¡HABLA MEMORIA!

2000. ¿Por qué soy árbitro?

Por Redacción EG · 16 de marzo de 2019

Son los más insultados por los hinchas, son los que tienen que tomar decisiones fundamentales en fracciones de segundo, en esta nota cuentan por qué decidieron vestirse de negro e impartir justicia.


Horacio Elizondo

Aquel partido de handball

 

Elizondo
 “El primer antecedente como árbitro se dio cuando estudiaba el profesorado de educación física y me pusieron a dirigir un partido de handball. Se ve que lo hice bien porque el profesor que me eligió –Alfredo Miri– al terminar ese partido me preguntó si nunca había pensado en ser árbitro. En esa época yo era un fanático de los deportes y aunque el fútbol para mí era el número uno, practicaba desde handball hasta lanzamiento de jabalina. Era federado en Independiente y tenía una buena marca (50 metros). Lo cierto es que aquel profesor me sembró la duda y empecé a preguntarme si de verdad tendría ‘pasta’ para el arbitraje. Al año siguiente me anoté en el curso pero más como una curiosidad que otra cosa.”

“En ese momento no hubiese sabido responder por qué me anoté, pero con el tiempo comprendí que ésta es mi gran vocación y que encierra muchos conceptos arraigados en mi forma de ser. Primero, porque el árbitro imparte justicia y yo en algún momento de mi vida pensé en ser abogado. Segundo, porque en el arbitraje se puede ejercer la docencia como también la ejerzo en mi otra profesión, la de profesor de educación física. Tercero, porque estoy ligado al deporte, y siempre me gustó practicarlo. Y cuarto, por el manejo de grupo. Cuando uno conduce un partido de fútbol trata de ver cómo piensa cada jugador qué siente e interpreta. Uno intenta fabricar un código con cada uno de los jugadores. Necesita tener un gran manejo del grupo.”

 

Daniel Giménez

La autoridad en la sangre

 

Gimenez
 “Mi vocación comenzó en el cuartel, en el Regimiento de la Liguria, en Resistencia, Chaco. Tenía 26 años, ya era sargento y practicaba muchos deportes cuando me solicitaron para dirigir un partido entre la Batería Comando y la Batería A. Lo hice con muchísima naturalidad y me fue bien, porque al final me felicitaron todos. ¿La verdad? No esperaba que me fuera tan bien. En esa época yo jugaba al fútbol, de dos o de cinco, y era bastante pegador. Entraba siempre con una amarilla pegada en la espalda. Lo cierto es que al poco tiempo de aquel estreno me llamaron del Círculo de Suboficiales del Ejército para dirigir en un torneo. ‘Yo no soy árbitro’, les dije. ‘Puede ser, pero nos gustaste mucho el otro día’, me contestaron.”

“Yo pienso que al arbitraje uno lo lleva en la sangre: uno nace árbitro. Y creo, también, que existe una gran similitud con mi otra vocación, la carrera militar, algo que heredé de mi padre que es policía retirado. En el cuartel uno conduce soldados y hace muchas cosas similares a las de un juez en el campo de juego: advierte, persuade, hace docencia, ejerce la autoridad. Y debe conseguir que lo respeten a uno no por gritar sino porque hace que el resto cumpla con lo pedido a través de la conducta. También existe una similitud entre ambos uniformes, lo que irradian ambos. A mí se me facilitó mucho mi labor profesional por mi formación como militar; sobre todo por el respeto y el trato que mantengo con jugadores y dirigentes.”

 

Héctor Baldassi

Un amigo insistente

 

Baldassi
 “Empecé en esto para complacer a un amigo que me insistía todos los días para que hiciera el curso. Se llama Marcelo Negrete y hoy es juez asistente. Yo jugaba al fútbol en Huracán, un equipo de la Liga cordobesa. Compartí las inferiores con el arquero Manuel Serrano y con el defensor Mario Ballarino y más de una vez me tocó enfrentar a Oscar Dertycia. Era mediocampista defensivo, un cuarto volante, digamos, bastante sucio. Me quejaba mucho a los árbitros, era terrible. Tampoco me gustaba entrenar y mucho menos concentrar.”

