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Las cartas de Bernabé

Por Redacción EG · 31 de diciembre de 2013

Cuando era un chacarero que trabajaba en el ferrocarril y no soñaba con ser ídolo, Ferreyra anduvo cinco meses de gira con Vélez. Mientras recorría América, escribió entrañables cartas teñidas de humildad, angustia, asombros y temores.


 Nota publicada en la edición de diciembre de 2013 de El Gráfico

ALGUNAS DE LAS CARTAS que envió durante el viaje con Velez.
Un tesoro del fútbol argentino está escondido en el lugar más insospechado: detrás del portón de una casa de jubilados en Malvinas Argentinas al 500, en las cercanías del centro de Junín, de una caja de cartón guardada en el living emergen cartas y fotos nunca divulgadas de uno de los pocos jugadores que integran el selecto club de quienes lograron trascender su apellido.

Si Diego puede prescindir de Maradona, Román linkea a Riquelme y Enzo remite a Francescoli, para Ferreyra basta con Bernabé, el nombre bíblico que produjo la mayor migración de hinchas por nuestros estadios y terminó de bipolarizar el fútbol argentino: fue por él que River, en 1932, consiguió la popularidad que Boca había logrado algunos años atrás, en 1925, durante su gira por Europa.
La gente se desesperaba para ver a ese depredador del gol que también inspiraba a las estrellas mediáticas de la época: si Borocotó, mítico cronista de El Gráfico, tituló “creo en Dios y Bernabé Ferreyra”, y Félix Daniel Frascara, otra celebridad de la revista, le adjudicó a Bernabé “los pies más grandes del fútbol argentino que llegan desde donde se encuentra hasta la red”, fue Julio Marini, el periodista del diario Crítica al que le debemos la mayoría de los apodos que incluso hoy usamos para clubes, estadios o jugadores (Millonarios a River, Diablos Rojos a Independiente, Gasómetro a la cancha de San Lorenzo, Fortín a la de Vélez y Cortina Metálica para Juan Botasso, arquero del Mundial 1930), quien en otra de sus invenciones lo calificó como la “Fiera” después de escuchar un diálogo entres dos hinchas a la salida de su debut en River:

-¿Qué te pareció Ferreyra?
-No es un hombre, es una fiera.

Pero esa extraña mezcla entre Einstein y Frankestein del área grande (o entre genio y monstruo), el futbolista argentino con mejor promedio de gol en la historia y el único que sumó más goles que partidos (206 en 198, si se tiene en cuenta el profesionalismo, y 232 en 228 si se le suma el amateurismo), ya transitaba entonces su etapa de héroe colosalmente popular y se encaminaba a ser el divo al que Carlos Gardel lo saludó con un admirativo “Así que usted es la Fiera”, a lo que Bernabé le devolvió: “No, maestro, la fiera es usted cuando canta”. Lo novedoso, ya en la última curva de 2013, es descubrir al Bernabé antes de la Fiera que late en las cartas y fotos inéditas (y amarillentas) que Néstor Azcárate muestra ahora en su casa, a 260 kilómetros de Buenos Aires.

Este hombre de 86 años no es coleccionista epistolar ni aficionado a los manuscritos, sino el hijo de un ex compañero de equipo de Bernabé, Angel Azcárate, que murió en 1959 (Bernabé vivió hasta 1972). Aquellos viejos amigos jugaron juntos en Tigre durante los últimos años del amateurismo (1929-1930) y los primeros meses del profesionalismo (1931), pero previamente también habían sido compadres en el gateado futbolístico del futuro crack, en aquel Bernabé chacarero que no aprendió a sumar goles, sino a multiplicarlos en Buenos Aires al Pacífico, más conocido como BAP, un club de Junín que a 121 años de su fundación (nació el 23 de diciembre de 1892) presume de ser uno de los más antiguos del deporte nacional y la historia parece darle la razón si al menos se lo incluye en la lista de los equipos de aquella época que hoy siguen jugando al fútbol profesional: Gimnasia La Plata (1887, aunque recién en 1900 empezó a competir en fútbol), Rosario Central (1889), Banfield (1896) y Estudiantes de Buenos Aires (1898). Aún desconocido en el resto del país, BAP se vanagloria, además, de haber sido la cuna de tres campeones del mundo en diferentes categorías: Osvaldo Zubeldía (técnico del Estudiantes 1968), Oscar Ortiz (delantero del Mundial 78) y Sebastián Bueno (delantero del Mundial Sub 20 2001).

