Las Crónicas de El Gráfico

Ponete incómodo

Aunque transitemos por los días de nuestras merecidas vacaciones, no hay que perder de vista los males endémicos del fútbol argentino, que nos hicieron vivir un 2015 plagado de angustias y sobresaltos. Reflexiones con la piel bronceada y un poco de arena entre los dedos…

Por Elías Perugino ·

15 de febrero de 2016
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¿Dónde estás leyendo este texto? Tal vez en la playa. Es linda la playa: sol, mar, chicas bonitas, cosas ricas para comer, un picado en la orilla cuando se despide el sol, mateadas, algún desafío al truco por el asado del día siguiente, chicas bonitas (sí, otra vez, porque hay muchas…). Es linda la playa. Y a quienes nos encanta leer y no somos nativos digitales [1], nos gusta más todavía, porque gracias a ese sol que te broncea y que también te parte la cabeza, es imposible consumir literatura o material periodístico en tabletas o celulares. El reflejo te liquida. Y entonces a todos –el ejército de veteranos y los hiperquinéticos seres táctiles- nos cabe la dulce condena de apelar al formato físico tradicional: el libro, la revista, el diario… Es la pequeña venganza estival de las generaciones más longevas.

Eso sí: leas en papel o en digital, la ficción y la realidad son las mismas. El Lobo se come a Caperucita [2] en los dos formatos. Y en 2015, el fútbol argentino fue escandaloso en La Nación Deportiva y en canchallena.com. Hay doble soporte, no doble lectura.

Ahora que estás tirado panza arriba, podés rebobinar tranquilo. Repasar y tomar conciencia. El vértigo del año, en países intensos como el nuestro, suele tapar una cosa con otra, con otra y con otra, como si manufacturara un indigesto mil hojas de papas. Y situaciones que ya nos parecen lejanas, prehistóricas, sepultadas en el pasado, apenas si están debajo de la alfombra que acabamos de pisar.

Acordate de los trazos gruesos, ni siquiera hiles fino, que para eso estás de vacaciones. Pero fijate: el fútbol argentino de 2015 encadenó el desatino del torneo de 30, bochornos como “la noche del gas pimienta” [3], la muerte absurda del jugador Emanuel Ortega [4] y la paquidérmica velocidad para tomar medidas preventivas, el infructuoso y endeble simulacro político de la vuelta de los visitantes a los estadios, las salpicaduras locales del FIFAgate, el descalabro de la credibilidad arbitral [5] y, como broche de hojalata oxidada, la batalla por el sillón de la AFA entre los dirigentes que antes eran obedientes a los postulados del grondonismo y que, en su intento por convencernos de que encarnaban la renovación, no hicieron otra cosa que evidenciar por qué el viejo Julio los domesticaba con tanta facilidad.

Pensá: ¿cuál suele ser la principal excusa de los argentinos cuando esgrimimos las razones que nos impidieron concretar un proyecto? Exacto: la falta de presupuesto. Pero los ejes sustanciales de varios tropiezos de 2015 no pasaron por el dinero (menos lo referido al FIFAgate, obvio), sino por valores intangibles: falta de reflexión, de planificación, de capacitación, de sentido común…

¿Cómo no imaginar que el torneo de 30 sería infumable? ¿Por qué, además de soporífero, teñirlo de injusticia deportiva al establecer que cada equipo se enfrenaría una vez con los demás, pero dos con el rival clásico o de emparejamiento? ¿Por qué los dirigentes “del cambio” avalaron ese absurdo impulsado por Grondona antes de su muerte? ¿Qué sentido tiene promover árbitros a los que todavía les falta una horneada para dirigir en Primera? Y si les falta una horneada, ¿por qué designarlos para partidos relevantes? ¿Por qué tuvo que morirse un chico de San Martín de Burzaco para que entendieran que los paredones a medio metro de la línea de cal son un arma mortal? ¿Qué les impidió implementar un plan de necesidad y urgencia para destinar fondos del Fútbol Para Todos a encofrar rápidamente esos muros con protección? ¿Nadie se sintió obligado a renunciar por el letargo del AFA Plus? ¿Alguien es capaz de explicar por qué el fútbol y el Estado todavía no pueden trabajar en conjunto para desactivar a las barras bravas? ¿Están esperando que la próxima vez agredan a un jugador a balazos y no con gas pimienta? ¿Por qué los visitantes volvieron a cuentagotas, discriminadamente? ¿Por qué esas vueltas “premiaron” a algunas hinchadas que habían generado disturbios en condición de local [6], como ocurrió con Vélez?

