Aquel partido de handball
“En ese momento no hubiese sabido responder por qué me anoté, pero con el tiempo comprendí que ésta es mi gran vocación y que encierra muchos conceptos arraigados en mi forma de ser. Primero, porque el árbitro imparte justicia y yo en algún momento de mi vida pensé en ser abogado. Segundo, porque en el arbitraje se puede ejercer la docencia como también la ejerzo en mi otra profesión, la de profesor de educación física. Tercero, porque estoy ligado al deporte, y siempre me gustó practicarlo. Y cuarto, por el manejo de grupo. Cuando uno conduce un partido de fútbol trata de ver cómo piensa cada jugador qué siente e interpreta. Uno intenta fabricar un código con cada uno de los jugadores. Necesita tener un gran manejo del grupo.”
La autoridad en la sangre
“Yo pienso que al arbitraje uno lo lleva en la sangre: uno nace árbitro. Y creo, también, que existe una gran similitud con mi otra vocación, la carrera militar, algo que heredé de mi padre que es policía retirado. En el cuartel uno conduce soldados y hace muchas cosas similares a las de un juez en el campo de juego: advierte, persuade, hace docencia, ejerce la autoridad. Y debe conseguir que lo respeten a uno no por gritar sino porque hace que el resto cumpla con lo pedido a través de la conducta. También existe una similitud entre ambos uniformes, lo que irradian ambos. A mí se me facilitó mucho mi labor profesional por mi formación como militar; sobre todo por el respeto y el trato que mantengo con jugadores y dirigentes.”
Un amigo insistente
“Cuando tenía 20 años me fui de Río Ceballos, el pueblo cordobés donde nací. Y cuando llegué a Buenos Aires me tuve que poner a laburar para parar la olla. Arranqué en una empresa que hacía crickets hidráulicos, después en una distribuidora de guinches, más tarde tuve una agencia de publicidad, fui director de un diario petrolero y secretario privado en la cancillería. En el medio, tras tres años de insistencia, acepté la idea de mi amigo y empecé con el curso de árbitro. La idea no me convencía demasiado porque yo había renegado siempre con los árbitros, pero con el tiempo me fui poniendo la camiseta. Hoy siento que somos bastante psicólogos dentro de un campo de juego y el pasado como futbolista me ayuda a entender qué ocurre en la cancha, cómo y por qué reacciona cada futbolista.”
El más alto del barrio
“Me gustó pero jamás tuve en mente seguir con el arbitraje. Al tiempo, el padre de Abraham Serrano (actual juez asistente), que había sido árbitro, me invitó a su casa para enseñarme el reglamento. Yo no tenía idea de que existían 17 reglas y ahí las aprendí. En ese momento no me gustaban los partidos en cancha de once pero con el tiempo les fui tomando el gusto. Hoy digo que me encanta entrar en un campo de juego y que disfruto, por ejemplo, cuando acierto con una ley de ventaja y la jugada termina en gol. O cuando me encuentro en una buena posición para cobrar una falta. Y si hay algo que no cambio por nada del mundo es el tercer tiempo: nos juntamos con los asistentes y el comisario deportivo a comer una pizza. Siempre lejos de la cancha donde nos tocó dirigir, por las dudas.”
Para zafar la entrada
“Un tiempo después empecé a estudiar inglés con Susana, una profesora del barrio. Ella se casó con Juan Carlos Crespi, el árbitro, que además vivía enfrente de mi casa. Recuerdo que un día lo vi dirigir a Lanús, en la C, y, como no le fue bien, en la semana en el barrio lo empezamos a criticar. ‘Si vos sabés tanto, ¿por qué no venís y dirigís?’, me toreó un día. A mí mucho no me convencía hacer el curso, pero me anoté con una idea en la cabeza: tener el carné y que sirve para entrar gratis a la cancha. Por eso me metí. Con el tiempo, claro, le encontré el gusto.”
En la mente de Codesal
“En ese momento yo tenía 22 años y estudiaba ciencias económicas en Rosario. Jugaba al fútbol con amigos, después de haber tenido una corta experiencia en el fútbol de clubes. Me había probado como arquero en Newell’s cuando Jorge Griffa manejaba las inferiores y Marcelo Bielsa era coordinador de varias categorías. Me acuerdo de los dos muy bien. En la prueba entré en reemplazo de Jorge Ciancaglini (hoy en Talleres) pero se ve que mucho no les gusté porque me mandaron a atajar al club Renato Cesarini.”
“La carrera la hice muy rápido. Me ayudó mucho la edad y la estatura (1,90) porque se apuntaba a gente joven y que diera una presencia fuerte. Hoy pienso que si no cobraban ese penal o si Argentina ganaba aquella final tal vez nunca hubiera llegado a ser árbitro.”
Una changa más
“Hoy el arbitraje para mí ya no es una changa, es como una droga, no lo puedo dejar. Uno está más pendiente que el jugador. Si no te toca un partido el fin de semana sentís que te falta algo. En el campo de juego me siento a gusto, a pesar de algunas cosas ingratas como los insultos de los hinchas. Pero eso es parte del arbitraje; si nadie te insulta, si nadie te protesta ni se queja, es porque no dirigiste. Ya es un tema superado.”
El equipo del presidente
“Cuando entré a la Escuela le empecé a tomar el gustito. Hoy trato de perfeccionarme al máximo: leo mucho y veo fútbol de afuera. Los insultos no me molestan, acepto que son las reglas de juego. Por otra parte estoy convencido de que en esto son muchas más las satisfacciones que las decepciones, diría que en una relación de 95 por ciento a 5 por ciento. No sé qué hubiera ocurrido si aquella tarde el árbitro que iba a dirigir al equipo de Monte Chingolo hubiera venido. Creo que los destinos igual están marcados. Por lo menos la impronta del deporte la llevo encima: mi abuelo era fanático de Vito Dumas y le puso ese nombre a mi padre. El hizo lo mismo conmigo, aunque lo dejó como segundo nombre.”
Por Diego Borinsky (2000)