Para un equipo que había dejado de tener rivales desde hace un tiempo, las lesiones quizás conlleven una carga positiva: representan un punto de contacto con la realidad. Al Barcelona ya nadie logra darle un golpe en la cancha. Y a veces es necesario sufrir algún golpe para sacar a relucir el espíritu. Sucedió con Milito, Abidal, Afellay, Puyol, Iniesta, Alexis Sánchez...
Las bajas provocan el desafío de mantenerse y sobreponerse a la adversidad, precisamente cuando muchos comenzarán a predecir el final de un ciclo brillante. También actúan como combustible espiritual, en busca de dedicatorias de futuras victorias: sucedió con Abidal, con Tito Vilanova, ahora pasa con Villa. Es un componente litúrgico que alimenta sueños: el de que Villa reaparezca en los últimos minutos de la final de la Champions en Munich, salte al campo y meta un gol en muletas, a lo Palermo contra River.
Momentos como el de hoy en Japón son golpes inesperados pero que pueden resultar saludables. Al fin y al cabo, la única forma de que este Barcelona sienta los golpes es fuera del campo, porque dentro parece invulnerable a todo.
No debe el barcelonismo celebrar la fractura de Villa, pero sí debe ser consciente de que cada soldado que cae pone más alerta a toda la tropa. Y a estas alturas ya sabemos lo que pasa cuando la tropa de Pep está enojada.
@martinmazur