BÁSQUET

Luis Scola, el atleta casi perfecto

Por Darío Gurevich · 14 de agosto de 2016

Doble medallista olímpico, en sus cuartos Juegos será el abanderado de la delegación argentina. Luifa habla de su gran carrera en la Selección, la mirada de sus hijos, las derrotas y sorprende al afirmar: “Quiero que, en diez años, la gente se olvide de nosotros”.


A los 36 años, el capitán de la Selección de básquet se mantiene mucho más que vigente.
El título no es tendencioso, sino justo. Y solamente escribimos casi porque, en el mundo, la perfección no existe. “La palabra ‘Scola’ debería usarse como un adjetivo, a modo de elogio. Luis es un fenómeno en sí mismo”, sintetizó alguna vez Sergio Hernández, el entrenador de la Selección Argentina de básquet.

Desde hace 21 años, Luis Scola construye una carrera majestuosa. Fue monarca del básquet español y, desde 2007, compite en la NBA. A sus 36 años, se convertirá en el argentino que más camisetas vistió en la liga de mayor prestigio del universo: Houston, Phoenix, Indiana, Toronto y, en 2016, Brooklyn. En la Selección, es emperador al margen de haber sido subcampeón del mundo, doble medallista olímpico e ícono de la Generación Dorada. Su humanidad va más allá, incluso, que su condición de goleador histórico. Desde que debutó en la Mayor en el Sudamericano de Bahía Blanca 1999, jamás negoció su presencia en el equipo nacional. El capitán del seleccionado siempre gobernó bien y a partir del ejemplo.

-¿Por qué elegiste ese camino y nunca te bajaste de un torneo?
-Por varias razones: me gusta y disfruto de competir, me hace bien física y mentalmente. Los torneos que juego con la Selección me hacen mejor jugador.

-Tu carrera se asocia a los éxitos; pero también te tocó perder, lógico. ¿Qué derrota vivida con el seleccionado fue la que más te movilizó?
-Todas, aunque hay derrotas que me dolieron más, como ante España en el Mundial 2006, como frente a Brasil en el último Mundial. Hemos perdido muchísimo, por ejemplo la final del mundo contra Yugoslavia, y vamos a perder muchas veces más. No tengo problemas con la derrota, convivo con ella sin ningún tipo de drama; solo no convivo con no prepararme de la mejor manera, con la vagancia, no trabajar, no dar el máximo esfuerzo por una causa, sea un torneo, un partido o hasta para pelear por un puesto. Entonces, no convivo bien con cualquier jugador que haga eso. No tengo problemas con ganar o perder, jugar bien o mal. Si estoy en un equipo en el que todos se entrenan y hacen las cosas al máximo de sus posibilidades, no tengo dramas en perder todos los partidos.

Es el segundo basquetbolista argentino en ser abanderado olímpico. Emanuel Ginóbili lo fue en 2008.
-Tiago y Tomás, tus hijos mayores, ¿ya comprenden que su padre es un basquetbolista fuera de serie, un referente del deporte argentino?
-(Se ríe) No sé qué entienden, pero saben que juego. Sé que genero un impacto en ellos por lo que hago adentro de la cancha de básquet, pero no sé hasta qué punto entienden. Evito contarles la mayor cantidad de cosas posibles sobre mi trabajo. Igual, ya empezaron a entrar a YouTube, a tener amigos, y, de a poquito, comprenden un poco más. ¿Puedo contar una historia muy graciosa respecto a mi hijo Tomás?

-Por supuesto, adelante.
-Estábamos en la Argentina, de vacaciones, y nos fuimos a pasear con las bicicletas. Pasamos por delante de unos chicos que gritan: “¡Scola!”. Tomás saluda, y yo también. Después, nos cruzamos con el segundo grupo de chicos y ocurre lo mismo. “¡Scola, eeeh!”, escuchamos. Entonces, saludo. Al pasar por delante del tercer y cuarto grupo de chicos, sucede lo mismo. Era un domingo a la mañana, y los nenes jugaban en la plaza. De repente, nos encontramos con un quinto grupo, en el que había dos chicas que charlaban, y yo paso y ellas no dicen nada. “Chicas, chicas, acá está mi papá”, les dice Tomás (Luis se ríe a carcajadas). Andá a saber qué entendió. Esto fue hace algunos años, cuando él era más chiquito. Pero me causó gracia su reacción, como si pensara que todos tienen que saludarme. Ahora, mis hijos mayores son más grandes y, de a poco, comprenden qué hago adentro de la cancha. Afuera, intento hacer otras cosas que sean más importantes para ellos. El básquet no deja de ser mi trabajo.

