Las Crónicas de El Gráfico

La puerta del área (2)

En la edición pasada contamos una experiencia con uno de los tantos sabelotodo que pululan en cada rincón del país. Luego de la reconfortante recuperación de la Selección en las Eliminatorias, el personaje en cuestión arrió sus banderas e izó otras. La realidad se modifica, y las convicciones también…

Por Elías Perugino ·

12 de enero de 2016
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Escenas del capítulo anterior. El verborrágico portero del edificio de al lado, un sabelotodo al paso capaz de disertar sobre cuestiones vinculadas a la medicina, las artes, la cultura, el deporte y la física nuclear sin el mínimo desparpajo ni el máximo conocimiento, se había mostrado extrañamente desorientado tras la paupérrima actuación de la Selección en la primera doble fecha de Eliminatorias. Sí, aquella de la derrota inesperada con Ecuador en el Monumental y el empate insuficiente en Asunción. Este prestidigitador de la manguera, quien se jacta de ser un entrenador al que nadie supo descubrir debajo del camuflaje de la camisa Ombú [1], admitió, en tono desahuciado, su total falta de recursos para desentrañar el lenguaje táctico que pretendía imponer el equipo del Tata Martino. “No sé a qué carajo juega la Selección”, descerrajó sin anestesia, antes de describir las características que lo sumían en la más profunda desorientación.

Como la gota que orada la piedra, cada mañana el reverendísimo afiliado al SUTERH se encargó de abonar su desconfianza hacia Martino, hacia las ideas de Martino, hacia las ideas de los ayudantes de Martino, hacia la relación de los jugadores con Martino y hacia la relación de los jugadores entre sí. Así durante el mes que separó una doble fecha de la otra. Y todo barnizado con tenebrosas conjeturas de ocasión: Segura no banca a Martino; Tinelli no banca a Martino; en lo único que están de acuerdo Segura y Tinelli es en que no bancan a Martino. Hasta que vinieron el empate con Brasil y la gran victoria en Barranquilla…

Como si a su alma la hubiera poseído un panqueque gigante, el editorialista de vereda saltó de una trinchera a la otra antes de que la tierra pudiera rotar por completo [2]. A la mañana siguiente, esperó detrás de un árbol la salida de este humilde trabajador de prensa, y luego de abalanzarse sobre él con la precisión y la ferocidad de un leopardo [3] sobre un antílope, ni siquiera se sacó la careta para susurrar: “Qué equipazo tenemos, ¿eh?”. Como a su interlocutor se le oxidó la mandíbula de la sorpresa y no pudo articular palabra, redobló la apuesta: “…y que los colombianos agradezcan que no jugaron Messi y el Kun; cuando vuelvan ellos, les pintamos la cara a todos”. Acto seguido, cual abogado defensor de Martino en un juicio sumarísimo, recitó con el automatismo de un Padre Nuestro cerca de una decena de virtudes exhibidas por el equipo, la mayoría de las cuales eran consideradas como objetivos utópicos por el mismo analista cinco días atrás.

El ejercicio camaleónico de este as del escobillón no es un episodio aislado ni se reduce a un único sindicato. Es un estigma indisoluble de la argentinidad al palo [4]. En proporciones tan secretas como la fórmula de una gaseosa centenaria, los nacidos en algún rincón de esta geografía de 2.780.400 km2 [5] tenemos un organismo mayoritariamente conformado por agua [6], pero esencialmente determinado por insondables cantidades de cinismo venenoso, jactancia de superioridad, instinto de autodestrucción y ventisca conspirativa. Por momentos nos encanta creernos virtuosos, decididos, audaces y poderosos. De a ratos nos sentimos estériles, mojigatos, conservadores e irrelevantes. En ocasiones frecuentes solemos mixturar y exhibir todo ese menú contradictorio al mismo tiempo. Pero siempre, sea cuál fuere la máscara elegida para seducir al interlocutor o al mismísimo destino, nos abrazamos fraternalmente con las teorías conspirativas. Las compramos a cualquier precio, las creemos con devoción, las abonamos con fanatismo y las viralizamos con una fecundidad a prueba de dudas.