“Cuando tenía 20 años me fui de Río Ceballos, el pueblo cordobés donde nací. Y cuando llegué a Buenos Aires me tuve que poner a laburar para parar la olla. Arranqué en una empresa que hacía crickets hidráulicos, después en una distribuidora de guinches, más tarde tuve una agencia de publicidad, fui director de un diario petrolero y secretario privado en la cancillería. En el medio, tras tres años de insistencia, acepté la idea de mi amigo y empecé con el curso de árbitro. La idea no me convencía demasiado porque yo había renegado siempre con los árbitros, pero con el tiempo me fui poniendo la camiseta. Hoy siento que somos bastante psicólogos dentro de un campo de juego y el pasado como futbolista me ayuda a entender qué ocurre en la cancha, cómo y por qué reacciona cada futbolista.”

 

Oscar Sequeira

El más alto del barrio

 

Sequeira
 “Todo comenzó por casualidad. Yo jugaba al fútbol en cancha de nueve, en los campeonatos de barrio; siempre de defensor porque era horrible con la pelota pero servía para parar a los delanteros rivales. Era alto y las indicaciones que me daban mis compañeros eran claras: ‘Que el rival no pase, si lo tenés que matar, matalo’. Un día faltó un árbitro, en Laferrère, y nadie se quería hacer cargo de dirigir el partido. Había que pensarlo bien porque se trataba de esos campeonatos relámpago que se juegan por guita. Al final terminé yendo yo. Simplemente porque era de los más grandotes, aunque no sabía nada de reglamento. Pero por lo menos, por el tema de la altura, me iban a respetar.”

“Me gustó pero jamás tuve en mente seguir con el arbitraje. Al tiempo, el padre de Abraham Serrano (actual juez asistente), que había sido árbitro, me invitó a su casa para enseñarme el reglamento. Yo no tenía idea de que existían 17 reglas y ahí las aprendí. En ese momento no me gustaban los partidos en cancha de once pero con el tiempo les fui tomando el gusto. Hoy digo que me encanta entrar en un campo de juego y que disfruto, por ejemplo, cuando acierto con una ley de ventaja y la jugada termina en gol. O cuando me encuentro en una buena posición para cobrar una falta. Y si hay algo que no cambio por nada del mundo es el tercer tiempo: nos juntamos con los asistentes y el comisario deportivo a comer una pizza. Siempre lejos de la cancha donde nos tocó dirigir, por las dudas.”

 

Angel Sánchez

Para zafar la entrada

 

Sanchez
 “Siempre me gustó mucho el fútbol, aunque jamás se me ocurrió que podría ser árbitro. Mi viejo Osvaldo era el que me llevaba los sábados a ver el ascenso y los domingos a las distintas canchas que estaban cerca de casa. El se la pasaba todo el día escuchando la Oral Deportiva en la radio, incluso pidió que el día que se muriera en el cajón pusiéramos la radio a un costadito. Yo jugué en las infantiles de San Lorenzo, después en Lanús (donde tuve al Nene Guidi como técnico de la 7a.), Temperley y Banfield. Era delantero, bastante vago. A los 18 años terminó mi carrera como futbolista y opté por el estudio. A los 21 me recibí de radiólogo.”

“Un tiempo después empecé a estudiar inglés con Susana, una profesora del barrio. Ella se casó con Juan Carlos Crespi, el árbitro, que además vivía enfrente de mi casa. Recuerdo que un día lo vi dirigir a Lanús, en la C, y, como no le fue bien, en la semana en el barrio lo empezamos a criticar. ‘Si vos sabés tanto, ¿por qué no venís y dirigís?’, me toreó un día. A mí mucho no me convencía hacer el curso, pero me anoté con una idea en la cabeza: tener el carné y que sirve para entrar gratis a la cancha. Por eso me metí. Con el tiempo, claro, le encontré el gusto.”

 

Sergio Pezzotta

En la mente de Codesal

 

Pezzotta
 “La primera vez que se me cruzó por la cabeza ser árbitro fue en 1990. Estaba en un bar del centro de Rosario con mis compañeros de la escuela secundaria viendo la final del Mundial ’90 entre Argentina y Alemania. Cuando Edgardo Codesal cobró ese penal a favor de los alemanes en los últimos minutos del partido me detuve a pensar en el árbitro: qué debería sentir, qué debería pasarle por adentro de su cuerpo, sabiendo que tenía todo un país que lo odiaba. Esa fue la mecha porque a los pocos días le comenté a mi viejo y él me puso en contacto con un amigo suyo de la Asociación Rosarina.”