-¿Sos consciente de que ya sos uno de los mejores deportistas argentinos de la historia?
-Me cuesta verlo y analizarlo de esa manera, lo evito. No soy tonto ni voy a dar un discurso exagerado por ser humilde. Sé que llevaré la bandera en los Juegos Olímpicos y lo que significa. Es evidente que estoy en un grupo reducido con los atletas más importantes, por lo menos de este momento. Pero intento no darle esa información a mi cabeza porque no me suma, no me siento cómodo. Por eso, ni lo pienso. Sé que creé una huella, que dejé una marca, que quedó lo que hice, y alguien se acordará. Pero también sé que somos deportistas y estamos de paso. Esto es volátil, vertiginoso, y mi hora está a punto de terminarse. Pronto vendrán otros deportistas y mi nombre quedará en el olvido, como el de muchos otros. Eso es lo que tiene que suceder.

Ejecuta un libre en el Premundial 2001, inicio de un camino exitoso.
-Entonces, pensás que no se te recordará dentro de 100 años…
-No, no creo que me vayan a recordar dentro de 100 años; de la misma manera que nosotros no nos acordamos de Oscar Furlong. Quiero aclarar esto lo que más pueda porque, si no, puede quedar como un discurso resentido, que el deportista muchas veces tiene y del cual me alejo. Los deportistas venimos, competimos y nos vamos; y aparecen otros y lo hacen; nadie es indispensable. El mundo sigue, el deporte continúa, la Selección seguirá y mi equipo en la NBA también. Entonces, como todo gira, vendrán otros jugadores y harán lo mismo que hicimos nosotros. Ningún récord, ningún logro, dura para siempre. Y digo más para ser más profundo: quiero que sea así; quiero que, en diez años, la gente se olvide de nosotros, porque eso significaría que surgieron otros chicos que consiguieron lo mismo. Nunca pensé que nuestro nombre tiene que ser perpetuo, ni que nuestra obra debe eternizarse. Dentro de 100 años, habrá un montón de jugadores en el camino y el mundo se acordará de los últimos. Así funciona y está bien.

Los Juegos Olímpicos lo seducen. El ala pivote los afrontará por cuarta vez. El torneo de excelencia que se reedita cada cuatro años está al caer. El porteño lo vivirá de un modo particular por encabezar la delegación nacional. Su mente ya focaliza rivales y fechas. Comenzará frente a Nigeria el domingo 7 de agosto; seguirá ante Croacia, Lituania, Brasil y España, en el marco del Grupo B. Ojalá, la expedición se termine el domingo 21, jugando por una medalla. Pero no nos adelantemos; retrocedamos, en consecuencia, hacia la génesis, el origen, del vínculo entre Scola y la cita de los cinco anillos.

“No sé si tengo una primera imagen en particular sobre los Juegos Olímpicos. Obviamente, están los éxitos deportivos, que son lo más importante de mi carrera. Pero también está la experiencia vivida, que es intrascendente para el público. Incluso, intrascendente para cualquiera. Pero, para mí, resulta inolvidable por el contexto, por la situación”, argumenta.

¡Qué Mundial aquel de Indianápolis 2002! Fue subcampeón.
-¿Cuáles son esas cuestiones que tuvieron trascendencia para vos?
-El día tras día en la Villa Olímpica. El hecho de sentarte en el sillón del living de los dormitorios y hablar con un atleta desconocido, de una disciplina diferente a la mía, con una realidad distinta a la mía, y compartir un rato. Eso pasa habitualmente en la Villa y es una experiencia enriquecedora. Lo mismo ocurre con gente de otros países; quizás no en la zona de los dormitorios, pero sí en el comedor y en el gimnasio. Después, surgen cosas un poco más llamativas: solo hay un gimnasio, una pista de atletismo, una cancha de básquet… Es decir, se comparte todo con todos. Por ahí, vas a entrenarte y terminás al lado del medallista de bronce en levantamiento de pesas. Es una gran experiencia porque te entrenás a la par de ellos y ves cómo lo hacen. Obviamente, sentís la diferencia, que es abismal. Como decía, resulta una experiencia enriquecedora. Todo lo que rodea a la experiencia olímpica es muy enriquecedor.

