Maradona y El Gráfico

1981: EL ASADO DE MARADONA Y KEMPES

Apenas llegado de España para jugar en River, “El Matador” recibió la invitación de Diego, que en ese momento jugaba en Boca, a comer un asado en su casa. El Gráfico estuvo ahí y realizó la crónica de una reunión histórica.

Por Redacción EG ·

25 de noviembre de 2020

“PASÁ MARIO, ÉSTA ES TU CASA...”

Los azorados pasajeros del colectivo 85 clavaban la vista en ese hombre con melena que aparecía saliendo del Mercedes Benz 450 rojo y se introducía en la señorial casona de la Avenida José Luis Cantilo. Junto a él, sus padres y la presencia delatora de Jorge Cyterszpiler, brazo derecho de Maradona. El conductor del micro aceleró y entonces hubo que imaginar el abrazo que en ese instante se daban Mario Alberto Kempes y Diego Armando Maradona.

- Pasá Mario; esta es tu casa. Mucho gusto, señora. Adelante, don Mario, adelante. Al fondo anda papá haciendo el asado. Pónganse cómodos...

Kempes había llegado el día anterior. Diego se enteró que vino sin su mujer y su hija y que viviría en el hotel Continental. “Pucha, sería lindo invitarlo a casa, en este momento debe andar extrañando bastante”, pensó Diego para adentro. A las 21 sonó el teléfono de su habitación del Continental. Mario se estaba bañando y la música funcional copaba la pieza. DE pronto, el amigo de Maradona escuchó la voz de Kempes.

- Sí Mario. ¡Cómo te va! Te habla Jorge Cyterszpiler. Con Diego estamos enloquecidos tratando de dar con vos. Él ahora se está curando la lesión y me pidió que en su nombre te invitara a almorzar a casa mañana.

- Encantado, Jorge. ¿Sería una molestia si fuera con mis padres?

- Por favor, Mario, a las doce y media los pasamos a buscar...

Diego les dio a Jorge y a Quique Tebele su Mercedes rojo para esa misión. EL GRÁFICO advirtió el operativo y pasó a integrar esa historia. Todo el hogar de los Maradona estaba pendiente de la visita de los Kempes. Don Diego concentraba su talento campestre acomodando brasas; doña Tota preparaba un manjar especial para el gusto de Mario; Claudia, la novia de Diego, se esmeraba cortando palmitos sobre la mesada. Cada uno con su tarea. Todo el mundo pendiente de la llegada. Lili, una de las cinco hermanas del jugador de Boca, manipulaba platos y vasos.

A las 13.30 se produjo el encuentro. Ambos se veían felices. Doña Tota invitó a la madre de Mario a caminar por el jardín. La recién llegada elogió las flores. Allí se enteró de que la casa había sido adquirida hace cuatro meses. Ambas no podían ocultar su alegría. La familia Maradona estaba orgullosa de recibir la visita de los Kempes. Y los Kempes de haber sido invitados por los Maradona.

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LA VIDA EN FAMILIA
Diego y Mario caminan por los jardines que rodean a la piscina. Van hacia el quincho donde don Diego cuida el vacío, las achuras y tiras de asado que están ahí, a fuego lento en la parrilla, desde las once de la mañana.

- ¿No vas a traer a tu señora? – pregunta Diego.

- Por ahora no. Ya está casi en el séptimo mes de embarazo, le tiene mucha confianza a su médico y es preferible que el crio nazca allá. Están sus padres, todos los suyos rodeándola. Yo también me siento más tranquilo así, aunque te digo que extraño a Mavi y a Arianne; qué bueno... no sé qué hacer.

Diego sonríe y acota:

- ¡Cómo se te pegó la forma de hablar de los españoles!

- ¡Qué va! Pasé cinco años allá.

Mario elogia la casa y felicita a Diego por la elección. Diego quiere saber dónde vivirá él.

- Por ahora, en el hotel Continental, hasta que Mavi tenga familia. Entonces la traeré y ya dispondremos de tiempo para buscar un departamento. No me gusta el aislamiento, la soledad. Sé que para los chicos sería casi ideal un chalet con mucho terreno para que jueguen en él, una especie de casa quinta, pero eso es bueno para ellos, no para nosotros, y aunque parezca egoísta también tenemos que pensar en lo que nos gusta. A Mavi le agrada el bullicio, estar entre amigos. Salir a la puerta de calle y ver gente. A mí también. Por ahora el ruido nos hace falta a los dos. Más adelante no sé...

La madre de Diego llama a la mesa. La cabecera está reservada para Mario y su mamá. A los costados, Maradona de un lado, don Mario Kempes del otro. Claudia dice que el jueves vio por televisión el programa de Juan Alberto Mateyko y escuchó que a Kempes le gustaban las pastas. Por esa razón le pidió a doña Tota que amasara unas ravioletas. Y pregunta:

- ¿Qué querés primero: las ravioletas o el asado?

- ¡Las dos! ¡Qué vengan las dos!, -dice Mario con una sonrisa. Después explica-. Me costó mucho trabajo acostumbrarme a la cocina española. Lo mismo le sucedía a Mavi cuando estábamos de novios y en casa le dábamos asado. Lo comía casi por obligación...

- Pero al final terminó gustándole –dijo la madre de Kempes.

- ¡Y qué otra cosa podía hacer pobre! –replicó su hijo.

La conversación se transforma en un ping-pong entre Mario y su madre:

- Si por mi fuera, los domingos antes de los partidos me comía una buena raviolada, pero ésta...

- ¿Ésta qué?

-  ¡Pues que me mataba de hambre!

- ¡Ah sí! Ya te olvidaste del arroz con pollo...

- Sí, arroz con pollo pero sólo me dejaban comer la alita.
- Para que después volaras en la cancha...

Una carcajada general puso fin al ping-pong mientras don Mario –el padre-, junto al implícito elogio al asador –“Esta costillita es un manjar”-, rememoró sus andanzas valencianas en procura de una carnicería que le permitiera conseguir una tira de asado al gusto nuestro.

- Sucede que ellos tienen otro tipo de corte y entonces nunca entendían lo que yo quería. Ellos, por ejemplo, cortaban costillas por costilla porque allá las cocinan hervidas, como si fuera para un puchero. Entonces, por más que andaba, no conseguía hacerme entender.

- Hasta que encontró un carnicero uruguayo –interrumpió Mario-. Ahí me salvé porque me dejaba pasar al otro lado del mostrador y yo mismo cortaba el costillar con una sierrita que compré. Después lo llevaba a casa y lo metíamos en una asadora eléctrica. Por supuesto, la carne no tenía el mismo sabor que si la hubiéramos hecho a las brasas pero con un poquito de chimichurri quedaba bastante pasable. Hasta me parecía sabrosa y es que no había otra salvación. En Valencia es imposible la parrilla porque son todas casas de departamentos...

El tema culinario terminó cuando Claudita, la hermanita menor de Diego, le pidió a Kempes un autógrafo en el cuaderno para mostrárselo a sus compañeritas de escuela. Mario firmó y le preguntó a la madre de Diego cuántos hijos tenía.

- Ocho –respondió-, tres varones y cinco mujeres, es ella es la más pequeña.

- ¡Claro! Pensaron que en el empate en cuatro –varones y mujeres-, de contragolpe salió esta hermosura y el partido terminó cinco a tres... –dijo Mario provocando, nuevamente, carcajadas en toda la mesa.

(Fragmento de la nota publicada en El Gráfico en 1981)

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