Obviamente, quien compra todos los paquetes de figuritas, va a tener “la difícil”, aunque la metáfora sea un tanto obsoleta porque los parámetros del rubro han cambiado [7]. Esto es: si creemos que todos los rumores conspirativos son ciertos, alguna vez nos asistirá la razón. Pero eso no significa que todos sean verdaderos. Alrededor de la Selección de Martino sobrevolaban esas conjeturas con las que tanto chapeaba el portero, incluso delante de la chica del 5° que está más buena que Natalie Portman, pero que de fútbol no entiende ni jota, salvo que le conversen de los tatuajes de Icardi o de los videos privados con que habrían extorsionado a Shakira y Piqué. Esos bosquejos fueron desactivados uno a uno por la actuación de la Selección. Incluso admitiendo la probabilidad de que fueran ciertos…

Es mentira que el secreto para salir campeón es el grupo, llevarse bien, tejer lazos de amistad. Eso ayuda, contribuye a la fluidez de los proyectos, tal vez potencie ciertos atributos adormecidos. Pero la llave para salir campeón es jugar bien, un concepto que se nutre de tentáculos como la técnica, la estrategia, la táctica y la personalidad. Decenas de equipos campeones se integraron con jugadores que no se trataban precisamente como amigos. “Adentro de la cancha éramos hermanos”, describió cierta vez Martín Palermo su relación con Juan Román Riquelme, de las más ríspidas que se recuerden en el seno de un multicampeón como el Boca que duró una década. Un equipo de fútbol es un grupo de trabajo como cualquiera. Conviven egos, ambiciones y sueños como en una oficina, un supermercado o una remisería. No es necesario ser amigo del tipo de al lado ni del jefe de turno para hacer bien un balance, reponer mercadería o llevar a un pasajero hasta su destino. Tampoco para jugar al fútbol. Alcanza con exprimir la técnica, ejecutar la táctica, obedecer a la estrategia y mostrar personalidad. Y cuando esos factores se articulan como supo activarlos la Selección, poniéndole la cara y el pecho al viento huracanado que se le venía de frente, ni siquiera es necesario escarbar para refrendar las razones. No hay dignidad más digna –disculpen la torpeza del juego de palabras, pero es conducente– que la propia.

Si hubiera que rescatar un valor del renacer de la Selección, ese valor sería la dignidad. La suma de dignidades individuales que conformaron la dignidad colectiva. Esa lealtad profesional que se eleva por sobre cualquier grieta solapada que pudiera coexistir en la minucia de una relación cotidiana. El escudo, la camiseta y la bandera por encima de todo. Siempre. Se escuchen verdades o se toleren mentiras. Lo diga un periodista o lo juren los tipos mejor informados del mundo, que son los porteros.

Por Elías Perugino

Textos al pie

1- El eslogan actual de esta marca de indumentaria para trabajadores es “Sponsor oficial del trabajo”. Las camisas Ombú nacieron en 1945, llevan 70 años en el mercado.

2- La Tierra necesita 23 horas 56 minutos y 3 segundos para completar el movimiento de rotación, es decir, un giro total sobre su propio eje, que concreta de oeste a este.

3- El leopardo es considerado el cazador perfecto. Estratega y de movimientos fulminantes, suele izar a sus presas a la copa de los árboles, con el objetivo de devorarlos sin que puedan molestarlo otros depredadores como los leones.

4- Icónico título de la canción y del homónimo álbum doble de la banda Bersuit Vergarabat, editado en 2004. Describe con crudeza los trazos gruesos del ser argentino.

5- Argentina es el octavo país del mundo tomando como parámetro la superficie. El primero es Rusia, con 17.089.242 km2, seguido por Canadá, China, Estados Unidos, Brasil, Australia, India y nuestro país.

6- En la edad adulta, el cuerpo humano se compone de un 65% de agua, que se encuentra contenida en las células y circula a través de la sangre.

7- La figurita “difícil” existía 30 años atrás, cuando las colecciones tenían por objeto un premio, como una pelota. Actualmente se edita la misma cantidad de cada figurita. No hay un anzuelo aspiracional.

Nota publicada en la edición de diciembre de 2015 de El Gráfico