“En ese momento yo tenía 22 años y estudiaba ciencias económicas en Rosario. Jugaba al fútbol con amigos, después de haber tenido una corta experiencia en el fútbol de clubes. Me había probado como arquero en Newell’s cuando Jorge Griffa manejaba las inferiores y Marcelo Bielsa era coordinador de varias categorías. Me acuerdo de los dos muy bien. En la prueba entré en reemplazo de Jorge Ciancaglini (hoy en Talleres) pero se ve que mucho no les gusté porque me mandaron a atajar al club Renato Cesarini.”

“La carrera la hice muy rápido. Me ayudó mucho la edad y la estatura (1,90) porque se apuntaba a gente joven y que diera una presencia fuerte. Hoy pienso que si no cobraban ese penal o si Argentina ganaba aquella final tal vez nunca hubiera llegado a ser árbitro.”

 

Claudio Martín

Una changa más

 

Martin
 “Yo jugaba al fútbol en el Club Atlético Carreras, de la Liga de Alcorta, en la provincia de Santa Fe. Era un arquero con un estilo algo salidor, bastante diferente al del Pato Fillol. Es lógico: no tenía una gran agilidad porque la altura me jugaba en contra. A los 23 años quedé libre porque la campaña no había sido buena y seguí un año más en las ligas barriales para despuntar el vicio. Cuando estaba por cumplir 25 años leí un aviso en el diario La Capital, de Rosario, en el que se buscaban árbitros. Pensé que podía ser una linda changa de fin de semana y que me servía, a su vez, para seguir ligado al fútbol y ganarme algunos mangos más. Para ese momento ya había probado diferentes empleos para subsistir: vendedor de artículos de deportes en La Favorita (el negocio más grande de Rosario), taxista, remisero, chofer de transporte de escuelas privadas.”

“Hoy el arbitraje para mí ya no es una changa, es como una droga, no lo puedo dejar. Uno está más pendiente que el jugador. Si no te toca un partido el fin de semana sentís que te falta algo. En el campo de juego me siento a gusto, a pesar de algunas cosas ingratas como los insultos de los hinchas. Pero eso es parte del arbitraje; si nadie te insulta, si nadie te protesta ni se queja, es porque no dirigiste. Ya es un tema superado.”

 

Gabriel Brazenas

El equipo del presidente

 

Brazenas
 “Todo surgió casualmente, cuando tenía 16 años. Yo iba seguido al club de barrio Monte Chingolo, en Lanús Este, a ver los partidos de fútbol infantil donde participaba mi hermano, que tenía 10 años por entonces. Ocurrió que un día faltó el árbitro y nadie quería hacerse cargo. A mí me dio pena por los chicos, que se iban a tener que volver a sus casas sin jugar, y me animé a agarrar el silbato. Dirigí el partido y se dio justo la casualidad de que el rival de Monte Chingolo era el equipo del presidente de la Liga de Fútbol Infantil. Y resultó que al tipo le gustó como dirigí y me propuso seguir. Después se fueron dando las cosas. Paré 14 meses por el servicio militar y me anoté a mediados del ’88 en los cursos de la AFA.”

“Cuando entré a la Escuela le empecé a tomar el gustito. Hoy trato de perfeccionarme al máximo: leo mucho y veo fútbol de afuera. Los insultos no me molestan, acepto que son las reglas de juego. Por otra parte estoy convencido de que en esto son muchas más las satisfacciones que las decepciones, diría que en una relación de 95 por ciento a 5 por ciento. No sé qué hubiera ocurrido si aquella tarde el árbitro que iba a dirigir al equipo de Monte Chingolo hubiera venido. Creo que los destinos igual están marcados. Por lo menos la impronta del deporte la llevo encima: mi abuelo era fanático de Vito Dumas y le puso ese nombre a mi padre. El hizo lo mismo conmigo, aunque lo dejó como segundo nombre.”

 

Por Diego Borinsky (2000)


Ver artículo completo

TAMBIEN TE PUEDE INTERESAR