado con el juego de esta Selección?
–Estamos por el buen camino y yo me siento muy a gusto. La gente también me transmite esa sensación cuando me la cruzo por la calle o en un aeropuerto. Esas son las cosas que no tienen precio, porque yo me siento identificado con el país, estoy orgulloso y feliz de haber nacido en la Argentina. Nos hubiera gustado regalarles este título, pero así es el fútbol, no siempre se puede ganar. Lo mejor es mirar las cosas de una manera positiva. Hay que capitalizar las experiencias para que nos sirvan durante el Mundial.
–Brasil viene de ganar la Copa América y la Copa de las Confederaciones, Argentina es campeón olímpico y es el líder de las eliminatorias… ¿Cuál es el mejor equipo del mundo en la actualidad?
–Eso hay que demostrarlo el año que viene, y para eso nos preparamos todos. Nosotros, ellos y los demás. Yo creo que Brasil juega demasiado bien al fútbol, pero Argentina es la mejor Selección del mundo.
Ademas de poner en blanco sobre negro el rol estelar que José le asigna a la hora de armar el equipo, el paso por Alemania lo reencontró con un amigo del alma, Pablo Aimar.
Aunque siempre se muestran callados, charlaron largo en la habitación que compartieron en cada ciudad. Herméticos para el mundo exterior, tejieron un íntimo ida y vuelta desde que eran juveniles y no se dejaron resquebrajar por la antinomia Boca-River en sus épocas de fútbol doméstico. Se admiran y se respetan. Y sueñan con plasmar esa complicidad adentro de la cancha. En Alemania lo hicieron esporádicamente, acaso porque llegaron al final de la temporada en diferentes niveles físicos y de rendimiento. Román en la cresta de la ola, Pablito remando duro para volver a surfearla...
“Todos sabemos la clase de jugador que es Pablo. Tenemos la suerte de que sea argentino y nos encanta disfrutarlo cada vez que le toca entrar. Ahora está recuperando su mejor nivel y eso nos hace ilusionar muchísimo, porque jugadores como él son los que marcan la diferencia en cualquier cancha”, dice Román, humilde y generoso, sobre su amigo y talismán.
De su paso por Alemania quedan un puñado de caños, decenas de asistencias, cientos de pases con el destino exacto que dictaba la jugada y tres goles con una celebración calcada: corrida al trotecito y abrazo con Pablo en el banco.
“Contra Brasil, en Buenos Aires, le había pronosticado que metería un gol. Y acá también acerté, incluso le dije que a Alemania le iba a hacer uno de tiro libre. Son casualidades, lances que uno se tira porque sabe la calidad que tiene Román”, contó Aimar, que estuvo 136 minutos en cancha junto al titiritero de la camiseta ocho, con asistencia perfecta en los 480 minutos disputados por Argentina, un dato para nada menor.
En un torneo que Pekerman utilizó para testear jugadores y sistemas, no quiso darse el lujo de prescindir ni un segundo de Román. Libre para flotar por cualquier sector de la franja de gestación, apenas si le sugirió que se retrasara unos metros cuando Aimar –un mediapunta consumado– ingresó para asociarse en la generación de juego. Allí se dedicó a abastecer pelotas profundas con menos recorrido, además de ofrecerse como intermediario de la pared con Pablito. “Con él se hace fácil jugar”, lo valora Romi, como si lo suyo pesara menos que una pluma.
Pero Riquelme siempre fue el sol sobre el que giraron los planetas, así se llamaran Santana, Aimar, Galletti, Figueroa, Saviola, Maxi Rodríguez, Delgado o Tevez. El ejercicio de Pekerman fue ver cómo se movían ellos con Román, no Román con ellos.
La explicación es sencilla, cae de madura. A un año del Mundial y con 23 pasajes por reservar, asoma una certeza: Riquelme conducción
“Una derrota como la que sufrimos frente a Brasil siempre causa mucho dolor, pero también es cierto que no se debe perder la serenidad y dejar de pensar en los logros conseguidos.
En este torneo de la Copa de las Confederaciones, hemos hecho un trabajo muy bueno y llegamos a la final con posibilidades. Si el partido fue de gran nivel futbolístico, fue también debido a que Argentina trató de jugar al fútbol en todo momento. No se puede discutir ni la victoria ni la diferencia de Brasil, pero hay partidos que son fatales y éste quedará incorporado como uno de ésos. Primero dos remates al arco terminaron en sendos goles y luego el gol lapidario a la salida del segundo tiempo.
El equipo de Parreira tuvo su gran noche, pero el entorno argentino tiene que tener calma en la apreciación de ciertas situaciones y pensar que, pese a todo, el equipo se brindó por entero.
No debemos desesperarnos porque si en esta Copa llegamos a la final es porque tenemos un buen nivel competitivo. Nos pusieron en dificultades justo en el día de la definición, pero jugábamos ante uno de los mejores equipos del mundo, si no el mejor, al que hace poco le hicimos un gran partido con un primer tiempo inolvidable.
En el cierre, cuando debimos tratar de cerrar una buena campaña, a ellos les salieron muy bien las cosas y fueron muy contundentes. Es cierto que nuestros muchachos sintieron el esfuerzo, pero no hay que poner excusas. La superioridad rival fue indiscutible, pero no es menos cierto que nuestro equipo tuvo una mala tarde. Por otra parte, no es ninguna vergüenza perder ante el seleccionado campeón del mundo. De todas maneras, insisto en que no hay que alarmarse, así como no debimos exagerar cuando ganamos claramente, tampoco debemos alarmarnos ahora, aunque nos duela. En estos días de cierta tristeza y de contrariedad por no haber conseguido el objetivo, que era volver a vencer a los brasileños y traernos la Copa, hago mías las palabras de Diego Simeone, quien afirmó que Argentina tiene buenos jugadores y Brasil a los cracks.
Por Elias Perugino
Informe desde Alemania: Claudio Martinez