-¿Cuándo empezaste a tomar la real dimensión de lo que los Juegos Olímpicos significan?
-Después de Atenas 2004. Ahí comencé a entender que son otra cosa.

-¿Qué descubriste?
-Los Juegos son un evento más grande que el básquet. Nosotros vivimos bloqueados por lo que nuestro deporte es en particular: los campeonatos, lo que consumimos; hasta los periodistas son de básquet. Cuando llegás a los Juegos Olímpicos, entendés que son mucho más que tu deporte. Porque el básquet es solo un puntito en una hoja llena de puntos. De hecho, los Juegos son más que el deporte, resultan algo cultural, histórico y social, que cambian a un país, al paisaje de una ciudad y a la vida de muchos atletas. Hay gente de todo el mundo que paga miles de dólares solamente para tener una versión de la experiencia muchísimo más reducida que la nuestra.

Gritalo, Luifa: campeón olímpico en Atenas 2004.
-¿Qué es el espíritu olímpico?
-Trabajar muy fuerte para un objetivo y tratar de conseguirlo con todas las energías, pero conviviendo con un resultado, que puede ser bueno o malo, a sabiendas de que se dio todo lo que se podía. Ese, en definitiva, es el éxito.

-¿Qué enseñanza te dejaron los Juegos de Atenas 2004, Beijing 2008 y Londres 2012?
-Aprendí que el mundo es mucho más grande de lo que pensamos, que el deporte es mucho más grande que el básquet, y que hay más, mucho más. Porque hay un montón de países que compiten, un montón de deportes en un mismo torneo, y muchísimos atletas que dan lo mejor. Entonces, todo es mucho más grande de lo que creemos.

-¿Nos contás una anécdota vinculada a tus experiencias olímpicas?
-Sí. Estábamos en Beijing y podíamos ir a los partidos de tenis sin salir del complejo. O sea, sin entrar en contacto con la gente, que no tenía acreditación. Era muy cómodo porque tomábamos un colectivo interno, en el que solo iban atletas, llegábamos a la cancha, entrábamos con la credencial de cada uno y veíamos los partidos. Encima, habíamos pegado buena onda con los tenistas argentinos y podíamos pasar hasta donde ellos estaban. Fuimos casi todos los días a ver tenis, y una de las veces nos encontramos a Novak Djokovic en ese colectivo interno. Nosotros íbamos a verlo a él; salimos temprano porque habíamos terminado de entrenarnos, teníamos el rato libre y había partidos de otros argentinos. En el colectivo, el tipo, que es serbio y fanático del básquet, se dio vuelta y charló con nosotros. Nos preguntó sobre básquet y nosotros le preguntamos sobre tenis. Fueron tres o cinco minutos de conversación. Me pareció divertido ir a ver a Djokovic y encontrarlo en el mismo colectivo en el que él iba a jugar (se ríe).

Festeja la medalla de bronce en los Juegos de Beijing 2008.
-Cuando te confirmaron que serías el abanderado olímpico, reconociste que se te pasó la vida por delante. ¿Qué vivencias, justamente, se te cruzaron?
-No sé si se me cruzó la vida, pero se me dio por mirar hacia atrás, con melancolía, para repasar puntos de mi vida. No lo hago habitualmente, y fue raro porque me salió eso: recordar cuándo y dónde empecé, cómo comenzó todo, qué quería en mis inicios. Me acuerdo de haber empezado a jugar al básquet hace años, con objetivos muchos más humildes de lo que después terminaron siendo. A partir de ese punto, todo se volvió una montaña rusa gigante y no paré un segundo. Terminaba de conseguir un objetivo y tenía otro un poco más difícil, y así sucesivamente hasta llegar adonde estoy ahora. Entonces, cuando frené y pensé, me dije: este es el final sin ser el final. Porque no es el final de mi carrera, pero sí del trayecto. Es el punto más alto al que puedo llegar como deportista de mi país.