También Bernabé, el hombre que luego sería película (El cañonero de Giles, actuada por Luis Sandrini) y tango (“La Fiera”, letra de Laino y Dispagna, y música de Padula y Germino), llegó a Tigre procedente de BAP, club en el que estuvo entre 1927 y 1929 y entrelazó especial amistad con uno de sus dirigentes, Gil Pérez. Era un “team” prototípico, fundado por trabajadores ingleses al costado de las vías de la línea Buenos Aires al Pacífico, hoy llamada General San Martín, que en su traza hacia Mendoza se detenía en Junín. Ferreyra había nacido en Rufino en 1909, pero en 1927, con 18 años, se mudó a Junín para trabajar como pintor, a cambio de 7 pesos por día, en los talleres del ferrocarril. Allí vivía, desde el año anterior, Paulino, uno de sus cinco hermanos, también empleado ferroviario de lunes a viernes, también futbolista de BAP los domingos en la cancha ubicada, como decenas de clubes de la época en todo el país, enfrente de la estación.

BERNABE POSA junto a su compañero Angel Azcárate, cuyo hijo atesora las cartas de aquellos tiempos.
Con esa acuarela de fondo, y durante dos años, entre sus 18 y los 20, Bernabé siguió en BAP la estela que ya había mostrado entre los 14 y los 18 en su primer club, Jorge Newbery de Rufino, y que luego continuaría en Tigre, ya con 20, y, sobre todo, en River, donde debutaría a los 23. Según el magnífico libro El Gran Bernabé, de Antonio Martín, publicado en 1971, Ferreyra se hizo tan famoso en Junín que, en la versión inversa de lo que sería el premio que Crítica le daría al arquero rival que evitara un gol suyo durante un partido contra River, la sombrerería Mingornance anunció que le regalaría un sombrero a Bernabé por cada gol que convirtiera en BAP: el problema para el local comercial fue que aquel joven marcaba de a tres o cuatro por partido.

El paso siguiente fue más lógico: con una cantidad industrial de goles (27) de quien entonces no era el Mortero de Rufino ni la Fiera ni Sablazo ni Balazo sino, simplemente, el Ñato, BAP salió campeón de Junín en 1927 y el representante de la liga ante la Asociación Argentina Amateur, Alberto Monge, convertido en una especie de intermediario del jugador, decidió buscarle un club en Buenos Aires.
Lo consiguió un año y medio después, a mediados de 1929, luego de que los dirigentes de Tigre pusieran a prueba a Bernabé en un amistoso contra El Porvenir (desconfiaban de los jugadores del Interior, pero Ferreyra anotó los cuatro goles de un partido que, ejem, terminó 4 a 0), por lo que el hombre que asentaría la estructura bipartidista del fútbol argentino debutó en Primera División en el crepúsculo del amateurismo: el 25 de agosto de 1929, durante un triunfo 3-1 ante Banfield que, como no podía ser de otra manera, incluyó dos goles de Bernabé, uno de ellos desde 30 metros, todo un anticipo de su concierto de misiles, obuses y cohetes que dispararía desde afuera del área, según reconstruyó un excelente informe del periodista e investigador Oscar Barnade en un suplemento zonal del diario Clarín, en 2011.