Si no estuvieras de cara al sol, embadurnado en protector solar factor 40 [7] y con la única duda existencial referida a qué gusto de helado vas a tomar esta noche, sería inútil pedirte que reflexiones sobre el papelón protagonizado por la dirigencia argentina en diciembre. Pero como estás así, entregado a lo que nuestros ancestros italianos definían como “il dolce far niente” [8], no te cuesta nada. ¿Podés creer la asamblea de 75 votantes y 76 votos? ¿No te dio vergüenza ajena todo lo que siguió al cuarto intermedio más grande del mundo? ¿No te parecieron idénticamente mezquinos y poco generosos unos y otros? ¿No te sonaron igual de arcaicos los supuestos históricos y los presuntos renovadores? ¿Te acordás cuando estos y aquellos se abrazaban al viejo Julio? ¿No se te escapó un “que se vayan todos”, aunque sepas que eso no es ni sano ni posible? ¿Cuánta fe le tenés al núcleo de esta dirigencia para que libere al fútbol argentino de su crisis económico-financiera, ética y estructural? ¿Te los imaginás en una convivencia pacífica y constructiva después de la grieta que ellos mismos abrieron con sus intransigencias para edificar consensos?

Cuando vuelvas, cuando en vez de empuñar un churro relleno de dulce de leche manipules una herramienta de tu trabajo cotidiano, quizás logres desembarazarte del limbo y contribuir, desde tu lugar de aficionado, a restañar las heridas. ¿Cómo? Por ejemplo, sin prestarte al juego de aquellos que te defraudan. Sin ser cómplice de los violentos que pueblan tu tribuna. Respaldando aquellas iniciativas que saneen a tu club. Nosotros, los periodistas, estamos para incomodar con nuestras observaciones. No por capricho, no por deporte, no por despecho, sino para ejercer la crítica más honesta que seamos capaces. Es nuestro rol, el espíritu que nos motoriza. A la dirigencia, al ambiente del fútbol en general, le cuesta metabolizarlo. Ven puñaladas porque han sabido manejar puñales. Imaginan conspiraciones porque cierta vez –hay que admitirlo- hubieron conspiradores del lado nuestro del mostrador, pero han sido los menos. A la mayoría nos alienta un ideal superador. La ilusión de que el fútbol argentino se transforme en un paraíso acorde con la historia de ese manantial de cracks que produjo a Di Stéfano, Maradona y Messi, para no entrar en más detalles. Nosotros estamos para incomodar. Y por eso, casi sin darnos cuenta, te incomodamos también a vos, que estás muy pancho en la playa. Disculpá. Seguí distrutando, nomás…

Por Elías Perugino

Textos al pie

1- Se considera nativos digitales a quienes nacieron desde 1990 en adelante, porque ostentan una configuración psicocognoscitiva que les posibilita asimilar más rápidamente las nuevas tecnologías y sus derivados.

2-  Que no se alarmen quienes jamás escucharon este cuento infantil. A la dulce Caperucita la rescatan con vida de la panza del Lobo.

3- La referencia es para el superclásico de mayo por la Copa Libertadores, cuando hinchas de Boca agredieron a jugadores de River con ese elemento durante el entretiempo, provocando la suspensión del partido y la descalificación de los xeneizes.

4-  En un partido entre San Martín de Burzaco y Juventud Unida, por el torneo de Primera C, Ortega golpeó su cabeza contra el paredón circundante. Murió luego de 11 días de agonía.

5-  Se destacó la paupérrima actuación de Diego Ceballos en la final de la Copa Argentina entre Boca y Rosario Central, pero en casi todas las fechas se contabilizaron groseros errores de técnicos, de árbitros y de asistentes.

6-  Los del Fortín paralizaron el partido con Chicago exhibiendo banderas injuriosas y trepándose al alambrado olímpico, pero luego se les permitió asistir como hinchada visitante a un partido.

7-  De acuerdo con las estadísticas, uno de cada tres casos de cáncer es de piel. Y la exposición a la radiación solar sin una protección adecuada deriva en el 90% de los cánceres de piel.

8-  En castellano sería “el dulce no hacer nada”. La frase en italiano, además, tiene una musicalidad hermosa. Fue utilizada para denominar películas, libros y obras de teatro.

Nota publicada en la edición de enero de 2016 de El Gráfico