¡HABLA MEMORIA!

1945. Siete anécdotas y un caso raro sobre Box

Por Redacción EG · 26 de marzo de 2019

Ocurrencias de ayer y sucesos de siempre, en esta nota distendida en torno al deporte de combate con los puños. Y además, una curiosidad en una de las legendarias peleas entre Jack Britton y Ted “Kid” Lewis.


Llegó a Buenos Aires, años ha, un telegrama procedente de Roma que decía lo siguiente: "Los diarios de esta capital anuncian que el campeón de Roma de peso mosca, Juan Nicili, partirá hacia fines de agosto con destino a Buenos Aires, donde espera medirse con varios pugilistas argentinos de su categoría". Que el señor Nicili, ansioso de conocer nuevos horizontes, hubiera resuelto efectuar un viaje de recreo a nuestras tierras, pareció a todos muy natural, porque revelaba en él un espíritu ambicioso de cultura y de expansiones. Pero a juzgar por el texto del cable, ese muchacho se disponía a venir en procura de fama y de pesos. Y esto fue lo que llamó la atención, porque aquí no había, como no los hubo casi nunca, buenos profesionales de peso mosca. Avvico Capurro propuso, en aquella ocasión, que se le contestara con otro cable así redactado: "Apenas desembarque en Buenos Aires diríjase al Club de Madres. Es en el único sitio donde hay interés por las moscas".

 

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Don Luis Bouey, el simpático manager de Arturo Godoy,
 

Don Luis Bouey, el que en vida fuera manager de Arturo Godoy, llevó una noche al box a un caballero amigo que por primera vez ponía los ojos en un ring. El espectáculo le gustó. Y reincidió. Se hizo luego concurrente habitual a las reuniones y trabó relación con algunos boxeadores. Una noche, en un café del centro, después de las peleas, el buen hombre sacó del bolsillo unas cuartillas. Nos sorprendió a todos.

Yo cultivo las letras. ¡Oh! No soy literato, no. Simple aficionado. Pero me place conocer ambientes, vivir nuevas sensaciones. Ustedes, que andan en esto del box, díganme qué les parecen estas definiciones...

Y leyó la primera:

"Las cuerdas del ring, reflejadas sobre la lona, semejan las líneas de un pentagrama".

Y se detuvo, contemplándonos. Preziosa, que estaba a mi lado, aprovechó la pausa para decir, respetuosamente:

Cómo se ve que al señor nunca lo han hecho sonar en ese pentagrama...

 

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Muchos amigos del ambiente recordarán a un señor español, Soriano, que vino a Buenos Aires acompañando a varios pugilistas de la madre patria. No era como aquel del pentagrama. No. Todo lo contrario. Simpatiquísimo, bromista, ingenioso, culto, pasábamos con él ratos muy buenos. Cuando Pace y Lectoure hacían sus espectáculos en el estadio de River, tenían un gimnasio instalado en la calle Bartolomé Mitre, donde se entrenaban desde el ídolo más cotizado hasta el paquete más ignorado. Llegamos con Soriano en momentos que un muchacho, aspirante a boxeador, hacía "shadow box" o "sombra", como comúnmente se dice, en uno de los rincones. Y lo hacía muy mal. Inmediatamente, Soriano, que cultivaba el juego de palabras, exclamó con acento de profundo pesar:

¡Dios! ¡Y qué mala sombra tiene ese chico!

 

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Cuando José Oriani era secretario de la Federación y firmaba las licencias de los boxeadores, hizo a propósito de ese trámite reglamentario una frase que importa un elogio al box.
 

José Oriani era secretario de la Federación Argentina de Box. El entonces contador, Pepe Gentile, lo estaba esperando para que firmara una pila de licencias. Llegó Oriani, expansivo como siempre, tomó asiento, encendió un cigarrillo, atendió un llamado telefónico y se dispuso a trabajar. Gentile colocó en el escritorio, a la izquierda del secretario, el cúmulo de licencias. Y como eso de firmar en solemne actitud, delante de las visitas, a Oria ni no le gustaba, fue diciéndome al compás de la pluma:

Ya lo ve, amigo. Aquí se extienden patentes de malo por dos pesos, válidas por cinco años. Y muchos de estos malos salen buenos...

 

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Esta es de ahora. Fresquita. O calentita, recién sacada del horno de bollos que es un ring. Estaban peleando Dávila y Parés en el ring de la Federación, por el campeonato de veteranos. Fue un gran combate, que ganó Parés a fuerza de tirar hacia adelante sin descanso. Desde la tribuna gritó, en cierto momento, un hincha del sanjuanino:

¡De cerca, Dávila! ¡Pelealo de cerca!