La primera reliquia que, 84 años después, Azcárate guarda en su casa de Junín es que, a los cuatro días de su debut en Primera, el 29 de julio de 1929, Bernabé le escribió una carta a su viejo amigo de BAP, Pérez, para contarle su primera vez en el fútbol de Buenos Aires. “Estas cartas estaban en BAP y decidí traerlas a mi casa para que no se perdieran. Después de Pérez también fui presidente del club y, antes de que yo parta a otro mundo, quiero escribir un libro del club”, relata el hijo de quien fue compañero de Ferreyra en BAP y Tigre.

Bernabé era tan despiadado con los arqueros rivales como con la ortografía: sus misivas son una catarata de errores que, por supuesto, no interesa puntualizar. En realidad, las cartas no revelan ningún dato fabuloso, y están lejos de ser la versión futbolera de los intercambios epistolares San Martín-Bolívar o Bioy Casares-Silvina Ocampo, pero suponen un magnífico registro de época y, en algunos casos, son un testimonio directo de fechas para marcar en rojo en la biografía del fútbol argentino.

La primera de las 12 cartas de puño y letra de Bernabé que Azcárate conserva es la inmediata a su debut en Primera, en la que Bernabé, entre otros párrafos, le escribió a su “apreciable amigo”: “Pérez, le diré que jugué el domingo contra el cuadro de Banfield por el campeonato y le ganamos 3 a 1. Ojo, tuve la suerte de marcar dos goals de los tres. El domingo jugamos contra San Isidro y pienso hacer más goles por costumbre que tengo”. Aquella epístola, firmada desde el primer domicilio de Bernabé en Buenos Aires, Humboldt 2384, termina con una confesión y una perdición: “Yo voy día por medio al hospital Rawson a curarme. Ahora voy muy bien y siento mejor el cuerpo que antes, así que cuando vaya (quiero) una buena raviolada”.

Durante el intercambio de cartas, que duró más de tres años y parece haberse terminado justo en las semanas previas a su millonaria transferencia a River, Bernabé le pide a Pérez insistentemente, casi con desesperación, que le informe sobre los últimos resultados de BAP (“le encajaron tres regios pepinos a Zárate”, se alegra), un ruego que continuaría incluso durante los cinco meses en que Ferreyra viajó por toda América como futbolista invitado a una increíble gira que Vélez hizo entre noviembre de 1930 y abril de 1931 por Chile, Perú, Cuba, México y Estados Unidos, antes de emprender el regreso por los mismos países.

Hoy suena delirante pero entonces se trataba de una costumbre: durante el Mundial del 30 (Bernabé jugó algunos partidos previos, pero defeccionó y no fue convocado a la primera Copa del Mundo), Huracán viajó a Brasil para jugar unos amistosos sin su centrodelantero habitual, Guillermo Stábile (goleador de Uruguay 30, de hecho), por lo que Ferreyra fue invitado en su lugar (describió a San Pablo como “una maravilla” pero que Río de Janeiro “es todavía mejor”). A Huracán le fue mal, con seis derrotas en ocho partidos, pero a su prestamista del gol le fue bien, con 11 festejos propios, aunque le iría aun mejor en la gira con Vélez al año siguiente. En ese viaje interminable, en el que anotó 38 de los 84 goles del club de Liniers en los 25 partidos (sólo una derrota, y en Nueva York), un fenomenal Bernabé se anticipó a la consagración que lo esperaba en los próximos meses, ya de regreso a la Argentina y a su equipo real, Tigre.