-¿Qué sería ser exitoso en Río?
-Cada uno tiene su medida para definirlo. No me parece negativo si alguien cree que tenemos que ganar una medalla; otros, por ahí, creen en el sexto, quinto o cuarto puesto. Yo creo que algo realista para nosotros es entrenarnos al máximo de nuestras posibilidades, lograr llegar a Río al tope de nuestro rendimiento, luchar y dar todo en cada partido. Ese sería nuestro éxito. Si hiciéramos esto y termináramos décimos, no pediría que la gente nos elogie, no pediría que sea éxito para otros, no pediría nada. Solo digo que aquel es un buen baremo para nosotros.

Luis Scola resulta un tipo enriquecedor para intercambiar conceptos, sean sobre deportes, política, cultura, sociedad, tecnología o, en definitiva, sobre la vida misma. Solo basta con proponerle disparadores específicos, como lo hicimos, para que la conversación comience a ramificarse. Tiene la mente tan desarrollada, tan abierta, que dejará aún más contenidos en sus respuestas, que se despojará todavía más de lo previsible. Aquí y ahora, cuando ingresamos en el último suspiro de la entrevista que duró 17 minutos en la restaurada cancha de básquetbol del CeNARD, le mencionamos a un hombre que cambió y potenció el destino del básquetbol argentino: León Najnudel, creador de la Liga Nacional que modificó la historia de ese deporte en nuestro país.

El grito salvaje, tras el último doble en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, para asegurar la medalla dorada.
-Si lo tuvieras enfrente, ¿qué le dirías?
-Charlaría con él; yo era muy chico y me gustaba hablar con él. Entonces, le contaría todo lo que pasó hasta ahora; dejaría que me diera su opinión porque siempre te la daba, lo hacía muy bien; y debatiríamos.

-¿Sobre qué?
-Era muy difícil hablar con León sobre otra cosa que no fuera básquet. El podía hablar de todo, pero le gustaba mucho charlar sobre básquet. Estoy 100% seguro de eso, aunque quizá sea injusto porque no lo conozco tanto como otros. Pero estoy convencido de que, si tuviéramos que juntarnos ahora, hablaríamos sobre básquet.

El abrazo a Facundo Campazzo y el puño apretado en el Preolímpico de México 2015 para celebrar la clasificación a Río 2016.
-¿Con quién te hubiera gustado o te gustaría mantener una charla profunda?
-Me gusta hablar, y trato de hacerlo cada vez que tengo la oportunidad, con gente exitosa de cualquier rubro. Cada persona que logra llegar al éxito tiene unas condiciones diferentes a los demás; un tipo que es el número 1 de algo posee una cosa que el resto del mundo no tiene. Yo intento hablar con esa gente; ellos tienen algo para enseñar sí o sí. Quizá no lo aprendas en el primer día, ni en un mes, ni nunca. Pero ellos tienen cosas para enseñar, y está en nosotros buscar ese aprendizaje y aprovechar a estas personas lo máximo posible. Si tuviera que elegir por afuera del básquetbol, me quedaría con cualquiera de estos chicos que han hechos cosas en el mundo, en esta última parte de la historia, con sus empresas. Por ejemplo, Mark Zuckerberg o Elon Musk. Bueno, Elon Musk (cofundador de PayPal) es una de las personas con las que más me gustaría hablar. También me encantaría hacerlo con Bill Gates, y me hubiera gustado conversar con Steve Jobs. Ellos son gente que realmente cambió al mundo en un entorno tremendamente hostil y, así y todo, fueron más que exitosos. Y disfruto mucho, muchísimo, al charlar con Adrián Paenza. No lo nombré antes porque tengo acceso para hablarle, entonces busqué una respuesta más fantasiosa y me basé en gente que, para mí, es inalcanzable en este momento. Pero lo incluyo en ese grupo de personalidades.

Por Darío Gurevich / Fotos: Emiliano Lasalvia y Archivo El Gráfico

Nota publicada en la edición de agosto de 2016 de El Gráfico

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