Y en seguida se oyó a otro:

¡Distancia, Dávila, distancia!

Surgió entonces un tercero:

¡Bajete, Dávila, y que peleen ellos!

 

Rubén Dávila, el hábil y valiente pugilista sanjuanino, que aparece con Arnaldo Parés, conoce ya el valor de los consejos que dan a gritos los "directores técnicos" de las gradas populares. Si les lleva el apunte, con seguridad se hace un nudo.
 

 

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En la nota de la semana pasada aludí a los personajes que habitaban en "La Querencia", el amplio y confortable establecimiento de Vicente Mieli. Del innumerable anecdotario vivido por ese bohemio del box, recuerdo el episodio que le ocurrió con un comisario y que él relataba más o menos así:

—Yo estaba completamente alejado de las cuestiones policiales, gozando plácidamente de unas vacaciones de invierno, cuando me anunciaron una visita: el comisario de Merlo que ría verme. No tuve tiempo de disparar... Entró el comisario y, sobre la palidez de mi asombro, volcó estas palabras desconcertantes: "Amigo mío..." ¿Yo, amigo del comisario? ¿A qué debería tantísimo honor? Esperé que reanudara el discurso y lo escuché con mal disimulada angustia: "La Municipalidad de Merlo — me explicó — ha organizado para el 9 de julio un gran festival, a realizarse en la plaza del pueblo, y en el programa deseamos incluir algunos matches de box, por lo que venía a solicitarle el concurso de algunos pupilos suyos".

“¡Imaginate! Cuando cerró la boca y estuve seguro de que eso era todo, respiré. En seguida lo abracé. Le prometí llenarle la plaza de boxeadores. Y cuando se fue, respiré otra vez, a fondo... Cuando me habían anunciado la visita del comisario, yo estaba seguro de que venía a llevarme... Personalmente no hice nada malo, no vayas a creer... Pero resulta que la yegua que tengo, aprovechando que no puedo darle pasto, le comía la alfalfa al vecino de al lado. Ahora estoy tranquilo: la yegüita puede seguir comiendo alfalfa..."

 

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Jorge Azar actuaba bajo el cuidado de un segundo hábil, conocedor del boxeo, que constituía en sus peleas un elemento muy útil de eficacia y animación. Un día entre los días, como dicen los clásicos, se suscitó entre ambos una incidencia y sobrevino la separación. Aunque los dos resultaron perjudicados, el primero en notarlo fue el boxeador, porque en la pelea inmediata sufrió una derrota que, para algunos, no tenía justificativos. Pero cuando le fueron a pedir explicaciones a él, Jorge respondió filosóficamente:

—Mala suerte... Estuve a punto de ganar, pero perdí por cuestión de un segundo.

— ¿Cómo, de un segundo, si no hiciste nada en los doce rounds?

—Si hubiera estado Fulano en el rincón, le hubiera sonado la hora al otro. Me faltó ese segundo y soné yo...

 

A Jorge Azar, que en la foto aparece con su hermano Amado, le ocurrió perder una pelea por cuestión de un segundo. Esa anécdota no sólo revela el buen humor del profesor cordobés, sino el inestimable valor que suele tener un consejo bien dado.
 

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Ahora, para cerrar este desfile de episodios, vaya una nota extraída de la historia. Jack Britton y Ted Kid Lewis, cuyas batallas por el campeonato de peso welter se hicieron famosas, dieron mucho que hablar con motivo de un match que sostuvieron en Ohio, hace ya muchos años, dirigidos por el referee Matt Hinkel.

Britton derribó a Lewis tres veces en el tercer round y el juez pareció contar siempre con extrema lentitud, lo que exasperó a Jack. En el octavo round, Lewis volvió a caer. Nuevamente Hinkel pareció favorecerlo en la cuenta. Segundos después, Lewis sufría una nueva caída. Pero esta vez Britton, que ya no confiaba en el referee, comenzó a contar a la par de éste. Con todo, Lewis se las arregló para levantarse. Britton volvió a la carga y lo derribó de nuevo, contando él mismo, como la vez anterior, a la par del referee. El pobre Lewis había recibido ya una paliza terrible y no consiguió levantarse. Posiblemente sea ese el único caso en que el vencedor contó los segundos de práctica a su vencido.

 

Por Contragolpe.

 


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