Como si fuese un diario de motocicleta en código fútbol, muchos detalles de la gira están incluidos en las cartas y fotos que Ferreyra le enviaba a Pérez desde diferentes ciudades americanas. Desde Lima, por ejemplo, le mandó dos imágenes en las que Vélez aparece con su camiseta tricolor verde-rojablanca. En una de ellas, en la formación del equipo que le ganó 5 a 3 a Universitario (con tres goles suyos), está en cuclillas al lado de otro notorio invitado, Francisco Varallo, en ese entonces en Gimnasia (Fernando Paternóster, de Racing, también se sumó al viaje). De Cuba envió una postal de La Habana el día del Año Nuevo de 1931 y saludos de ocasión. En México todo era felicidad: se sorprendió con las corridas de toros (“cuando el toro sale como una bala y se le va al torero que lo espera”) y le informó de su gran nivel (“te diré que estoy hecho un fenómeno: soy el scorer de la gira”). Pero de vuelta en Chile fue todo devastación: escribió sobre la muerte de su hermano mayor (“en estos momentos estoy como loco, y la gira para mí se ha terminado con esta noticia”) y la solidaridad de sus flamantes compañeros (“los muchachos del Vélez salieron llorando de mi pieza”). Lo curioso es que, en un momento, Ferreyra le pide a Pérez que haga de intermediario antes los ingleses del ferrocarril para que le aseguren un puesto de trabajo: “Las cosas me van saliendo bien, pero uno nunca sabe”.

UN BERNABE ADOLESCENTE, con la camiseta de Jorge Newbery de Rufino.
Pero ya de vuelta en Tigre, y a pesar de jugar en un equipo que terminó anteúltimo el torneo de 1931 (debutó en el profesionalismo en la 14ª fecha contra Quilmes, el 30 de agosto, después de tomarse un tiempo para descansar de la gira, y anotó los cuatro goles de un partido que, ejem, terminó 4 a 1 para su equipo), Ferreyra se convirtió en Bernabé el 27 de septiembre durante una tarde épica contra San Lorenzo, en la cancha de Boca, un partido en el que el futuro presidente de River, Antonio Vespucio Liberti, estaba en el estadio y se juró contratarlo para el año siguiente.

El cofre hasta ahora oculto de Azcárate es una maravilla porque también conserva la carta que Ferreyra escribió a los pocos días: “Pérez, como yo creo que ya sabrá, el domingo jugamos contra San Lorenzo y ganamos 3 a 2 cuando íbamos perdiendo 2 a 0 y faltando 20 minutos yo marqué los tres goles nuestros y ganamos un partido que teníamos perdido (…) La gente se volvió loca cuando marqué el gol del empate, pero cuando marqué el tercer gol fue tal la inyección que se me cayeron lágrimas de alegría. Me quisieron levantar en andas pero yo no quería porque a lo mejor algunos de San Lorenzo me tiraban de rabia (…) Pérez, en mi vida vuelvo a agarrar un taponazo como el que agarré en el segundo gol. Estoy seguro de que nadie vio la pelota. Fue una patada feroz como no agarré nunca en mi vida. Soy el jugador más popular que hay en Tigre”.

Aquel partido, en el que el diario Noticias Gráficas del día siguiente calificó a los tres goles “dignos de ser enviados a la exposición del fútbol el día que esta se organice”, llegó a la mitología de la época a tal punto que Borocotó escribió algunos años después: “Seríamos unos 10 mil espectadores (en la cancha). Ahora son como dos millones sin contar a los que murieron. Fue el partido que todos vieron o mejor dicho el que todos quisieron ver”. Incluso tantas veces le preguntaron a Ferreyra sobre el tema que ya se lo tomaba en broma: “Yo no sé nada, lo han modificado todo. No faltó nadie. Yo le dije a El Gráfico que llevo una libretita para anotar a cuántos vieron el match, pero resulta que ahora me están faltando habitantes. Lo mismo para los minutos (que pasaron entre su primer y tercer gol). Dicen 5, 4, 3 minutos. De seguir así, vamos a llegar a la conclusión de que un mismo tiro hizo los tres goles”.

Faltaban pocos meses para que River lo comprara y, ya en su primer torneo, el de 1932, Ferreyra convirtiera 43 goles, y su nuevo equipo, que sólo había sido campeón en 1920, diera su primera vuelta olímpica en el profesionalismo. Pero entonces ya era el líder revolucionario de millones, el hombrebomba del fútbol argentino, nada que pudiera revelar el tesoro escondido por un hombre de 86 años en su casa de Junín: el Bernabé antes de la Fiera.

Por Andrés Burgo/ Fotos: archivos Azcárate y El Gráfico.

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